viernes, 16 de noviembre de 2012

La Revelación General y Los Efectos Noéticos del Pecado


El pecado

La palabra pecado puede tener variadas denotaciones. Por una parte parece apuntar para acciones específicas tales como palabras, deseos, emociones, obras; sea privadas o públicas, individuales o colectivas. En este caso, el pecado ha sido caracterizado como algo malo, como algo contrario a la voluntad de Dios, como algo que implica un desvío de las leyes divinas. Aquí, el pecado siempre necesita de la existencia de agentes pecadores (un sujeto). Esto significa que el mal natural, tal como sería un terremoto que acaba con la vida de millones de personas puede ser calificado como algo malo, pero no como pecado (Ro. 3:9-18; 1 Jn. 3:4).
Por otro lado, la palabra pecado denota algo más de una mera acción, a saber, se trata de una situación general de pecaminosidad, es decir, un estado, una condición. Aunque las personas no comentan un acto pecaminoso, existe una disposición, una inclinación para cometer pecados, pues sus mentes y corazones están inclinados al mal (Gn. 8:21; Pr. 20:9; Jer. 17:9). Según la Biblia, aun cuando la persona no cometa acciones pecaminosas, existe en su corazón una inclinación hacia el mal. El corazón humano, por lo tanto, está corrompido por el proprio pecado.
El pecado, entonces, es más que acciones, puesto que implica una condición. Ahora, ¿cuáles son las consecuencias de esta condición? En primer lugar debemos decir que por consecuencias nos referimos a los resultados que hoy vemos en el hombre, resultados que no se presentarían si éste no hubiese pecado.
Diversas son las consecuencias que se derivan del pecado. Podemos decir que existen consecuencias existenciales, a saber, separación de Dios, pérdida de la comunión con Dios, inclinación innata para el pecado, la pérdida del libre arbitrio, la muerte física y la muerte espiritual. Además, tenemos las consecuencias afectivas, tales como: envidia de los otros, odio hacia Dios, egoísmo, orgullo, egocentrismo, etc. Sumado a estas dos tenemos las consecuencias cognitivas: no conocemos a Dios de la forma en que Adán y Eva lo conocieron antes de la caída (limitación) y el conocimiento de Dios normalmente se presenta desfigurado (concebimos a Dios según nuestros propios moldes). Cada una de estas consecuencias se relacionan unas con las otras, pero por causa de lo limitado del espacio, vamos a dedicar nuestra atención a solamente a las consecuencias cognitivas.
Las consecuencias cognitivas son aquellas que tienen que ver con el proceso de cognición. Por cognición entendemos el acto de conocer, por medio del cual aprehendemos la realidad externa e interna. El proceso cognitivo determina nuestra posición sobre las cosas. Es por medio de este proceso que asimilamos nuestras creencias y no-creencias, nuestros deseos y esperanzas, nuestro conocimiento e ignorancia, nuestras dudas y certezas.
Es aquí donde el tema de los efectos noéticos del pecado se torna interesante, tema que pasamos a considerar a continuación.

