El Salmo 42
comienza con la siguiente frase: “Como el
siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el
alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo…” (v.1-2a). La oración
de este salmo describe la experiencia espiritual de millones de creyentes de
todas las épocas y lugares. Muchas veces nuestra alma siente sed de Dios, desea
estar en Su presencia y disfrutar de una íntima comunión. Sin embargo, el panorama a veces
es desolador. La tristeza, la amargura, la frustración, el temor y el dolor,
toman cuenta del creyente y lo sumergen en las profundas aguas de la
desesperación. En esas condiciones el clamor por Dios es más intenso y estar
cerca del Señor se transforma en una necesidad de extrema urgencia.
No debe
sorprendernos, entonces, que tantas personas busquen una experiencia más intensa con Dios. Personas que frecuentan la iglesia, pero que están cansadas con los
meros formalismos y que sienten un vacío que necesita ser llenado de alguna
forma, buscan aproximarse a Dios y, para ello, organizan diversas actividades
sean éstas retiros espirituales, reuniones de oración, discipulados, días de testimonios,
etc. Este clamor y necesidad debe ser
percibido por el liderazgo de la iglesia. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué existe
esta necesidad? ¿Hay algo que no estamos ofreciendo? Son preguntas que los
líderes se deberían formular cuando este tipo de inquietud está surgiendo
dentro de la congregación.
Una reacción
inadecuada puede ver a estos grupos como potenciales “clanes separatistas”.
¿Será que ellos quieren formar una iglesia dentro de la iglesia? ¿Se tratará de
un grupo con tendencias carismáticas? Son preguntas válidas que el liderazgo se
debe hacer frente a situaciones como estas. Sin embargo, me gustaría proponer
una aproximación diferente.
Un Clamor, Una Necesidad
Cuando vemos
movimientos así en la iglesia lo primero que debemos preguntar es: ¿Cuál es la
necesidad esencial de este grupo? Se puede tratar de personas heridas, que han
pasado por diversas experiencias, tanto dentro de la iglesia como fuera de ella, que las han llevado a sentir una profunda carencia de relaciones. Ellas quieren
sentirse amados y quieren amar sin temor de que los defrauden. También se puede
tratar de personas que perciben una aridez en la enseñanza bíblica y que no
sienten que una clase bíblica llene su necesidad de Dios. En el primer caso,
tenemos personas con una gran necesidad de acompañamiento y, en el segundo, personas
con una mala comprensión de la importancia de la Biblia para un desarrollo
espiritual sano. Veremos cada uno de estos casos de forma separada.
Las Ovejas
Heridas y Su Cura
Las
Escrituras presentan a los creyentes como ovejas. Este animal es mencionado
en reiteradas oportunidades en toda la Biblia. Se trata de un animal doméstico por excelencia
que se adapta bastante bien a lugares semiáridos. Es un animal muy manso y no
posee ningún dispositivo de defensa.
Por este
motivo, la Biblia usa la figura de la oveja para describir al creyente en el
sentido de que es muy fácil que éste sea víctima del mal. La oveja es un animal
distraído que se aparta muy fácilmente del rebaño. He aquí la necesidad que
tiene el pastor de estar atento en todo tiempo.
Una oveja
herida requiere mayor cuidado y dedicación, pues si por naturaleza es frágil
y más encima se encuentra herida, necesita de los curativos del pastor e,
incluso, requerirá ser cargada hasta que consiga seguir adelante por sus
propios medios.
Debemos
reconocer que todos los creyentes somos como las ovejas, es decir, somos
frágiles, indefensos, distraídos y absolutamente dependientes del Supremo Pastor.
También, no podemos olvidar que muchos creyentes están heridos y requieren de cuidado especial para ser sanados y que otros pueden necesitar que los
llevemos sobre nuestros hombros durante algún tiempo hasta que se valgan por sí
mismos.
¿Por qué un
creyente puede estar herido? Varios son los motivos y aquí sólo mencionaré dos.
a) Por causa
del pecado:
La Biblia
utiliza varias palabras que son traducidas por el término pecado. El sentido
del término siempre apunta para “fallar” o “errar”. Sin querer entrar en los
pormenores y consecuencias que el pecado produce, sí debemos decir que él
siempre genera destrucción y muerte (Ro. 6:23).
