martes, 14 de noviembre de 2017

500 AÑOS... ¿DE QUÉ? LA REFORMA PROTESTANTE Y SUS ORÍGENES

Hablar de los 500 años de la Reforma Protestante es hacer un viaje al pasado. Es visitar Wittenberg, Worms, Erfurt, Ginebra, Zúrich, por mencionar algunos lugares. Es caminar a través de catedrales, es oír sermones en la plaza de la ciudad y conocer a personas que con su intelecto y su valentía remecieron al mundo. Se trata de una historia de cobardía y de valor, de traición y de fe. Mi expectativa para hoy es que al terminar este pequeño viaje al pasado podamos entender mejor el presente y estimar con todo nuestro corazón el mensaje que realmente puede cambiar al mundo.
Cuando hablamos de la Reforma, en resumen, nos estamos refiriendo al renacer espiritual que tuvo lugar en Europa durante el siglo XVI. Han pasado ya 500 años. Sucedió en un lugar bastante distante de nuestro país. Por lo tanto, es natural que nos preguntemos: ¿Qué tiene que ver conmigo la Reforma?
Mi propuesta para hoy es viajar al pasado (particularmente al siglo XVI con algunas menciones a siglos previos) y hacer un resumen de la Historia de la Reforma. No podemos olvidar que se trata de Historia, pero mi interés es que no pensemos que la Reforma ya pasó, es decir, que se trató de una discusión que no tiene relevancia para nosotros hoy. Pues, cualquier observador perspicaz se dará cuenta que todos los conflictos que suscitaron la Reforma aún permanecen hoy aunque con diferentes personajes y en un contexto diferente. Como Woody Allen dijo: “La Historia se repite. Y debe repetirse, pues nadie escucha la primera vez”.
Comenzaremos examinando el contexto en que se dio la Reforma y destacaremos sus principales personajes. Cabe señalar que estamos hablando de un movimiento bastante complejo, por lo que debemos acotar el marco de nuestra exposición. Sin más demora, comencemos nuestro viaje.
  
I. Poder, escándalos y corrupción
No nos debería sorprender la afirmación de E. Lutzer cuando escribe: “El Cristianismo puede sobrevivir sin el evangelio”. ¿Qué? ¿Cómo es eso? El mismo Lutzer aclara lo que quiere decir: “Existe una forma de Cristianismo que se desarrolló en el Medioevo que sobrevivió en su tiempo sin el evangelio”. Era un Cristianismo sin poder, un Cristianismo que no podía dar seguridad de salvación a las personas, un Cristianismo que no llevaba a la santificación personal. Aún así, se le llamaba Cristianismo.
El Evangelio siempre debe ser defendido, pero también, a veces, debe ser rescatado. Al final del siglo XV y comienzos del XVI La Iglesia Católica Romana necesitaba desesperadamente de una reforma. Sus líderes vivían de manera vergonzosa y el descaro era la tónica entre los fieles. La Reina Isabel de Castilla (1451-1504) señaló que: “la mayoría del clero vive en abierto concubinato y si nuestra justicia interviene para castigarlos, ellos se sublevan y crean un escándalo, y ellos desprecian nuestra justicia al punto de armarse en contra de ella”. Los líderes de la Iglesia vivían de manera que deshonraban el Evangelio de Jesucristo. Sumado a esto, el evangelio había sido enterrado bajo un manto de supersticiones y tradiciones. Estas tradiciones y supersticiones contribuyeron para el incremento del poder de la Iglesia, al punto que ella llegó a exagerar sus reclamaciones acerca de su autoridad espiritual. Los sacerdotes, que habían recibido la enseñanza de que tenían el poder de hacer que el pan y el vino se convirtieran en el cuerpo y sangre de Cristo, llegaron a creer que también podían retener o garantizar la salvación de las personas. Y ¿qué decir del papado? Escándalos, luchas de poder y excesos eran la regla. Entre 1305 y 1377 hubo seis papas que gobernaron la Iglesia desde Aviñón. Este período es conocido como “La Cautividad Babilónica de la Iglesia”, ya que el papado estuvo fuera de Roma y se mantuvo cautivo en Francia durante 70 años (en realidad 72).
Este período de inestabilidad papal comenzó con el papado de Bonifacio VIII (1294-1303). Un papa arrogante y ambicioso, que entró en conflicto con el rey Felipe IV de Francia acerca de los impuestos y la autoridad papal.  Luego de la muerte de Bonifacio VIII se inicia un período de desmoralización del papado. Clemente V (1305-1314), transfirió la sede papal a Aviñón (Sur de Francia). En todas partes crecieron las críticas al lujo y extravagancia de la corte papal. Juan XXII (1316-1334), fue muy eficiente en cobrar impuestos y diezmos para cubrir los lujos papales. Finalmente ocurrió el “Gran Cisma” en que hubo dos y posteriormente tres papas rivales al mismo tiempo en Roma, Aviñón y Pisa (1378-1417). Debido a esa situación surgió el clamor por “reformas en la cabeza y en los miembros”.   
Durante el “Gran Cisma”, cada papa se consideraba el legítimo y excomulgó a sus rivales. Era necesario resolver esa crisis. En el Concilio de Pisa (1409), se eligió un nuevo papa, pero los otros dos se rehusaron a ser depuestos. Juan XXII, el segundo papa Pisano, convocó el Concilio de Constanza (1414-1417), donde fueron depuestos los tres papas, se eligió a Martín V como el único papa y se decretó la supremacía de los concilios sobre el papa. En el Concilio de Basilea (1431-1449) reafirmó la autoridad de los concilios. Sin embargo, el Concilio de Ferrara-Florencia (1438-1445) que buscó la unión con la Iglesia Ortodoxa (frustrada por la caída de Constantinopla en 1453), reafirmó la superioridad papal. El intento de gobernar la iglesia por medio de concilios, fracasó.

