“Hemos
crecido en número, riqueza y poder como ninguna otra nación. Pero hemos
olvidado a Dios" (Abraham Lincoln).
Hay muchas iglesias en
Chile, tal vez no tantas como nos gustaría, pero sin duda hay bastantes en
comparación a los países menos alcanzados con el Evangelio. En los últimos años
hemos sido testigos del crecimiento en miembros en nuestras iglesias que,
gracias a Dios, ha contribuido a tener más recursos para la obra evangelística
en nuestro país. Se han plantado nuevas iglesias, se han revitalizado algunas
iglesias más antiguas, se han capacitado a nuevos líderes, se han organizado
conferencias, movimientos, en fin, parece que la iglesia está avanzando y
creciendo de manera saludable en nuestro querido Chile.
Sin embargo, al igual
que en el resto del mundo occidental, estamos viviendo en una época que se le
ha dado el nombre de post-cristiana; época en que el Cristianismo parece ya no
ejercer influencia en la mente y en el corazón de la cultura en general[1].
La iglesia siempre ha
enfrentado el peligro del Cristianismo nominal. Y Chile, si bien cuenta con una
mayoría de personas que profesan ser cristianas, la verdad es que en muchos
sentidos vivimos en una nación no cristiana. Esto lo vemos ejemplificado en el
hecho de que la gran mayoría de las personas hoy son relativistas y
narcisistas. Por un lado niegan la verdad absoluta y, por otro, son
radicalmente individualistas. Vivimos en una cultura de aquellos que toman y no
en una de aquellos que dan. ¿Estas señales no son suficientes para concluir que
de “cristiana” nuestra sociedad casi no tiene nada?
Es por eso que, como
Cristianos, debemos discernir lo que está sucediendo en nuestro país para que
entendamos lo que significa vivir para Cristo en nuestro tiempo. En la medida
que nuestra cultura va rumbo a la destrucción, la iglesia tiene oportunidades
tremendas de demostrar la gran diferencia que hace el ser cristiano.
Tomando la pregunta de Francis Schaeffer, podemos decir: ¿Cómo viviremos
en nuestro Chile post-moderno? ¿Qué significa ser reformados hoy?
Mi propuesta para este
material es sencilla. Quiero que en la primera parte exploremos lo que bíblicamente
significa ser reformado. ¿Es un apelativo
que está de moda? ¿Es dejarse la barba crecer, hacerse unos tatuajes “cool
cristianos”? ¿Es fumar pipa, o puros y tomar cerveza mientras hablamos de
teología? ¿Es poder citar a todos los escritores que están de moda en los
círculos reformados? ¿Es ser serio y solemne, incluso crítico a todo lo que
Dios está haciendo en Su Iglesia?
Intentaremos ver que un
reformado es un pobre y desdichado pecador que ha sido alcanzado por la gracia
de Dios en Cristo Jesús. Pero también veremos que tenemos una historia, es
decir, hubo hermanos fieles que nos antecedieron y que dieron sus vidas
anunciando el evangelio de salvación. No aparecimos de la nada y, ciertamente,
nada nuevo hemos inventado.
En la segunda parte vamos a tratar acerca del cambio que necesariamente debe producirse en nuestras
vidas al ser objetos de la gracia de Dios. La Biblia define al Cristiano como
una “nueva creación” (2 Co. 5:17). ¡Eso es una reforma!
Vamos a buscar
responder a preguntas del tipo: ¿Cómo Dios nos transforma? ¿Cómo Dios puede
reformar mi vida personal, familiar, laboral, ministerial? ¿Cuál es el
propósito de esa transformación?
[1] RYKEN, Philip Graham. City on a Hill: Reclaiming the Biblical
Pattern for the Church (p. 15). Moody Publishers.
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