jueves, 2 de noviembre de 2017

Reformando Vidas (3)

EL VIVIENDO EN LA GRACIA
(Romanos 6:1-14)

Introducción
Ya hemos visto que ser reformado es ser bíblico. No es estar a la moda ni tampoco es vivir en el siglo XVI.
Recuerdo haber escuchado al pastor Alistair Begg responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo explicas lo que significa ser reformado?, de la siguiente manera: “Bueno, comienzas leyendo tu Biblia, entonces te conviertes en bíblico. Y entonces, te conviertes en reformado”. Aunque esta afirmación parezca superficial o simple, está cargada de sabiduría. Ser reformado no es nada más y nada menos que ser bíblico. De hecho, en los inicios de la Reforma, los adeptos al movimiento eran conocidos como “Evangélicos”, es decir, aquellos que se fundamentan en el Evangelio. Con el correr del tiempo, recibieron de sus enemigos, los apelativos de Luteranos y Calvinistas. Con estos apodos, los enemigos querían decir lo siguiente: “ellos no son cristianos como nosotros, ellos siguen al tal Lutero y al tal Calvino”. Sin embargo, nosotros sabemos, por informaciones históricas, que ni Lutero ni Calvino deseaban que los movimientos encabezados por ellos fueran designados por sus nombres. Ellos querían que Dios fuera exaltado, que Cristo fuera anunciado, y no que sus nombres definieran el movimiento.
Es común escuchar la siguiente pregunta: ¿Cuál es el centro de la Teología de la Reforma? Aquí nos deparamos con diferentes matices. Algunos argumentan que la esencia de la Reforma descansa en la comprensión bíblica de la doctrina de la justificación por medio de la fe. Para Lutero, la doctrina de la justificación no era simplemente una doctrina entre otras, sino “el resumen de toda la doctrina cristiana”, “el artículo por el cual la iglesia se mantiene en pie o cae”[1].
Para Lutero no fue fácil llegar a esta conclusión. Es bien conocida su lucha con el concepto de justicia de Dios. Sin embargo, un día, según sus propias palabras:

Empecé a entender que en este versículo la justicia de Dios es aquello por lo que la persona justa vive por un don de Dios, esto es por fe. Empecé a entender que este versículo significa que la justicia de Dios se revela por medio del Evangelio, pero es una justicia pasiva, esto es, aquello por medio de lo cual el Dios misericordioso nos justifica por fe, como está escrito: “El justo por la fe vivirá”. De inmediato sentí que había nacido de nuevo y entrado en el propio paraíso a través de unas puertas abiertas[2].

Para Lutero la doctrina de la justificación era central. El Evangelio no podía ser entendido correctamente si no se captaba en plenitud el concepto de la justicia de Dios por medio de Cristo.
Si bien los demás reformadores concordaron con la importancia fundamental de la justificación por la fe, vemos que también presentaban otros énfasis. En el caso de Zwinglio, lamentablemente, su contribución ha sido poco evaluada y estudiada. Se le ha dedicado poco espacio en obras de estudio diciendo que su contribución “no exige más que un breve relato”[3]. Ciertamente fue ofuscado por Lutero y por Calvino y ha sido descrito como “el tercer hombre de la Reforma”. Lo más destacable, tal vez, fue el concepto memorial de la Cena del Señor, concepto que difería del de Lutero y del de Calvino.
Acerca de Calvino, muchos afirman que este reformador de segunda generación encarnó al teólogo de la gloria de Dios par excellence. Esto llevaría a decir que la Teología Reformada Calvinista tiene como centro la Gloria de Dios. Esta comprensión es recogida, por ejemplo, en el Catecismo de Ginebra (1541) y en el Catecismo Menor de Westminster (1648).
Si bien no podemos desconocer el énfasis en la gloria de Dios en los escritos de Calvino, tampoco podemos desconocer que en estudios más recientes se ha propuesto que el corazón de la doctrina cristiana, según era entendida por Calvino, está en la Unión con Cristo.
¿Por qué la unión con Cristo era tan importante para Calvino? ¿Será ella el centro de toda su obra teológica? No es la ocasión para presentar en detalle los debates académicos que han surgido acerca de este asunto, sin embargo, siguiendo a Paul Wells, podemos decir que la unión con Cristo, de hecho, constituye un foco central en la teología de Calvino como un todo, y lo es porque resuelve la tensión dialéctica que existe entre el Creador y la criatura y, más específicamente, la tensión dialéctica entre lo divino y lo humano[4]. François Wendel escribió:

Calvino sitúa toda su teología bajo la mirada de aquello que fue uno de los principios esenciales de la Reforma: la absoluta trascendencia de Dios y su total “otredad” con relación al hombre. Ninguna teología es Cristiana y está de acuerdo con las Escrituras, sino en la medida en que respete la infinita distancia que separa a Dios de sus criaturas y renuncie a toda confusión, toda “mezcla”, que podría tender a borrar la radical distinción entre lo Divino y lo humano. Sobre todo, Dios y el hombre, deben nuevamente ser vistos en sus debidos lugares. Esa es la idea que domina el todo de la exposición teológica de Calvino, y subyace en la mayoría de sus controversias[5].