II. La Estrella de la Mañana, el Ganso y el Cisne
Muchas personas creen que la Reforma comenzó el día 31 de octubre de 1517, cuando Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittenberg. Sin embargo, la acción de Lutero fue precedida por la de otros hombres que arriesgaron sus vidas para rescatar el Evangelio de manos de una Iglesia que estaba sumida en escándalos y corrupción.
Los llamados pre-reformadores intentaron reformar la Iglesia antes del período conocido como Reforma. Su obra, sin embargo, estuvo limitada a lugares específicos, por lo que no tuvieron el impacto y alcance de un Lutero. No obstante, ellos pavimentaron el camino para Lutero.
  
A. John Wycliffe (c. 1330-1384): La estrella de la mañana[1] de la Reforma
Wycliffe nació en Inglaterra en c.1330. Estudió en Oxford y recibió entrenamiento teológico allí. Wycliffe vivió durante el período del Cautiverio Babilónico de la Iglesia y durante el Gran Cisma. Por lo tanto, estaba muy al corriente de la corrupción de la Iglesia. Wycliffe atacó las irregularidades del clero, las supersticiones (reliquias, peregrinaciones, veneraciones a los santos), la transustanciación, el purgatorio, las indulgencias, el celibato y las pretensiones papales. Sus seguidores se conocieron como Lolardos (murmuradores, vagabundos, cizañeros). Tenían la Biblia como norma de fe que todos debían leer e interpretar (tradujo la Biblia al inglés). La principal obra de Wycliffe fue popularizar la Biblia.

B. Jan Huss (c.1372-1415): El Ganso[2] que se convirtió en Cisne
Sacerdote y profesor de la Universidad de Praga, en Bohemia (república checa) y recibió la influencia de Wycliffe. Afirmaba que la Iglesia era definida por una vida semejante a la de Cristo y no por los sacramentos. La Iglesia estaba integrada por los elegidos y su cabeza era Cristo y no el papa. Insistía en la suprema autoridad de la Escritura. Fue condenado a la hoguera en el Concilio de Constanza (1415). Antes de morir Huss dijo: “Vas a asar un ganso, pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar”.

III. La Puerta de Wittenberg
Martín Lutero (1483-1546), nació en Eisleben, Este de Alemania, hijo de Hans y Margaretha Luther. Hijo de minero (clase obrera/media), fue destinado por su padre al estudio del Derecho (era la forma como una persona de clase media/baja podría ascender socialmente). Fue este joven el que fue usado por Dios para dar el puntapié inicial a la Reforma.



A. La experiencia religiosa de Lutero.
Regresando de su casa a la Universidad de Erfurt se vio en medio de una tormenta eléctrica. Clamó a Santa Ana y le pidió que si lo libraba de la muerte, se convertiría en monje. Estando en el monasterio, Lutero se destacó. Era profundamente estricto en sus prácticas monásticas, sin embargo, vivía atormentado. El mismo dice que no amaba a Dios, pues creía que Dios era un juez severo que exigía una perfección inalcanzable y que amenazaba con el infierno[3]. Sus constantes preocupaciones espirituales inquietaron a su superior, quien, viendo los dones que Lutero poseía, lo designó para enseñar ética en la recientemente creada Universidad de Wittenberg (1512). Luego, pasó a enseñar Biblia. Fue en su estudio de la Carta a los Romanos donde Lutero entendió lo que el Evangelio quería decir por Justicia de Dios. Él escribió:

Empecé a entender que en este versículo la justicia de Dios es aquello por lo que la persona justa vive por un don de Dios, esto es por fe. Empecé a entender que este versículo significa que la justicia de Dios se revela por medio del Evangelio, pero es una justicia pasiva, esto es, aquello por medio de lo cual el Dios misericordioso nos justifica por fe, como está escrito: “El justo por la fe vivirá”. De inmediato sentí que había nacido de nuevo y entrado en el propio paraíso a través de unas puertas abiertas[4].
 
