viernes, 16 de noviembre de 2012

La Revelación General y Los Efectos Noéticos del Pecado


El pecado

La palabra pecado puede tener variadas denotaciones. Por una parte parece apuntar para acciones específicas tales como palabras, deseos, emociones, obras; sea privadas o públicas, individuales o colectivas. En este caso, el pecado ha sido caracterizado como algo malo, como algo contrario a la voluntad de Dios, como algo que implica un desvío de las leyes divinas. Aquí, el pecado siempre necesita de la existencia de agentes pecadores (un sujeto). Esto significa que el mal natural, tal como sería un terremoto que acaba con la vida de millones de personas puede ser calificado como algo malo, pero no como pecado (Ro. 3:9-18; 1 Jn. 3:4).
Por otro lado, la palabra pecado denota algo más de una mera acción, a saber, se trata de una situación general de pecaminosidad, es decir, un estado, una condición. Aunque las personas no comentan un acto pecaminoso, existe una disposición, una inclinación para cometer pecados, pues sus mentes y corazones están inclinados al mal (Gn. 8:21; Pr. 20:9; Jer. 17:9). Según la Biblia, aun cuando la persona no cometa acciones pecaminosas, existe en su corazón una inclinación hacia el mal. El corazón humano, por lo tanto, está corrompido por el proprio pecado.
El pecado, entonces, es más que acciones, puesto que implica una condición. Ahora, ¿cuáles son las consecuencias de esta condición? En primer lugar debemos decir que por consecuencias nos referimos a los resultados que hoy vemos en el hombre, resultados que no se presentarían si éste no hubiese pecado.
Diversas son las consecuencias que se derivan del pecado. Podemos decir que existen consecuencias existenciales, a saber, separación de Dios, pérdida de la comunión con Dios, inclinación innata para el pecado, la pérdida del libre arbitrio, la muerte física y la muerte espiritual. Además, tenemos las consecuencias afectivas, tales como: envidia de los otros, odio hacia Dios, egoísmo, orgullo, egocentrismo, etc. Sumado a estas dos tenemos las consecuencias cognitivas: no conocemos a Dios de la forma en que Adán y Eva lo conocieron antes de la caída (limitación) y el conocimiento de Dios normalmente se presenta desfigurado (concebimos a Dios según nuestros propios moldes). Cada una de estas consecuencias se relacionan unas con las otras, pero por causa de lo limitado del espacio, vamos a dedicar nuestra atención a solamente a las consecuencias cognitivas.
Las consecuencias cognitivas son aquellas que tienen que ver con el proceso de cognición. Por cognición entendemos el acto de conocer, por medio del cual aprehendemos la realidad externa e interna. El proceso cognitivo determina nuestra posición sobre las cosas. Es por medio de este proceso que asimilamos nuestras creencias y no-creencias, nuestros deseos y esperanzas, nuestro conocimiento e ignorancia, nuestras dudas y certezas.
Es aquí donde el tema de los efectos noéticos del pecado se torna interesante, tema que pasamos a considerar a continuación.