Conceptuando los efectos noéticos
Una forma simple de conceptuar los efectos noéticos del pecado es decir que ellos son las consecuencias del pecado sobre la mente humana[1]. Ellos se relacionan con la falta de compresión o con la percepción inadecuada que el hombre tiene de Dios (de su revelación) debido al pecado.
Es difícil encontrar unanimidad entre los teólogos reformados en este tema. La pregunta si Dios puede ser conocido a través de la naturaleza, sabiendo que el hombre fue afectado por el pecado, ha motivado acalorados debates[2].
Entre los teólogos reformados existen dos posturas. Por un lado están aquellos que ven que los efectos cognitivos del pecado son tan profundos que impiden que el hombre adquiera cualquier tipo de conocimiento de Dios fuera de la revelación especial. Por otro lado, algunos afirman que los efectos cognitivos del pecado no son tan profundos y que, por lo mismo, el hombre puede conocer en  parte a Dios a partir de la revelación general. Para este grupo, el gran estorbo es la voluntad del hombre, pues éste responde negativamente a la revelación general. Los que defienden la primera posición son llamados de “Presuposicionalistas” o “Fideistas” y los que defienden la segunda son llamados de “Evidencialistas”[3].
Ciertamente ambos grupos concuerdan en el hecho de que la revelación general revela a Dios. El desacuerdo gira entorno a la respuesta humana a dicha revelación. En el presuposicionalismo, el hombre no entiende la revelación general. En el evidencialismo, el hombre entiende, pero no quiere obedecer, es decir, manifiesta su voluntad contraria a la revelación de Dios[4].
Entre los propios teólogos reformados no existe, como dijimos, unanimidad en este tema. Vamos, entonces, a dedicar unas líneas para ver las opiniones de Agustín y Juan Calvino.
1. Agustín de Hipona:
Para Agustín, el hombre pecador es incapaz de volverse a Dios por sí mismo, a menos que la gracia de Dios lo transforme. La gracia es indispensable, irresistible e indefectible. Esta gracia descansa, en todos sus detalles, en la intención eterna de Dios[5].
Agustín dice que el hombre está alienado de Dios y en abierta oposición a Él, por lo tanto, sólo se vuelve a Dios en virtud de la operación milagrosa de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Este ponto es fundamental para comprender la posición de Agustín respecto a los efectos de la Caída en la mente del hombre.
Agustín afirmaba que el hombre fue creado con la capacidad para pecar (posse peccare). Él fue creado bueno, mas con la posibilidad de cambiar. La posibilidad de pecar puede parecer una irracionalidad si se contrasta con el estado de perfección en que fue creado el hombre, sin embargo, Agustín dice que la severidad del castigo sólo es realmente entendida cuando captamos bien la grandeza de la condición original del hombre.
El hombre recibió la mayor bendición de parte de Dios (ser el portador de Su imagen) y la prohibición de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal implicaba que el hombre sería un fiel portador de esta imagen. Al comer del fruto, el hombre despreció la sublimidad de su propia condición.
Como consecuencia de la Caída, el hombre perdió su libertad. Para Agustín esto explicaría lo que aconteció con la voluntad del hombre después de caer en el estado de pecado. Luego de haber sido creado, el hombre tenía la inclinación positiva para el bien y para amar a Dios. Después de la caída la voluntad del hombre se tornó esclava del pecado. La voluntad del hombre caído se transformó en una fuente de maldad, en vez de ser, fuente para el bien[6].
Otra consecuencia de la caída según Agustín es la obstrucción del entendimiento. La capacidad intelectual del hombre era mayor antes de la caída. Originalmente la mente del hombre tenía la capacidad para entender y asimilar las informaciones de forma más exacta de lo que ahora puede. Adán no era omnisciente, su conocimiento era limitado y debía crecer en el conocimiento siguiendo la voluntad y dirección de Dios. Sin embargo, después de la caída, su capacidad de comprensión fue obstruida por el pecado.
Sin duda que el hombre aún posee una mente y puede pensar, reflexionar y razonar. Estas facultades aún permanecen, pero la capacidad para operarlas correctamente se perdió. Lo que antes era de fácil comprensión, ahora es difícil. La habilidad para raciocinar con claridad fue afectada. Hoy el hombre tiende a oscurecer los pensamientos y a cometer errores lógicos[7].
Nos parece que la posición de Agustín se aproxima más a la de los presuposicionalistas de hoy (se nos perdone el anacronismo), pues para Agustín el entendimiento del hombre fue afectado hasta el punto de que no consigue entender la revelación general de Dios o que, en vez de extraer conclusiones correctas, incurre en errores graves (conclusiones lógicas equivocadas).
2. Juan Calvino:
Para Calvino existe una distinción entre el estado de la mente y el estado de la voluntad. El estado natural de la mente humana se mantuvo intacto después de la caída, pero la capacidad recta de pensamiento fue oscurecida por el pecado.
El hombre fue expulsado del Reino de Dios y ahora solamente la gracia puede restaurarlo. Esto no implica que la capacidad racional del hombre fuese totalmente destruida al punto de convertirlo en un bruto. La luz de la razón permanece sumergida en densas tinieblas, por lo cual no pude brillar ninguna cosa buena[8].
En la Institución de la Religión Cristiana Calvino escribe:
