jueves, 20 de diciembre de 2012

Sed de Dios: Reflexiones sobre la Espiritualidad


El Salmo 42 comienza con la siguiente frase: “Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo…” (v.1-2a). La oración de este salmo describe la experiencia espiritual de millones de creyentes de todas las épocas y lugares. Muchas veces nuestra alma siente sed de Dios, desea estar en Su presencia y disfrutar de una íntima comunión. Sin embargo, el panorama a veces es desolador. La tristeza, la amargura, la frustración, el temor y el dolor, toman cuenta del creyente y lo sumergen en las profundas aguas de la desesperación. En esas condiciones el clamor por Dios es más intenso y estar cerca del Señor se transforma en una necesidad de extrema urgencia.

No debe sorprendernos, entonces, que tantas personas busquen una experiencia más intensa con Dios. Personas que frecuentan la iglesia, pero que están cansadas con los meros formalismos y que sienten un vacío que necesita ser llenado de alguna forma, buscan aproximarse a Dios y, para ello, organizan diversas actividades sean éstas retiros espirituales, reuniones de oración, discipulados, días de testimonios, etc.  Este clamor y necesidad debe ser percibido por el liderazgo de la iglesia. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué existe esta necesidad? ¿Hay algo que no estamos ofreciendo? Son preguntas que los líderes se deberían formular cuando este tipo de inquietud está surgiendo dentro de la congregación.

Una reacción inadecuada puede ver a estos grupos como potenciales “clanes separatistas”. ¿Será que ellos quieren formar una iglesia dentro de la iglesia? ¿Se tratará de un grupo con tendencias carismáticas? Son preguntas válidas que el liderazgo se debe hacer frente a situaciones como estas. Sin embargo, me gustaría proponer una aproximación diferente.

Un Clamor, Una Necesidad

Cuando vemos movimientos así en la iglesia lo primero que debemos preguntar es: ¿Cuál es la necesidad esencial de este grupo? Se puede tratar de personas heridas, que han pasado por diversas experiencias, tanto dentro de la iglesia como fuera de ella, que las han llevado a sentir una profunda carencia de relaciones. Ellas quieren sentirse amados y quieren amar sin temor de que los defrauden. También se puede tratar de personas que perciben una aridez en la enseñanza bíblica y que no sienten que una clase bíblica llene su necesidad de Dios. En el primer caso, tenemos personas con una gran necesidad de acompañamiento y, en el segundo, personas con una mala comprensión de la importancia de la Biblia para un desarrollo espiritual sano. Veremos cada uno de estos casos de forma separada.

Las Ovejas Heridas y Su Cura

Las Escrituras presentan a los creyentes como ovejas. Este animal es mencionado en reiteradas oportunidades en toda la Biblia. Se trata de un animal doméstico por excelencia que se adapta bastante bien a lugares semiáridos. Es un animal muy manso y no posee ningún dispositivo de defensa.

Por este motivo, la Biblia usa la figura de la oveja para describir al creyente en el sentido de que es muy fácil que éste sea víctima del mal. La oveja es un animal distraído que se aparta muy fácilmente del rebaño. He aquí la necesidad que tiene el pastor de estar atento en todo tiempo.

Una oveja herida requiere mayor cuidado y dedicación, pues si por naturaleza es frágil y más encima se encuentra herida, necesita de los curativos del pastor e, incluso, requerirá ser cargada hasta que consiga seguir adelante por sus propios medios.

Debemos reconocer que todos los creyentes somos como las ovejas, es decir, somos frágiles, indefensos, distraídos y absolutamente dependientes del Supremo Pastor. También, no podemos olvidar que muchos creyentes están heridos y requieren de cuidado especial para ser sanados y que otros pueden necesitar que los llevemos sobre nuestros hombros durante algún tiempo hasta que se valgan por sí mismos.

¿Por qué un creyente puede estar herido? Varios son los motivos y aquí sólo mencionaré dos.

a) Por causa del pecado:

La Biblia utiliza varias palabras que son traducidas por el término pecado. El sentido del término siempre apunta para “fallar” o “errar”. Sin querer entrar en los pormenores y consecuencias que el pecado produce, sí debemos decir que él siempre genera destrucción y muerte (Ro. 6:23).

Sabemos que los vestigios del pecado permanecerán mientras vivamos y que los deseos pecaminosos que están en nuestra naturaleza caída siempre estarán en actividad. Esto nos debe llevar a ser vigilantes, sabiendo que la tentación está aguardando para inducirnos a desviarnos de los caminos del Señor.

Cuando un creyente peca y no se arrepiente, sufre. El salmista dice: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” (Sl. 32:3). El silencio doloroso que David describe no dice relación con una falta de conocimiento del acto pecaminoso cometido, sino que está diciendo que no quiso, conscientemente, confesar su rebelión. David dice que la falta de confesión llevó a que sus huesos se envejecieran, es decir, sufrió una especie de reacción psicosomática. Algunos comentaristas discuten esto en el sentido de que un salmo es poesía, género literario donde uno de los elementos esenciales es el uso de lenguaje figurado. Sin embargo, podemos decir sin temor a errar que el salmista se sintió espiritualmente débil, seco y que sufrió mucho, hasta el punto de llegar a “gemir”.