Conceptuando los efectos noéticos
Una forma simple de conceptuar los efectos noéticos del pecado es decir que ellos son las consecuencias del pecado sobre la mente humana[1]. Ellos se relacionan con la falta de compresión o con la percepción inadecuada que el hombre tiene de Dios (de su revelación) debido al pecado.
Es difícil encontrar unanimidad entre los teólogos reformados en este tema. La pregunta si Dios puede ser conocido a través de la naturaleza, sabiendo que el hombre fue afectado por el pecado, ha motivado acalorados debates[2].
Entre los teólogos reformados existen dos posturas. Por un lado están aquellos que ven que los efectos cognitivos del pecado son tan profundos que impiden que el hombre adquiera cualquier tipo de conocimiento de Dios fuera de la revelación especial. Por otro lado, algunos afirman que los efectos cognitivos del pecado no son tan profundos y que, por lo mismo, el hombre puede conocer en  parte a Dios a partir de la revelación general. Para este grupo, el gran estorbo es la voluntad del hombre, pues éste responde negativamente a la revelación general. Los que defienden la primera posición son llamados de “Presuposicionalistas” o “Fideistas” y los que defienden la segunda son llamados de “Evidencialistas”[3].
Ciertamente ambos grupos concuerdan en el hecho de que la revelación general revela a Dios. El desacuerdo gira entorno a la respuesta humana a dicha revelación. En el presuposicionalismo, el hombre no entiende la revelación general. En el evidencialismo, el hombre entiende, pero no quiere obedecer, es decir, manifiesta su voluntad contraria a la revelación de Dios[4].
Entre los propios teólogos reformados no existe, como dijimos, unanimidad en este tema. Vamos, entonces, a dedicar unas líneas para ver las opiniones de Agustín y Juan Calvino.
1. Agustín de Hipona:
Para Agustín, el hombre pecador es incapaz de volverse a Dios por sí mismo, a menos que la gracia de Dios lo transforme. La gracia es indispensable, irresistible e indefectible. Esta gracia descansa, en todos sus detalles, en la intención eterna de Dios[5].
Agustín dice que el hombre está alienado de Dios y en abierta oposición a Él, por lo tanto, sólo se vuelve a Dios en virtud de la operación milagrosa de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Este ponto es fundamental para comprender la posición de Agustín respecto a los efectos de la Caída en la mente del hombre.
Agustín afirmaba que el hombre fue creado con la capacidad para pecar (posse peccare). Él fue creado bueno, mas con la posibilidad de cambiar. La posibilidad de pecar puede parecer una irracionalidad si se contrasta con el estado de perfección en que fue creado el hombre, sin embargo, Agustín dice que la severidad del castigo sólo es realmente entendida cuando captamos bien la grandeza de la condición original del hombre.
El hombre recibió la mayor bendición de parte de Dios (ser el portador de Su imagen) y la prohibición de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal implicaba que el hombre sería un fiel portador de esta imagen. Al comer del fruto, el hombre despreció la sublimidad de su propia condición.
Como consecuencia de la Caída, el hombre perdió su libertad. Para Agustín esto explicaría lo que aconteció con la voluntad del hombre después de caer en el estado de pecado. Luego de haber sido creado, el hombre tenía la inclinación positiva para el bien y para amar a Dios. Después de la caída la voluntad del hombre se tornó esclava del pecado. La voluntad del hombre caído se transformó en una fuente de maldad, en vez de ser, fuente para el bien[6].
Otra consecuencia de la caída según Agustín es la obstrucción del entendimiento. La capacidad intelectual del hombre era mayor antes de la caída. Originalmente la mente del hombre tenía la capacidad para entender y asimilar las informaciones de forma más exacta de lo que ahora puede. Adán no era omnisciente, su conocimiento era limitado y debía crecer en el conocimiento siguiendo la voluntad y dirección de Dios. Sin embargo, después de la caída, su capacidad de comprensión fue obstruida por el pecado.
Sin duda que el hombre aún posee una mente y puede pensar, reflexionar y razonar. Estas facultades aún permanecen, pero la capacidad para operarlas correctamente se perdió. Lo que antes era de fácil comprensión, ahora es difícil. La habilidad para raciocinar con claridad fue afectada. Hoy el hombre tiende a oscurecer los pensamientos y a cometer errores lógicos[7].
Nos parece que la posición de Agustín se aproxima más a la de los presuposicionalistas de hoy (se nos perdone el anacronismo), pues para Agustín el entendimiento del hombre fue afectado hasta el punto de que no consigue entender la revelación general de Dios o que, en vez de extraer conclusiones correctas, incurre en errores graves (conclusiones lógicas equivocadas).
2. Juan Calvino:
Para Calvino existe una distinción entre el estado de la mente y el estado de la voluntad. El estado natural de la mente humana se mantuvo intacto después de la caída, pero la capacidad recta de pensamiento fue oscurecida por el pecado.
El hombre fue expulsado del Reino de Dios y ahora solamente la gracia puede restaurarlo. Esto no implica que la capacidad racional del hombre fuese totalmente destruida al punto de convertirlo en un bruto. La luz de la razón permanece sumergida en densas tinieblas, por lo cual no pude brillar ninguna cosa buena[8].
En la Institución de la Religión Cristiana Calvino escribe:
“Me agrada mucho aquella sentencia de san Agustín, que comúnmente se cita: ‘Los dones naturales están corrompidos en el hombre por el pecado, y los sobrenaturales los ha perdidos del todo’. Por lo segundo entienden la luz de la fe y la justicia, las cuales bastan para alcanzar la vida eterna y la felicidad celestial. Así que el hombre, al abandonar el reino de Dios, fue también privado de los dones espirituales con los que había sido adornado para alcanzar la vida eterna. De donde se sigue que está de tal manera desterrado del reino de Dios, que todas las cosas concernientes a la vida bienaventurada del alma están en él muertas, hasta que por la gracia de la regeneración las vuelva a recobrar; a saber: la fe, el amor de Dios, la caridad con el prójimo, el deseo de vivir santa y justamente. Y como quiera que todas estas cosas nos son restituidas por Cristo, no se deben reputar propias de nuestra naturaleza, sino procedentes de otra parte. Por consiguiente, concluimos que fueron abolidas”[9].
Según Calvino, el hombre aún puede adquirir conocimiento de lo que él denomina “cosas terrenas”. De aquí se deriva la distinción que hace entre inteligencia relativa a las cosas terrenas e inteligencia relativa a cosas del cielo. A este respecto Calvino escribe:
“Sin embargo, cuando el entendimiento del hombre se esfuerza en conseguir algo, su esfuerzo no es tan en vano que no logre nada, especialmente cuando se trata de cosas inferiores. Igualmente, no es tan estúpido y tonto que no sepa gustar algo de las cosas celestiales, aunque es muy negligente en investigarlas. Pero no tiene la misma facilidad para las unas que para las otras. Porque, cuando se quiere elevar sobre las cosas de este mundo, entonces sobre todo aparece su flaqueza. Por ello, a fin de comprender mejor hasta dónde puede llegar en cada cosa, será necesario hacer una distinción, a saber: que la inteligencia de las cosas terrenas es distinta de la inteligencia de las cosas celestiales.
Llamo cosas terrenas a las que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y bienaventuranza de la vida eterna, sino que están ligadas a la vida presente y en cierto modo quedan dentro de sus límites. Por cosas celestiales entiendo el puro conocimiento de Dios, la regla de la verdadera justicia y los misterios del reino celestial.
Bajo la primera clase se comprenden el gobierno del Estado, la dirección de la propia familia, las artes mecánicas y liberales. A la segunda hay que referir el conocimiento de Dios y de su divina voluntad, y la regla de conformar nuestra vida con ella”[10].
Vemos que en Calvino, la razón es una propiedad esencial del ser humano y la caída no borró totalmente la humanidad natural del hombre. El hombre aún mantiene su capacidad de pensar, pero esta capacidad fue afectada severamente por el pecado. Esto se ve claramente en lo que concierne a las cosas celestiales. Según Calvino, en lo que se relaciona con la compresión de las cosas celestiales, el hombre es ciego, pues el entendimiento de ellas depende de la gracia iluminadora de Dios. El entendimiento que una persona necesita para entrar en el reino de los cielos es resultado de la operación poderosa del Espíritu Santo[11].
Para Calvino, el hombre natural está impedido (ciego) de conocer a Dios, de conocer su favor paternal y de conocer la forma cierta de cumplir su ley. Calvino dice:
“Queda ahora por aclarar qué es lo que puede la razón humana por lo que respecta al reino de Dios, y la capacidad que posee para comprender la sabiduría celestial, que consiste en tres cosas: (1) en conocer a Dios; (2) su voluntad paternal, y su favor por nosotros, en el cual se apoya nuestra salvación; (3) cómo debemos regular nuestra vida conforme a las disposiciones de su ley.
Respecto a los dos primeros puntos y especialmente al segundo, los hombres más inteligentes son tan ciegos como topos”[12].
Calvino argumenta que la mejor forma de comprobar sus palabras es el propio testimonio de las Escrituras. Él dice:
“Pero como, embriagados por una falsa presunción, se nos hace muy difícil creer que nuestra razón sea tan ciega e ignorante para entender las cosas divinas, me parece mejor probar esto con el testimonio de la Escritura, que con argumentos.
Admirablemente lo expone san Juan cuando dice que desde el principio la vida estuvo en Dios, y aquella vida era la luz de los hombres, y que la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron (Jn. 1:4-5). Con estas palabras nos da a entender que el alma del hombre tiene en cierta manera algo de luz divina, de suerte que jamás está sin algún destello de ella; pero que con eso no puede comprender a Dios. ¿Por qué esto? Porque toda su penetración del conocimiento de Dios no es más que pura oscuridad. Pues al llamar el Espíritu Santo a los hombres ‘tinieblas’, los despoja por completo de la facultad del conocimiento espiritual. Por esto afirma que los fieles que reciben a Cristo ‘no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, no de voluntad de varón, sino de Dios’ (Jn. 1:13). Como si dijese que la carne no es capaz de tan alta sabiduría como es comprender a Dios y lo que a Dios pertenece, sin ser iluminada por el Espíritu de Dios. Como el mismo Jesucristo atestiguó a san Pedro que se debía a una revelación especial del Padre, que él le hubiese conocido (Mt. 16:17)”[13].
Calvino termina diciendo que sólo se puede conocer a Dios y a las cosas de Dios por la iluminación del Espíritu Santo:
“Si estuviésemos persuadidos sin lugar a dudas de que todo lo que el Padre celestial concede a sus elegidos por el Espíritu de regeneración le falta a nuestra naturaleza, no tendríamos respecto a esta materia motivo alguno de vacilación. Pues así habla el pueblo fiel por boca del Profeta ‘Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz’ (Sal. 36,9). Lo mismo atestigua el Apóstol cuando dice que ‘nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo’ (1 Cor. 12:3). Y san Juan Bautista, viendo la rudeza de sus discípulos, exclama que nadie puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Jn. 3:27). Y que él por ‘don’ entiende una revelación especial, y no una inteligencia común de naturaleza, se ve claramente cuando se queja de que sus discípulos no hablan sacado provecho alguno de tanto como les había hablado de Cristo. Bien veo, dice, que mis palabras no sirven de nada para instruir a los hombres en las cosas celestiales, si Dios no lo hace con su Espíritu. Igualmente Moisés, echando en cara al pueblo su negligencia, advierte al mismo tiempo que no pueden entender nada de los misterios divinos si el mismo Dios no les concede esa gracia”[14].
Para Calvino el problema no está en nuestra capacidad de entender las cosas espirituales, pues el hombre está ciego en relación a ellas. Ahora, para el reformador, la mente del hombre continúa igual y tanto es así que aún posee la capacidad de entender claramente las cosas terrenas. De lo cual podemos concluir que el problema, según Calvino, es enteramente de naturaleza espiritual.
La cuestión ahora es definir si Calvino defendía que la mente de hombre no puede entender la revelación general o si el hombre la entiende, pero no quiere obedecer.
Una cosa importante que debemos destacar en este punto es el concepto que Calvino tenía de la forma como el hombre puede conocer a Dios. Él dice que toda persona tiene un sentido natural de la divinidad. Eso se comprueba con el propio fenómeno de la idolatría. Calvino escribe:
“Nosotros, sin discusión alguna, afirmamos que los hombres tienen un cierto sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural. Porque, a fin de que nadie se excusase so pretexto de ignorancia, el mismo Dios imprimió en todos un cierto conocimiento de su divinidad, cuyo recuerdo renueva, cual si lo destilara gota a gota, para que cuando todos, desde el más pequeño hasta el mayor, entiendan que hay Dios y que es su Creador, con su propio testimonio sean condenados por no haberle honrado y por no haber consagrado ni dedicado su vida a su obediencia. Ciertamente, si se busca ignorancia de Dios en alguna parte, seguramente jamás se podrá hallar ejemplo más propio que entre los salvajes, que casi no saben ni lo que es humanidad. Pero - como dice Cicerón, el cual fue pagano - no hay pueblo tan bárbaro, no hay gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en sí la convicción de que hay Dios. Y aun los que en lo demás parecen no diferenciarse casi de los animales; conservan siempre, sin embargo, como cierta semilla de religión. En lo cual se ve cuán adentro este conocimiento ha penetrado en el corazón de los hombres y cuán hondamente ha arraigado en sus entrañas. Y puesto que desde el principio del mundo no ha habido región, ni ciudad ni familia que haya podido pasar sin religión, en esto se ve que todo el género humano confiesa tácitamente que hay un sentimiento de Dios esculpido en el corazón de los hombres. Y lo que es más, la misma idolatría da suficiente testimonio de ello. Porque bien sabemos qué duro le es al hombre rebajarse para ensalzar y hacer más caso de otros que de sí mismo. Por tanto, cuando prefiere adorar un pedazo de madera o de piedra, antes que ser considerado como hombre que no tiene Dios alguno a quien adorar, claramente se ve que esta impresión tiene una fuerza y vigor maravillosos, puesto que en ninguna manera puede borrarse del entendimiento del hombre. De tal manera que es cosa más fácil destruir las inclinaciones de su naturaleza, como de hecho se destruyen, que pasarse sin religión, porque el hombre, que por su naturaleza es altivo y soberbio, pierde su orgullo y se somete voluntariamente a cosas vilísimas, para de esta manera servir a Dios”[15].
En la comprensión de Calvino sobre el conocimiento de Dios existen dos principios gemelos, a saber, el sensus divinitatis y el semem religiones; el primero es interno y el segundo externo. El sensus divinitatis es aquella disposición natural e innata que da al hombre el conocimiento de que hay un Creador. Se trata de una noción previa, no-proposicional. Dios colocó en la conciencia del hombre Su existencia[16]. No podemos olvidar que para Calvino el sensus divinitatis es conocimiento de hecho y, por lo tanto, hace al hombre responsable por rechazarlo[17].
El semem religiones es el deseo de religión que existe en el corazón humano. Es gemelo del sensus divinitatis, pues surge de este último como un efecto práctico. El semem religiones apunta para la conciencia, en el sentido de testificar que existe un Dios, manifestándose esto en el hecho comprobado de que todas las culturas han desarrollado algún tipo de religión[18].
Otro principio fundamental para Calvino es que el hombre fue creado a la imagen de Dios y, aunque el hombre cayó en pecado, continúa siendo imagen y semejanza de Dios. El pecado tuvo un efecto terrible para el hombre (depravación total), sin embargo, la imagen de Dios en él aún permanece[19].
Ciertamente antes de la caída Adán poseía una comprensión de Dios que hoy el hombre no posee más. Después de la caída su conocimiento en lo que dice relación con la salvación se hizo nulo[20]. El propio Calvino escribe:
“No hay duda de que Adán, al caer de su dignidad, con su apostasía se apartó de Dios. Por lo cual, aun concediendo que la imagen de Dios no quedó por completo borrada y destruida, no obstante se corrompió de tal manera, que no quedó de ella más que una horrible deformidad. Por eso, el principio para recobrar la salvación consiste en la restauración que alcanzamos por Cristo, quien por esta razón es llamado segundo Adán, porque nos devolvió la verdadera integridad”[21].
Y en otro lugar Calvino dice:
“Como quiera que todo el linaje humano quedó corrompido en la persona de Adán, la dignidad y nobleza nuestra, de que hemos hablado, de nada podría servimos, y más bien se convertiría en ignorancia, si Dios no se hubiera hecho nuestro Redentor en la persona de su Hijo unigénito, quien no reconoce ni tiene por obra suya a los hombres viciosos y llenos de pecados. Por tanto, después de haber caído nosotros de la vida a la muerte, de nada nos aprovechará todo el conocimiento de Dios en cuanto Creador, al cual nos hemos ya referido, si a él no se uniese la fe que nos propone a Dios por Padre en Cristo”[22].

