El hecho de que los púlpitos
estén elevados sobre los bancos en la iglesia tiene menos que ver con la estatura del pastor
y más con la importancia del mensaje. El mensaje viene desde arriba y el
predicador sólo pasa a lo largo de la Palabra. La importancia del predicador
es, por lo tanto, grande y limitada a la vez.
Es por el bien de la audición que el
púlpito está elevado. Según las Escrituras, Jesús predicó desde un bote de
pesca a las multitudes que estaban en la orilla. Esto no fue solamente para
mantener la distancia, sino para alcanzar mejor a sus oyentes. El púlpito de
Calvino también estaba dispuesto de tal forma que él pudiera estar cercano y, además,
estaba elevado, para que la Palabra pudiera descender.
Calvino
tomó su tarea de predicador muy seriamente. Él vio al predicador como un
embajador de Dios para la iglesia. Calvino enseñó que cuando él hablaba como
predicador, era Dios mismo quien hablaba. Esto también significaba que Calvino
tenía cuidado de cada palabra que pronunciaba. Fue por esta razón que Calvino
no subía al púlpito sin una consideración cuidadosa, porque él pensaba del
púlpito como “el trono de Dios, y desde ese trono Él quiere gobernar nuestras
almas”. La presencia del púlpito significaba que en la iglesia la congregación
estaba cara a cara con el trono de justicia de Dios, donde la culpa debe ser
confesada y donde el perdón puede ser obtenido. Para el predicador significaba
hablar solamente después que él primero oyese respetuosamente a su Maestro.
Esto es verdad no sólo para Calvino, sino que también para cada predicador. Si
un pastor no es primero un estudiante de la Palabra “sería mejor que se
quebrara el cuello mientras sube al púlpito”. “Para Dios no hay nada más
sublime que la predicación del evangelio… porque es el medio para llevar a las
personas a la salvación”.
Calvino tenía suficiente conocimiento de sí mismo
para darse cuenta que él también debía estar sujeto a la Palabra. “Cuando subo
al púlpito, no es simplemente para instruir a otros. No me excluyo a mí mismo,
desde que yo mismo debo permanecer como un estudiante también y las palabras
que salen de mi boca son para mi servicio y para el de otros. Si no es así, ¡Ay de mí!”.
Conforme a Calvino, el poder de la Palabra de Dios para cambiar a las
personas tiene un doble aspecto: Primero, cambia a los enemigos de Dios en sus
hijos y, segundo, enseña a los hijos de Dios a honrar a su Padre más y más
(Herman J. Selderhuis, John Calvin: A Pilgrim´s Life).
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