El objetivo de nuestra predicación es que
los hombres y las mujeres reconozcan que son pecadores y que se alleguen a los pies
de Cristo reconociéndolo como Señor y Salvador. Esa transformación es lo que se
conoce como conversión.
La conversión cristiana es una de las doctrinas
que ha causado más de una polémica dentro del medio evangélico. Algunos
discuten su naturaleza, otros el agente iniciador y, aun otros, sus resultados.
Creo que una de las discusiones más interesantes estriba en saber si una
conversión es verdadera o no. Es cierto que no hemos sido llamados a juzgar la
conversión de nadie, sin embargo, la Escritura nos proporciona ciertas pautas que nos permiten saber si estamos frente a una verdadera
conversión o no.
En el libro de Hechos de los Apóstoles
encontramos un evento que describe lo que es la conversión; a saber, la
conversión de Saulo de Tarso (Hechos 9:1-31). Este suceso es uno de los más
significativos de la historia cristiana y tanto es así, que el encuentro de
Saulo con Jesús está registrado en 3 pasajes del libro de Hechos
(9:1-19; 22:3-21; 26:12-18). Sólo un acontecimiento de real importancia es mencionado
más de una vez en las Escrituras.
La conversión de Saulo de Tarso es
grandemente instructiva para nosotros, pues en ella vemos lo que sucede cuando
Dios convierte a una persona.
(1)
Dios convierte a quien Él quiere (Hch.
9:1-2)
Pablo, antes de su conversión era,
hablando en términos humanos, la última persona que nos imaginaríamos como un cristiano.
Lucas lo describe como un celoso, vehemente y entusiasta perseguidor de los
cristianos (9:1). Pablo, posteriormente, no desmiente la descripción dada por Lucas,
sino que confirma lo que se dijo con respecto a él (cfr. Hch. 26:11; Gl. 3:13).
¿Por qué Pablo reaccionaba de esta forma contra los cristianos? ¿Por qué
tanto odio? Él mismo nos da los motivos en Filipenses 3:5-6, “circuncidado
al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de
hebreros; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la
iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”. Él
era un fariseo. Era un fervientemente y celoso observador de las tradiciones
judías. No soportaba la posibilidad de que alguien intentase cambiar lo que él
creía ser la verdad absoluta. Él cumplía la ley (no solamente la Torah, sino también
las interpretaciones de ésta hecha por los fariseos). Este celo llevó a Pablo a
transformarse en perseguidor y asesino (cf. Hch. 7:58; 8:1, 3).
¿Crees que Pablo merecía ser un cristiano? ¿Crees que él es el ejemplo
de la persona que Dios escoge? La verdad es que nosotros no sabemos a quién
Dios va escoger. Por lo tanto, nunca desistas de orar, incluso por aquellos que
son duros y contrarios al cristianismo. Dios puede tener para ellos un
propósito sublime y santo.
(2)
Dios convierte como Él quiere (Hch. 9:3-19)
En el Libro de Hechos encontramos una gran
variedad de relatos que describen conversiones. Casi todos los capítulos
registran una. Es verdad que las conversiones son diferentes, pero todas revelan
siempre dos elementos: las personas reconocen a Jesús como Señor y Salvador y,
también, se reconocen a sí mismas como pecadoras que necesitan de un Salvador.
La conversión de Pablo fue un evento extraordinario.
Nos dice el texto de Hechos 9 que “le rodeó un resplandor de luz del cielo”. Luego
nos dice que Pablo “cayendo en tierra” escuchó
una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?”. Saulo pregunta: “¿Quién eres Señor?”. Y
escucha la respuesta: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues…”.
Delante de esta visión, no dudo que Pablo quedó completamente aterrado. Seguramente
después de saber que era Jesús y de recibir la acusación “tú me persigues”, Pablo
debe haber pensado: “hasta aquí llegué, ¡voy a morir!”. Sin embargo, al
instante somos maravillados con el contraste en las palabras de Jesús: “Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Pablo pensaba
que moriría, que sería el fin de su existencia. Sin embargo, Jesús se muestra
misericordioso para con él.
Como consecuencia de este poderoso encuentro, Pablo el gran perseguidor,
se transformó en un niño atemorizado. Nos dice el texto que quedó totalmente
impactado: Tres días sin ver, sin comer y sin beber nada. Acto seguido, el relato dice que Dios llamó a un discípulo de nombre Ananías para que
fuese donde Pablo estaba, a fin de hablarle lo que era necesario hacer. De
Ananías podemos aprender algunas cosas:
(1) Era un cristiano, o sea, uno de los perseguidos
por Pablo (v.10).
(2) Recibió una orden difícil de cumplir, pues conocía
la fama de Pablo (v. 11-14).
(3) A pesar de estar receloso y temeroso, cumplió la
orden del Señor: “fue entonces Ananías…” (v.17).
(4) Entendió que Dios había escogido a Pablo, ya que
cuando se encontró con él lo llamó de “Hermano Saulo” (v.17).
(5) Ananías fue el instrumento de Dios en la vida de
Pablo para que éste entendiese lo que había sucedido y para informarle sobre lo
que debía hacer de ahora en adelante (cf. v.6 con 17-19).
