Cuando un nuevo año comienza, nuevos proyectos, nuevos planes y sueños comienzan a ser implementados. Las personas desean con todo su corazón que un nuevo año traiga las cosas que el año pasado no trajo; que los malos ratos, las tristezas y las frustraciones del año que se fue, queden en el olvido y que, Dios mediante, no se repitan de nuevo.
Para un ministro del evangelio, un nuevo año también presenta nuevos desafíos. El año que pasó estuvo lleno de victorias y derrotas, de momentos de alegría y de momentos de profundo abatimiento. Todo lo que se hizo mal el año pasado sirve para evitar caer en los mismos errores.
Sabemos que cada año trae consigo nuevos desafíos, pues no porque cambie un dígito en el calendario, la realidad va a cambiar. ¡Y muchas veces nos damos cuenta que las cosas continúan de la misma forma!
Cuando pienso en la iglesia, no puedo evitar soñar en grande. Sueño con una iglesia comprometida que en unidad sirve al Señor. Sueño con una iglesia donde nadie hace nada para que otros lo vean, sino que lo hace de corazón como para el Señor. Sueño con una iglesia donde las murmuraciones no estén presentes. Sueño con una iglesia donde la carga de trabajo es asumida por muchos en vez de unos pocos. Sueño con una iglesia que ama la Palabra y que cada uno de sus miembros desean conocerla cada día más. Sueño con una iglesia donde la predicación del evangelio ocupa un lugar central en el quehacer diario. Sueño con una iglesia llena de creyentes que están dispuestos a entregar toda su vida en servicio al Señor.
Es bonito soñar, pero la realidad nos hace despertar y colocar los pies en el suelo. Sé que mis deseos no pasarán de eso, sólo deseos.
¿Reconocer que muchos de mis sueños no se concretarán me desmotiva? Claro que no. Al contrario, me hacen pensar en mi. Si quiero una iglesia así, ¿qué papel estoy jugando? ¿qué estoy haciendo para que mis sueños se hagan realidad? Aquí propongo algunos pasos:
1. Orar. La oración es la mejor forma de decir: "Señor, nada podemos sin ti". Es por medio de ella que reconocemos nuestra dependencia absoluta del Señor. La oración debe acompañar todo el resto del proceso.
2. Evaluar la realidad. Muchas veces nuestros sueños son demasiado elevados en relación al medio donde estamos. Tenemos expectativas demasiado altas y, a veces, inalcanzables.
3. Soñar. Ahora que conozco la realidad, puedo soñar "con los pies en la tierra".
4. Planificación de acciones. Una vez que hacemos una evaluación adecuada de la realidad y soñamos conforme a esa realidad, podemos planificar acciones destinadas a alcanzar nuestros "sueños aterrizados".
5. Implementar las acciones. Una buena planificación nos llevará a implementar todo lo planificado.
6. Esperar pacientemente por los resultados. Todo el esfuerzo anterior dará fruto a su debido tiempo.
Un querido profesor en el Seminario una vez me dijo: "El Señor ama más Su iglesia de lo que tú y yo la amamos". Esas palabras hasta hoy dan vueltas en mi cabeza. Saber que mi celo y mi amor por la iglesia es pobre en comparación con el amor del Señor por ella trae consuelo a mi corazón.
No tengo todas las respuestas. Es más, tengo más dudas que respuestas. Ser pastor, es el mayor privilegio que el Señor me ha dado. Amo la iglesia, quiero dar mi vida para servir a mis hermanos, para edificarlos, para guiarlos. Sé que necesito más y más de Cristo. Él es el único que puede socorrer a este pecador.
Las palabras del Señor siempre estarán presentes en mi corazón. Él dijo "...yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20). Ese es mi consuelo, ese es mi sostén.
¿Sueñas con una iglesia maravillosa? ¡Yo también!
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