EL VIVIENDO EN LA GRACIA
(Romanos 6:1-14)
Introducción
Ya hemos visto que ser
reformado es ser bíblico. No es estar a la moda ni tampoco es vivir en el siglo
XVI.
Recuerdo haber
escuchado al pastor Alistair Begg responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo
explicas lo que significa ser reformado?, de la siguiente manera: “Bueno,
comienzas leyendo tu Biblia, entonces te conviertes en bíblico. Y entonces, te
conviertes en reformado”. Aunque esta afirmación parezca superficial o simple,
está cargada de sabiduría. Ser reformado no es nada más y nada menos que ser
bíblico. De hecho, en los inicios de la Reforma, los adeptos al movimiento eran
conocidos como “Evangélicos”, es decir, aquellos que se fundamentan en el
Evangelio. Con el correr del tiempo, recibieron de sus enemigos, los apelativos
de Luteranos y Calvinistas. Con estos apodos, los enemigos querían decir lo
siguiente: “ellos no son cristianos como nosotros, ellos siguen al tal Lutero y
al tal Calvino”. Sin embargo, nosotros sabemos, por informaciones históricas,
que ni Lutero ni Calvino deseaban que los movimientos encabezados por ellos
fueran designados por sus nombres. Ellos querían que Dios fuera exaltado, que
Cristo fuera anunciado, y no que sus nombres definieran el movimiento.
Es común escuchar la
siguiente pregunta: ¿Cuál es el centro de la Teología de la Reforma? Aquí nos
deparamos con diferentes matices. Algunos argumentan que la esencia de la
Reforma descansa en la comprensión bíblica de la doctrina de la justificación
por medio de la fe. Para Lutero, la doctrina de la justificación no era
simplemente una doctrina entre otras, sino “el resumen de toda la doctrina
cristiana”, “el artículo por el cual la iglesia se mantiene en pie o cae”[1].
Para Lutero no fue
fácil llegar a esta conclusión. Es bien conocida su lucha con el concepto de justicia de Dios. Sin embargo, un día, según sus propias palabras:
Empecé a entender
que en este versículo la justicia de Dios es aquello por lo que la persona
justa vive por un don de Dios, esto es por fe. Empecé a entender que este
versículo significa que la justicia de Dios se revela por medio del Evangelio,
pero es una justicia pasiva, esto es, aquello por medio de lo cual el Dios
misericordioso nos justifica por fe, como está escrito: “El justo por la fe
vivirá”. De inmediato sentí que había nacido de nuevo y entrado en el propio
paraíso a través de unas puertas abiertas[2].
Para Lutero la doctrina
de la justificación era central. El Evangelio no podía ser entendido
correctamente si no se captaba en plenitud el concepto de la justicia de Dios
por medio de Cristo.
Si bien los demás
reformadores concordaron con la importancia fundamental de la justificación por
la fe, vemos que también presentaban otros énfasis. En el caso de Zwinglio,
lamentablemente, su contribución ha sido poco evaluada y estudiada. Se le ha
dedicado poco espacio en obras de estudio diciendo que su contribución “no
exige más que un breve relato”[3].
Ciertamente fue ofuscado por Lutero y por Calvino y ha sido descrito como “el
tercer hombre de la Reforma”. Lo más destacable, tal vez, fue el concepto
memorial de la Cena del Señor, concepto que difería del de Lutero y del de
Calvino.
Acerca de Calvino,
muchos afirman que este reformador de segunda generación encarnó al teólogo de
la gloria de Dios par excellence.
Esto llevaría a decir que la Teología Reformada Calvinista tiene como centro la
Gloria de Dios. Esta comprensión es recogida, por ejemplo, en el Catecismo de
Ginebra (1541) y en el Catecismo Menor de Westminster (1648).