No todas las conversiones son tan espectaculares
como la del apóstol Pablo. Algunos nacen en familias cristianas, otros
escucharon a un predicador y creyeron. Sin embargo, muchos han sido
quebrantados y humillados hasta lo sumo por Jesús, a fin de reconocerle como
Señor y Salvador. Así que, ¡cuidado para los que se resisten! El
Señor puede llegar a ustedes poderosamente y demostrarles quién es Él.
¿Ya fuiste incomodado por el Señor para
hablar de Cristo a alguien de mala reputación? Y si Dios está queriendo usarte para
eso, ¿cuál sería tu reacción?
(3) Dios convierte verdaderamente (v. 11-31)
Ya notamos que la conversión de Pablo fue inesperada, quiero decir… ¿Pablo?
También hemos dicho que luego de su encuentro con Jesús, Pablo realmente
cambió. ¡Y su cambio fue radical!
Lo que sucedió con Pablo nos ayuda a encontrar algunas características
de una real conversión. No digo que estas sean todas las características de una
verdadera conversión, pero sí creo que en este texto tenemos algunas de suma
importancia. Dentro de ellas podemos mencionar las siguientes:
(1) Él
oró (v.11): La oración es una excelente señal de la verdadera
conversión. Aquel que no ora, ciertamente no conoce a Dios.
(2) Él
fue bautizado (v.18): El bautismo es la señal visible de la alianza.
Mediante ella testificamos que somos parte del pueblo de Dios. Quien que no se
preocupa con el bautismo, que no tiene interés en ser bautizado, no puede ser
creyente verdadero.
(3) Él
comenzó a tener comunión con los demás cristianos (v.19). Antes Pablo
los detestaba, quería encarcelarlos y anhelaba destruirlos. Ahora comparte con
ellos, pues forma parte de la misma familia. Quien no tiene amor por otros
cristianos, no puede ser un cristiano verdadero.
(4) Él
comenzó a predicar a Cristo (v.20). Afirmaba que Jesús es el Hijo de
Dios, el Mesías prometido y demostraba que era el Cristo (v.22). Quien dice ser
cristiano y no habla de Jesús, quien no proclama la salvación en su nombre,
ciertamente no ha sido alcanzado por la gracia de Dios, ya que los que conocen
a Jesús como Señor y Salvador no pueden dejar de anunciar el Evangelio (cfr. 1
Co. 9.16).
(5) Él
comenzó a ser perseguido (v.23). El perseguidor se transformó en
perseguido. Todos los cristianos hemos sido llamados a sufrir por causa del
Señor, puesto que todo aquel que quiere vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerá persecución (cfr. 2 Ti. 3:12). No todos sufriremos de la misma forma,
algunos lo harán por medio del martirio, otros, por medio de la persecución,
otros por medio de constantes burlas y acechanzas. Nadie puede ser cristiano y
anhelar no pasar por sufrimientos, ya que el propio Señor Jesucristo sufrió y,
nosotros, siervos Suyos, experimentaremos lo mismo (cfr. Heb. 11:36-38).
(6) Fue
enviado a ministrar en otros lugares (v.30). Luego de este capítulo, la
figura de Pablo desaparece y sólo la volvemos a encontrar en el capítulo 13
donde comienza su primer viaje misionero. Es verdad que no todos son llamados
para el ministerio a tiempo integral, pero sí todos fuimos llamados a servir. Quien
argumenta que no tiene tiempo, que está muy ocupado, en realidad revela una
falta de interés por las cosas del Señor y, por ende, su conversión es dudosa. Aquel
que ha sido alcanzado por la gracia de Dios desea servirle con su vida y está
dispuesto a ir (o hacer) lo que sea necesario.
Vemos que la verdadera conversión es obra de Dios. Él toma la
iniciativa, él escoge, llama, regenera, convierte, justifica, santifica y,
finalmente, glorifica. Dios escoge conforme a Su voluntad y no conforme a la
nuestra. Dios escogió a un perseguidor y lo transformó en el más grande
misionero en la historia de la iglesia cristiana.
Dios también escoge la forma como convertirá, en el caso de Pablo su
presentó poderosamente. Eso no quiere decir que existe un patrón para las
conversiones. Así como existe diversidad de personas, la gracia multiforme de
Dios opera de formas diferentes de acuerdo con la voluntad del Señor.
Finalmente, cuando Dios convierte, Él realmente convierte. La persona no
puede seguir igual, pues ha recibido una nueva naturaleza. Tal como Pablo mismo
escribió años después a los Corintios: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
¡Qué transformación! ¡Qué milagro hizo el Señor! ¡Cómo cambió
completamente a un hombre!
¿Ya experimentaste ese tipo de cambio en su vida? ¿Fuiste fue
transformado por Dios cuando te convertiste? ¿Cómo es tu vida hoy? ¿Vives el
evangelio? ¿Tu vida está centrada en Cristo?
Cuando Dios convierte hay cambio, hay
transformación. A pesar de que todavía somos pecadores, nunca podemos decir que
somos cristianos si seguimos viviendo igual que antes. ¡El
Señor realmente convierte!
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