viernes, 28 de junio de 2013

Señor, he pecado: reflexiones sobre el Salmo 51


Anselmo de Canterbury en su libro Cur Deus Homo (¿Por qué el Dios-Hombre?) argumenta que para comprender correctamente la expiación obrada por Cristo es necesario que consideremos primero la profundidad de nuestro pecado.

La reflexión de Anselmo es correcta; nadie busca la gracia de Dios a menos que considere primero el peso de su pecado.

El Salmo 51 es uno de los poemas bíblicos que mejor describe al corazón arrepentido. Dentro de la categoría de los salmos se encuadra en lo que conocemos como salmos penitenciales (o de arrepentimiento). En él, David se lamenta por el pecado que ha cometido y clama al Señor por restauración. En el registro inspirado de este salmo podemos ver claramente que el arrepentimiento verdadero es aquel que nos lleva a confesar: Señor, he pecado.

La historia
Nos dice el Segundo Libro de Samuel que en los días en que los reyes acostumbraban a salir a la guerra, David prefiere quedarse en casa, no cumpliendo así con su deber como rey de Israel. En aquel día, David se levanta tarde y sube al terrado de la casa real y ve a una mujer hermosa que se estaba bañando. David codició a esa mujer y finalmente durmió con ella. Esa mujer se llamaba Betsabé y estaba casada con uno de los soldados de David llamado Urías. Para desgracia de David, Betsabé quedó embarazada y dio noticias de ello a David. Desde ese momento David orquesta todo para dar muerte a Urías y así intentar que su pecado quede en la oscuridad. David consigue su objetivo. Pasado el tiempo y creyendo David que su pecado había quedado impune, el profeta Natán visita al rey y le cuenta un pequeña historia de un hombre rico y de un hombre pobre. El rico poseía muchos animales y el pobre sólo tenía una corderita muy querida para él y para su familia. Un día visitan al hombre rico y éste, en vez de matar a uno de sus animales, manda a matar a la corderita del hombre pobre. Una vez que Natán termina de contar la historia, David enérgicamente dice: “Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte”. En ese momento, el profeta Natán fija sus ojos en el rey y le dice: “Tú eres aquel hombre”. Una vez que David nota que su pecado no quedó encubierto a los ojos del Señor confiesa diciendo: “Pequé contra Jehová” (ver 2 Samuel 11-12). Solamente cuando David reconoce su vileza está listo para buscar en oración el perdón que sólo Dios le puede conceder. Es así como su oración se encuentra registrada en la forma de un Salmo.
En el Salmo 51 encontramos los elementos indispensables de una verdadera oración de arrepentimiento. Veamos cada uno de dichos elementos.

La Confesión:
La confesión de David comienza con un clamor dirigido a Dios: “Ten piedad de mí, oh Dios…” (v. 1). David sabe muy bien que a pesar de que él pecó contra un hombre (asesinó indirectamente a Urías), el verdadero ofendido con su actuar pecaminoso fue Dios. Por eso David dice. “Contra ti, contra ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos” (v. 4). Es verdad que David pecó con Betsabé (adulterio) y pecó contra Urías (homicidio), pero en última instancia quien fue realmente ofendido fue el Señor. Nosotros debemos comprender eso también. A cada instante pecamos contra otras personas; las ofendemos, les mentimos, las herimos, las utilizamos, les robamos, etc. Ellas sufren por nuestros actos pecaminosos, pero por sobre todas ellas, nosotros ofendemos a Dios cada vez que cometemos un acto de iniquidad. Es por eso que antes de pedir perdón a las personas, debemos pedir perdón al Señor. Una vez que hacemos eso, el paso siguiente es ir donde la persona que hemos ofendido y pedir que nos perdone y hacer lo necesario para reparar nuestra falta.

