Hace algún tiempo atrás leí un reportaje
que decía que actualmente los jóvenes norteamericanos están cada vez menos
interesados en asistir a la iglesia o en tener cualquier tipo de relación con
alguna religión. Un profesor de la prestigiosa universidad de Harvard dijo que
este fenómeno es un “gran cambio”. Este “gran cambio” comenzó en los años 90 y
tiene repercusiones hasta el día de hoy. Un dato interesante de esta
investigación es que si bien es cierto que los jóvenes no tienen iglesias,
ellos no son necesariamente ateos. La investigación afirma que estos jóvenes,
que no frecuentan ninguna iglesia, “tienen las mismas actitudes y valores que
las personas que van a la iglesia, sin embargo, ellos crecieron en un período
donde ser religioso es considerado la misma cosa que ser un conservador en
política, especialmente en lo que dice relación con temas sociales”.
¡Qué triste es la visión de estos jóvenes
sobre la iglesia de Cristo! Y no crean que ese es el modo de pensar de los
norteamericanos solamente, ya que en Chile y en otras partes del mundo, la iglesia es
vista de la misma forma.
Lo que más me asombra cuando leo ese tipo
de artículos es el hecho de que las personas que opinan sobre la iglesia
manifiestan un total desconocimiento de lo que es la iglesia. Ellas piensan en
la iglesia en una forma que no es correcta ni saludable. Ellos conciben la
iglesia en términos de una simple institución humana y que nada fuera de este
mundo ocurre en ella.
No podemos negar que muchas de las
críticas levantadas contra la iglesia obedecen a nuestros propios errores.
Nuestra hipocresía, nuestras mentiras, nuestro mal comportamiento como cristianos
son, muchas veces, grandes factores que motivan tantas y tantas palabras duras
contra la iglesia del Señor.
Me gustaría que pienses en tu vida y
respondas: ¿Por qué vas a la iglesia? O, mejor dicho, ¿qué es lo que buscas en
la iglesia?
Esa fue la pregunta que Jesús hizo para
una mujer llamada María Magdalena: ¿A quién buscas?
María
Magdalena:
¿Quién fue María Magdalena? Existen
muchas nociones equivocadas sobre esta mujer. El problema es que esas ideas
erradas son, en la cabeza de muchas personas, verdades. Muchos dicen
que María Magdalena era una mujer promiscua, que llevaba una vida libertina.
Durante la Edad Media se dijo que era hija de padres nobles y que poseía una
gran fortuna. Ella se habría entregado a los placeres mundanos hasta el día de
su conversión. Un claro ejemplo de esas ideas erradas sobre esta mujer fue la infame
película de Martin Scorsese, que presentó a María Magdalena como una
tentación sexual para Jesús.
El error fundamental de todas estas ideas
extrañas sobre esta mujer es que ellas no tienen base en la realidad, no tienen verdadero fundamento histórico. La Biblia nunca dice que María Magdalena fue una mujer
promiscua, solamente se limita a decir que en la hora de su conversión salieron
siete demonios de ella (Lc. 8:2). Luego de ser libertada de los demonios, ella
servía a Jesús (Lc. 8:3). Según el relato de Juan sabemos que ella estaba a los
pies de la cruz (Jn. 19:25). Según Mateo, ella estuvo en el entierro de Jesús
(Mt. 27:61). Más que eso, nada sabemos.
Lo que sí podemos decir con toda
convicción es que esta mujer amaba a Jesús con todo su corazón. Esto lo vemos
claramente por lo que ella hizo después que Jesús murió. En el capítulo 20 del
Evangelio de Juan, en el verso 1 dice: “El primer día de la semana, María
Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la
piedra del sepulcro”. Como era costumbre para los judíos, María Magdalena y un
grupo de mujeres fueron a terminar la preparación del cuerpo para la sepultura,
lo que no habían podido hacer antes, pues Jesús murió un viernes, esto es, en
el día de la preparación para el Sábado, que era el día sagrado para los judíos. Cuando ella llegó al sepulcro encontró
la piedra removida. Acto seguido, ella corrió donde estaban los discípulos y
les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han
puesto” (20:3). Pedro y Juan corrieron al sepulcro, miraron y volvieron para casa.
Pero María Magdalena permaneció junto a la entrada del sepulcro llorando. Ahora
ella no llora por la muerte de Jesús, llora porque el cuerpo de su maestro desapareció.
Muchas personas han perdido seres
queridos sin que sus cuerpos sean hallados. Estas personas dicen que además del
dolor de saber que están muertos, existe un dolor más grande por no saber dónde está el cuerpo. No tengo dudas que el dolor de María Magdalena se debía a esto.
Ella quería lavar el cuerpo de Jesús, quería cumplir con todas las formalidades
típicas de un entierro judío, pero el cuerpo no estaba… el dolor era más
intenso ahora.
¿Por
qué lloras?
Mientras lloraba, María Magdalena miró
otra vez para el sepulcro y vio dos ángeles en el lugar donde Jesús fue enterrado. Ellos le preguntaron: “Mujer, ¿por
qué lloras?” (v.13). La respuesta
nos parece obvia. María Magdalena estaba llorando porque hace pocos días ella
había visto a su maestro morir y, ahora, no sabía dónde estaba su cuerpo. Ella
responde: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”
(v.13). El texto dice que una vez que María Magdalena dijo esto, se volvió y
vio a Jesús en pie, pero no lo reconoció. Jesús la mira y le pregunta: “Mujer,
¿por qué lloras?” (v.15). Esa es una buena pregunta. ¿A quién estaba buscando
María Magdalena? La respuesta obvia es que ella estaba buscando a Jesús. Ella
fue al sepulcro esperando encontrar su cuerpo, en la esperanza de prepararlo
para la sepultura. Sin embargo, el cuerpo había desaparecido. Ella quería saber
dónde estaba el cuerpo. Ahora, si somos más perspicaces, entenderíamos que
María estaba buscando a un muerto. Ella no estaba buscando a Jesús entre los
vivos, ella estaba buscando entre los muertos.