“Me agrada mucho aquella sentencia de san Agustín, que comúnmente se cita: ‘Los dones naturales están corrompidos en el hombre por el pecado, y los sobrenaturales los ha perdidos del todo’. Por lo segundo entienden la luz de la fe y la justicia, las cuales bastan para alcanzar la vida eterna y la felicidad celestial. Así que el hombre, al abandonar el reino de Dios, fue también privado de los dones espirituales con los que había sido adornado para alcanzar la vida eterna. De donde se sigue que está de tal manera desterrado del reino de Dios, que todas las cosas concernientes a la vida bienaventurada del alma están en él muertas, hasta que por la gracia de la regeneración las vuelva a recobrar; a saber: la fe, el amor de Dios, la caridad con el prójimo, el deseo de vivir santa y justamente. Y como quiera que todas estas cosas nos son restituidas por Cristo, no se deben reputar propias de nuestra naturaleza, sino procedentes de otra parte. Por consiguiente, concluimos que fueron abolidas”[9].
Según Calvino, el hombre aún puede adquirir conocimiento de lo que él denomina “cosas terrenas”. De aquí se deriva la distinción que hace entre inteligencia relativa a las cosas terrenas e inteligencia relativa a cosas del cielo. A este respecto Calvino escribe:
“Sin embargo, cuando el entendimiento del hombre se esfuerza en conseguir algo, su esfuerzo no es tan en vano que no logre nada, especialmente cuando se trata de cosas inferiores. Igualmente, no es tan estúpido y tonto que no sepa gustar algo de las cosas celestiales, aunque es muy negligente en investigarlas. Pero no tiene la misma facilidad para las unas que para las otras. Porque, cuando se quiere elevar sobre las cosas de este mundo, entonces sobre todo aparece su flaqueza. Por ello, a fin de comprender mejor hasta dónde puede llegar en cada cosa, será necesario hacer una distinción, a saber: que la inteligencia de las cosas terrenas es distinta de la inteligencia de las cosas celestiales.
Llamo cosas terrenas a las que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y bienaventuranza de la vida eterna, sino que están ligadas a la vida presente y en cierto modo quedan dentro de sus límites. Por cosas celestiales entiendo el puro conocimiento de Dios, la regla de la verdadera justicia y los misterios del reino celestial.
Bajo la primera clase se comprenden el gobierno del Estado, la dirección de la propia familia, las artes mecánicas y liberales. A la segunda hay que referir el conocimiento de Dios y de su divina voluntad, y la regla de conformar nuestra vida con ella”[10].
Vemos que en Calvino, la razón es una propiedad esencial del ser humano y la caída no borró totalmente la humanidad natural del hombre. El hombre aún mantiene su capacidad de pensar, pero esta capacidad fue afectada severamente por el pecado. Esto se ve claramente en lo que concierne a las cosas celestiales. Según Calvino, en lo que se relaciona con la compresión de las cosas celestiales, el hombre es ciego, pues el entendimiento de ellas depende de la gracia iluminadora de Dios. El entendimiento que una persona necesita para entrar en el reino de los cielos es resultado de la operación poderosa del Espíritu Santo[11].
Para Calvino, el hombre natural está impedido (ciego) de conocer a Dios, de conocer su favor paternal y de conocer la forma cierta de cumplir su ley. Calvino dice:
“Queda ahora por aclarar qué es lo que puede la razón humana por lo que respecta al reino de Dios, y la capacidad que posee para comprender la sabiduría celestial, que consiste en tres cosas: (1) en conocer a Dios; (2) su voluntad paternal, y su favor por nosotros, en el cual se apoya nuestra salvación; (3) cómo debemos regular nuestra vida conforme a las disposiciones de su ley.
Respecto a los dos primeros puntos y especialmente al segundo, los hombres más inteligentes son tan ciegos como topos”[12].
Calvino argumenta que la mejor forma de comprobar sus palabras es el propio testimonio de las Escrituras. Él dice:
“Pero como, embriagados por una falsa presunción, se nos hace muy difícil creer que nuestra razón sea tan ciega e ignorante para entender las cosas divinas, me parece mejor probar esto con el testimonio de la Escritura, que con argumentos.
Admirablemente lo expone san Juan cuando dice que desde el principio la vida estuvo en Dios, y aquella vida era la luz de los hombres, y que la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron (Jn. 1:4-5). Con estas palabras nos da a entender que el alma del hombre tiene en cierta manera algo de luz divina, de suerte que jamás está sin algún destello de ella; pero que con eso no puede comprender a Dios. ¿Por qué esto? Porque toda su penetración del conocimiento de Dios no es más que pura oscuridad. Pues al llamar el Espíritu Santo a los hombres ‘tinieblas’, los despoja por completo de la facultad del conocimiento espiritual. Por esto afirma que los fieles que reciben a Cristo ‘no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, no de voluntad de varón, sino de Dios’ (Jn. 1:13). Como si dijese que la carne no es capaz de tan alta sabiduría como es comprender a Dios y lo que a Dios pertenece, sin ser iluminada por el Espíritu de Dios. Como el mismo Jesucristo atestiguó a san Pedro que se debía a una revelación especial del Padre, que él le hubiese conocido (Mt. 16:17)”[13].
Calvino termina diciendo que sólo se puede conocer a Dios y a las cosas de Dios por la iluminación del Espíritu Santo:
“Si estuviésemos persuadidos sin lugar a dudas de que todo lo que el Padre celestial concede a sus elegidos por el Espíritu de regeneración le falta a nuestra naturaleza, no tendríamos respecto a esta materia motivo alguno de vacilación. Pues así habla el pueblo fiel por boca del Profeta ‘Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz’ (Sal. 36,9). Lo mismo atestigua el Apóstol cuando dice que ‘nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo’ (1 Cor. 12:3). Y san Juan Bautista, viendo la rudeza de sus discípulos, exclama que nadie puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Jn. 3:27). Y que él por ‘don’ entiende una revelación especial, y no una inteligencia común de naturaleza, se ve claramente cuando se queja de que sus discípulos no hablan sacado provecho alguno de tanto como les había hablado de Cristo. Bien veo, dice, que mis palabras no sirven de nada para instruir a los hombres en las cosas celestiales, si Dios no lo hace con su Espíritu. Igualmente Moisés, echando en cara al pueblo su negligencia, advierte al mismo tiempo que no pueden entender nada de los misterios divinos si el mismo Dios no les concede esa gracia”[14].