La confesión de David también manifiesta dolor. Este dolor se ve en diversas áreas. Vemos, primeramente, un dolor físico: “los huesos que has abatido” (v. 8). En segundo lugar, vemos un dolor espiritual que se expresa en temor: “No me eches de delante de ti y no quites de mí tu Santo Espíritu” (v.11). En tercer lugar, hay un dolor emocional: “vuélveme el gozo de tu salvación”. David está sufriendo física, emocional y espiritualmente por su pecado. Hay un peso grande en su corazón, tan grande que toca hasta su propio cuerpo. ¿No nos sucede lo mismo cuando pecamos? ¿No nos sentimos tristes y derrotados? ¿No parece que el gozo ha abandonado nuestra vida? Nada bueno fluye del pecado. Tal vez existe un placer momentáneo, pero no pasa de eso, un instante. Sin embargo, las consecuencias son dolorosas.  ¿Sientes dolor por tus transgresiones? ¿El pecado en tu vida causa dolor? Si no es así, lo más probable es que aún no has conocido al Salvador.

La confesión de David expresa, también, reconocimiento. David reconoce abiertamente su transgresión y para ello utiliza diversos términos para describirla: rebeliones (v.1), maldad (v.2), homicidio (v.14). Nosotros vivimos en la cultura de los cambios de términos para maquillar las atrocidades que hacemos. Ya no se habla de adulterio, sino que de “una canita al aire”; ya no se habla de mentira, sino de una “mentirita blanca”; ya no se habla de fornicar, sino de “amor libre”, etc. Este Salmo nos enseña a llamar las cosas por su nombre. El pecado es pecado, maldad, iniquidad. No es una “equivocación”. Pero David no sólo reconoce su transgresión, sino que reconoce, también, la gracia de Dios: “conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades…” (v.1). David sabe que Dios es misericordioso y perdonador, pero él solo pudo experimentar intensamente esta realidad cuando vio la total bajeza de su pecado.

El pedido de restauración:
La oración de David no se limita al pedido de perdón, sino que va un paso más. David clama por restauración. Y para ello, él reconoce la necesidad que tiene de ser purificado por el Señor. David dice en el Salmo “lávame, límpiame, purifícame” (vs. 2, 7). ¿Por qué pide eso? Porque él sabe muy bien que por sus propios esfuerzos nunca será capaz de conseguir el perdón, pues sólo en Dios está el poder de perdonar. ¿En quién confías para obtener el perdón? ¿Confías en tus propios méritos? ¿Confías en lo bueno que puedes llegar a ser o en tu capacidad para reformar tu conducta? David sabe que el único camino correcto es el de la dependencia absoluta. Él le dice al Señor: “yo no puedo, hazlo tú por mí”.

Además de reconocer su necesidad de purificación, David pide transformación: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí” (v.10). No se limita a pedir perdón, él desea ser un hombre nuevo, una nueva criatura. Ya no quiere ser como antes, llevado por sus pasiones pecaminosas. Ahora, quiere ser una nueva persona, alguien re-creado por Dios. ¿Por qué pides perdón? ¿Para huir del sentimiento de culpa? ¿Para opacar el remordimiento o deseas ser transformado por Dios?

Hay una cosa más en este pedido de restauración. David quiere también recuperar el gozo perdido: “Hazme oír gozo y alegría” (v.8a), “vuélveme el gozo de tu salvación” (v.12a). David pide a Dios que la alegría del perdón sea una realidad en su vida. Él sabe que esa alegría sólo proviene de Dios, no es algo que él pueda obtener por sí mismo. ¿Has experimentado el gozo del perdón de Dios? No hay nada que se le compare. Es motivo de alegría perenne, ya que saber que Él me ha perdonado por todas mis maldades, llena de gozo mi diario vivir.

La expresión de gratitud:
David termina su Salmo confiando en el perdón que sólo el Señor puede dar y la certeza de ese perdón lo lleva a hacer un voto, un compromiso con Dios. Él escribe: “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos”, “cantará mi lengua tu justicia” (v.13, 14b). David se compromete a ser un testigo de la misericordia de Dios. ¿No es eso lo que cada cristiano debe hacer? Quiero decir, todo cristiano ha sido objeto de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Por ello, debemos testificar de Cristo, anunciar que en Él hay perdón.

Junto con comprometerse a testificar, David asume el compromiso de  adorar verdaderamente a Dios: “Señor, abre mis labios y publicará mi lengua tus alabanzas” (v.15). El razonamiento de David es claro: el pecado cierra nuestros labios, la convicción del perdón los abre en alabanzas. Saber que Dios nos ha perdonado en Cristo siempre redundará en alabanzas a Su nombre, es decir, siempre lo bendeciremos por causa de Su misericordia.

