jueves, 2 de noviembre de 2017

Reformando Vidas (2)

VIVIENDO EL PRESENTE, APRENDIENDO DEL PASADO
Y ANTICIPANDO EL FUTURO
(Hechos 2:41-47)

Introducción
En la Biblia encontramos el plan de Dios para Su iglesia en todas las épocas y lugares. Por lo tanto, para saber cómo debemos vivir como cristianos en el presente, necesitamos ir de vuelta al siglo I. No se trata de vivir en el pasado, no se trata de no ser relevantes para la cultura de nuestros días. Al contrario, el punto aquí es entender de que el Cristianismo es atemporal, pues Cristo, que es el Evangelio, es el mismo “ayer, hoy y por los siglos” (He. 13:8).
Los reformadores no pretendieron ser originales. Es más, sus escritos dan testimonio de ello. Lo que estaba en sus mentes y corazones era volver a la Biblia (Sola Scriptura), volver al Evangelio (Solus Christus). Se dieron cuenta que esa es la única forma de glorificar a Dios (Soli Deo Gloria). Y al redescubrir las verdades del evangelio, el mundo entero fue remecido.
Si miramos a la Reforma como un quiebre con el pasado y una construcción de algo nuevo, estaremos incurriendo en un grave error. Ellos no crearon algo nuevo, sino que Dios les permitió ver con claridad el Evangelio que estaba oculto bajo un manto de tradicionalismo y superstición.
Al volver a las Escrituras, se dieron cuenta que la salvación es por gracia (Sola Gratia) mediante la fe (Sola Fide) en Cristo Jesús. Y en esto solo siguieron lo que ya estaba claro en el NT. 
La primera Iglesia neotestamentaria fue fundada en el Evangelio. Después de la crucifixión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo, el Espíritu Santo de la promesa vino (Hch. 2:1-13). Una vez que los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo, comenzaron a predicar el mensaje de salvación en Cristo Jesús. Ellos hablaban de su muerte expiatoria (su muerte en la cruz por pecadores); ellos enfatizaron la resurrección y la exaltación de Jesús llegando al siguiente clímax: “Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Y los que los oyeron respondieron como debe hacerlo un pecador que escucha de la gracia de Dios ofrecida en Cristo Jesús: “Entonces, cuando oyeron esto, se afligieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: hermanos, ¿qué haremos?” (Hch. 2:37). Y la respuesta de Pedro fue directa:  “arrepiéntanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:38), es decir, dejen sus pecados y depositen su fe en Cristo Jesús. Nos dice el texto que Pedro les exhortaba diciendo: “¡Sean salvos de esta perversa generación!” (Hch. 2:40).
Esta última frase es importante, porque demuestra que los cristianos del siglo I vivían en un mundo similar al nuestro. Ellos vivían en medio de una cultura corrupta, por tanto, ellos nos pueden enseñar a vivir la vida cristiana en medio de una cultura corrupta. ¿Cómo reaccionaron a la corrupción de la cultura? Lucas nos lo relata:

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones. Entonces caía temor sobre toda persona, pues se hacían muchos milagros y señales por medio de los apóstoles. Y todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según tenía necesidad. Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo el favor de todo el pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos (Lc. 2:42-47).

Vemos que los primeros cristianos fueron salvos volviéndose a Jesús en fe y arrepentimiento. Una vez salvos, ellos formaron una comunidad que enseñaba, adoraba y se preocupaba por las necesidades de otros. Y mientras hacían esto, por la gracia de Dios, crecían en número.

1. Una Iglesia que enseña
Es importante notar que lo primero que Lucas menciona es que la iglesia se caracterizaba por ser una comunidad docente. Se enseñaba la doctrina de los apóstoles, es decir, el evangelio. Todo en la iglesia depende de la enseñanza clara de la Palabra de Dios. Los primeros cristianos eran devotos en el estudio de la doctrina. Era una iglesia hambrienta por la instrucción bíblica y teológica (cf. 2:46a). Si queremos que nuestras iglesias hoy sobrevivan, debemos tener una pasión inagotable por la Palabra de Dios. Quiero llamar la atención de ustedes para la expresión: “perseveraban unánimes en el templo día tras día”. No es suficiente que tengamos un sana doctrina de la Escritura, la Iglesia debe hacer uso regular, constante  de ella.