Para Calvino, el ser humano está radicalmente subordinado a Dios y la teología nunca puede olvidar la realidad de esa situación. La creación, el pacto, la redención y la escatología junto a sus características particulares expresan la diferencia entre Dios y todo lo demás, y establece la supremacía de Dios[6]. 
Estando unidos a Cristo, los cristianos podemos conocer quién es Dios y quienes somos. Esto representa una reforma radical en la doctrina, pues Cristo y sus beneficios son de propiedad del creyente, no porque la Iglesia lo garantice o porque sea posible adquirirlos mediante esfuerzos humanos, sino porque el cristiano se encuentra espiritualmente unido a su Salvador.
Un buen texto bíblico que trata de la Unión con Cristo es Romanos 6:1-14. Pablo dedica una buena parte de su carta exponiendo lo que significa para el creyente el estar unido espiritualmente a Cristo Jesús.

1. Contextualizando
Romanos ha sido designada como “la carta magna” del Evangelio, el libro más teológico del Nuevo Testamento. Su contenido es bastante similar a la carta a los Gálatas, pero esta última es de menor extensión. Pablo, al escribir a la iglesia en Roma, tenía un objetivo bien claro: presentarse, presentar el evangelio que predicaba y pedir ayuda para seguir predicando donde Cristo no había sido anunciado (cf. 1:1-15; 1:16-11:36; 15:14-29).
La carta es bastante simple en su estructura: Pablo dice que todos (judíos y gentiles) están bajo condenación (1:18-3:20); sin embargo, Dios ha manifestado su justicia por medio de Cristo, justicia que se recibe por fe (3:21-5:21). Aquel que cree en Jesús, ha sido unido a Él espiritualmente, por lo tanto, ya no puede vivir en el pecado, a pesar, de que la lucha contra el pecado lo acompañará toda su vida aquí en la tierra. Pero ya no reina el pecado sobre el creyente, sino que el Espíritu de Dios lo preserva hasta el fin (6:1-8:39). Luego tenemos lo que algunos estudiosos han calificado como un paréntesis donde Pablo se refiere a la elección (9:1-11:36). Así concluye la parte doctrinal de la carta. Después tenemos la parte práctica, que es una aplicación de todo lo dicho anteriormente (12:1-15:33), para concluir con una serie de saludos personales (16:1-27).
Para nuestro propósito nos vamos a concentrar en el capítulo 6. Donde Pablo trata el asunto de nuestra Unión con Cristo.
Uno de los peligros de predicar la salvación por la gracia solamente (Sola Gratia) es que las personas la interpreten como una licencia para hacer todo lo que quieran (ver Ro. 3:8). Esto es lo que se conoce como antinomismo (que ha llevado tristemente al libertinaje). El argumento errado es el siguiente: “ya que cuando abundó el pecado la gracia sobreabundó, entonces sigamos pecando para que la gracia abunde más y más”.
Previendo este mal, Pablo en el capítulo 6, comienza a abordar el tema de la santificación del creyente. Y lo hace desde las implicaciones de nuestra unión espiritual con Cristo. Pablo nos dice algunas cosas importantes que veremos a continuación:

A. El cristiano ha muerto al pecado (v. 1-4).
¿Cuántas veces en esta semana has pensado en que como cristiano has muerto al pecado? ¿Qué diferencia hace ese pensamiento? La pregunta de Pablo es: ¿Sabes lo que ha pasado contigo desde que llegaste a ser cristiano? Y la respuesta es sencilla: Has muerto: “…los que hemos muerto al pecado…”. Es como si dijera: “de esta forma deben pensar acerca de ustedes mismos”.
Para hacerlo más comprensible, Pablo nos lleva al inicio de nuestra vida cristiana, a nuestro bautismo y nos hace meditar en lo que el bautismo significa.
En el bautismo cristiano existe una identificación con Cristo, tanto en su muerte como en su resurrección (la unión con Cristo). La conclusión es: “Si estoy unido a él y si él murió por mi pecado, luego, mi pecado ya no puede dominarme. Cristo Jesús lo derrotó”.
Infelizmente, muchas veces vivimos como si aún estuviésemos muertos para Cristo y vivos para el pecado. Dios no espera que seamos una especie de súper humanos. Él sabe que seguiremos pecando. Si por la fe recibimos a Jesús como el Salvador y Señor de nuestras vidas, ¿cómo es posible que aún estemos viviendo en la inmundicia del pecado? El secreto de una vida victoriosa es responder correctamente a esta pregunta: ¿Quién eres? Si estás en Cristo, ya no eres el mismo de antes, pues has muerto al pecado.

B. El cristiano ha participado de la resurrección de Cristo (v. 5-11).
El cristiano no sólo se identifica con Cristo en su muerte, sino que también en la resurrección. Y resurrección implica novedad de vida.
Antes éramos esclavos del pecado, ahora ya no más. Por eso el cristiano debe pensar de sí mismo como alguien que ha muerto al pecado y que está vivo para Dios.