Finalmente, David termina expresando su necesidad de moderar el orgullo y caminar en humildad: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (v.17). La humildad y el cuidado de nosotros mismos deben acompañar nuestro diario caminar. Es fácil caer cuando nos creemos fuertes e invencibles. Si no estamos atentos, el orgullo y la autoconfianza serán los que nos harán caer horriblemente.

Querido lector, es bueno que te preguntes: ¿he experimentado este tipo de arrepentimiento? ¿Puedo hacer mías las palabras de David? Sabemos que el pecado no confesado sólo produce dolor y tristeza. Por ello te animo, ve al Señor a través de los méritos de Jesucristo, sólo en Él encontrarás la gracia del perdón.


miércoles, 15 de mayo de 2013

GUERRAS DE ADORACIÓN -Dr. Robert Godfrey (Parte 1)


Usted puede ya haber escuchado la historia de dos hombres debatiendo asuntos de adoración. Ellos tenían ideas totalmente diferentes y eran incapaces de persuadir el uno al otro. Al final de la discusión, uno de los hombres le dice al otro: “Bueno, tú adoras a Dios a tu manera y yo lo adoraré como Él quiere”.

Tal vez le parezca gracioso este comentario, pero necesitamos recordar cuán variadas son las formas de adoración que las iglesias han practicado y cuán vehementes debates sobre adoración han existido. El debate sobre el uso de las imágenes en el siglo XVIII y XIX llevó a la violencia en la iglesia Oriental. Diferencias sobre adoración en el siglo XVI formaban parte de lo que dividía al Cristianismo Protestante del Católico Romano, una división que continúa en nuestros días.

Entre los Protestantes contemporáneos encontramos diferencias significativas en la adoración. Algunas formas de adoración están llenas de ceremonias y rituales formales, mientras que otras son muy casuales e informales. Algunas son bulliciosas y turbulentas, otras son quietas y contemplativas. Algunas se realizan en bellas catedrales, otras en galpones y campos. En medio de tal diversidad, los cristianos, algunas veces, se preguntan si la adoración es simplemente una cuestión de gusto. ¿Todas las formas de adoración agradan de la misma forma a Dios si los adoradores son sinceros? ¿Todas las formas de adoración son aceptables delante de Dios?

La cuestión de lo que agrada a Dios en la adoración llega con urgencia especial en nuestros días, visto que en las últimas décadas los protestantes han experimentado muchos cambios en las formas de adoración, cosa que no se había visto desde el siglo XVI. El resultado es que algunas congregaciones y denominaciones han experimentado serios conflictos sobre la adoración. Iglesias se han dividido e individuos se han cambiado de congregación en congregación por causa de visiones diferentes de la adoración.

Algunas de las diferencias sobre la adoración parecen superficiales, sin embargo, ellas pueden generar acalorados debates. ¿Debemos usar himnarios o un proyector? ¿Debemos sentarnos en bancas o en sillas acolchadas? ¿Qué estilo de música debemos usar? ¿Qué tipo de instrumentos debemos tocar? ¿Cómo debemos orar? ¿Qué tipo de predicación es la adecuada? 

Frecuentemente esas diferencias residen en la cuestión de que si los cultos deben ser orientados para el visitante no miembro de la iglesia o si deben ser para el miembro fiel de la iglesia.

Las diferencias sobre la adoración pueden también reflejar teologías y metodologías totalmente diferentes en la comunidad cristiana. 

jueves, 2 de mayo de 2013

Jóvenes "brillantes" en el ministerio

"Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos" 
(1 Timoteo 6:11-12).

Estar en el ministerio pastoral no es cosa simple. Hay grandes desafíos, muchas dificultades, oposición, conflictos, etc. También hay grandes alegrías, satisfacciones incomparables y grandes experiencias con Dios.
Me parece que hoy existe un auge por las vocaciones pastorales en muchos jóvenes. Ellos desean servir al Señor y prepararse para el ministerio. Admiran a otros pastores (¡especialmente a los gurús norteamericanos!) y quieren ser como ellos.

Sé que muchos de estas "futuras estrellas" tienen grandes sueños para la iglesia. Muchos de ellos hablan con una propiedad tan impresionante que parece que tuvieran varios años de ministerio cuando en realidad no tienen ninguno.