Sabemos que
los vestigios del pecado permanecerán mientras vivamos y que los deseos
pecaminosos que están en nuestra naturaleza caída siempre estarán en actividad.
Esto nos debe llevar a ser vigilantes, sabiendo que la tentación está
aguardando para inducirnos a desviarnos de los caminos del Señor.
Cuando un
creyente peca y no se arrepiente, sufre. El salmista dice: “Mientras callé, se
envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” (Sl. 32:3). El silencio doloroso
que David describe no dice relación con una falta de conocimiento del acto
pecaminoso cometido, sino que está diciendo que no quiso, conscientemente,
confesar su rebelión. David dice que la falta de confesión llevó a que sus
huesos se envejecieran, es decir, sufrió una especie de reacción psicosomática.
Algunos comentaristas discuten esto en el sentido de que un salmo es poesía, género
literario donde uno de los elementos esenciales es el uso de lenguaje figurado.
Sin embargo, podemos decir sin temor a errar que el salmista se sintió espiritualmente
débil, seco y que sufrió mucho, hasta el punto de llegar a “gemir”.
No cabe duda
que el pecado no confesado produce eso en la vida de los cristianos. Es una
dura carga que cansa, que agota, que hastía. El pecado produce tristeza, pues
roba la alegría que el creyente disfruta en Cristo Jesús.
b) Por causa
de los pecados de otros:
Cuando digo
que un creyente puede ser herido por causa del pecado de otros me estoy
refiriendo no sólo a quienes ofenden a un hermano causándole un daño grave,
sino también a aquellas conductas pecaminosas que han provocado profundos
dolores en el corazón de otros creyentes. Dentro de éstas últimas tenemos:
desprecio, despreocupación, abandono, indiferencia, falta de reconocimiento, etc. Un creyente que ha sufrido este tipo
de abusos pecaminosos por parte de sus hermanos, o de sus líderes, sufre mucho.
Son innumerables las personas que han abandonado las iglesias decepcionados de los cristianos.
Estos dos grupos
de personas necesitan ser pastoreadas. En el caso de aquellos que han pecado y
no se han arrepentido, deben ser llevados a la confesión y al arrepentimiento
(Lv. 5:5; Nm. 5:6-7). La confesión es la condición para recibir el perdón y es
a ello que estas personas deben ser conducidas (Pr. 28:13). ¿Cómo hacerlo? Pues,
decirle a una persona que está sufriendo las consecuencias de su pecado y que
debe arrepentirse es una dura tarea. El primer paso es exponer a esa persona su pecado, sea cual sea. Si se trata de
orgullo, debemos abrir sus ojos para que entienda que eso la está destruyendo.
Si se trata de la mentira, también debemos decirle que eso la está matando y
así con cualquier otro pecado. En este proceso es importante mostrar que hay
bienaventuranza en la confesión (Sl. 32:1-2) y que alcanzar el perdón es
posible (1 Jn. 1:9). Además, es necesario que el líder se muestre amoroso y
humilde. No debe mostrarse como uno que está sobre todas las personas para
indicar cada una de sus faltas, sino como uno que también lucha contra el
pecado todos los días. La humildad, la comprensión y el verdadero amor, son
indispensables para ejercer esta función ministerial. Siempre el líder debe
presentarse como uno que ha sido enviado por el Señor con el fin de que los
hombres se vuelvan de sus pecados y que se rindan a los pies de Jesucristo. Si es
necesario debemos suplicar que lo hagan (2 Co. 5:20).
Con respecto
a los decepcionados, la tarea puede ser un poco más prolongada, ya que estas
personas necesitan ser restauradas. La restauración es un proceso que lleva
tiempo. Es necesario trabajar con paciencia y delicadeza, puesto que cualquier
error puede provocar un daño aún mayor.
Tanto en las
tareas de exposición de pecados y en la de restauración es necesario que tengamos
presente los siguientes elementos: intimidad, instrucción, orientación,
consuelo, protección e intercesión. Veamos brevemente cada uno de ellos.