Podemos concluir que, según Calvino, los hombres no consiguen comprender correctamente a Dios debido a la falta de luz y a los efectos del pecado, pues éste trajo la pérdida del aspecto ético de la imagen de Dios. El hombre, con su razón entenebrecida y su voluntad pervertida, generó hijos conforme a ese carácter. El pecado afectó a todos los hombres en todos los aspectos. Por lo tanto, su voluntad es “opuesta a la voluntad divina, pues así como hay una grande diferencia entre nosotros y Dios, también debe haber entre depravación y rectitud”[23].




[1] LIMA, Leandro Antonio de. Calvino e Os Efeitos Noéticos do Pecado. Material no publicado. Pág. 5.
[2] Ibid., pág. 2.
[3] Ibid., págs. 2-4.
[4] Ibid.
[5] SPROUL, R.C. Willing to Belive: The Controversy Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 51.
[6] Ibid., pág. 56.
[7] Ibid., pág. 57.
[8] Ibid., pág. 58.
[9] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, II.2.12.
[10] Ibid., II.2.13.
[11] SPROUL, R.C. Willing to Belive: The Controversy Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 110.
[12] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, II.2.18.
[13] Ibid., II.2.19.
[14] Ibid., II.2.20.
[15] Ibid., I.3.1.
[16] JÚNIOR, Jair de Almeida. A Revelação Geral em Calvino. Material no publicado.
[17] Ibid.
[18] Ibid.
[19] COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 211.
[20] Ibid.
[21] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, I.15.4.
[22] Ibid. II.6.1.
[23] Apud. COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 212.