Quien escribe estas líneas es pastor hace sólo 8 meses (ministro ordenado). Antes de ir al seminario fui presbítero regente. Luego pasé 4 años en práctica durante mis años de seminario y aprendí en la experiencia del campo ministerial muchas cosas. Sin embargo, sé que estoy dando mis primeros pasos. 

Desde que soy pastor, he visto a algunos jóvenes que aún no son pastores y ya están dando pautas de cómo se deben hacer las cosas y quieren expresar con sus palabras la supuesta profunda comunión con Dios que ellos tienen y el gran conocimiento teológico que ostentan. Muchos de ellos son simples lectores de blogs y de pequeños artículos. Tengo serias dudas si es que alguna vez han leído una obra de teología contundente de tapa a tapa (por ejemplo, muchos de ellos hablan de Calvino, lo citan, pero tengo absoluta certeza de que nunca han leído la Institución de la Religión Cristiana por completo). Además, hablan de los evangelios, de las cartas de Pablo y de otros libros de la Biblia como si ellos fuesen los grandes exegetas y quieren impresionar con su supuesto gran conocimiento. Falta humildad en estos jóvenes, pero más que humildad, creo que les faltan mentores que los ayuden a dar los primeros pasos en el ministerio cristiano, mentores que les enseñen la necesaria humildad para servir al Señor.

Yo soy joven como muchos de ellos (sólo tengo 35 años) y, en la medida de mis posibilidades, intento mantener mis pies bien puestos en la tierra. Aún tengo mucho que aprender, no sólo de la Biblia y de la teología, sino que también de la vida y práctica ministerial. Se requieren muchos años de aprendizaje para decir que uno ya está caminando a paso firme en el ministerio. 

Le pido a Dios que nos ayude. Que no caigamos en el pecado de creer que tenemos todas las respuestas o que será nuestra generación la que finalmente llevará a la iglesia a alturas no alcanzadas antes. Que el Señor nos haga humildes, cautos, tardos para hablar y que antes de ser líderes (o de desear serlo) podamos colocarnos a los pies del Supremo Pastor, Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


jueves, 31 de enero de 2013

Dios existe y Él se reveló

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-3).

Dios existe porque él se reveló. Se reveló de una forma múltiple: por medio de la creación, a través de la consciencia, en las Sagradas Escrituras y, sobre todo, por medio de Jesús. Por eso podemos conocerlo. Todo lo que Dios quiso que el hombre supiese a su respecto está en las Escrituras. Debemos examinarlas porque ellas testifican acerca de Dios.

Algunas preguntas necesitan ser respondidas: ¿La Biblia es confiable? ¿Puedo tener certidumbre de que su contenido es inerrante e infalible? ¿Las Escrituras son suficientes para que tengamos una fe madura y una vida abundante? Para responder a esas preguntas vamos a considerar tres verdades:

1. La Biblia es inerrante en su contenido. La Biblia no contiene errores. La Palabra de Dios no puede fallar. Su contenido fue revelado por Dios. Sus autores fueron inspirados por Dios. Su registro fue asistido por el Espíritu Santo de Dios. Por lo tanto, hay precisión en las descripciones, precisión en los relatos e inerrancia en sus enseñanzas. La Palabra de Dios no es el fruto de elucubraciones humanas ni es el resultado de la elucidación vacilante de la mente humana. El origen de la Biblia está en el cielo. Su verdadero autor, el Espíritu Santo, fue quien inspiró hombres santos para registrar todo lo que Dios quiso revelar. La Biblia fue escrita en un período de 1.100 años. Cerca de 40 hombres usados por Dios, de culturas diferentes, escribieron en tiempos diferentes, para públicos diferentes y no hay ni siquiera una contradicción. Eso se debe a que Dios es el autor. Porque Dios es verdadero en su ser, su Palabra no puede fallar.

2. La Biblia es infalible en sus profecías. Las profecías bíblicas son específicas, exactas y muy bien definidas. Millones de profecías ya se cumplieron y muchas otras se están cumpliendo literal y fielmente. Ningún libro religioso de la historia se compara a la Biblia en este particular. Si colocásemos el cumplimiento de las profecías en el campo de las coincidencias, eso daría un número semejante a 10 elevado a la décima séptima potencia (1017). Muchos críticos, con una arrogancia patente, intentaron desacreditar a la Biblia, pero sus argumentos insolentes cayeron en el polvo del olvido y la Biblia victoriosamente triunfó. La Biblia es el yunque de Dios que quiebra todos los martillos de los críticos.