Pecado => servicio => muerte.
Justicia => servicio => vida.

El pecado no puede dominar la vida del creyente porque él ha resucitado con Cristo y ahora disfruta de una nueva vida. La gracia no solamente implica perdón de pecados, también involucra una transferencia de dominio. El creyente ya no está más bajo la tiranía del pecado: “para que el cuerpo de pecado sea destruido a fin de que ya no seamos esclavos del pecado” (v. 6).
Al referirse a la resurrección Pablo enfatiza no tanto la inmortalidad, sino la imposibilidad de que sigamos viviendo de la manera en que lo hacíamos antes de ser salvos.
Es importante tomar en cuenta la palabra “sabemos” del v. 9 (implica pensar). ¿Qué debemos saber/pensar? Que estamos espiritualmente muertos al pecado y espiritualmente vivos para la justicia.
Otra palabra importante es “consideren” del v. 11 (es tener una confianza interna). Lo que sabemos, que como creyentes estamos muertos al pecado y vivos para Cristo, debe transformarse en la permanente convicción de nuestros corazones y mentes, el punto de despegue de todo nuestro pensar, planificar, disfrutar, hablar y hacer. Debemos recordar constantemente que ya no somos lo que antes éramos.

C. El cristiano debe andar en novedad de vida (v. 12-14).
Aquí comienzan los imperativos para los santificados (son consecuencia del indicativo que anteriormente ha sido mencionado por Pablo). Decirle a un esclavo que no se comporte como esclavo es una broma de mal gusto (sólo se puede hacer eso con alguien que es libre).
Si bien los creyentes ya no viven constantemente en la práctica del pecado, esto no significa que el pecado ha dejado de ser una fuerza opositora en sus vidas, una realidad que debe ser tenida en cuenta. De allí los imperativos: “No reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal”, “Ni tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de injusticia”. Reinado implica domino, señorío (gobierno).
Lo que Pablo está diciendo es: “No sigan poniendo los miembros de su cuerpo a disposición del pecado, como armas de iniquidad. Dejen de hacer esto; en lugar de eso, pónganse ahora mismo, completa y decisivamente, a disposición de Dios. ¡Ofrézcanse a él!”. Hay dos aspectos: (1) Entender que el pecado ya no reina; (2) No ofrecerse al pecado.
Aquí se afirma un hecho del cual tenemos garantía (v.14a): “Porque el pecado no se enseñoreará de ustedes”.


Conclusión
La ley puede hacer muchas cosas: manda, demanda, reprende, condena, refrena e, incluso, apunta más allá de sí misma, esto es, apunta a Jesús. Sin embargo, hay una cosa que la ley nunca podrá hacer. No puede salvar. De allí que es necesaria la gracia. La ley ordena y exige, la gracia concede todo inmerecidamente.
La gracia destrona al pecado. ¡Destruye el señorío del pecado y capacita al creyente para ofrecerse a sí mismo y todo lo que tiene en servicio de amor a Dios!
Recordemos que Pablo está refutando la falsa acusación de que su enseñanza en la libre gracia de Dios llevaba a una vida de pecado. La doctrina siempre debe tener una aplicación práctica en nuestra vida. Ella no puede ser considerada como un fin en sí misma. Si aplicamos correctamente los principios aquí delineados por Pablo, tendremos paz en saber que hemos interpretado correctamente la doctrina de la unión con Cristo.
¿Qué relación tienes con el pecado? Dependiendo de tu respuesta, se comprobará tu relación con Cristo.
Soli Deo Gloria (solo a Dios la gloria) era uno de los resúmenes fundamentales del pensamiento de la Reforma. Nadie podía decir: “He recibido vida eterna gracias a mi buena vida, mi devoción religiosa o mi razonamiento inteligente”. Toda la gloria es de Dios[7]. Pero Soli Deo Gloria también supuso un resumen de una vida de Reforma. La vida cotidiana pasó a ser el contexto en el que glorificamos a Dios. Este hincapié en la vida cotidiana brotó del redescubrimiento de las Escrituras por parte de los reformadores, porque refleja el cristianismo bíblico. Pero también fluía de su redescubrimiento de la justificación por fe.
 



[1] GEORGE, Timothy. Teología de los Reformadores. Sao Paulo: Vida Nova, 1993, p. 64.
[2] Ibid.
[3] Ibid. p. 119.
[4] WELLS, Paul: Calvin and Union with Christ. Grand Rapids: RHB, 2010, p. 66.
[5] WENDEL, François. Calvin: The Origins and Development of His Religious Thought, trad. Philip Mairet Londres: William Collins, 1965, p. 151.  
[6] WELLS, op. Cit. P. 69.
[7] CHESTER, Tim; REEVES, Michael. ¿Por qué la Reforma aún importa?: Conociendo el pasado, para reflexionar sobre el presente y dar forma al futuro. Publicaciones Andamio.

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