El Nuevo Cántico al Cordero (Apocalipsis 5:9-19)


          
Apocalipsis 5:9-10 registra el Nuevo Cántico al Cordero que es digno de tomar el libro del plan de Dios y de abrirlo. Jesucristo adquirió este derecho en virtud de su muerte expiatoria en la cruz.

La muerte de Cristo es uno de los eventos más importantes en la historia de la redención. En los días actuales las personas no aceptan que Jesús debía morir para salvar a los pecadores y la idea de que se sacrificó para pagar el precio por los pecados es inconcebible. Un Dios bueno, según la opinión de muchos, no podría exigir semejante pago.

La Biblia nos enseña que el hombre está totalmente corrompido por el pecado y que el pecado hace separación entre Dios y el hombre. De ahí la necesidad del sacrificio de Cristo, pues alguien necesitaba satisfacer la justicia de Dios.

La muerte de Jesús por los pecados no es algo absurdo, ya que la Escritura afirma que él murió para cumplir la misión que Dios Padre le entregó: Salvar a los escogidos de Dios por medio de su muerte.

Contexto:

Apocalipsis 5:9-10 es un nuevo cántico al Cordero que es digno de tomar el libro y de abrir sus sellos. Ciertamente este cántico es, como dice el texto, nuevo. A pesar de que esta sea una realidad incuestionable, podemos decir que el contenido de este nuevo cántico expresa varias verdades contenidas en diversos pasajes bíblicos. Veamos cada una de ellas:
(1) La dignidad del Cordero:
Lo primero que podemos ver es que el Cordero es digno, esto es, Él es merecedor del derecho de tomar el libro y de abrirle los sellos. Este merecimiento apunta para su obra en la cruz del calvario. Fue allí donde Cristo satisfizo la justicia del Padre, fue allí donde él conquistó esta dignidad. En 1 P. 1:18-21 leemos:  “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (itálico mío).
La obra de Cristo en la cruz del calvario ya había sido anunciada en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en Isaías 53:7 leemos: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (itálico mío). La obra de Cristo como el Cordero digno, esto es, sin defecto, sin mácula, ya estaba determinada en la ley de Dios, especialmente en la institución de la pascua (Ex.12:5). Juan el Bautista utilizó la frase “cordero de Dios” para referirse a Jesús (Jn. 1:29, 36). La figura de un cordero sacrificado, tan repetida en el Antiguo Testamento, apuntaba para Jesús. Esto queda evidente en el Nuevo Testamento (1 P. 2:24). El propio Pablo dice: “… porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Co. 5:7). En el libro de Apocalipsis tenemos unas 28 referencias a Cristo como el Cordero[1].
Como podemos ver, la dignidad del Cordero se relaciona con lo que Cristo hizo, con su obra. La obra de Cristo se encuentra registrada en tantas partes de la Escritura que escaparía al objetivo de este post el citar cada una de ellas.
(2) La redención conquistada por el Cordero:
Una segunda verdad bíblica registrada en nuestro texto es la redención conquistada por el Cordero: “…porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (v.9c). La redención que el Cordero efectuó fue el acto de libertar o rescatar mediante el pago de un precio. Dios ya había dicho a Israel: “Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes” (Éx. 6:6).
En el Antiguo Testamento, la idea de redención apunta tanto para el rescate (o pago) cuanto para el acto libertador. Como vemos, el acto de liberación que Dios operó para con Israel de la esclavitud de Egipto siempre fue recordado como un acto redentor de Dios (Éx.15:13). En muchos textos del Antiguo Testamento se repite la frase “Redentor de Israel” (e.g. Is. 41:14; 43:14; 44:6).
En el Nuevo Testamento, también encontramos esta connotación (cfr. Mt. 20:28; Mr. 10:45). Jesucristo es el Redentor, Aquel que dio su vida en rescate por todos (1 Ti. 2:6; Gl. 3:13).
Vemos que existen varios pasajes en la Escritura que hablan sobre la redención. Unos apuntan para el acto de redimir y otros para la persona del redentor. Claramente se ve aquí lo que Jesucristo hizo: compró a los escogidos de Dios para Dios. Él pagó el rescate, él los libró de la ira de Dios[2].
 (3) El establecimiento de un reino universal por el Cordero:
Una tercera verdad que fluye de nuestro texto es la idea de Reino: “… y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes…” (v. 10a). Anthony Hoekema dice en su libro La Biblia y el Futuro que el Reino de Dios es el tema central de la predicación de Jesús y, en consecuencia, de la predicación y enseñanza de los apóstoles[3]. El mismo autor nos dice que siempre debemos mirar para el reino de Dios como una realidad relacionada de forma indivisible con la persona de Jesucristo[4]. De esa forma podemos ver que la victoria del Cordero digno constituyó un reino y eso es motivo de loor en el cielo.
Es bien sabido que la expresión reino de Dios no aparece en el Antiguo Testamento, sin embargo, la figura de Dios como un rey aparece en diversos textos (e.g. Sal. 10:16; 47:2; Is. 33:22; 44:6). Dios es llamado de “Señor de los señores” (Sal. 136:3), David lo llama de “Rey mío y Dios mío” (Sal. 5:2). Luego del cautiverio, la esperanza de Israel se fundamentaba en la restauración del reino (Is. 11:1). Se esperaba la llegada del Mesías que traería la gloria a ese reino (Jer. 23:5).
En el Nuevo Testamento vemos que la predicación de Juan comienza con: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). El Señor Jesucristo continuó predicando el mensaje de Juan (Mr. 1:14; Lc. 8:10; 9:11)[5].
Este reino debe ser entendido como el gobierno de Dios en la historia humana a través de Jesucristo y cuyo objetivo es la redención del pueblo de Dios del pecado buscando el establecimiento final de los nuevos cielos y la nueva tierra[6].
(4) El establecimiento de un sacerdocio universal por el Cordero:
Una cuarta propuesta de nuestro texto es la constitución de un sacerdocio para Dios “… y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes” (v. 10a). Ya en Éxodo 19:6 tenemos una referencia a esta verdad. Dios hablando con Moisés en el Sinaí dijo: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes…”. Fue el propósito de Dios que su pueblo fuese un reino de sacerdotes, esto es, un grupo de personas que se encargasen de dirigir el culto a Dios y que le sirviesen. Ciertamente Dios estableció en el Antiguo Testamento un grupo especial, una tribu determinada, a saber, la tribu de Leví (Éx. 28:1; 30:26-30). En el Nuevo Testamento el sacerdocio adquiere una forma diferente. La carta a los Hebreos resalta el papel de Cristo como el Sumo Sacerdote. Para cumplir esta función el Hijo tuvo que encarnarse (Hb. 2:17). En Apocalipsis el Cordero digno cumple la promesa de Dios en Éxodo 19:6. Cristo hace de cada creyente un sacerdote para Él (Ap. 1:6; 5:10; 20:6)[7].
Comentario:
Primeramente daremos unas breves reflexiones sobre el contexto próximo para, posteriormente, comentar el texto de Apocalipsis 5:9-10.
El capítulo 5 de Apocalipsis corresponde a la tercera división del libro que va desde 4:1 hasta el final del libro. En el capítulo 4, Juan ve la adoración celestial al Padre por ser el Creador de todo lo que existe. Los seres vivientes proclaman: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (4:8). Luego los veinticuatro ancianos adoran a Dios diciendo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (4:11).
El capítulo 5 comienza con la visión de Dios sentado en el trono con un libro en la mano. Este libro está escrito por dentro y por fuera y, también, se encuentra sellado con siete sellos (5:1). Luego vemos que un ángel proclama en alta voz: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” (5:2). Juan dice en el versículo 3: “Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo”. Esto provocó profunda tristeza en Juan (5:4), pero uno de los ancianos le dijo que no llorara pues “…He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (5:5). En ese momento Juan dice que vio en medio del trono y de los cuatro seres vivientes y entre los ancianos “…un Cordero como inmolado” (5:6). Luego ve que el Cordero tomó el libro de la mano derecha de Dios (5:7) y cuando esto sucedió “… los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (5:8).
En este punto llegamos a nuestro texto que comienza diciendo que los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos “y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.
 I. El Nuevo Cántico al Cordero (v.9a):
Kistemaker dice que este es el primero de los tres himnos que exaltan al Cordero por su obra redentora en la cruz del calvario[1]. Los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos alaban al Cordero por su obra redentora[2], algo que es evidente de la simple lectura del texto.