Lutero había entendido el Evangelio, su vida fue transformada. Junto a sus funciones como profesor, Lutero era pastor (fue ordenado en 1507) de la Iglesia del Castillo en Wittenberg. Esto es algo que no debe ser pasado por alto. Lutero, en su función de pastor/maestro, tuvo una percepción clara y profunda de la necesidad de reformar la Iglesia.

B. Un Papa, un Obispo y las famosas indulgencias
En 1513 había asumido el papado Giovanni di Lorenzo de Medici, más conocido como León X. Un papa ambicioso y extravagante que soñaba con terminar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Pero el problema era que los fondos escaseaban.
Por aquel entonces se abrió la elección del arzobispado de Mainz. Alberto ya poseía dos obispados, por lo que tuvo que negociar con León X. Finalmente, Alberto se quedó con el obispado por la suma de 24.000 ducados que pidió en préstamo a banqueros alemanes (Los Fugger). Para facilitarle el pago de la deuda, el papa le autorizó la venta de indulgencias en sus territorios, tarea que Alberto encomendó al fraile dominicano Juan Tetzel. La venta de indulgencias fue lo que provocó la indignación de Martín Lutero.
El 31 de octubre de 1517 Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittenberg. En ellas hacía un llamado a la comunidad académica para un debate sobre las indulgencias. El debate nunca ocurrió. Sin embargo, las indulgencias fueron leídas, copiadas, difundidas por todas partes. Lo que había comenzado como un simple ejercicio académico comenzó a tomar otras proporciones.
También en 1519, Lutero participó de un debate en Leipzig con Juan Eck. Allí defendió a Jan Huss y afirmó que papas y concilios pueden errar. En 1520 León X envía la Bula Exsurge Domine a Lutero y le da 60 días para retractarse. Lutero la quema en la plaza pública. En ese mismo año Lutero escribe tres obras que serán de gran importancia para la reforma:

          A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana (la responsabilidad por la reforma estaba en las manos de los magistrados; la Palabra y los sacramentos pertenecen a la iglesia, todo lo demás es de la autoridad de los magistrados).
       El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (crítica a la teología sacramental del medioevo, se reducen los sacramentos de 7 a 3).
          La Libertad del Cristiano (las implicaciones éticas de la justificación por la fe).

En 1521 Lutero fue excomulgado por medio de la  Bula: Decet Pontificem Romanum (satisface al pontífice romano). Ese mismo año Lutero fue convocado por el emperador a la Dieta de Worms. Allí se defendió y fue condenado. Se refugió en el Castillo de Wartburgo, donde comenzó a traducir la Biblia (fue protegido por Federico el Sabio, Príncipe Elector de Sajonia). Las ideas de Lutero se difundieron en Alemania y Europa gracias a la imprenta.
En 1529, en la Dieta de Espira: surge el nombre “protestantes”. Ese mismo año, Felipe de Hesse convoca el Coloquio de Marburgo. En este coloquio se hacen concretas las diferencias entre luteranos y zwinglianos acerca de la presencia de Cristo en la Cena del Señor. Lutero terminó el coloquio con la frase: “ustedes son de un espíritu diferente del nuestro”. A partir de allí surge el término Reformados para diferenciarlos de los Luteranos.
Luego surgen iglesias nacionales de tradición luterana en Suecia, Dinamarca, Noruega e Islandia.
En Alemania, hay guerras entre católicos y luteranos, que cesan con la Paz de Augsburgo (1555). Allí se establece el Principio: “cuius regio, eius religio”. Hubo nuevas guerras en la primera mitad del s. XVII, hasta la Paz de Westfalia (1648).
Decíamos que Lutero dio inicio al movimiento. Si bien al comienzo no quería romper con la Iglesia, finalmente se dio cuenta que no podía haber comunión dentro de la Iglesia que se negaba a ser reformada. Sus ideas se difundieron por muchos lugares de Europa. El movimiento Protestante/Reformado ya no podía ser detenido.

IV. Post Tenebras Lux: Calvino y la Reforma de Ginebra
“Te digo en nombre del Dios Todopoderoso, a ti que pones tus estudios como una excusa, que si no nos ayudas a llevar a cabo la obra de Dios, él mismo te maldecirá, porque estás buscando tu propia gloria y no la de Cristo”[5]. Fueron las tiernas palabras de Guillermo Farel a Juan Calvino cuando se encontraron en Ginebra. Escribiendo sobre el asunto Calvino dijo: “quedé tan aterrorizado con esa imprecación que desistí del viaje que había emprendido. Sentí como si Dios estuviese lanzando sobre mí su mano poderosa para llevarme cautivo”. A partir de este momento, Calvino comenzó su ministerio como pastor y maestro en Ginebra.