No cabe duda que el pecado no confesado produce eso en la vida de los cristianos. Es una dura carga que cansa, que agota, que hastía. El pecado produce tristeza, pues roba la alegría que el creyente disfruta en Cristo Jesús.

b) Por causa de los pecados de otros:

Cuando digo que un creyente puede ser herido por causa del pecado de otros me estoy refiriendo no sólo a quienes ofenden a un hermano causándole un daño grave, sino también a aquellas conductas pecaminosas que han provocado profundos dolores en el corazón de otros creyentes. Dentro de éstas últimas tenemos: desprecio, despreocupación, abandono, indiferencia, falta de reconocimiento, etc. Un creyente que ha sufrido este tipo de abusos pecaminosos por parte de sus hermanos, o de sus líderes, sufre mucho. Son innumerables las personas que han abandonado las iglesias decepcionados de los cristianos.

Estos dos grupos de personas necesitan ser pastoreadas. En el caso de aquellos que han pecado y no se han arrepentido, deben ser llevados a la confesión y al arrepentimiento (Lv. 5:5; Nm. 5:6-7). La confesión es la condición para recibir el perdón y es a ello que estas personas deben ser conducidas (Pr. 28:13). ¿Cómo hacerlo? Pues, decirle a una persona que está sufriendo las consecuencias de su pecado y que debe arrepentirse es una dura tarea. El primer paso es exponer a esa persona su pecado, sea cual sea. Si se trata de orgullo, debemos abrir sus ojos para que entienda que eso la está destruyendo. Si se trata de la mentira, también debemos decirle que eso la está matando y así con cualquier otro pecado. En este proceso es importante mostrar que hay bienaventuranza en la confesión (Sl. 32:1-2) y que alcanzar el perdón es posible (1 Jn. 1:9). Además, es necesario que el líder se muestre amoroso y humilde. No debe mostrarse como uno que está sobre todas las personas para indicar cada una de sus faltas, sino como uno que también lucha contra el pecado todos los días. La humildad, la comprensión y el verdadero amor, son indispensables para ejercer esta función ministerial. Siempre el líder debe presentarse como uno que ha sido enviado por el Señor con el fin de que los hombres se vuelvan de sus pecados y que se rindan a los pies de Jesucristo. Si es necesario debemos suplicar que lo hagan (2 Co. 5:20).

Con respecto a los decepcionados, la tarea puede ser un poco más prolongada, ya que estas personas necesitan ser restauradas. La restauración es un proceso que lleva tiempo. Es necesario trabajar con paciencia y delicadeza, puesto que cualquier error puede provocar un daño aún mayor.

Tanto en las tareas de exposición de pecados y en la de restauración es necesario que tengamos presente los siguientes elementos: intimidad, instrucción, orientación, consuelo, protección e intercesión. Veamos brevemente cada uno de ellos.

(1) Intimidad: Este elemento dice relación con el conocimiento que se debe tener de la persona afectada. Jesucristo afirmó que él conoce a sus ovejas y que las ovejas lo conocen (Jn. 10:11-15). Existe una relación que va más allá de frecuentar una misma iglesia y de verse domingo tras domingo. Es aproximarse y escuchar, es estar presente, es invertir tiempo con esa persona con la finalidad de poder ayudarla.

(2) Instrucción: El libro de Hechos registra que los apóstoles enseñaban la Biblia en el Templo y de casa en casa (Hch. 2:46; 20:20; 2 Ti. 2:2). Es imposible realizar la obra de exposición de pecados y de restauración sin instrucción bíblica. De nada sirve sólo oír, pues únicamente el Señor es quien, por medio de Su Palabra, puede convencer a alguien de su pecado y restaurar un corazón que está profundamente herido.

(3) Orientación: Es necesario estar presente en aquellos momentos de preocupación, dolor, tristeza y desilusión. Este elemento procura dar una palabra adecuada y un consejo bíblico para solucionar la situación. La orientación o consejería se realiza mediante la exposición de la Escritura, la cual es suficiente para llenar todas las áreas carentes de nuestra vida (2 Ti 3:16-17).

(4) Consuelo: El consuelo que se da a aquellos que sufren es de gran importancia (2 Co. 1:3-7). No debemos olvidar que somos instrumentos en las manos del Espíritu Santo para ofrecer esperanza a aquellos que han caído y para aquellos que están bajo profundo sufrimiento. Una buena doctrina concede esperanza y consuelo, no debemos fallar en ofrecer la verdad en amor.

(5) Protección: Jesús, como el Buen Pastor, cuida a sus ovejas (Jn. 10). Él guía a sus ovejas y ellas lo siguen. Por lo tanto, nuestro trabajo es enseñar a las ovejas a seguir a Cristo, por medio del estudio de las Escrituras (sólo así lo conocerán y lo seguirán).

(6) Intercesión: Finalmente, la oración por aquellos que han caído y por aquellos que están heridos es fundamental. La cura no viene de nosotros, ya que solamente Dios tiene el poder para restaurar las almas. La oración por las ovejas no puede ser olvidada (cf. Stg. 5:13-18).
  
La Biblia y el crecimiento espiritual

Como mencioné anteriormente, las personas están sedientas por tener intimidad con Dios. Sin embargo, son pocas las que procuran que esta búsqueda por intimidad se encuadre en los moldes que Dios estableció en Su bendita Palabra.

¿Cómo alcanzamos esa tan anhelada intimidad espiritual con el Señor? Lo primero que debemos hacer es reconocer que necesitamos mayor intimidad con el Señor. “Si alguno tiene sed –dijo Jesucristo– venga a mí y beba” (Jn. 7:37). El primer paso es admitir la profunda necesidad que tenemos: queremos estar cerca de Él, queremos sentir Su presencia. Debemos reconocer que necesitamos al Señor y que desesperadamente tenemos urgencia de la plenitud de Su Espíritu. El segundo paso es orar por la plenitud del Espíritu y el Señor, que es el dador de todas las cosas, lo concederá (cf. Lc 11:13). Finalmente, es menester reformar nuestra conducta. El Espíritu es dado a aquellos que se someten al Señor (Hch. 5:32; Sl. 143:10). La reforma diaria es de extrema importancia para que conozcamos y nos deleitemos en la voluntad del Señor (Ro. 12:1-2).