El texto dice que los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos “cantaban un nuevo cántico” (v.9a). David Aune dice que la expresión nuevo cántico ocurre solamente dos veces en Apocalipsis: aquí y en 14:3. La expresión nuevo cántico simplemente se refiere a una nueva composición con el propósito de celebrar un evento especial[3]. Kistemaker dice que el adjetivo nuevo sugiere que lo nuevo ha salido de lo antiguo como una entidad separada[4], apuntando así para la realización del plan de Dios. Leon Morris dice que en el Nuevo Testamento la palabra ᾠδὴν siempre es usada para referirse a cánticos sagrados[5]. Podemos decir entonces que los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos proclaman un nuevo cántico sagrado, ya que están celebrando un evento especial en la historia de la redención, a saber, el sacrificio expiatorio del Cordero. Este cántico es nuevo en el sentido de ser el evento de la historia, algo sin precedentes[6].
II. El contenido del Nuevo Cántico: La dignidad del Cordero (v.9b)
El nuevo cántico entonado por los cuatro seres vivientes y por los veinticuatro ancianos dice: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos…”. El Cordero es digno de tomar el libro y de abrirlo y esta dignidad deriva de su sacrificio voluntario en la cruz[7]. David Aune dice que tres himnos en Apocalipsis comienzan con el adjetivo ἄξιος “digno” (4:11; 5:9, 12) y todos están en la sección que va desde el 4:1 hasta el 5:14[8]. El himno de 5:9-10 va dirigido al Cordero, por eso ha sido designado como el cántico del Cordero[9]. Esta dignidad le permite “tomar el libro y de abrir sus sellos”. La pregunta que inmediatamente surge es: ¿Qué es este libro? ¿Cuál es su contenido? En 5:1 leemos que este libro estaba en la mano de Dios y que estaba escrito por dentro y por fuera. Con esto en mente, podemos decir que se trata de un rollo y no de un libro como entendemos en nuestros días, pues en tiempos bíblicos el libro era un rollo y no un códice, cuyo uso comenzó a partir del II siglo. Kistemaker dice que el hecho de que el libro estuviese escrito por dentro y por fuera apunta para la abundancia del mensaje contenido en él[10]. Con respecto al contenido podemos afirmar las siguientes cosas: (1) El rollo estaba en la mano de Dios, señalando su autoría divina; (2) El libro estaba escrito por dentro y por fuera, por lo tanto, estaba completo, nada podía ser adicionado ni quitado; y (3) Solamente la abertura de los sellos en el capítulo 6 revela el contenido del libro. Teniendo esto presente, podemos decir que el libro contiene el plan de Dios para todos los tiempos, desde el principio hasta el fin[11]. Una buena pregunta sería: ¿Por qué el libro estaba sellado? Kistemaker dice que eso es símbolo que apunta para dos sentidos. Primeramente, el libro esta escrito por completo, o sea, el plan completo de Dios está escrito y determinado. En segundo lugar, el libro está sellado, o sea, lo que está escrito es inmutable y permanecerá así hasta el final. Además, se nos dice que está sellado con siete sellos, señalando con eso la idea de totalidad[12].
El Cordero es digno de tomar el libro del plan de Dios en sus manos y de abrir los sellos que desatarán los eventos finales del plan de Dios. Este libro está completo, nada le falta y nada puede ser adicionado. El hecho de que el libro posee siete sellos confirma esta posición, pues el número siete en la Biblia representa totalidad. Solamente el Cordero es digno de tomar el libro y de abrirlo. Él conquistó este derecho por su obra expiatoria.
III. El Contenido del Nuevo Cántico: La causa de la dignidad del Cordero (v.9c)
Luego de adorar al Cordero por su dignidad, el propio cántico nos dice el porqué de esta dignidad: “porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios…”. La conjunción ὅτι introduce una nueva cláusula que nos presenta el motivo de la dignidad del Cordero. En este sentido, se enfatizan dos verbos, expresados en aoristo, que apuntan para la muerte del Cordero y los efectos salvíficos de su muerte[13]: El verbo ἐσφάγης (fuiste inmolado) y el verbo ἠγόρασας (nos has redimido).
El primer verbo ἐσφάγης es usado en relación a la ejecución de Jesús solamente aquí en Apocalipsis. El uso de este verbo es importante, pues acentúa la falta de misericordia y el uso excesivo de violencia. Como ya dijimos en la traducción del texto, el término se relaciona con una muerte sacrificial, una muerte en substitución por otros. Como dice Kistemaker, la muerte de Cristo no fue accidental ni fue una tragedia inevitable. Él se entregó voluntariamente para pagar el precio del castigo por el pecado, para satisfacer la justicia de Dios, para efectuar la reconciliación y para restaurar Su pueblo en una verdadera comunión con Dios[14]. Es por causa de este sacrificio que Cristo es digno de tomar de la mano de Dios el rollo y de abrirle los sellos y, así, hacer realidad su contenido[15].
El segundo verbo ἠγόρασας literalmente significa comprar y es usado aquí y en 14:3 en sentido figurado, a saber: causar liberación de alguien mediante el pago de un precio[16]. Jesucristo satisfizo la justicia de Dios con su muerte en el calvario. El castigo que Dios había establecido para Adán y su descendencia fue eliminado por Cristo. Este verbo también apunta para un hecho determinado: Cristo compró de una vez  y para siempre mediante su obra en la cruz a los escogidos del Padre. El uso del aoristo indica claramente eso[17].
IV. El Contenido del Nuevo Cántico: Los favorecidos con la obra del Cordero (v.9d)
Ya conociendo el motivo de la dignidad del Cordero, tal como es expresado en el texto, el nuevo cántico habla sobre los favorecidos con la obra del Cordero, a saber: “…de todo linaje y lengua y pueblo y nación”. Esta lista de cuatro unidades étnicas enfatiza universalidad[18]. Kistemaker nota que esta expresión “linaje y lengua y pueblo y nación” aparece con ciertas variaciones en varias partes de Apocalipsis (7:9; 10:11; 11:9; 13:7; 14:6; 17:15). Según este autor la palabra linaje transmite la idea de descendencia (en términos de nexos físicos). La palabra lengua tiene una connotación más amplia, pues señala una comunicación lingüística. La palabra pueblo se refiere a un grupo étnico de descendencia común. Y la palabra nación se refiere a una entidad política con límites geográficos propios. El mismo autor dice que debido a que esta expresión es usada con tanta frecuencia en Apocalipsis, debe ser interpretada como una expresión de amplitud[19]. El Cordero fue inmolado para comprar para Dios hombres y mujeres de todo lugar. Claramente esta expresión es una indicación de la universalidad de la iglesia y, con este propósito, Juan acumula estos términos para así dar un mayor impacto[20].
V. El contenido del Nuevo Cántico: Los resultados de la obra del Cordero (v.10)
Habiendo dicho que el nuevo cántico habla sobre los favorecidos con la obra expiatoria del Cordero, ahora se refiere a los resultados de esta obra “… y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”. Kistemaker comentando este versículo dice que existe un paralelo entre 5:10, 1:6 y 20:6[21]. Leon Morris dice que aquí, por segunda vez en este cántico, se nos recuerda que los redimidos pertenecen al Señor[22]. Por su parte, Aune dice que el pueblo de Dios disfruta de dos privilegios: (1) Ellos constituyen un reino; (2) Ellos son sacerdotes. El mismo autor dice que el sustantivo plural ἱερεῖς (sacerdotes) puede ser nominativo o acusativo, pero aquí debe ser usado como acusativo ayudando así a entender la ambigüedad de la frase βασιλείαν ἱερεῖς (un reino, sacerdotes) de 1:6 como refiriéndose a dos privilegios en vez de sólo uno[23]. Vemos claramente en este texto el cumplimiento, en Cristo, de lo que fue prometido a Israel en el Sinaí (Éx. 19:6). Los creyentes, como cuerpo, constituyen un reino e individualmente son sacerdotes para Dios. Ambos términos tienen un significado activo. Como reino “ellos reinarán” y como sacerdotes “ellos sirven” a Dios[24]. Según Kistemaker, el texto expresa las siguientes verdades: Los redimidos son insertados en el reino de Dios, son hechos sacerdotes y reciben el privilegio de gobernar como reyes. El mismo autor dice que el texto afirma que ya son sacerdotes y que están en el reino ahora y que, ciertamente, lo estarán en el futuro[25].
Los resultados de la obra del Cordero son sublimes. Él constituyó para Dios un reino e hizo de cada creyente un sacerdote. Además, no sólo tiene resultados para el presente, pues los creyentes reinarán sobre la tierra. Este reinado de los santos debe ser entendido como su participación en el reino de Dios. Esta participación en el reino es un énfasis de la literatura apocalíptica[26]. Este reinado apunta también para la vindicación y triunfo final de los santos que han sufrido durante años por causa de la persecución. No se dice cómo ellos reinarán ni cuándo. Sin embargo, es clara la afirmación de que ellos verdaderamente reinarán, o sea, participarán del dominio soberano de Dios sobre la tierra[27].