Para Calvino el problema no está en nuestra capacidad de entender las cosas espirituales, pues el hombre está ciego en relación a ellas. Ahora, para el reformador, la mente del hombre continúa igual y tanto es así que aún posee la capacidad de entender claramente las cosas terrenas. De lo cual podemos concluir que el problema, según Calvino, es enteramente de naturaleza espiritual.
La cuestión ahora es definir si Calvino defendía que la mente de hombre no puede entender la revelación general o si el hombre la entiende, pero no quiere obedecer.
Una cosa importante que debemos destacar en este punto es el concepto que Calvino tenía de la forma como el hombre puede conocer a Dios. Él dice que toda persona tiene un sentido natural de la divinidad. Eso se comprueba con el propio fenómeno de la idolatría. Calvino escribe:
“Nosotros, sin discusión alguna, afirmamos que los hombres tienen un cierto sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural. Porque, a fin de que nadie se excusase so pretexto de ignorancia, el mismo Dios imprimió en todos un cierto conocimiento de su divinidad, cuyo recuerdo renueva, cual si lo destilara gota a gota, para que cuando todos, desde el más pequeño hasta el mayor, entiendan que hay Dios y que es su Creador, con su propio testimonio sean condenados por no haberle honrado y por no haber consagrado ni dedicado su vida a su obediencia. Ciertamente, si se busca ignorancia de Dios en alguna parte, seguramente jamás se podrá hallar ejemplo más propio que entre los salvajes, que casi no saben ni lo que es humanidad. Pero - como dice Cicerón, el cual fue pagano - no hay pueblo tan bárbaro, no hay gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en sí la convicción de que hay Dios. Y aun los que en lo demás parecen no diferenciarse casi de los animales; conservan siempre, sin embargo, como cierta semilla de religión. En lo cual se ve cuán adentro este conocimiento ha penetrado en el corazón de los hombres y cuán hondamente ha arraigado en sus entrañas. Y puesto que desde el principio del mundo no ha habido región, ni ciudad ni familia que haya podido pasar sin religión, en esto se ve que todo el género humano confiesa tácitamente que hay un sentimiento de Dios esculpido en el corazón de los hombres. Y lo que es más, la misma idolatría da suficiente testimonio de ello. Porque bien sabemos qué duro le es al hombre rebajarse para ensalzar y hacer más caso de otros que de sí mismo. Por tanto, cuando prefiere adorar un pedazo de madera o de piedra, antes que ser considerado como hombre que no tiene Dios alguno a quien adorar, claramente se ve que esta impresión tiene una fuerza y vigor maravillosos, puesto que en ninguna manera puede borrarse del entendimiento del hombre. De tal manera que es cosa más fácil destruir las inclinaciones de su naturaleza, como de hecho se destruyen, que pasarse sin religión, porque el hombre, que por su naturaleza es altivo y soberbio, pierde su orgullo y se somete voluntariamente a cosas vilísimas, para de esta manera servir a Dios”[15].
En la comprensión de Calvino sobre el conocimiento de Dios existen dos principios gemelos, a saber, el sensus divinitatis y el semem religiones; el primero es interno y el segundo externo. El sensus divinitatis es aquella disposición natural e innata que da al hombre el conocimiento de que hay un Creador. Se trata de una noción previa, no-proposicional. Dios colocó en la conciencia del hombre Su existencia[16]. No podemos olvidar que para Calvino el sensus divinitatis es conocimiento de hecho y, por lo tanto, hace al hombre responsable por rechazarlo[17].
El semem religiones es el deseo de religión que existe en el corazón humano. Es gemelo del sensus divinitatis, pues surge de este último como un efecto práctico. El semem religiones apunta para la conciencia, en el sentido de testificar que existe un Dios, manifestándose esto en el hecho comprobado de que todas las culturas han desarrollado algún tipo de religión[18].
Otro principio fundamental para Calvino es que el hombre fue creado a la imagen de Dios y, aunque el hombre cayó en pecado, continúa siendo imagen y semejanza de Dios. El pecado tuvo un efecto terrible para el hombre (depravación total), sin embargo, la imagen de Dios en él aún permanece[19].
Ciertamente antes de la caída Adán poseía una comprensión de Dios que hoy el hombre no posee más. Después de la caída su conocimiento en lo que dice relación con la salvación se hizo nulo[20]. El propio Calvino escribe:
“No hay duda de que Adán, al caer de su dignidad, con su apostasía se apartó de Dios. Por lo cual, aun concediendo que la imagen de Dios no quedó por completo borrada y destruida, no obstante se corrompió de tal manera, que no quedó de ella más que una horrible deformidad. Por eso, el principio para recobrar la salvación consiste en la restauración que alcanzamos por Cristo, quien por esta razón es llamado segundo Adán, porque nos devolvió la verdadera integridad”[21].
Y en otro lugar Calvino dice:
“Como quiera que todo el linaje humano quedó corrompido en la persona de Adán, la dignidad y nobleza nuestra, de que hemos hablado, de nada podría servimos, y más bien se convertiría en ignorancia, si Dios no se hubiera hecho nuestro Redentor en la persona de su Hijo unigénito, quien no reconoce ni tiene por obra suya a los hombres viciosos y llenos de pecados. Por tanto, después de haber caído nosotros de la vida a la muerte, de nada nos aprovechará todo el conocimiento de Dios en cuanto Creador, al cual nos hemos ya referido, si a él no se uniese la fe que nos propone a Dios por Padre en Cristo”[22].