El camino para la verdadera intimidad con Dios siempre pasa por la Biblia. La Fe se genera por oír la Palabra de Dios (Ro. 10:17).

No te engañes, nada fuera de la Palabra te puede llevar a estar más cerca del Señor. Si tu alma tiene sed de Dios y si sientes deseos de experimentarle más intensamente, ve a la Biblia, estudia la Biblia y deléitate en la Biblia. Allí hallarás al Señor.

Si hay un clamor por experimentar la presencia de Dios, si hay un grupo en la iglesia que desea más de Él, seamos sensibles y sirvamos de instrumentos para que otros sacien su sed en Aquel que es el agua viva.

martes, 4 de diciembre de 2012

¿A quién buscas? (Juan 20:11-18)


Hace algún tiempo atrás leí un reportaje que decía que actualmente los jóvenes norteamericanos están cada vez menos interesados en asistir a la iglesia o en tener cualquier tipo de relación con alguna religión. Un profesor de la prestigiosa universidad de Harvard dijo que este fenómeno es un “gran cambio”. Este “gran cambio” comenzó en los años 90 y tiene repercusiones hasta el día de hoy. Un dato interesante de esta investigación es que si bien es cierto que los jóvenes no tienen iglesias, ellos no son necesariamente ateos. La investigación afirma que estos jóvenes, que no frecuentan ninguna iglesia, “tienen las mismas actitudes y valores que las personas que van a la iglesia, sin embargo, ellos crecieron en un período donde ser religioso es considerado la misma cosa que ser un conservador en política, especialmente en lo que dice relación con temas sociales”.

¡Qué triste es la visión de estos jóvenes sobre la iglesia de Cristo! Y no crean que ese es el modo de pensar de los norteamericanos solamente, ya que en Chile y en otras partes del mundo, la iglesia es vista de la misma forma.

Lo que más me asombra cuando leo ese tipo de artículos es el hecho de que las personas que opinan sobre la iglesia manifiestan un total desconocimiento de lo que es la iglesia. Ellas piensan en la iglesia en una forma que no es correcta ni saludable. Ellos conciben la iglesia en términos de una simple institución humana y que nada fuera de este mundo ocurre en ella.

No podemos negar que muchas de las críticas levantadas contra la iglesia obedecen a nuestros propios errores. Nuestra hipocresía, nuestras mentiras, nuestro mal comportamiento como cristianos son, muchas veces, grandes factores que motivan tantas y tantas palabras duras contra la iglesia del Señor.

Me gustaría que pienses en tu vida y respondas: ¿Por qué vas a la iglesia? O, mejor dicho, ¿qué es lo que buscas en la iglesia?

Esa fue la pregunta que Jesús hizo para una mujer llamada María Magdalena: ¿A quién buscas?

María Magdalena:

¿Quién fue María Magdalena? Existen muchas nociones equivocadas sobre esta mujer. El problema es que esas ideas erradas son, en la cabeza de muchas personas, verdades. Muchos dicen que María Magdalena era una mujer promiscua, que llevaba una vida libertina. Durante la Edad Media se dijo que era hija de padres nobles y que poseía una gran fortuna. Ella se habría entregado a los placeres mundanos hasta el día de su conversión. Un claro ejemplo de esas ideas erradas sobre esta mujer fue la infame película de Martin Scorsese, que presentó a María Magdalena como una tentación sexual para Jesús.

El error fundamental de todas estas ideas extrañas sobre esta mujer es que ellas no tienen base en la realidad, no tienen verdadero fundamento histórico. La Biblia nunca dice que María Magdalena fue una mujer promiscua, solamente se limita a decir que en la hora de su conversión salieron siete demonios de ella (Lc. 8:2). Luego de ser libertada de los demonios, ella servía a Jesús (Lc. 8:3). Según el relato de Juan sabemos que ella estaba a los pies de la cruz (Jn. 19:25). Según Mateo, ella estuvo en el entierro de Jesús (Mt. 27:61). Más que eso, nada sabemos.

Lo que sí podemos decir con toda convicción es que esta mujer amaba a Jesús con todo su corazón. Esto lo vemos claramente por lo que ella hizo después que Jesús murió. En el capítulo 20 del Evangelio de Juan, en el verso 1 dice: “El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro”. Como era costumbre para los judíos, María Magdalena y un grupo de mujeres fueron a terminar la preparación del cuerpo para la sepultura, lo que no habían podido hacer antes, pues Jesús murió un viernes, esto es, en el día de la preparación para el Sábado, que era el día sagrado para los judíos. Cuando ella llegó al sepulcro encontró la piedra removida. Acto seguido, ella corrió donde estaban los discípulos y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20:3). Pedro y Juan corrieron al sepulcro, miraron y volvieron para casa. Pero María Magdalena permaneció junto a la entrada del sepulcro llorando. Ahora ella no llora por la muerte de Jesús, llora porque el cuerpo de su maestro desapareció.