2. Una Iglesia que adora
La iglesia, además de estudiar la Biblia, adoraba. Lucas dice: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch. 2:42). Quiero destacar la palabra “comunión”. Ellos perseveraban en la comunión, es decir, participaban en el servicio público (la reunión pública), que incluía oración y participación en los sacramentos. Ellos se reunían constantemente para adorar (2:46-47). En la adoración pública y privada, disfrutaban de la comunión en el sentido más pleno y rico, dando a Dios toda la gloria. En la adoración, Dios ocupa el centro de nuestra atención.
Hay un claro y fuerte sentido de comunidad en este texto. La iglesia es identificada y separada del mundo. Es decir, existía una clara vinculación a través de la membresía. Y lo más maravilloso es que mientras la iglesia adoraba, el Señor “añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos” (v. 47). La iglesia del siglo I no sólo practicaba la membresía formal, sino que también el discipulado constante.

3. Una Iglesia que se preocupa
La iglesia no solo tenía en común la doctrina, sino que también compartían las cargas de los otros. Jerry Bridges dice que hay tres actitudes que las personas pueden tener hacia las posesiones: (1) El ladrón dice: “lo que es tuyo, es mío...y lo tomo”; (2) El egoísta dice: “Lo que es mío, es mío y me lo quedo”; (3) El que se preocupa dice: “Lo que es mío, en realidad, es del Señor, y lo comparto”.

4. Una Iglesia que crece
El resultado de todo lo anterior era tremendo. La vida de la iglesia impactaba a los de afuera. Dice que la Iglesia “tenía el favor de todo el pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos” (v. 47). Por la gracia de Dios, una iglesia que enseña, que adora y que se preocupa se convierte en una iglesia que crece. Es decir, una iglesia que sigue el patrón neotestamentario de enseñanza, adoración y misericordia, será una iglesia fructífera en el evangelismo.
Ahora, nosotros estamos en el siglo XXI, ¿qué debemos hacer? A la luz de la Biblia podemos resumir lo que hemos dicho hasta aquí de la siguiente manera:

  1. Mantener la tradición clara, sana y firme de predicación expositiva por hombres capacitados por Dios para ello.
  2. Adorar a Dios como a Él se agrada, con un servicio racional, con oraciones y cánticos.
  3. Incorporar a cada miembro en pequeños grupos de estudio donde pueda ser ministrado y ellos puedan, también, ministrar también a otros.
  4. Servir a la comunidad por medio de ministerios de misericordia.
  5. Avanzar en la obra evangelística y misionera de la iglesia en lo local y en lo mundial.

Conclusión
Vemos que ser reformados hoy es más que una moda. Es volver a las Escrituras, es volver al patrón bíblico de ser iglesia. Eso era lo que inflamaba el corazón de los reformadores. Fue un grupo de hermanos devotos, que se consagraron al estudio de la Biblia, la predicaron sin cesar, procuraron reformar la forma de adorar a Dios (según las Escrituras) e hicieron esfuerzos por servir a la comunidad.
Es cierto que, así como acertaron en muchas cosas, también cometieron algunos desaciertos. Pero eran seres humanos como nosotros, con nuestras limitaciones y pecados.  

En un tiempo de los súper “cool” reformados, o los súper carismáticos espirituales reformados, Dios nos llama a volver a la Biblia, a volver a Cristo. Cristo nunca dejará de estar de moda, no porque lo hagamos más “cool” o porque lo reinterpretemos a nuestro gusto, sino porque es el eterno Salvador, el mismo ayer, hoy y por los siglos.

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