A. La infancia
Jean Cauvin nació el 10 de julio de 1509 en Noyon, Francia. Era el tercer hijo de cuatro que tuvo Gérard Cauvin, un escribano de la catedral local. Gérard era un hombre complicado, pero Jeanne Lefranc, su mujer y madre de Calvino, era una devota cristiana. La madre de Juan Calvino murió cuando él tenía 6 años de edad.
Dos privilegios obtuvo Gérard de su posición en la catedral de Noyon: El primero fue su vínculo con la familia Montmor que le dio al joven Juan una educación privada privilegiada. Esto también le permitió seguir sus estudios en la Universidad de París. El segundo fue el acceso que Juan tuvo a lo que en tiempos medievales sería el equivalente a una beca de estudios.
Calvino llegó a París a principios de 1520, pasó algunos meses estudiando en el Collège de la Marche. Allí tuvo como instructor a Mathurin Cordier, uno de los mejores catedráticos de Latín de aquella época. Calvino recordaba el lado oscuro de su tiempo en el Collège de la Marche. Le cambiaron a su muy querido profesor de Latín por uno que no le simpatizaba por ser muy caprichoso en sus métodos de enseñanza. De allí Calvino fue transferido al Collège de Montaigu. En aquel tiempo el padre de Calvino quería que su hijo llegara a ser un sacerdote y Montaigu era el tipo de monasterio para adolescentes que buscaban convertirse en sacerdotes.
Calvino recuerda dos cosas en particular acerca de la vida en el Collège de Montaigu: (1) La comida era terrible (él creía que esa comida contribuyó a deteriorar su salud posteriormente); (2) La extrema disciplina del Collège (las clases comenzaban a las 4 am e iban hasta las 8 pm en invierno y hasta las 9 pm en verano). Para el tiempo de su graduación en el Collège su padre había dejado la catedral. Lo habían excomulgado en 1528. Por lo tanto, Gérard decidió que lo mejor para su hijo sería el estudio del Derecho. Calvino se trasladó primero a la Universidad de Orleans y, posteriormente, a la Universidad de Bourges. Fue en este tiempo y en estos lugares donde Calvino recibió influencia del luteranismo.

B. La Conversión
Durante su tiempo en la Universidad Calvino pasó a formar parte de un movimiento humanista cuyo lema era Ad Fontes, esto es, retornar a la belleza de la literatura de la antigüedad clásica y estudiar las lenguas clásicas. Esto lo llevó a escribir un pequeño comentario a la obra de Séneca De Clementia, que publicó en 1532. Calvino pensó que este sería su primer paso en su carrera académica. Sin embargo, quedó decepcionado. Ni el humanismo ni la carrera académica podrían responder a las inquietudes que Calvino tenía en su mente y en su corazón. Dios tenía otros planes para él.
Calvino dice que testarudamente se encontraba preso al Romanismo. Sin embargo, bajo la influencia del movimiento evangélico presente en la Universidad, esa porfía comenzó a resquebrajarse. Algunos amigos de Calvino comenzaron a hablar más abiertamente acerca de sus nuevos descubrimientos. Uno de ellos era su primo, Pierre Robert Olivétan. Olivétan tradujo la Biblia al francés y Juan Calvino escribió el prefacio (1534). Calvino también comenzó a moverse en círculos reformados de los cuales, la hermana del Rey, Margarita de Navarra, era la protectora. Otro amigo era Nicholas Cop, quien debía presentar el Discurso del Rector de la Universidad de París en noviembre de 1533. Teodoro Beza dice que el autor del discurso no fue Cop, sino Calvino. En este discurso había una combinación de lo antiguo y lo nuevo. Claramente expresaba una defensa de un Cristianismo del Nuevo Testamento. Hubo reacciones por causa del discurso y Calvino tuvo que huir de París.
¿Cómo Calvino llegó a abrazar completamente el movimiento reformado? Todo lo que sabemos es que Dios lo subyugó súbitamente. Su conversión fue inesperada. Pero todo indica que se dio entre los años de 1533 y 1534.
En 1536 Calvino publica la primera edición de su obra magna La Institución de la Religión Cristiana. La primera edición era pequeña, sólo tenía 6 capítulos y era un libro de bolsillo. Con el correr de los años, creció sustancialmente hasta su edición final de 1559. Calvino quería producir una obra que edificara a los cristianos y, en cierta medida, sirviera como una apología del movimiento reformado.

C. El Ministerio
En 1536, Calvino deseaba ir a Estrasburgo para dedicarse a los estudios; Guillermo Farel lo convence a quedarse en Ginebra. Ambos comienzan la obra de Reforma de la cuidad.
En 1538, debido a conflictos con las autoridades civiles, ambos son expulsados. Entre 1538-41, Calvino pasa tres años felices en Estrasburgo: Allí pastorea una iglesia de refugiados franceses, participa de conferencias con el reformador Martín Bucero, enseña en la academia de Juan Sturm, se casa con Idelette de Bure y escribe diversas obras.
En 1541, Calvino vuelve a Ginebra. Escribe las Ordenanzas Eclesiásticas y enfrenta una larga lucha con los magistrados. En 1559, llega a ser ciudadano de Ginebra, funda la Academia y publica la última edición de la Institución. Muere el día 27 de mayo de 1564.

