El pecado
La palabra pecado puede
tener variadas denotaciones. Por una parte parece apuntar para acciones
específicas tales como palabras, deseos, emociones, obras; sea privadas o
públicas, individuales o colectivas. En este caso, el pecado ha sido
caracterizado como algo malo, como algo contrario a la voluntad de Dios, como
algo que implica un desvío de las leyes divinas. Aquí, el pecado siempre
necesita de la existencia de agentes pecadores (un sujeto). Esto significa que
el mal natural, tal como sería un terremoto que acaba con la vida de millones
de personas puede ser calificado como algo malo, pero no como pecado (Ro.
3:9-18; 1 Jn. 3:4).
Por otro lado, la palabra
pecado denota algo más de una mera acción, a saber, se trata de una situación
general de pecaminosidad, es decir, un estado, una condición. Aunque las
personas no comentan un acto pecaminoso, existe una disposición, una
inclinación para cometer pecados, pues sus mentes y corazones están inclinados
al mal (Gn. 8:21; Pr. 20:9; Jer. 17:9). Según la Biblia, aun cuando la persona
no cometa acciones pecaminosas, existe en su corazón una inclinación hacia el
mal. El corazón humano, por lo tanto, está corrompido por el proprio pecado.
El pecado, entonces, es más
que acciones, puesto que implica una condición. Ahora, ¿cuáles son las
consecuencias de esta condición? En primer lugar debemos decir que por
consecuencias nos referimos a los resultados que hoy vemos en el hombre,
resultados que no se presentarían si éste no hubiese pecado.
Diversas son las
consecuencias que se derivan del pecado. Podemos decir que existen
consecuencias existenciales, a saber,
separación de Dios, pérdida de la comunión con Dios, inclinación innata para el
pecado, la pérdida del libre arbitrio, la muerte física y la muerte espiritual.
Además, tenemos las consecuencias afectivas,
tales como: envidia de los otros, odio hacia Dios, egoísmo, orgullo,
egocentrismo, etc. Sumado a estas dos tenemos las consecuencias cognitivas: no conocemos a Dios de la
forma en que Adán y Eva lo conocieron antes de la caída (limitación) y el
conocimiento de Dios normalmente se presenta desfigurado (concebimos a Dios
según nuestros propios moldes). Cada una de estas consecuencias se relacionan
unas con las otras, pero por causa de lo limitado del espacio, vamos a dedicar nuestra
atención a solamente a las consecuencias cognitivas.
Las consecuencias
cognitivas son aquellas que tienen que ver con el proceso de cognición. Por
cognición entendemos el acto de conocer,
por medio del cual aprehendemos la realidad externa e interna. El proceso
cognitivo determina nuestra posición sobre las cosas. Es por medio de este
proceso que asimilamos nuestras creencias y no-creencias, nuestros deseos y
esperanzas, nuestro conocimiento e ignorancia, nuestras dudas y certezas.
Es aquí donde el tema de
los efectos noéticos del pecado se torna interesante, tema que pasamos a
considerar a continuación.
Conceptuando los efectos noéticos
Conceptuando los efectos noéticos
Una forma simple de
conceptuar los efectos noéticos del pecado es decir que ellos son las consecuencias del pecado sobre la mente
humana[1]. Ellos se relacionan con
la falta de compresión o con la percepción inadecuada que el hombre tiene de
Dios (de su revelación) debido al pecado.
Es difícil encontrar unanimidad
entre los teólogos reformados en este tema. La pregunta si Dios puede ser
conocido a través de la naturaleza, sabiendo que el hombre fue afectado por el
pecado, ha motivado acalorados debates[2].
Entre los teólogos
reformados existen dos posturas. Por un lado están aquellos que ven que los
efectos cognitivos del pecado son tan profundos que impiden que el hombre
adquiera cualquier tipo de conocimiento de Dios fuera de la revelación
especial. Por otro lado, algunos afirman que los efectos cognitivos del pecado no
son tan profundos y que, por lo mismo, el hombre puede conocer en parte a Dios a partir de la revelación
general. Para este grupo, el gran estorbo es la voluntad del hombre, pues éste responde negativamente a la revelación general. Los que defienden la primera
posición son llamados de “Presuposicionalistas” o “Fideistas” y los que
defienden la segunda son llamados de “Evidencialistas”[3].
Ciertamente ambos grupos
concuerdan en el hecho de que la revelación general revela a Dios. El
desacuerdo gira entorno a la respuesta humana a dicha revelación. En el presuposicionalismo,
el hombre no entiende la revelación general. En el evidencialismo, el hombre
entiende, pero no quiere obedecer, es decir, manifiesta su voluntad contraria a
la revelación de Dios[4].
Entre los propios teólogos
reformados no existe, como dijimos, unanimidad en este tema. Vamos, entonces, a
dedicar unas líneas para ver las opiniones de Agustín y Juan Calvino.
1. Agustín de Hipona:
Para Agustín, el hombre
pecador es incapaz de volverse a Dios por sí mismo, a menos que la gracia de
Dios lo transforme. La gracia es indispensable, irresistible e indefectible.
