VIVIENDO EL PRESENTE, APRENDIENDO DEL PASADO
Y ANTICIPANDO EL FUTURO
(Hechos 2:41-47)
Introducción
En la Biblia
encontramos el plan de Dios para Su iglesia en todas las épocas y lugares. Por
lo tanto, para saber cómo debemos vivir como cristianos en el presente,
necesitamos ir de vuelta al siglo I. No se trata de vivir en el pasado, no se
trata de no ser relevantes para la cultura de nuestros días. Al contrario, el
punto aquí es entender de que el Cristianismo es atemporal, pues Cristo, que es
el Evangelio, es el mismo “ayer, hoy y por los siglos” (He. 13:8).
Los reformadores no
pretendieron ser originales. Es más, sus escritos dan testimonio de ello. Lo
que estaba en sus mentes y corazones era volver a la Biblia (Sola Scriptura),
volver al Evangelio (Solus Christus). Se dieron cuenta que esa es la única
forma de glorificar a Dios (Soli Deo Gloria). Y al redescubrir las verdades del
evangelio, el mundo entero fue remecido.
Si miramos a la Reforma
como un quiebre con el pasado y una construcción de algo nuevo, estaremos
incurriendo en un grave error. Ellos no crearon algo nuevo, sino que Dios les
permitió ver con claridad el Evangelio que estaba oculto bajo un manto de
tradicionalismo y superstición.
Al volver a las
Escrituras, se dieron cuenta que la salvación es por gracia (Sola Gratia)
mediante la fe (Sola Fide) en Cristo Jesús. Y en esto solo siguieron lo que ya
estaba claro en el NT.
La primera Iglesia neotestamentaria
fue fundada en el Evangelio. Después de la crucifixión, muerte, resurrección y
ascensión de Cristo, el Espíritu Santo de la promesa vino (Hch. 2:1-13). Una
vez que los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo, comenzaron a predicar
el mensaje de salvación en Cristo Jesús. Ellos hablaban de su muerte expiatoria
(su muerte en la cruz por pecadores); ellos enfatizaron la resurrección y la
exaltación de Jesús llegando al siguiente clímax: “Sepa, pues, con certidumbre
toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron,
Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Y los que los oyeron respondieron
como debe hacerlo un pecador que escucha de la gracia de Dios ofrecida en
Cristo Jesús: “Entonces, cuando oyeron esto, se afligieron de corazón y dijeron
a Pedro y a los otros apóstoles: hermanos, ¿qué haremos?” (Hch. 2:37). Y la
respuesta de Pedro fue directa: “arrepiéntanse y sea bautizado cada uno de
ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el
don del Espíritu Santo” (Hch. 2:38), es decir, dejen sus pecados y depositen su
fe en Cristo Jesús. Nos dice el texto que Pedro les exhortaba diciendo: “¡Sean
salvos de esta perversa generación!” (Hch. 2:40).
Esta última frase es
importante, porque demuestra que los cristianos del siglo I vivían en un mundo similar
al nuestro. Ellos vivían en medio de una cultura corrupta, por tanto, ellos nos
pueden enseñar a vivir la vida cristiana en medio de una cultura corrupta. ¿Cómo
reaccionaron a la corrupción de la cultura? Lucas nos lo relata:
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el
partimiento del pan y en las oraciones. Entonces caía temor sobre toda persona,
pues se hacían muchos milagros y señales por medio de los apóstoles. Y todos
los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus
posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según tenía necesidad.
Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo el pan casa
por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón,
alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo. Y el Señor añadía
diariamente a su número los que habían de ser salvos (Lc. 2:42-47).
Vemos que los primeros
cristianos fueron salvos volviéndose a Jesús en fe y arrepentimiento. Una vez
salvos, ellos formaron una comunidad que enseñaba, adoraba y se preocupaba por
las necesidades de otros. Y mientras hacían esto, por la gracia de Dios,
crecían en número.