D. Lecciones del Ministerio de Calvino
Durante la mayor parte de su ministerio Calvino vivió al límite. Debía soportar la tremenda presión política que ejercían sobre él. No era un ciudadano de Ginebra, era un refugiado hasta poco antes de su muerte. No tenía poder político alguno. Además, tuvo que enfrentar la hostilidad que generaba su presencia y su ministerio. ¿Cómo olvidar el famoso juicio de Servet? (1553), ¿Cómo olvidar a Jerónimo Bolsec (carmelita, médico y espía de la corte de Ferrara) quien tenía un disgusto terrible por la doctrina de la predestinación y lo difamó terriblemente?
A pesar de todos esos obstáculos Calvino realizó un precioso ministerio allí. La pregunta que surge es, ¿cómo fue posible que Ginebra se haya transformada? Existen dos cosas que dan cuenta de cómo la transformación se llevó a cabo:
(1) La oración. Una de las primeras cosas que Calvino estableció al llegar a Ginebra luego de su estadía en Estrasburgo fue instituir un día de la semana dedicado a la oración. Los miércoles desde las 8 am hasta las 10 am, los pastores y los miembros de la iglesia se reunían para orar pidiendo la bendición de Dios sobre la ciudad y sobre las iglesias que estaban siendo plantadas fuera de Ginebra.
(2) La predicación. Se predicaban sermones los domingos por la mañana y por la tarde. Durante la semana Calvino predicaba tres veces (cuando su salud era buena, predicaba todos los días de la semana). Beza dice que eran cientos las personas que se reunían en la Catedral de San Pierre para oír al frágil y asmático predicador de la Palabra de Dios.

Ciertamente en el ministerio de Calvino en Ginebra vemos el patrón bíblico establecido en Hechos 6. Calvino hizo suyo este patrón y lo plasmó en su ministerio. En tiempos en que la Iglesia parece requerir nuevas técnicas, la Reforma nos recuerda que la transformación la realiza el Espíritu de Dios por medio de la Palabra.

Conclusión
Unos 120 años después de que la Reforma comenzara, más de 100 teólogos se reunieron en la Abadía de Westminster (Inglaterra) para escribir una serie de documentos que darían forma a la iglesia reformada en Inglaterra. La primera pregunta y respuesta del Catecismo Menor de Westminster es una hermosa y valiosa flor del pensamiento de la Reforma:  

Pregunta: ¿Cuál es el fin principal del hombre?
Respuesta: El fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de él por siempre[6].

La gloria de Dios y el deleite de él: estas verdades inseparables, gemelas, eran luces guiadoras para la Reforma. Los reformadores sostenían que, por medio de todas las doctrinas por las que habían luchado y que habían sostenido, Dios era glorificado y las personas recibían consuelo y gozo.

La única manera en la que la Reforma podría no seguir importando hoy sería si la belleza, la bondad, la verdad, el gozo y la prosperidad humana ya no importaran. Dios nos ha creado para que disfrutemos de él, pero sin las grandes verdades por las que los reformadores lucharon y que lo exhiben como glorioso y disfrutable, no lo haremos. Viendo menos de él, seremos inferiores y más tristes. Viendo más de él, seremos más completos y felices. Y en este sentido deberíamos dejar las últimas palabras a Juan Calvino. Esta es la razón por la que sigue importando la Reforma:

Por tanto, aunque nuestro entendimiento no puede conocer a Dios sin que al momento lo quiera honrar con algún culto o servicio, con todo no bastará entender de una manera confusa que hay un Dios, el cual únicamente debe ser honrado y adorado, sino que también es menester que estemos resueltos y convencidos de que el Dios que adoramos es la fuente de todos los bienes, para que ninguna cosa busquemos fuera de Él... también es menester que creamos que en ningún otro fuera de Él se hallará una sola gota de sabiduría, luz, justicia, potencia, rectitud y perfecta verdad, a fin de que, como todas las cosas proceden de Él, y Él es la sola causa de todas ellas, así nosotros aprendamos a esperarlas y pedírselas a Él, y darle gracias por ellas[7].

 




[1] Es una referencia a Venus, la estrella que anuncia la venida del amanecer.
[2] Su nombre en Checo significaría Ganso.
[3] En 1510 viaja a Roma y se decepciona con lo que vio allí: la piedad medieval y la corrupción de la administración papal.
[4] Ibid.
[5] Thea B. Van Halsema, Así Fue Calvino. P. 98.
[6] Chester, Tim; Reeves, Michael. ¿Por qué la Reforma aún importa?: Conociendo el pasado, para reflexionar sobre el presente y dar forma al futuro (Spanish Edition) (Posición en Kindle3434-3439). Publicaciones Andamio. Edición de Kindle. 
[7] Calvino. Inst. 1.2.1

jueves, 2 de noviembre de 2017

Reformando Vidas (3)

EL VIVIENDO EN LA GRACIA
(Romanos 6:1-14)