3. La Biblia es suficiente en doctrina y práctica. No necesitamos de otras revelaciones extra-bíblicas para conocer todo lo que Dios quiere que sepamos para tener vida eterna. De hecho, Dios lanza una maldición sobre aquellos que sustraen de ella o le añaden algo. La revelación de Dios está completa y el Canon está cerrado. No existen nuevas revelaciones. No existen nuevos mensajes. Debemos examinar la Biblia porque en la Palabra de Dios tenemos una reserva inagotable de todo lo que necesitamos para crecer en la fe y en la vida cristiana.

¿Quieres conocer a Dios? Lee la Biblia. ¿Quieres oír todo lo que Él ha hecho por ti? Estudia la Biblia. Te aseguro que te embarcarás en el mejor viaje que podrás experimentar.   

Los Cielos Cuentan la Gloria de Dios

El Salmo 90:2 dice: Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. Aquí el salmista expresa lo que ya hemos notado anteriormente: La Biblia presupone la existencia de Dios y nunca intenta probarla.   

Dios es presentado en la Escritura como el Creador, como la Causa primera de todas las cosas, como Aquel que existe eternamente, como Aquel que no tiene principio ni final. Dios creó todas las cosas de la nada y por el poder de Su palabra ellas existen (Gn.1:1, 26-27; Sal. 33:6,9; Hb. 11:3). Sobre la revelación general José Grau nos dice lo siguiente: 

“Entendemos por tal la que nos es dada en la contemplación de los fenómenos de la naturaleza –y el estudio de las leyes que la rigen–, en la constitución y operación de la mente y el cuerpo humanos, y en los hechos de la historia colectiva y la experiencia personal (Sal. 8:1; 19:1-2; Ro. 1:19-20; 2:14-15; Hch. 17:27)”[1]

Concordamos plenamente con esta definición. La revelación general es la forma en que Dios se hace conocido a través del Universo creado, de la constitución humana y de Su gobierno providencial en la historia humana. 

Características de la Revelación General

La revelación general es universal. Está al alcance de todo ser humano. Está allí, a fin de que todos la vean y sean llevados a preguntarse sobre el Dios creador. En la Institución de la Religión Cristiana Juan Calvino señala: 

“Infinitas son las pruebas, así en el cielo como en la tierra, que nos testifican su admirable sabiduría y poder. No me refiero solamente a los secretos de la naturaleza que requieren particular estudio, como son la astrología, la medicina y toda ciencia de las cosas naturales; me refiero también a los que son tan notorios y palpables, que el más inculto y rudo de los hombres los ve y los entiende, de suerte que es imposible abrir los ojos sin ser testigo de ellos”[2]

Es evidente que la revelación general es natural. Se manifiesta en el mundo creado y en la constitución humana. Dios ha dejado sus “huellas” en la creación, con el objetivo de que sirva como testimonio perenne de su gloria y majestad. Sin embargo, no podemos confundir revelación general con teología natural. La diferencia entre estas dos será tratada más adelante en este curso. La Escritura no hace distinción entre revelación natural y sobrenatural. Utiliza los mismos términos para ambas revelaciones. 

Según la Biblia, toda revelación es sobrenatural. El propio término revelación, como ya hemos mencionado, apunta a eso. Siempre es Dios quien se manifiesta, ya sea en la naturaleza o de otras maneras conocidas como revelación especial. La Creación fue el primer acto revelador de Dios[3]. El Creador se manifestó al hombre en el mundo creado y, junto con ello, se manifestó en el gobierno providencial sobre esa creación. Así es como la Escritura mira la naturaleza y la historia, a saber: como el teatro donde Dios, quien es el Creador de todas las cosas, quien las sustenta y ejerce su gobierno sobre ellas. Todo esto es un acto de revelación permanente de parte de Dios.