Muchas personas han perdido seres queridos sin que sus cuerpos sean hallados. Estas personas dicen que además del dolor de saber que están muertos, existe un dolor más grande por no saber dónde está el cuerpo. No tengo dudas que el dolor de María Magdalena se debía a esto. Ella quería lavar el cuerpo de Jesús, quería cumplir con todas las formalidades típicas de un entierro judío, pero el cuerpo no estaba… el dolor era más intenso ahora.

¿Por qué lloras?

Mientras lloraba, María Magdalena miró otra vez para el sepulcro y vio dos ángeles en el lugar donde Jesús fue enterrado. Ellos le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?” (v.13).  La respuesta nos parece obvia. María Magdalena estaba llorando porque hace pocos días ella había visto a su maestro morir y, ahora, no sabía dónde estaba su cuerpo. Ella responde: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (v.13). El texto dice que una vez que María Magdalena dijo esto, se volvió y vio a Jesús en pie, pero no lo reconoció. Jesús la mira y le pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras?” (v.15). Esa es una buena pregunta. ¿A quién estaba buscando María Magdalena? La respuesta obvia es que ella estaba buscando a Jesús. Ella fue al sepulcro esperando encontrar su cuerpo, en la esperanza de prepararlo para la sepultura. Sin embargo, el cuerpo había desaparecido. Ella quería saber dónde estaba el cuerpo. Ahora, si somos más perspicaces, entenderíamos que María estaba buscando a un muerto. Ella no estaba buscando a Jesús entre los vivos, ella estaba buscando entre los muertos.

María estaba buscando a Jesús en el lugar equivocado. Lucas dice que los ángeles le dijeron a las mujeres que fueron al sepulcro “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc. 24:5).

En ese momento María confunde a Jesús con el jardinero y le dice: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (v.15). Donald Grey Barnhouse, fallecido pastor de la Tenth Presbyterian Church de Philadelphia, escribió lo siguiente sobre este pasaje:

“[María Magdalena] aún estaba pensando en términos de un cadáver. Había llorado durante tres días y tres noches y su corazón estaba vacío… Había pasado por una angustia indescriptible y había estado despierta durante muchas horas. Había ido a la tumba tres veces y dos veces de vuelta a la cuidad. [Ahora] ella se ofrecía a cargar todo el peso del cuerpo muerto de un hombre, más el peso de cerca de cien libras de especias aromáticas… María se estaba ofreciendo, sin pensar, a cargar todo el peso de un cadáver, de un saco de ungüentos, lo que para hombres fuertes sería imposible cargar… Aquí está el amor, ofreciéndose a hacer lo imposible, como el amor siempre hace”.

¿A quién buscas?

En eso estaba pensando María cuando Jesús la consuela con su presencia viva. Jesús cuando preguntó “¿a quién buscas?” expuso todos los miedos de una mujer triste.

Más de 2000 años después esa pregunta aún sonda nuestros corazones. ¿A quién buscas? ¿Buscas al amor de tu vida? ¿Buscas a un Señor? ¿Buscas a un Salvador? Jesús es todo eso y mucho más porque Él es Dios. Si buscas a Jesús, no lo encontrarás si lo buscas entre los muertos. Si crees que la Fe Cristiana es un montón de historias antiguas que hablan de un buen hombre que hizo el bien, pero que finalmente murió, jamás encontrarás a Jesús. Si buscas paz, consuelo, alegría, buenos amigos, un buen lugar para criar a los hijos, un ambiente diferente al mundo, pero si no buscas al Señor que puede dar esas cosas, nunca encontrarás lo que tanto anhelas encontrar.

María Magdalena estaba con los ojos cerrados, ella no podía reconocer a Jesús hasta que Él pronunció una pequeña y simple palabra: “¡María!" (v.16). En ese momento, el texto nos dice que María “volviéndose le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)” (v.16). Cuando María oyó su nombre, ella reconoció la voz porque María era una oveja de Jesús y él mismo dijo que el Buen Pastor “a sus ovejas llama por nombre” (Jn. 10:3). Cuando María escuchó su nombre seguramente pensó: “esa voz… ¡yo conozco esa voz! ¡Es la voz de mi Maestro, él es el único que me llama así!”. Ella se da vuelta, le reconoce y le dice: ¡Maestro!

¿Has experimentado la voz de Jesús llamándote? ¿Reconoces la voz del Buen Pastor? Él te llama por tu nombre y él tiene el poder para pronunciar tu nombre de una forma que nadie más puede.

Si aún no has oído la voz de Jesús, aún estás a tiempo. Busca al Señor, ¡pero no lo busques entre los muertos, pues Él vive!

Este encuentro de María con el Señor fue maravilloso para ella. Pensemos un poco. Fue la primera persona que vio a Jesús resucitado. ¿Por qué Jesús escogió manifestarse primero a una mujer, sabiendo que en ese tiempo el testimonio de una mujer no gozaba de gran peso? Eso queda en los misterios de la soberanía de Dios, sin embargo, podemos decir que cuando María lo vio todo cambió. Ella llegó triste al sepulcro, llorando y llorando. Pero después que lo vio, el texto nos dice que ella salió anunciando “¡vi al Señor!” (v.18).

Tú que por fe has visto al Señor, ¿has salido anunciando que Él vive? ¿Hablas por todas partes que Él vive y reina? Saber que el Señor está vivo y que reina es conocer la mejor noticia que existe. Habla de Jesús, ¡di que Él resucitó, anuncia que Él vive!

Jesús te está llamando para que lo sigas. Si oyes su voz, lo amarás tanto como María Magdalena lo amó. Ella lo amó mucho, a pesar de que pensó que estaba muerto, ¿te imaginas cuánto lo amó después de saber que Él estaba vivo?