María estaba buscando a Jesús en el lugar
equivocado. Lucas dice que los ángeles le dijeron a las mujeres que fueron al
sepulcro “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc. 24:5).
En ese momento María confunde a Jesús con
el jardinero y le dice: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto,
y yo lo llevaré” (v.15). Donald Grey Barnhouse, fallecido pastor de la Tenth Presbyterian
Church de Philadelphia, escribió lo siguiente sobre este pasaje:
“[María Magdalena] aún estaba pensando en
términos de un cadáver. Había llorado durante tres días y tres noches y su corazón
estaba vacío… Había pasado por una angustia indescriptible y había estado
despierta durante muchas horas. Había ido a la tumba tres veces y dos veces de
vuelta a la cuidad. [Ahora] ella se ofrecía a cargar todo el peso del cuerpo
muerto de un hombre, más el peso de cerca de cien libras de especias aromáticas…
María se estaba ofreciendo, sin pensar, a cargar todo el peso de un cadáver,
de un saco de ungüentos, lo que para hombres fuertes sería imposible cargar…
Aquí está el amor, ofreciéndose a hacer lo imposible, como el amor siempre hace”.
¿A
quién buscas?
En eso estaba pensando María cuando Jesús
la consuela con su presencia viva. Jesús cuando preguntó “¿a quién buscas?”
expuso todos los miedos de una mujer triste.
Más de 2000 años después esa pregunta aún
sonda nuestros corazones. ¿A quién buscas? ¿Buscas al amor de tu vida? ¿Buscas
a un Señor? ¿Buscas a un Salvador? Jesús es todo eso y mucho más porque Él es Dios.
Si buscas a Jesús, no lo encontrarás si lo buscas entre los muertos. Si crees
que la Fe Cristiana es un montón de historias antiguas que hablan de un buen
hombre que hizo el bien, pero que finalmente murió, jamás encontrarás a Jesús.
Si buscas paz, consuelo, alegría, buenos amigos, un buen lugar para criar a los
hijos, un ambiente diferente al mundo, pero si no buscas al Señor que puede dar
esas cosas, nunca encontrarás lo que tanto anhelas encontrar.
María Magdalena estaba con los ojos
cerrados, ella no podía reconocer a Jesús hasta que Él pronunció una pequeña y
simple palabra: “¡María!" (v.16). En ese momento, el texto nos dice que María “volviéndose
le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)” (v.16). Cuando María oyó su
nombre, ella reconoció la voz porque María era una oveja de Jesús y él mismo
dijo que el Buen Pastor “a sus ovejas llama por nombre” (Jn. 10:3). Cuando
María escuchó su nombre seguramente pensó: “esa voz… ¡yo conozco esa voz! ¡Es
la voz de mi Maestro, él es el único que me llama así!”. Ella se da vuelta, le
reconoce y le dice: ¡Maestro!
¿Has experimentado la voz de Jesús
llamándote? ¿Reconoces la voz del Buen Pastor? Él te llama por tu nombre y él
tiene el poder para pronunciar tu nombre de una forma que nadie más puede.
Si aún no has oído la voz de Jesús, aún
estás a tiempo. Busca al Señor, ¡pero no lo busques entre los muertos, pues Él
vive!
Este encuentro de María con el Señor fue
maravilloso para ella. Pensemos un poco. Fue la primera persona que vio a Jesús
resucitado. ¿Por qué Jesús escogió manifestarse primero a una mujer, sabiendo
que en ese tiempo el testimonio de una mujer no gozaba de gran peso? Eso queda
en los misterios de la soberanía de Dios, sin embargo, podemos decir que cuando
María lo vio todo cambió. Ella llegó triste al sepulcro, llorando y llorando.
Pero después que lo vio, el texto nos dice que ella salió anunciando “¡vi al
Señor!” (v.18).
Tú que por fe has visto al Señor, ¿has
salido anunciando que Él vive? ¿Hablas por todas partes que Él vive y reina?
Saber que el Señor está vivo y que reina es conocer la mejor noticia que
existe. Habla de Jesús, ¡di que Él resucitó, anuncia que Él vive!
Jesús te está llamando para que lo sigas.
Si oyes su voz, lo amarás tanto como María Magdalena lo amó. Ella lo amó mucho,
a pesar de que pensó que estaba muerto, ¿te imaginas cuánto lo amó después de
saber que Él estaba vivo?
Hoy muchos ya no asisten a la iglesia.
Otros asisten por los motivos errados. Jesús te pregunta: “¿A quién buscas?”.
Quiera el Señor que cada uno de ustedes,
que leen este pequeño texto, puedan responder: “Yo busco a Jesús, mi Señor y
Salvador, Aquel que vive y reina por los siglos de los siglos”.
BUEN SERMON DIOS LE BENDIGA AFECTUOSAMENTE CARLOS
ResponderEliminarP.D. CRISTO LE AMA SIEMPRE