La revelación general es también un acto libre de Dios. Dios se quiso revelar como ya hemos dicho. Él, por Su soberana voluntad, planeó manifestarse en la luz de la naturaleza, en las obras de la Creación y en la Providencia. Como dijimos, toda revelación tiene su iniciativa en Dios, ya que es Él quien se manifiesta a los hombres. Sin este acto previo y unilateral de Dios el hombre jamás habría tenido posibilidad alguna de conocerle. 

La revelación general es objetiva. Con esto queremos decir que está allí, que está al alcance de todos los hombres que quieran observarla. 

A pesar de todo lo dicho, debemos decir también que la revelación general es insuficiente. Con esto queremos significar que no fue programada para traer un mensaje de salvación a los hombres. En ella no existe ninguna invitación para que los hombres tengan comunión personal con Dios. En ella no encontramos un mandato específico al arrepentimiento y a la fe. Ciertamente la revelación general comunica verdades concernientes a Dios, pero no consigue transformar al hombre. Esa transformación sólo es posible por medio de la aplicación que el Espíritu Santo hace de las verdades contenidas en el Evangelio. 

El conocimiento que podemos adquirir de la revelación general siempre será escaso, inadecuado, incierto. Según Bavinck la historia de la filosofía confirma esto, ya que ella registra cómo los sistemas filosóficos rompen unos con los otros y que su destino siempre ha sido alguna forma de agnosticismo[4]

Bavinck dice también que otra prueba de esa insuficiencia está en el hecho de que es claramente demostrable que ninguna persona ha quedado completamente satisfecha con la religión natural. 

La relación entre Religión y Revelación General 

El ser humano es un ser religioso. Esto es corolario del hecho de que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios lo creó para que se relacionara con Él.

El simple hecho de que el hombre es un ser religioso ya dice mucho. Los demonios no tienen religión, pues a pesar de que ellos no dudan de la existencia de Dios, son movidos por el miedo y el odio hacia Él (Stg. 2:19). Tampoco podemos decir que los animales tienen religión, pues ellos no poseen conocimiento abstracto, y la idea de Dios, que es indispensable para la religión, está fuera de su alcance. La religión sí es una característica propia de los seres humanos. A pesar de que el hombre se encuentra en estado de condenación (alienado de Dios), aun así, él está consciente de la existencia de Dios y de su deber de adorarlo[5]

Ahora surge la pregunta: ¿Qué debemos entender por religión? La religión, tal como es definida en Las Escrituras, es el temor de Jehová. Este temor no es miedo, no es terror, sino una actitud de reverencia unida al amor que el propio conocimiento de Dios produce[6]. Este temor va acompañado no sólo de amor, sino también de confianza. Louis Berkhof en su obra Sumario de la Doctrina Cristiana dice: 

“Las Escrituras nos enseñan que la religión es una relación del hombre para con Dios en la cual el ser humano se da cuenta de la majestad absoluta y el poder infinito de Dios, a la par que de su propia pequeñez e insignificancia y de su completa impotencia. Podemos pues definir a la religión así: Una relación con Dios voluntaria y consciente, que se expresa en una adoración rebosante de gratitud y en un servicio lleno de amor. La forma de esta adoración religiosa y servicio a Dios, no es el producto de la voluntad arbitraria del hombre, sino que ha sido determinada por Dios mismo”[7].

Sabiendo ya lo que es la religión, veamos ahora cómo se relaciona con la revelación general. 

Podemos decir que la religión es fruto de la revelación general de Dios, ya que el hombre, al contemplar la majestad absoluta y el poder infinito de Dios en las cosas creadas, es llevado a reverenciar al Creador y, consecuentemente, a adorarlo. 

Todas las grandes religiones afirman ser el resultado de algún tipo de revelación. La veracidad de esta afirmación no será discutida en este estudio porque escapa de los objetivos del mismo. El punto en discusión aquí es que existe una relación estrecha entre revelación y religión, relación que se ve en todas las religiones sin excepción[8]Esta unanimidad nos ayuda a comprender que cuando hablamos de revelación no nos estamos apuntando a un fenómeno arbitrario o incidental, sino que estamos refiriéndonos a un componente esencial de la religión[9]

Si la religión y la revelación están tan estrechamente ligadas, podemos decir que la revelación es el fundamento de la religión y que sin ella la religión, tal como la concebimos hoy, no existiría. 