Introducción
Ya hemos visto que ser reformado es ser bíblico. No es estar a la moda ni tampoco es vivir en el siglo XVI.
Recuerdo haber escuchado al pastor Alistair Begg responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo explicas lo que significa ser reformado?, de la siguiente manera: “Bueno, comienzas leyendo tu Biblia, entonces te conviertes en bíblico. Y entonces, te conviertes en reformado”. Aunque esta afirmación parezca superficial o simple, está cargada de sabiduría. Ser reformado no es nada más y nada menos que ser bíblico. De hecho, en los inicios de la Reforma, los adeptos al movimiento eran conocidos como “Evangélicos”, es decir, aquellos que se fundamentan en el Evangelio. Con el correr del tiempo, recibieron de sus enemigos, los apelativos de Luteranos y Calvinistas. Con estos apodos, los enemigos querían decir lo siguiente: “ellos no son cristianos como nosotros, ellos siguen al tal Lutero y al tal Calvino”. Sin embargo, nosotros sabemos, por informaciones históricas, que ni Lutero ni Calvino deseaban que los movimientos encabezados por ellos fueran designados por sus nombres. Ellos querían que Dios fuera exaltado, que Cristo fuera anunciado, y no que sus nombres definieran el movimiento.
Es común escuchar la siguiente pregunta: ¿Cuál es el centro de la Teología de la Reforma? Aquí nos deparamos con diferentes matices. Algunos argumentan que la esencia de la Reforma descansa en la comprensión bíblica de la doctrina de la justificación por medio de la fe. Para Lutero, la doctrina de la justificación no era simplemente una doctrina entre otras, sino “el resumen de toda la doctrina cristiana”, “el artículo por el cual la iglesia se mantiene en pie o cae”[1].
Para Lutero no fue fácil llegar a esta conclusión. Es bien conocida su lucha con el concepto de justicia de Dios. Sin embargo, un día, según sus propias palabras:

Empecé a entender que en este versículo la justicia de Dios es aquello por lo que la persona justa vive por un don de Dios, esto es por fe. Empecé a entender que este versículo significa que la justicia de Dios se revela por medio del Evangelio, pero es una justicia pasiva, esto es, aquello por medio de lo cual el Dios misericordioso nos justifica por fe, como está escrito: “El justo por la fe vivirá”. De inmediato sentí que había nacido de nuevo y entrado en el propio paraíso a través de unas puertas abiertas[2].

Para Lutero la doctrina de la justificación era central. El Evangelio no podía ser entendido correctamente si no se captaba en plenitud el concepto de la justicia de Dios por medio de Cristo.
Si bien los demás reformadores concordaron con la importancia fundamental de la justificación por la fe, vemos que también presentaban otros énfasis. En el caso de Zwinglio, lamentablemente, su contribución ha sido poco evaluada y estudiada. Se le ha dedicado poco espacio en obras de estudio diciendo que su contribución “no exige más que un breve relato”[3]. Ciertamente fue ofuscado por Lutero y por Calvino y ha sido descrito como “el tercer hombre de la Reforma”. Lo más destacable, tal vez, fue el concepto memorial de la Cena del Señor, concepto que difería del de Lutero y del de Calvino.
Acerca de Calvino, muchos afirman que este reformador de segunda generación encarnó al teólogo de la gloria de Dios par excellence. Esto llevaría a decir que la Teología Reformada Calvinista tiene como centro la Gloria de Dios. Esta comprensión es recogida, por ejemplo, en el Catecismo de Ginebra (1541) y en el Catecismo Menor de Westminster (1648).
Si bien no podemos desconocer el énfasis en la gloria de Dios en los escritos de Calvino, tampoco podemos desconocer que en estudios más recientes se ha propuesto que el corazón de la doctrina cristiana, según era entendida por Calvino, está en la Unión con Cristo.
¿Por qué la unión con Cristo era tan importante para Calvino? ¿Será ella el centro de toda su obra teológica? No es la ocasión para presentar en detalle los debates académicos que han surgido acerca de este asunto, sin embargo, siguiendo a Paul Wells, podemos decir que la unión con Cristo, de hecho, constituye un foco central en la teología de Calvino como un todo, y lo es porque resuelve la tensión dialéctica que existe entre el Creador y la criatura y, más específicamente, la tensión dialéctica entre lo divino y lo humano[4]. François Wendel escribió:

Calvino sitúa toda su teología bajo la mirada de aquello que fue uno de los principios esenciales de la Reforma: la absoluta trascendencia de Dios y su total “otredad” con relación al hombre. Ninguna teología es Cristiana y está de acuerdo con las Escrituras, sino en la medida en que respete la infinita distancia que separa a Dios de sus criaturas y renuncie a toda confusión, toda “mezcla”, que podría tender a borrar la radical distinción entre lo Divino y lo humano. Sobre todo, Dios y el hombre, deben nuevamente ser vistos en sus debidos lugares. Esa es la idea que domina el todo de la exposición teológica de Calvino, y subyace en la mayoría de sus controversias[5].