Hoy muchos ya no asisten a la iglesia. Otros asisten por los motivos errados. Jesús te pregunta: “¿A quién buscas?”.

Quiera el Señor que cada uno de ustedes, que leen este pequeño texto, puedan responder: “Yo busco a Jesús, mi Señor y Salvador, Aquel que vive y reina por los siglos de los siglos”.  

viernes, 16 de noviembre de 2012

La Revelación General y Los Efectos Noéticos del Pecado


El pecado

La palabra pecado puede tener variadas denotaciones. Por una parte parece apuntar para acciones específicas tales como palabras, deseos, emociones, obras; sea privadas o públicas, individuales o colectivas. En este caso, el pecado ha sido caracterizado como algo malo, como algo contrario a la voluntad de Dios, como algo que implica un desvío de las leyes divinas. Aquí, el pecado siempre necesita de la existencia de agentes pecadores (un sujeto). Esto significa que el mal natural, tal como sería un terremoto que acaba con la vida de millones de personas puede ser calificado como algo malo, pero no como pecado (Ro. 3:9-18; 1 Jn. 3:4).
Por otro lado, la palabra pecado denota algo más de una mera acción, a saber, se trata de una situación general de pecaminosidad, es decir, un estado, una condición. Aunque las personas no comentan un acto pecaminoso, existe una disposición, una inclinación para cometer pecados, pues sus mentes y corazones están inclinados al mal (Gn. 8:21; Pr. 20:9; Jer. 17:9). Según la Biblia, aun cuando la persona no cometa acciones pecaminosas, existe en su corazón una inclinación hacia el mal. El corazón humano, por lo tanto, está corrompido por el proprio pecado.
El pecado, entonces, es más que acciones, puesto que implica una condición. Ahora, ¿cuáles son las consecuencias de esta condición? En primer lugar debemos decir que por consecuencias nos referimos a los resultados que hoy vemos en el hombre, resultados que no se presentarían si éste no hubiese pecado.
Diversas son las consecuencias que se derivan del pecado. Podemos decir que existen consecuencias existenciales, a saber, separación de Dios, pérdida de la comunión con Dios, inclinación innata para el pecado, la pérdida del libre arbitrio, la muerte física y la muerte espiritual. Además, tenemos las consecuencias afectivas, tales como: envidia de los otros, odio hacia Dios, egoísmo, orgullo, egocentrismo, etc. Sumado a estas dos tenemos las consecuencias cognitivas: no conocemos a Dios de la forma en que Adán y Eva lo conocieron antes de la caída (limitación) y el conocimiento de Dios normalmente se presenta desfigurado (concebimos a Dios según nuestros propios moldes). Cada una de estas consecuencias se relacionan unas con las otras, pero por causa de lo limitado del espacio, vamos a dedicar nuestra atención a solamente a las consecuencias cognitivas.
Las consecuencias cognitivas son aquellas que tienen que ver con el proceso de cognición. Por cognición entendemos el acto de conocer, por medio del cual aprehendemos la realidad externa e interna. El proceso cognitivo determina nuestra posición sobre las cosas. Es por medio de este proceso que asimilamos nuestras creencias y no-creencias, nuestros deseos y esperanzas, nuestro conocimiento e ignorancia, nuestras dudas y certezas.
Es aquí donde el tema de los efectos noéticos del pecado se torna interesante, tema que pasamos a considerar a continuación.