Conclusión:
En este post presentamos un breve estudio de Apocalipsis 5:9-10. Vimos que el texto es un cántico de adoración a Cristo, quien es digno de abrir el libro del plan de Dios. Esta dignidad fue conquistada por su sacrificio voluntario en la cruz del calvario.
Jesucristo nos redime con su sangre y de esta forma pasamos a formar parte de su reino y somos constituidos sacerdotes. Estos privilegios son, claramente, inmerecidos. De allí que la alabanza sea dirigida únicamente a Él. Jesucristo venció, conquistó para nosotros lo que nos era imposible conquistar.
Cuando no se encontró a nadie en los cielos y en la tierra que fuese digno de abrir el libro, Juan lloró mucho. Pero cuando recibió la información de que había Alguien que era digno, su llanto cesó. Esto es lo que Apocalipsis 5:9-10 quiere comunicar: La victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal es real. Él venció y constituyó un reino de sacerdotes que reinarán juntamente con él en los nuevos cielos y en la nueva tierra. 
La iglesia del Señor hoy necesita oír este mensaje, pues vivimos en tiempos difíciles y ciertamente las cosas van empeorar. Sabemos que cada vez será más y más difícil mantenerse firme, sabemos que la oposición aumentará. Por lo tanto, la enseñanza de la Escritura sobre la victoria de Cristo es fuente de valor y consuelo. Sin importar cuan complicado sea el porvenir, podemos descansar confiados en que Jesucristo, el Cordero de Dios, nos asegura la victoria. ¡A su nombre sea la gloria! 