Si bien no podemos
desconocer el énfasis en la gloria de Dios en los escritos de Calvino, tampoco
podemos desconocer que en estudios más recientes se ha propuesto que el corazón
de la doctrina cristiana, según era entendida por Calvino, está en la Unión con Cristo.
¿Por qué la unión con
Cristo era tan importante para Calvino? ¿Será ella el centro de toda su obra
teológica? No es la ocasión para presentar en detalle los debates académicos
que han surgido acerca de este asunto, sin embargo, siguiendo a Paul Wells,
podemos decir que la unión con Cristo, de hecho, constituye un foco central en
la teología de Calvino como un todo, y lo es porque resuelve la tensión dialéctica
que existe entre el Creador y la criatura y, más específicamente, la tensión
dialéctica entre lo divino y lo humano[4].
François Wendel escribió:
Calvino sitúa toda
su teología bajo la mirada de aquello que fue uno de los principios esenciales
de la Reforma: la absoluta trascendencia de Dios y su total “otredad” con relación al hombre. Ninguna
teología es Cristiana y está de acuerdo con las Escrituras, sino en la medida
en que respete la infinita distancia que separa a Dios de sus criaturas y
renuncie a toda confusión, toda “mezcla”, que podría tender a borrar la radical
distinción entre lo Divino y lo humano. Sobre todo, Dios y el hombre, deben
nuevamente ser vistos en sus debidos lugares. Esa es la idea que domina el todo
de la exposición teológica de Calvino, y subyace en la mayoría de sus
controversias[5].
Para Calvino, el ser
humano está radicalmente subordinado a Dios y la teología nunca puede olvidar
la realidad de esa situación. La creación, el pacto, la redención y la
escatología junto a sus características particulares expresan la diferencia
entre Dios y todo lo demás, y establece la supremacía de Dios[6].
Estando unidos a
Cristo, los cristianos podemos conocer quién es Dios y quienes somos. Esto
representa una reforma radical en la doctrina, pues Cristo y sus beneficios son
de propiedad del creyente, no porque la Iglesia lo garantice o porque sea
posible adquirirlos mediante esfuerzos humanos, sino porque el cristiano se
encuentra espiritualmente unido a su Salvador.
Un buen texto bíblico
que trata de la Unión con Cristo es Romanos 6:1-14. Pablo dedica una buena
parte de su carta exponiendo lo que significa para el creyente el estar unido
espiritualmente a Cristo Jesús.
1. Contextualizando
Romanos ha sido
designada como “la carta magna” del Evangelio, el libro más teológico del Nuevo
Testamento. Su contenido es bastante similar a la carta a los Gálatas, pero
esta última es de menor extensión. Pablo, al escribir a la iglesia en Roma,
tenía un objetivo bien claro: presentarse, presentar el evangelio que predicaba
y pedir ayuda para seguir predicando donde Cristo no había sido anunciado (cf.
1:1-15; 1:16-11:36; 15:14-29).
La carta es bastante
simple en su estructura: Pablo dice que todos (judíos y gentiles) están bajo
condenación (1:18-3:20); sin embargo, Dios ha manifestado su justicia por medio
de Cristo, justicia que se recibe por fe (3:21-5:21). Aquel que cree en Jesús, ha
sido unido a Él espiritualmente, por lo tanto, ya no puede vivir en el pecado,
a pesar, de que la lucha contra el pecado lo acompañará toda su vida aquí en la
tierra. Pero ya no reina el pecado sobre el creyente, sino que el Espíritu de
Dios lo preserva hasta el fin (6:1-8:39). Luego tenemos lo que algunos
estudiosos han calificado como un paréntesis donde Pablo se refiere a la
elección (9:1-11:36). Así concluye la parte doctrinal de la carta. Después
tenemos la parte práctica, que es una aplicación de todo lo dicho anteriormente
(12:1-15:33), para concluir con una serie de saludos personales (16:1-27).
Para nuestro propósito
nos vamos a concentrar en el capítulo 6. Donde Pablo trata el asunto de nuestra
Unión con Cristo.