Conceptuando los efectos noéticos
Una forma simple de conceptuar los efectos noéticos del pecado es decir que ellos son las consecuencias del pecado sobre la mente humana[1]. Ellos se relacionan con la falta de compresión o con la percepción inadecuada que el hombre tiene de Dios (de su revelación) debido al pecado.
Es difícil encontrar unanimidad entre los teólogos reformados en este tema. La pregunta si Dios puede ser conocido a través de la naturaleza, sabiendo que el hombre fue afectado por el pecado, ha motivado acalorados debates[2].
Entre los teólogos reformados existen dos posturas. Por un lado están aquellos que ven que los efectos cognitivos del pecado son tan profundos que impiden que el hombre adquiera cualquier tipo de conocimiento de Dios fuera de la revelación especial. Por otro lado, algunos afirman que los efectos cognitivos del pecado no son tan profundos y que, por lo mismo, el hombre puede conocer en  parte a Dios a partir de la revelación general. Para este grupo, el gran estorbo es la voluntad del hombre, pues éste responde negativamente a la revelación general. Los que defienden la primera posición son llamados de “Presuposicionalistas” o “Fideistas” y los que defienden la segunda son llamados de “Evidencialistas”[3].
Ciertamente ambos grupos concuerdan en el hecho de que la revelación general revela a Dios. El desacuerdo gira entorno a la respuesta humana a dicha revelación. En el presuposicionalismo, el hombre no entiende la revelación general. En el evidencialismo, el hombre entiende, pero no quiere obedecer, es decir, manifiesta su voluntad contraria a la revelación de Dios[4].
Entre los propios teólogos reformados no existe, como dijimos, unanimidad en este tema. Vamos, entonces, a dedicar unas líneas para ver las opiniones de Agustín y Juan Calvino.
1. Agustín de Hipona:
Para Agustín, el hombre pecador es incapaz de volverse a Dios por sí mismo, a menos que la gracia de Dios lo transforme. La gracia es indispensable, irresistible e indefectible. Esta gracia descansa, en todos sus detalles, en la intención eterna de Dios[5].
Agustín dice que el hombre está alienado de Dios y en abierta oposición a Él, por lo tanto, sólo se vuelve a Dios en virtud de la operación milagrosa de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Este ponto es fundamental para comprender la posición de Agustín respecto a los efectos de la Caída en la mente del hombre.
Agustín afirmaba que el hombre fue creado con la capacidad para pecar (posse peccare). Él fue creado bueno, mas con la posibilidad de cambiar. La posibilidad de pecar puede parecer una irracionalidad si se contrasta con el estado de perfección en que fue creado el hombre, sin embargo, Agustín dice que la severidad del castigo sólo es realmente entendida cuando captamos bien la grandeza de la condición original del hombre.
El hombre recibió la mayor bendición de parte de Dios (ser el portador de Su imagen) y la prohibición de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal implicaba que el hombre sería un fiel portador de esta imagen. Al comer del fruto, el hombre despreció la sublimidad de su propia condición.
Como consecuencia de la Caída, el hombre perdió su libertad. Para Agustín esto explicaría lo que aconteció con la voluntad del hombre después de caer en el estado de pecado. Luego de haber sido creado, el hombre tenía la inclinación positiva para el bien y para amar a Dios. Después de la caída la voluntad del hombre se tornó esclava del pecado. La voluntad del hombre caído se transformó en una fuente de maldad, en vez de ser, fuente para el bien[6].
Otra consecuencia de la caída según Agustín es la obstrucción del entendimiento. La capacidad intelectual del hombre era mayor antes de la caída. Originalmente la mente del hombre tenía la capacidad para entender y asimilar las informaciones de forma más exacta de lo que ahora puede. Adán no era omnisciente, su conocimiento era limitado y debía crecer en el conocimiento siguiendo la voluntad y dirección de Dios. Sin embargo, después de la caída, su capacidad de comprensión fue obstruida por el pecado.
Sin duda que el hombre aún posee una mente y puede pensar, reflexionar y razonar. Estas facultades aún permanecen, pero la capacidad para operarlas correctamente se perdió. Lo que antes era de fácil comprensión, ahora es difícil. La habilidad para raciocinar con claridad fue afectada. Hoy el hombre tiende a oscurecer los pensamientos y a cometer errores lógicos[7].
Nos parece que la posición de Agustín se aproxima más a la de los presuposicionalistas de hoy (se nos perdone el anacronismo), pues para Agustín el entendimiento del hombre fue afectado hasta el punto de que no consigue entender la revelación general de Dios o que, en vez de extraer conclusiones correctas, incurre en errores graves (conclusiones lógicas equivocadas).
2. Juan Calvino:
Para Calvino existe una distinción entre el estado de la mente y el estado de la voluntad. El estado natural de la mente humana se mantuvo intacto después de la caída, pero la capacidad recta de pensamiento fue oscurecida por el pecado.
El hombre fue expulsado del Reino de Dios y ahora solamente la gracia puede restaurarlo. Esto no implica que la capacidad racional del hombre fuese totalmente destruida al punto de convertirlo en un bruto. La luz de la razón permanece sumergida en densas tinieblas, por lo cual no pude brillar ninguna cosa buena[8].
En la Institución de la Religión Cristiana Calvino escribe:
“Me agrada mucho aquella sentencia de san Agustín, que comúnmente se cita: ‘Los dones naturales están corrompidos en el hombre por el pecado, y los sobrenaturales los ha perdidos del todo’. Por lo segundo entienden la luz de la fe y la justicia, las cuales bastan para alcanzar la vida eterna y la felicidad celestial. Así que el hombre, al abandonar el reino de Dios, fue también privado de los dones espirituales con los que había sido adornado para alcanzar la vida eterna. De donde se sigue que está de tal manera desterrado del reino de Dios, que todas las cosas concernientes a la vida bienaventurada del alma están en él muertas, hasta que por la gracia de la regeneración las vuelva a recobrar; a saber: la fe, el amor de Dios, la caridad con el prójimo, el deseo de vivir santa y justamente. Y como quiera que todas estas cosas nos son restituidas por Cristo, no se deben reputar propias de nuestra naturaleza, sino procedentes de otra parte. Por consiguiente, concluimos que fueron abolidas”[9].
Según Calvino, el hombre aún puede adquirir conocimiento de lo que él denomina “cosas terrenas”. De aquí se deriva la distinción que hace entre inteligencia relativa a las cosas terrenas e inteligencia relativa a cosas del cielo. A este respecto Calvino escribe:
“Sin embargo, cuando el entendimiento del hombre se esfuerza en conseguir algo, su esfuerzo no es tan en vano que no logre nada, especialmente cuando se trata de cosas inferiores. Igualmente, no es tan estúpido y tonto que no sepa gustar algo de las cosas celestiales, aunque es muy negligente en investigarlas. Pero no tiene la misma facilidad para las unas que para las otras. Porque, cuando se quiere elevar sobre las cosas de este mundo, entonces sobre todo aparece su flaqueza. Por ello, a fin de comprender mejor hasta dónde puede llegar en cada cosa, será necesario hacer una distinción, a saber: que la inteligencia de las cosas terrenas es distinta de la inteligencia de las cosas celestiales.
Llamo cosas terrenas a las que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y bienaventuranza de la vida eterna, sino que están ligadas a la vida presente y en cierto modo quedan dentro de sus límites. Por cosas celestiales entiendo el puro conocimiento de Dios, la regla de la verdadera justicia y los misterios del reino celestial.
Bajo la primera clase se comprenden el gobierno del Estado, la dirección de la propia familia, las artes mecánicas y liberales. A la segunda hay que referir el conocimiento de Dios y de su divina voluntad, y la regla de conformar nuestra vida con ella”[10].
Vemos que en Calvino, la razón es una propiedad esencial del ser humano y la caída no borró totalmente la humanidad natural del hombre. El hombre aún mantiene su capacidad de pensar, pero esta capacidad fue afectada severamente por el pecado. Esto se ve claramente en lo que concierne a las cosas celestiales. Según Calvino, en lo que se relaciona con la compresión de las cosas celestiales, el hombre es ciego, pues el entendimiento de ellas depende de la gracia iluminadora de Dios. El entendimiento que una persona necesita para entrar en el reino de los cielos es resultado de la operación poderosa del Espíritu Santo[11].
Para Calvino, el hombre natural está impedido (ciego) de conocer a Dios, de conocer su favor paternal y de conocer la forma cierta de cumplir su ley. Calvino dice:
“Queda ahora por aclarar qué es lo que puede la razón humana por lo que respecta al reino de Dios, y la capacidad que posee para comprender la sabiduría celestial, que consiste en tres cosas: (1) en conocer a Dios; (2) su voluntad paternal, y su favor por nosotros, en el cual se apoya nuestra salvación; (3) cómo debemos regular nuestra vida conforme a las disposiciones de su ley.
Respecto a los dos primeros puntos y especialmente al segundo, los hombres más inteligentes son tan ciegos como topos”[12].
Calvino argumenta que la mejor forma de comprobar sus palabras es el propio testimonio de las Escrituras. Él dice:
“Pero como, embriagados por una falsa presunción, se nos hace muy difícil creer que nuestra razón sea tan ciega e ignorante para entender las cosas divinas, me parece mejor probar esto con el testimonio de la Escritura, que con argumentos.
Admirablemente lo expone san Juan cuando dice que desde el principio la vida estuvo en Dios, y aquella vida era la luz de los hombres, y que la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron (Jn. 1:4-5). Con estas palabras nos da a entender que el alma del hombre tiene en cierta manera algo de luz divina, de suerte que jamás está sin algún destello de ella; pero que con eso no puede comprender a Dios. ¿Por qué esto? Porque toda su penetración del conocimiento de Dios no es más que pura oscuridad. Pues al llamar el Espíritu Santo a los hombres ‘tinieblas’, los despoja por completo de la facultad del conocimiento espiritual. Por esto afirma que los fieles que reciben a Cristo ‘no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, no de voluntad de varón, sino de Dios’ (Jn. 1:13). Como si dijese que la carne no es capaz de tan alta sabiduría como es comprender a Dios y lo que a Dios pertenece, sin ser iluminada por el Espíritu de Dios. Como el mismo Jesucristo atestiguó a san Pedro que se debía a una revelación especial del Padre, que él le hubiese conocido (Mt. 16:17)”[13].
Calvino termina diciendo que sólo se puede conocer a Dios y a las cosas de Dios por la iluminación del Espíritu Santo:
“Si estuviésemos persuadidos sin lugar a dudas de que todo lo que el Padre celestial concede a sus elegidos por el Espíritu de regeneración le falta a nuestra naturaleza, no tendríamos respecto a esta materia motivo alguno de vacilación. Pues así habla el pueblo fiel por boca del Profeta ‘Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz’ (Sal. 36,9). Lo mismo atestigua el Apóstol cuando dice que ‘nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo’ (1 Cor. 12:3). Y san Juan Bautista, viendo la rudeza de sus discípulos, exclama que nadie puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Jn. 3:27). Y que él por ‘don’ entiende una revelación especial, y no una inteligencia común de naturaleza, se ve claramente cuando se queja de que sus discípulos no hablan sacado provecho alguno de tanto como les había hablado de Cristo. Bien veo, dice, que mis palabras no sirven de nada para instruir a los hombres en las cosas celestiales, si Dios no lo hace con su Espíritu. Igualmente Moisés, echando en cara al pueblo su negligencia, advierte al mismo tiempo que no pueden entender nada de los misterios divinos si el mismo Dios no les concede esa gracia”[14].
Para Calvino el problema no está en nuestra capacidad de entender las cosas espirituales, pues el hombre está ciego en relación a ellas. Ahora, para el reformador, la mente del hombre continúa igual y tanto es así que aún posee la capacidad de entender claramente las cosas terrenas. De lo cual podemos concluir que el problema, según Calvino, es enteramente de naturaleza espiritual.
La cuestión ahora es definir si Calvino defendía que la mente de hombre no puede entender la revelación general o si el hombre la entiende, pero no quiere obedecer.
Una cosa importante que debemos destacar en este punto es el concepto que Calvino tenía de la forma como el hombre puede conocer a Dios. Él dice que toda persona tiene un sentido natural de la divinidad. Eso se comprueba con el propio fenómeno de la idolatría. Calvino escribe:
“Nosotros, sin discusión alguna, afirmamos que los hombres tienen un cierto sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural. Porque, a fin de que nadie se excusase so pretexto de ignorancia, el mismo Dios imprimió en todos un cierto conocimiento de su divinidad, cuyo recuerdo renueva, cual si lo destilara gota a gota, para que cuando todos, desde el más pequeño hasta el mayor, entiendan que hay Dios y que es su Creador, con su propio testimonio sean condenados por no haberle honrado y por no haber consagrado ni dedicado su vida a su obediencia. Ciertamente, si se busca ignorancia de Dios en alguna parte, seguramente jamás se podrá hallar ejemplo más propio que entre los salvajes, que casi no saben ni lo que es humanidad. Pero - como dice Cicerón, el cual fue pagano - no hay pueblo tan bárbaro, no hay gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en sí la convicción de que hay Dios. Y aun los que en lo demás parecen no diferenciarse casi de los animales; conservan siempre, sin embargo, como cierta semilla de religión. En lo cual se ve cuán adentro este conocimiento ha penetrado en el corazón de los hombres y cuán hondamente ha arraigado en sus entrañas. Y puesto que desde el principio del mundo no ha habido región, ni ciudad ni familia que haya podido pasar sin religión, en esto se ve que todo el género humano confiesa tácitamente que hay un sentimiento de Dios esculpido en el corazón de los hombres. Y lo que es más, la misma idolatría da suficiente testimonio de ello. Porque bien sabemos qué duro le es al hombre rebajarse para ensalzar y hacer más caso de otros que de sí mismo. Por tanto, cuando prefiere adorar un pedazo de madera o de piedra, antes que ser considerado como hombre que no tiene Dios alguno a quien adorar, claramente se ve que esta impresión tiene una fuerza y vigor maravillosos, puesto que en ninguna manera puede borrarse del entendimiento del hombre. De tal manera que es cosa más fácil destruir las inclinaciones de su naturaleza, como de hecho se destruyen, que pasarse sin religión, porque el hombre, que por su naturaleza es altivo y soberbio, pierde su orgullo y se somete voluntariamente a cosas vilísimas, para de esta manera servir a Dios”[15].
En la comprensión de Calvino sobre el conocimiento de Dios existen dos principios gemelos, a saber, el sensus divinitatis y el semem religiones; el primero es interno y el segundo externo. El sensus divinitatis es aquella disposición natural e innata que da al hombre el conocimiento de que hay un Creador. Se trata de una noción previa, no-proposicional. Dios colocó en la conciencia del hombre Su existencia[16]. No podemos olvidar que para Calvino el sensus divinitatis es conocimiento de hecho y, por lo tanto, hace al hombre responsable por rechazarlo[17].
El semem religiones es el deseo de religión que existe en el corazón humano. Es gemelo del sensus divinitatis, pues surge de este último como un efecto práctico. El semem religiones apunta para la conciencia, en el sentido de testificar que existe un Dios, manifestándose esto en el hecho comprobado de que todas las culturas han desarrollado algún tipo de religión[18].
Otro principio fundamental para Calvino es que el hombre fue creado a la imagen de Dios y, aunque el hombre cayó en pecado, continúa siendo imagen y semejanza de Dios. El pecado tuvo un efecto terrible para el hombre (depravación total), sin embargo, la imagen de Dios en él aún permanece[19].
Ciertamente antes de la caída Adán poseía una comprensión de Dios que hoy el hombre no posee más. Después de la caída su conocimiento en lo que dice relación con la salvación se hizo nulo[20]. El propio Calvino escribe:
“No hay duda de que Adán, al caer de su dignidad, con su apostasía se apartó de Dios. Por lo cual, aun concediendo que la imagen de Dios no quedó por completo borrada y destruida, no obstante se corrompió de tal manera, que no quedó de ella más que una horrible deformidad. Por eso, el principio para recobrar la salvación consiste en la restauración que alcanzamos por Cristo, quien por esta razón es llamado segundo Adán, porque nos devolvió la verdadera integridad”[21].
Y en otro lugar Calvino dice:
“Como quiera que todo el linaje humano quedó corrompido en la persona de Adán, la dignidad y nobleza nuestra, de que hemos hablado, de nada podría servimos, y más bien se convertiría en ignorancia, si Dios no se hubiera hecho nuestro Redentor en la persona de su Hijo unigénito, quien no reconoce ni tiene por obra suya a los hombres viciosos y llenos de pecados. Por tanto, después de haber caído nosotros de la vida a la muerte, de nada nos aprovechará todo el conocimiento de Dios en cuanto Creador, al cual nos hemos ya referido, si a él no se uniese la fe que nos propone a Dios por Padre en Cristo”[22].