Para Calvino, el ser humano está radicalmente subordinado a Dios y la teología nunca puede olvidar la realidad de esa situación. La creación, el pacto, la redención y la escatología junto a sus características particulares expresan la diferencia entre Dios y todo lo demás, y establece la supremacía de Dios[6]. 
Estando unidos a Cristo, los cristianos podemos conocer quién es Dios y quienes somos. Esto representa una reforma radical en la doctrina, pues Cristo y sus beneficios son de propiedad del creyente, no porque la Iglesia lo garantice o porque sea posible adquirirlos mediante esfuerzos humanos, sino porque el cristiano se encuentra espiritualmente unido a su Salvador.
Un buen texto bíblico que trata de la Unión con Cristo es Romanos 6:1-14. Pablo dedica una buena parte de su carta exponiendo lo que significa para el creyente el estar unido espiritualmente a Cristo Jesús.

1. Contextualizando
Romanos ha sido designada como “la carta magna” del Evangelio, el libro más teológico del Nuevo Testamento. Su contenido es bastante similar a la carta a los Gálatas, pero esta última es de menor extensión. Pablo, al escribir a la iglesia en Roma, tenía un objetivo bien claro: presentarse, presentar el evangelio que predicaba y pedir ayuda para seguir predicando donde Cristo no había sido anunciado (cf. 1:1-15; 1:16-11:36; 15:14-29).
La carta es bastante simple en su estructura: Pablo dice que todos (judíos y gentiles) están bajo condenación (1:18-3:20); sin embargo, Dios ha manifestado su justicia por medio de Cristo, justicia que se recibe por fe (3:21-5:21). Aquel que cree en Jesús, ha sido unido a Él espiritualmente, por lo tanto, ya no puede vivir en el pecado, a pesar, de que la lucha contra el pecado lo acompañará toda su vida aquí en la tierra. Pero ya no reina el pecado sobre el creyente, sino que el Espíritu de Dios lo preserva hasta el fin (6:1-8:39). Luego tenemos lo que algunos estudiosos han calificado como un paréntesis donde Pablo se refiere a la elección (9:1-11:36). Así concluye la parte doctrinal de la carta. Después tenemos la parte práctica, que es una aplicación de todo lo dicho anteriormente (12:1-15:33), para concluir con una serie de saludos personales (16:1-27).
Para nuestro propósito nos vamos a concentrar en el capítulo 6. Donde Pablo trata el asunto de nuestra Unión con Cristo.
Uno de los peligros de predicar la salvación por la gracia solamente (Sola Gratia) es que las personas la interpreten como una licencia para hacer todo lo que quieran (ver Ro. 3:8). Esto es lo que se conoce como antinomismo (que ha llevado tristemente al libertinaje). El argumento errado es el siguiente: “ya que cuando abundó el pecado la gracia sobreabundó, entonces sigamos pecando para que la gracia abunde más y más”.
Previendo este mal, Pablo en el capítulo 6, comienza a abordar el tema de la santificación del creyente. Y lo hace desde las implicaciones de nuestra unión espiritual con Cristo. Pablo nos dice algunas cosas importantes que veremos a continuación:

A. El cristiano ha muerto al pecado (v. 1-4).
¿Cuántas veces en esta semana has pensado en que como cristiano has muerto al pecado? ¿Qué diferencia hace ese pensamiento? La pregunta de Pablo es: ¿Sabes lo que ha pasado contigo desde que llegaste a ser cristiano? Y la respuesta es sencilla: Has muerto: “…los que hemos muerto al pecado…”. Es como si dijera: “de esta forma deben pensar acerca de ustedes mismos”.
Para hacerlo más comprensible, Pablo nos lleva al inicio de nuestra vida cristiana, a nuestro bautismo y nos hace meditar en lo que el bautismo significa.
En el bautismo cristiano existe una identificación con Cristo, tanto en su muerte como en su resurrección (la unión con Cristo). La conclusión es: “Si estoy unido a él y si él murió por mi pecado, luego, mi pecado ya no puede dominarme. Cristo Jesús lo derrotó”.
Infelizmente, muchas veces vivimos como si aún estuviésemos muertos para Cristo y vivos para el pecado. Dios no espera que seamos una especie de súper humanos. Él sabe que seguiremos pecando. Si por la fe recibimos a Jesús como el Salvador y Señor de nuestras vidas, ¿cómo es posible que aún estemos viviendo en la inmundicia del pecado? El secreto de una vida victoriosa es responder correctamente a esta pregunta: ¿Quién eres? Si estás en Cristo, ya no eres el mismo de antes, pues has muerto al pecado.

B. El cristiano ha participado de la resurrección de Cristo (v. 5-11).
El cristiano no sólo se identifica con Cristo en su muerte, sino que también en la resurrección. Y resurrección implica novedad de vida.
Antes éramos esclavos del pecado, ahora ya no más. Por eso el cristiano debe pensar de sí mismo como alguien que ha muerto al pecado y que está vivo para Dios.