Uno de los peligros de
predicar la salvación por la gracia solamente (Sola Gratia) es que las personas
la interpreten como una licencia para hacer todo lo que quieran (ver Ro. 3:8).
Esto es lo que se conoce como antinomismo (que ha llevado tristemente al
libertinaje). El argumento errado es el siguiente: “ya que cuando abundó el
pecado la gracia sobreabundó, entonces sigamos pecando para que la gracia
abunde más y más”.
Previendo este mal,
Pablo en el capítulo 6, comienza a abordar el tema de la santificación del
creyente. Y lo hace desde las implicaciones de nuestra unión espiritual con
Cristo. Pablo nos dice algunas cosas importantes que veremos a continuación:
A.
El cristiano ha muerto al pecado (v. 1-4).
¿Cuántas veces en esta
semana has pensado en que como cristiano has muerto al pecado? ¿Qué diferencia
hace ese pensamiento? La pregunta de Pablo es: ¿Sabes lo que ha pasado contigo
desde que llegaste a ser cristiano? Y la respuesta es sencilla: Has muerto: “…los
que hemos muerto al pecado…”. Es como si dijera: “de esta forma deben pensar acerca
de ustedes mismos”.
Para hacerlo más
comprensible, Pablo nos lleva al inicio de nuestra vida cristiana, a nuestro
bautismo y nos hace meditar en lo que el bautismo significa.
En el bautismo
cristiano existe una identificación con Cristo, tanto en su muerte como en su
resurrección (la unión con Cristo). La conclusión es: “Si estoy unido a él y si
él murió por mi pecado, luego, mi pecado ya no puede dominarme. Cristo Jesús lo
derrotó”.
Infelizmente, muchas
veces vivimos como si aún estuviésemos muertos para Cristo y vivos para el
pecado. Dios no espera que seamos una especie de súper humanos. Él sabe que
seguiremos pecando. Si por la fe recibimos a Jesús como el Salvador y Señor de
nuestras vidas, ¿cómo es posible que aún estemos viviendo en la inmundicia del
pecado? El secreto de una vida victoriosa es responder correctamente a esta
pregunta: ¿Quién eres? Si estás en Cristo, ya no eres el mismo de antes, pues
has muerto al pecado.
B. El
cristiano ha participado de la resurrección de Cristo (v. 5-11).
El cristiano no sólo se
identifica con Cristo en su muerte, sino que también en la resurrección. Y
resurrección implica novedad de vida.
Antes éramos esclavos
del pecado, ahora ya no más. Por eso el cristiano debe pensar de sí mismo como
alguien que ha muerto al pecado y que está vivo para Dios.
Pecado => servicio => muerte.
Justicia => servicio => vida.
El pecado no puede dominar
la vida del creyente porque él ha resucitado con Cristo y ahora disfruta de una
nueva vida. La gracia no solamente implica perdón de pecados, también involucra
una transferencia de dominio. El creyente ya no está más bajo la tiranía del
pecado: “para que el cuerpo de pecado sea destruido a fin de que ya no seamos
esclavos del pecado” (v. 6).
Al referirse a la
resurrección Pablo enfatiza no tanto la inmortalidad, sino la imposibilidad de
que sigamos viviendo de la manera en que lo hacíamos antes de ser salvos.
Es importante tomar en
cuenta la palabra “sabemos” del v. 9 (implica pensar). ¿Qué debemos
saber/pensar? Que estamos espiritualmente muertos al pecado y espiritualmente
vivos para la justicia.
Otra palabra importante
es “consideren” del v. 11 (es tener una confianza interna). Lo que sabemos, que
como creyentes estamos muertos al pecado y vivos para Cristo, debe
transformarse en la permanente convicción de nuestros corazones y mentes, el
punto de despegue de todo nuestro pensar, planificar, disfrutar, hablar y
hacer. Debemos recordar constantemente que ya no somos lo que antes éramos.