Podemos concluir que, según Calvino, los hombres no consiguen comprender correctamente a Dios debido a la falta de luz y a los efectos del pecado, pues éste trajo la pérdida del aspecto ético de la imagen de Dios. El hombre, con su razón entenebrecida y su voluntad pervertida, generó hijos conforme a ese carácter. El pecado afectó a todos los hombres en todos los aspectos. Por lo tanto, su voluntad es “opuesta a la voluntad divina, pues así como hay una grande diferencia entre nosotros y Dios, también debe haber entre depravación y rectitud”[23].




[1] LIMA, Leandro Antonio de. Calvino e Os Efeitos Noéticos do Pecado. Material no publicado. Pág. 5.
[2] Ibid., pág. 2.
[3] Ibid., págs. 2-4.
[4] Ibid.
[5] SPROUL, R.C. Willing to Belive: The Controversy Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 51.
[6] Ibid., pág. 56.
[7] Ibid., pág. 57.
[8] Ibid., pág. 58.
[9] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, II.2.12.
[10] Ibid., II.2.13.
[11] SPROUL, R.C. Willing to Belive: The Controversy Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 110.
[12] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, II.2.18.
[13] Ibid., II.2.19.
[14] Ibid., II.2.20.
[15] Ibid., I.3.1.
[16] JÚNIOR, Jair de Almeida. A Revelação Geral em Calvino. Material no publicado.
[17] Ibid.
[18] Ibid.
[19] COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 211.
[20] Ibid.
[21] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, I.15.4.
[22] Ibid. II.6.1.
[23] Apud. COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 212.