Pecado => servicio => muerte.
Justicia => servicio => vida.

El pecado no puede dominar la vida del creyente porque él ha resucitado con Cristo y ahora disfruta de una nueva vida. La gracia no solamente implica perdón de pecados, también involucra una transferencia de dominio. El creyente ya no está más bajo la tiranía del pecado: “para que el cuerpo de pecado sea destruido a fin de que ya no seamos esclavos del pecado” (v. 6).
Al referirse a la resurrección Pablo enfatiza no tanto la inmortalidad, sino la imposibilidad de que sigamos viviendo de la manera en que lo hacíamos antes de ser salvos.
Es importante tomar en cuenta la palabra “sabemos” del v. 9 (implica pensar). ¿Qué debemos saber/pensar? Que estamos espiritualmente muertos al pecado y espiritualmente vivos para la justicia.
Otra palabra importante es “consideren” del v. 11 (es tener una confianza interna). Lo que sabemos, que como creyentes estamos muertos al pecado y vivos para Cristo, debe transformarse en la permanente convicción de nuestros corazones y mentes, el punto de despegue de todo nuestro pensar, planificar, disfrutar, hablar y hacer. Debemos recordar constantemente que ya no somos lo que antes éramos.

C. El cristiano debe andar en novedad de vida (v. 12-14).
Aquí comienzan los imperativos para los santificados (son consecuencia del indicativo que anteriormente ha sido mencionado por Pablo). Decirle a un esclavo que no se comporte como esclavo es una broma de mal gusto (sólo se puede hacer eso con alguien que es libre).
Si bien los creyentes ya no viven constantemente en la práctica del pecado, esto no significa que el pecado ha dejado de ser una fuerza opositora en sus vidas, una realidad que debe ser tenida en cuenta. De allí los imperativos: “No reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal”, “Ni tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de injusticia”. Reinado implica domino, señorío (gobierno).
Lo que Pablo está diciendo es: “No sigan poniendo los miembros de su cuerpo a disposición del pecado, como armas de iniquidad. Dejen de hacer esto; en lugar de eso, pónganse ahora mismo, completa y decisivamente, a disposición de Dios. ¡Ofrézcanse a él!”. Hay dos aspectos: (1) Entender que el pecado ya no reina; (2) No ofrecerse al pecado.
Aquí se afirma un hecho del cual tenemos garantía (v.14a): “Porque el pecado no se enseñoreará de ustedes”.


Conclusión
La ley puede hacer muchas cosas: manda, demanda, reprende, condena, refrena e, incluso, apunta más allá de sí misma, esto es, apunta a Jesús. Sin embargo, hay una cosa que la ley nunca podrá hacer. No puede salvar. De allí que es necesaria la gracia. La ley ordena y exige, la gracia concede todo inmerecidamente.
La gracia destrona al pecado. ¡Destruye el señorío del pecado y capacita al creyente para ofrecerse a sí mismo y todo lo que tiene en servicio de amor a Dios!
Recordemos que Pablo está refutando la falsa acusación de que su enseñanza en la libre gracia de Dios llevaba a una vida de pecado. La doctrina siempre debe tener una aplicación práctica en nuestra vida. Ella no puede ser considerada como un fin en sí misma. Si aplicamos correctamente los principios aquí delineados por Pablo, tendremos paz en saber que hemos interpretado correctamente la doctrina de la unión con Cristo.
¿Qué relación tienes con el pecado? Dependiendo de tu respuesta, se comprobará tu relación con Cristo.
Soli Deo Gloria (solo a Dios la gloria) era uno de los resúmenes fundamentales del pensamiento de la Reforma. Nadie podía decir: “He recibido vida eterna gracias a mi buena vida, mi devoción religiosa o mi razonamiento inteligente”. Toda la gloria es de Dios[7]. Pero Soli Deo Gloria también supuso un resumen de una vida de Reforma. La vida cotidiana pasó a ser el contexto en el que glorificamos a Dios. Este hincapié en la vida cotidiana brotó del redescubrimiento de las Escrituras por parte de los reformadores, porque refleja el cristianismo bíblico. Pero también fluía de su redescubrimiento de la justificación por fe.
 



[1] GEORGE, Timothy. Teología de los Reformadores. Sao Paulo: Vida Nova, 1993, p. 64.
[2] Ibid.
[3] Ibid. p. 119.
[4] WELLS, Paul: Calvin and Union with Christ. Grand Rapids: RHB, 2010, p. 66.
[5] WENDEL, François. Calvin: The Origins and Development of His Religious Thought, trad. Philip Mairet Londres: William Collins, 1965, p. 151.  
[6] WELLS, op. Cit. P. 69.
[7] CHESTER, Tim; REEVES, Michael. ¿Por qué la Reforma aún importa?: Conociendo el pasado, para reflexionar sobre el presente y dar forma al futuro. Publicaciones Andamio.