[1] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 236.
[2] MOUNCE, Robert H.: The Book of Revelation. Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1997 (The New International Commentary on the New Testament), pág. 135.
[3] Ibid.
[4] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 236.
[5] MORRIS, Leon: Revelation: An Introduction and Commentary. Downer Grove, IL: InterVarsity Press, 1987, (Tyndale New Testament Commentaries 20), pág. 99.
[6] LENSKI. R.C.H.: The Interpretation of St. John´s Revelation. Columbus, O.: Lutheran Book Concern, 1935, pág. 205.
[7] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 237.
[8] AUNE, David E.: Word Biblical Commentary: Revelation 1-5:14. Dallas: Word, Incorporated, 2002 (Word Biblical Commentary 52A), pág. 360.
[9] Ibid.
[10] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 226.
[11] Ibid., pág. 228.
[12] Ibid., pág. 229.
[13] AUNE, David E.: Word Biblical Commentary: Revelation 1-5:14. Dallas: Word, Incorporated, 2002 (Word Biblical Commentary 52A), pág. 361.
[14] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 237.
[15] Ibid.
[16] AUNE, David E.: Word Biblical Commentary: Revelation 1-5:14. Dallas: Word, Incorporated, 2002 (Word Biblical Commentary 52A), pág. 361.
[17] MORRIS, Leon: Revelation: An Introduction and Commentary. Downer Grove, IL: InterVarsity Press, 1987, (Tyndale New Testament Commentaries 20), pág. 100.
[18] AUNE, David E.: Word Biblical Commentary: Revelation 1-5:14. Dallas: Word, Incorporated, 2002 (Word Biblical Commentary 52A), pág. 361.
[19] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 237.
[20] MOUNCE, Robert H.: The Book of Revelation. Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1997 (The New International Commentary on the New Testament), pág. 136.
[21] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 238.
[22] MORRIS, Leon: Revelation: An Introduction and Commentary. Downer Grove, IL: InterVarsity Press, 1987, (Tyndale New Testament Commentaries 20), pág. 101.
[23] AUNE, David E.: Word Biblical Commentary: Revelation 1-5:14. Dallas: Word, Incorporated, 2002 (Word Biblical Commentary 52A), pág. 362.
[24] MOUNCE, Robert H.: The Book of Revelation. Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1997 (The New International Commentary on the New Testament), pág. 136.
[25] KISTEMAKER, Simon J.: Comentario al Nuevo Testamento: Apocalipsis. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004, pág. 238.
[26] AUNE, David E.: Word Biblical Commentary: Revelation 1-5:14. Dallas: Word, Incorporated, 2002 (Word Biblical Commentary 52A), pág. 362.
[27] MORRIS, Leon: Revelation: An Introduction and Commentary. Downer Grove, IL: InterVarsity Press, 1987, (Tyndale New Testament Commentaries 20), pág. 101.