Conclusión 

Dios se ha manifestado en la creación, en la providencia y en la estructura humana. Eso es lo que llamamos en teología la Revelación General

Dios nunca ha quedado sin testimonio sino que los cielos, el firmamento, la tierra y todos los seres creados (en especial el hombre) proclaman la existencia del Dios creador.



[1] GRAU, José. Curso de Formación Teológica Evangélica, Tomo I: Introducción a la Teología. Barcelona, CLIE, 1973, pág. 68.
[2] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999. I.5.2.
[3] BAVINCK, Herman; Bolt, John; Vriend, John: Reformed Dogmatics, Volume 1: Prolegomena. Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003, S. 307.
[4] BAVINCK, Herman; Bolt, John; Vriend, John: Reformed Dogmatics, Volume 1: Prolegomena. Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003, S. 313.
[5] BAVINCK, Herman: The Philosophy of Revelation: The Stone Lectures for 1908-1909, Princeton Theological Seminary. Bellingham, WA: Logos Research Systems, Inc., 2008, pág. 142.
[6] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, I.2.2.
[7] BERKHOF, Louis. Sumario de Doctrina Cristiana. (énfasis mía).
[8] BAVINCK, Herman; Bolt, John; Vriend, John: Reformed Dogmatics, Volume 1: Prolegomena. Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003, pág. 285.
[9] Ibid.
[10] BAVINCK, Herman: The Philosophy of Revelation: The Stone Lectures for 1908-1909, Princeton Theological Seminary. Bellingham, WA: Logos Research Systems, Inc., 2008, pág. 302. 

viernes, 18 de enero de 2013

¿Qué es confiar en Dios?


“Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre” (Salmo 125:1)

Todos los días enfrentamos dificultades. No hay duda de que así es. Algunos, frente a éstas, se desesperan, otros, se enfadan y otros quedan totalmente perplejos. Los hay también que no dan mayor importancia y que viven, supuestamente, en una perenne tranquilidad. Como vemos, todos enfrentamos dificultades y en lo único que diferimos es la forma como reaccionamos delante de ellas.

En el ministerio he podido conversar con varias personas que pasan por dificultades. Algunos sufren por problemas matrimoniales, otros por salud, otros por trabajo, etc. Normalmente las personas me preguntan: “pastor, sé que el Señor tiene un propósito para todo esto, pero ¿por qué siempre en mi vida todo es tan complicado?”. Podemos dar varias respuestas y procuren calmar los corazones afligidos. Sin embargo, lo único que realmente podemos hacer es confiar en el Señor.

¿Qué es confiar el Dios? Una buena respuesta sería esperar con firmeza y convicción en sus promesas

Veamos cada una de las partes de esta definición.

1.       Esperar: Esta palabra apunta para permanecer en un mismo lugar hasta que ocurra algo. La idea es que nada nos puede mover de nuestra posición hasta que Dios actúe. Un ejemplo perfecto de esto son las palabras de Job quien, a pesar del profundo pozo en que se encontraba, esperaba en el Señor (Job 6:11; 13:15a).

2.      Firmeza: Esta palabra tiene la idea de constancia, es decir, aquella fuerza interna que no se deja dominar ni abatir. La firmeza es perseverancia, aquella virtud que nos lleva a no desistir. El Nuevo Testamento usa esta palabra para describir la actitud de mantenerse en aquello que se cree (Col. 2:5; 2 P. 3:17).

3.      Convicción: Es a aquello a lo que estamos fuertemente adheridos. La idea es no soltarse, permanecer agarrados fuertemente (Flp. 2:16; 3:12).

4.      Promesas: Las promesas de Dios son expresiones de Su voluntad. Él ha decidido hacer o darnos algo. Sus promesas son todas bendiciones que recibimos por gracia, es decir, de forma inmerecida (Hch. 1:4; Ro. 15:8; 2 P. 1:4).

Dios siempre ha ordenado que Su pueblo confíe en Él. No se trata de una confianza ciega, sino que descansa en la inmutabilidad y fidelidad de Dios. Él no cambia, por lo tanto, si algo ha prometido, a su tiempo lo hará.

Así que, querido creyente. Espera pacientemente en el Señor sin importar las dificultades. A su debido tiempo, Él hará.

“Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Salmo 37:4-5).