1. Una
Iglesia que enseña
Es importante notar que
lo primero que Lucas menciona es que la iglesia se caracterizaba por ser una
comunidad docente. Se enseñaba la doctrina de los apóstoles, es decir, el
evangelio. Todo en la iglesia depende de la enseñanza clara de la Palabra de
Dios. Los primeros cristianos eran devotos en el estudio de la doctrina. Era
una iglesia hambrienta por la instrucción bíblica y teológica (cf. 2:46a). Si
queremos que nuestras iglesias hoy sobrevivan, debemos tener una pasión
inagotable por la Palabra de Dios. Quiero llamar la atención de ustedes para la
expresión: “perseveraban unánimes en el templo día tras día”. No es suficiente
que tengamos un sana doctrina de la Escritura, la Iglesia debe hacer uso
regular, constante de ella.
2. Una
Iglesia que adora
La iglesia, además de
estudiar la Biblia, adoraba. Lucas dice: “Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch.
2:42). Quiero destacar la palabra “comunión”. Ellos perseveraban en la
comunión, es decir, participaban en el servicio público (la reunión pública),
que incluía oración y participación en los sacramentos. Ellos se reunían
constantemente para adorar (2:46-47). En la adoración pública y privada,
disfrutaban de la comunión en el sentido más pleno y rico, dando a Dios toda la
gloria. En la adoración, Dios ocupa el centro de nuestra atención.
Hay un claro y fuerte
sentido de comunidad en este texto. La iglesia es identificada y separada del
mundo. Es decir, existía una clara vinculación a través de la membresía. Y lo
más maravilloso es que mientras la iglesia adoraba, el Señor “añadía
diariamente a su número los que habían de ser salvos” (v. 47). La iglesia del
siglo I no sólo practicaba la membresía formal, sino que también el discipulado
constante.
3. Una
Iglesia que se preocupa
La iglesia no solo
tenía en común la doctrina, sino que también compartían las cargas de los
otros. Jerry Bridges dice que hay tres actitudes que las personas pueden tener
hacia las posesiones: (1) El ladrón dice: “lo que es tuyo, es mío...y lo tomo”;
(2) El egoísta dice: “Lo que es mío, es mío y me lo quedo”; (3) El que se
preocupa dice: “Lo que es mío, en realidad, es del Señor, y lo comparto”.
4. Una
Iglesia que crece
El resultado de todo lo
anterior era tremendo. La vida de la iglesia impactaba a los de afuera. Dice
que la Iglesia “tenía el favor de todo el pueblo. Y el Señor añadía diariamente
a su número los que habían de ser salvos” (v. 47). Por la gracia de Dios, una
iglesia que enseña, que adora y que se preocupa se convierte en una iglesia que
crece. Es decir, una iglesia que sigue el patrón neotestamentario de enseñanza,
adoración y misericordia, será una iglesia fructífera en el evangelismo.
Ahora, nosotros estamos
en el siglo XXI, ¿qué debemos hacer? A la luz de la Biblia podemos resumir lo
que hemos dicho hasta aquí de la siguiente manera:
- Mantener la
tradición clara, sana y firme de predicación expositiva por hombres
capacitados por Dios para ello.
- Adorar a Dios
como a Él se agrada, con un servicio racional, con oraciones y cánticos.
- Incorporar a
cada miembro en pequeños grupos de estudio donde pueda ser ministrado y ellos
puedan, también, ministrar también a otros.
- Servir a la
comunidad por medio de ministerios de misericordia.
- Avanzar en la
obra evangelística y misionera de la iglesia en lo local y en lo mundial.
Conclusión
Vemos que ser
reformados hoy es más que una moda. Es volver a las Escrituras, es volver al
patrón bíblico de ser iglesia. Eso era lo que inflamaba el corazón de los
reformadores. Fue un grupo de hermanos devotos, que se consagraron al estudio
de la Biblia, la predicaron sin cesar, procuraron reformar la forma de adorar a
Dios (según las Escrituras) e hicieron esfuerzos por servir a la comunidad.
Es cierto que, así como
acertaron en muchas cosas, también cometieron algunos desaciertos. Pero eran
seres humanos como nosotros, con nuestras limitaciones y pecados.
En un tiempo de los
súper “cool” reformados, o los súper carismáticos espirituales reformados, Dios
nos llama a volver a la Biblia, a volver a Cristo. Cristo nunca dejará de estar
de moda, no porque lo hagamos más “cool” o porque lo reinterpretemos a nuestro
gusto, sino porque es el eterno Salvador, el mismo ayer, hoy y por los siglos.
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