Podemos concluir que, según Calvino, los hombres no consiguen comprender correctamente a Dios debido a la falta de luz y a los efectos del pecado, pues éste trajo la pérdida del aspecto ético de la imagen de Dios. El hombre, con su razón entenebrecida y su voluntad pervertida, generó hijos conforme a ese carácter. El pecado afectó a todos los hombres en todos los aspectos. Por lo tanto, su voluntad es “opuesta a la voluntad divina, pues así como hay una grande diferencia entre nosotros y Dios, también debe haber entre depravación y rectitud”[23].




[1] LIMA, Leandro Antonio de. Calvino e Os Efeitos Noéticos do Pecado. Material no publicado. Pág. 5.
[2] Ibid., pág. 2.
[3] Ibid., págs. 2-4.
[4] Ibid.
[5] SPROUL, R.C. Willing to Belive: The Controversy Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 51.
[6] Ibid., pág. 56.
[7] Ibid., pág. 57.
[8] Ibid., pág. 58.
[9] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, II.2.12.
[10] Ibid., II.2.13.
[11] SPROUL, R.C. Willing to Belive: The Controversy Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 110.
[12] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, II.2.18.
[13] Ibid., II.2.19.
[14] Ibid., II.2.20.
[15] Ibid., I.3.1.
[16] JÚNIOR, Jair de Almeida. A Revelação Geral em Calvino. Material no publicado.
[17] Ibid.
[18] Ibid.
[19] COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 211.
[20] Ibid.
[21] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRe, 1999, I.15.4.
[22] Ibid. II.6.1.
[23] Apud. COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 212.

2 comentarios:

  1. Saludos estimado
    muchas gracias por su articulo es de mucho beneficio
    Tengo una pregunta. ¿De las dos posiciones mencionadas sobre el efecto noetico, con cual ustedes se identifican y por que?
    Le agradezco
    Un saludo fraterno :)

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  2. Hola William, gracias por escribir. La verdad es que existen fundamentos para optar por cualquiera de las dos posiciones y en esto la fe reformada no tiene un parecer único tal como lo mencioné en el artículo. Es una discusión que tiene bemoles y matices, por lo que es un tema que queda abierto. Dios te bendiga.

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