C. El
cristiano debe andar en novedad de vida (v. 12-14).
Aquí comienzan los
imperativos para los santificados (son consecuencia del indicativo que
anteriormente ha sido mencionado por Pablo). Decirle a un esclavo que no se
comporte como esclavo es una broma de mal gusto (sólo se puede hacer eso con
alguien que es libre).
Si bien los creyentes
ya no viven constantemente en la práctica del pecado, esto no significa que el
pecado ha dejado de ser una fuerza opositora en sus vidas, una realidad que
debe ser tenida en cuenta. De allí los imperativos: “No reine, pues, el pecado
en su cuerpo mortal”, “Ni tampoco presenten sus miembros al pecado como
instrumentos de injusticia”. Reinado implica domino, señorío (gobierno).
Lo que Pablo está
diciendo es: “No sigan poniendo los miembros de su cuerpo a disposición del
pecado, como armas de iniquidad. Dejen de hacer esto; en lugar de eso, pónganse
ahora mismo, completa y decisivamente, a disposición de Dios. ¡Ofrézcanse a
él!”. Hay dos aspectos: (1) Entender que el pecado ya no reina; (2) No
ofrecerse al pecado.
Aquí se afirma un hecho
del cual tenemos garantía (v.14a): “Porque el pecado no se enseñoreará de
ustedes”.
Conclusión
La ley puede hacer
muchas cosas: manda, demanda, reprende, condena, refrena e, incluso, apunta más
allá de sí misma, esto es, apunta a Jesús. Sin embargo, hay una cosa que la ley
nunca podrá hacer. No puede salvar. De allí que es necesaria la gracia. La ley
ordena y exige, la gracia concede todo inmerecidamente.
La gracia destrona al
pecado. ¡Destruye el señorío del pecado y capacita al creyente para ofrecerse a
sí mismo y todo lo que tiene en servicio de amor a Dios!
Recordemos que Pablo
está refutando la falsa acusación de que su enseñanza en la libre gracia de
Dios llevaba a una vida de pecado. La doctrina siempre debe tener una
aplicación práctica en nuestra vida. Ella no puede ser considerada como un fin
en sí misma. Si aplicamos correctamente los principios aquí delineados por
Pablo, tendremos paz en saber que hemos interpretado correctamente la doctrina
de la unión con Cristo.
¿Qué relación tienes
con el pecado? Dependiendo de tu respuesta, se comprobará tu relación con
Cristo.
Soli Deo Gloria (solo a Dios la
gloria) era uno de los resúmenes fundamentales del pensamiento de la Reforma.
Nadie podía decir: “He recibido vida eterna gracias a mi buena vida, mi
devoción religiosa o mi razonamiento inteligente”. Toda la gloria es de Dios[7].
Pero Soli Deo Gloria también supuso
un resumen de una vida de Reforma. La vida cotidiana pasó a ser el contexto en
el que glorificamos a Dios. Este hincapié en la vida cotidiana brotó del
redescubrimiento de las Escrituras por parte de los reformadores, porque
refleja el cristianismo bíblico. Pero también fluía de su redescubrimiento de
la justificación por fe.
[1] GEORGE, Timothy. Teología de los Reformadores. Sao Paulo: Vida Nova, 1993, p. 64.
[2] Ibid.
[3] Ibid. p. 119.
[4] WELLS, Paul: Calvin and Union with Christ. Grand Rapids: RHB, 2010, p. 66.
[5] WENDEL, François. Calvin: The Origins and Development of His Religious Thought, trad. Philip Mairet Londres: William
Collins, 1965, p. 151.
[6] WELLS, op. Cit. P. 69.
[7] CHESTER, Tim;
REEVES, Michael. ¿Por qué la Reforma aún
importa?: Conociendo el pasado, para reflexionar sobre el presente y dar forma
al futuro. Publicaciones Andamio.
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