(1) Intimidad:
Este elemento dice relación con el conocimiento que se debe tener de la persona
afectada. Jesucristo afirmó que él conoce a sus ovejas y que las ovejas lo
conocen (Jn. 10:11-15). Existe una relación que va más allá de frecuentar una
misma iglesia y de verse domingo tras domingo. Es aproximarse y escuchar, es
estar presente, es invertir tiempo con esa persona con la finalidad de poder
ayudarla.
(2)
Instrucción: El libro de Hechos registra que los apóstoles enseñaban la Biblia
en el Templo y de casa en casa (Hch. 2:46; 20:20; 2 Ti. 2:2). Es imposible
realizar la obra de exposición de pecados y de restauración sin instrucción
bíblica. De nada sirve sólo oír, pues únicamente el Señor es quien, por medio de
Su Palabra, puede convencer a alguien de su pecado y restaurar un corazón que
está profundamente herido.
(3)
Orientación: Es necesario estar presente en aquellos momentos de preocupación,
dolor, tristeza y desilusión. Este elemento procura dar una palabra adecuada y
un consejo bíblico para solucionar la situación. La orientación o
consejería se realiza mediante la exposición de la Escritura, la cual es
suficiente para llenar todas las áreas carentes de nuestra vida (2 Ti 3:16-17).
(4)
Consuelo: El consuelo que se da a aquellos que sufren es de gran importancia (2
Co. 1:3-7). No debemos olvidar que somos instrumentos en las manos del Espíritu
Santo para ofrecer esperanza a aquellos que han caído y para aquellos que están
bajo profundo sufrimiento. Una buena doctrina concede esperanza y consuelo, no
debemos fallar en ofrecer la verdad en amor.
(5)
Protección: Jesús, como el Buen Pastor, cuida a sus ovejas (Jn. 10). Él guía a
sus ovejas y ellas lo siguen. Por lo tanto, nuestro trabajo es enseñar a las
ovejas a seguir a Cristo, por medio del estudio de las Escrituras (sólo así lo
conocerán y lo seguirán).
(6)
Intercesión: Finalmente, la oración por aquellos que han caído y por aquellos
que están heridos es fundamental. La cura no viene de nosotros, ya que
solamente Dios tiene el poder para restaurar las almas. La oración por las
ovejas no puede ser olvidada (cf. Stg. 5:13-18).
La Biblia y
el crecimiento espiritual
Como mencioné
anteriormente, las personas están sedientas por tener intimidad con Dios. Sin
embargo, son pocas las que procuran que esta búsqueda por intimidad se encuadre
en los moldes que Dios estableció en Su bendita Palabra.
¿Cómo
alcanzamos esa tan anhelada intimidad espiritual con el Señor? Lo primero que
debemos hacer es reconocer que necesitamos mayor intimidad con el Señor. “Si
alguno tiene sed –dijo Jesucristo– venga a mí y beba” (Jn. 7:37). El primer
paso es admitir la profunda necesidad que tenemos: queremos estar cerca de Él,
queremos sentir Su presencia. Debemos reconocer que necesitamos al Señor y que
desesperadamente tenemos urgencia de la plenitud de Su Espíritu. El segundo paso es orar por
la plenitud del Espíritu y el Señor, que es el dador de todas las cosas, lo
concederá (cf. Lc 11:13). Finalmente, es menester reformar nuestra conducta. El
Espíritu es dado a aquellos que se someten al Señor (Hch. 5:32; Sl. 143:10). La
reforma diaria es de extrema importancia para que conozcamos y nos deleitemos
en la voluntad del Señor (Ro. 12:1-2).
El camino
para la verdadera intimidad con Dios siempre pasa por la Biblia. La Fe se
genera por oír la Palabra de Dios (Ro. 10:17).
No te
engañes, nada fuera de la Palabra te puede llevar a estar más cerca del Señor.
Si tu alma tiene sed de Dios y si sientes deseos de experimentarle más
intensamente, ve a la Biblia, estudia la Biblia y deléitate en la Biblia. Allí
hallarás al Señor.
Si hay un
clamor por experimentar la presencia de Dios, si hay un grupo en la iglesia que
desea más de Él, seamos sensibles y sirvamos de instrumentos para que otros
sacien su sed en Aquel que es el agua viva.
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