Esta gracia descansa, en todos sus detalles, en la intención eterna de Dios[5].
Agustín dice que el hombre
está alienado de Dios y en abierta oposición a Él, por lo tanto, sólo se vuelve
a Dios en virtud de la operación milagrosa de la gracia de Dios en Cristo
Jesús. Este ponto es fundamental para comprender la posición de Agustín
respecto a los efectos de la Caída en la mente del hombre.
Agustín afirmaba que el hombre
fue creado con la capacidad para pecar (posse
peccare). Él fue creado bueno, mas con la posibilidad de cambiar. La
posibilidad de pecar puede parecer una irracionalidad si se contrasta con el
estado de perfección en que fue creado el hombre, sin embargo, Agustín dice que
la severidad del castigo sólo es realmente entendida cuando captamos bien la
grandeza de la condición original del hombre.
El hombre recibió la mayor
bendición de parte de Dios (ser el portador de Su imagen) y la prohibición de
no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal implicaba que
el hombre sería un fiel portador de esta imagen. Al comer del fruto, el
hombre despreció la sublimidad de su propia condición.
Como consecuencia de la
Caída, el hombre perdió su libertad. Para Agustín esto explicaría lo que aconteció
con la voluntad del hombre después de caer en el estado de pecado. Luego de haber sido
creado, el hombre tenía la inclinación positiva para el bien y para amar a Dios.
Después de la caída la voluntad del hombre se tornó esclava del pecado. La
voluntad del hombre caído se transformó en una fuente de maldad, en vez de ser,
fuente para el bien[6].
Otra consecuencia de la
caída según Agustín es la obstrucción del entendimiento. La capacidad
intelectual del hombre era mayor antes de la caída. Originalmente la mente del
hombre tenía la capacidad para entender y asimilar las informaciones de forma más
exacta de lo que ahora puede. Adán no era omnisciente, su conocimiento era limitado
y debía crecer en el conocimiento siguiendo la voluntad y dirección de Dios.
Sin embargo, después de la caída, su capacidad de comprensión fue obstruida por
el pecado.
Sin duda que el hombre aún
posee una mente y puede pensar, reflexionar y razonar. Estas facultades aún
permanecen, pero la capacidad para operarlas correctamente se perdió. Lo que
antes era de fácil comprensión, ahora es difícil. La habilidad para raciocinar
con claridad fue afectada. Hoy el hombre tiende a oscurecer los pensamientos y
a cometer errores lógicos[7].
Nos parece que la posición
de Agustín se aproxima más a la de los presuposicionalistas de hoy (se nos
perdone el anacronismo), pues para Agustín el entendimiento del hombre fue afectado
hasta el punto de que no consigue entender la revelación general de Dios o que,
en vez de extraer conclusiones correctas, incurre en errores graves
(conclusiones lógicas equivocadas).
2. Juan Calvino:
Para Calvino existe una
distinción entre el estado de la mente y el estado de la voluntad. El estado
natural de la mente humana se mantuvo intacto después de la caída, pero la
capacidad recta de pensamiento fue oscurecida por el pecado.
El hombre fue expulsado del
Reino de Dios y ahora solamente la gracia puede restaurarlo. Esto no implica que
la capacidad racional del hombre fuese totalmente destruida al punto de
convertirlo en un bruto. La luz de la razón permanece sumergida en densas
tinieblas, por lo cual no pude brillar ninguna cosa buena[8].
En la Institución de la Religión Cristiana Calvino escribe:
“Me agrada mucho aquella
sentencia de san Agustín, que comúnmente se cita: ‘Los dones naturales están
corrompidos en el hombre por el pecado, y los sobrenaturales los ha perdidos
del todo’. Por lo segundo entienden la luz de la fe y la justicia, las cuales
bastan para alcanzar la vida eterna y la felicidad celestial. Así que el
hombre, al abandonar el reino de Dios, fue también privado de los dones
espirituales con los que había sido adornado para alcanzar la vida eterna. De
donde se sigue que está de tal manera desterrado del reino de Dios, que todas
las cosas concernientes a la vida bienaventurada del alma están en él muertas,
hasta que por la gracia de la regeneración las vuelva a recobrar; a saber: la
fe, el amor de Dios, la caridad con el prójimo, el deseo de vivir santa y
justamente. Y como quiera que todas estas cosas nos son restituidas por Cristo,
no se deben reputar propias de nuestra naturaleza, sino procedentes de otra
parte. Por consiguiente, concluimos que fueron abolidas”[9].
Según Calvino, el hombre
aún puede adquirir conocimiento de lo que él denomina “cosas terrenas”. De aquí
se deriva la distinción que hace entre inteligencia relativa a las cosas
terrenas e inteligencia relativa a cosas del cielo. A este respecto Calvino
escribe:
“Sin embargo, cuando el
entendimiento del hombre se esfuerza en conseguir algo, su esfuerzo no es tan
en vano que no logre nada, especialmente cuando se trata de cosas inferiores.
Igualmente, no es tan estúpido y tonto que no sepa gustar algo de las cosas
celestiales, aunque es muy negligente en investigarlas. Pero no tiene la misma
facilidad para las unas que para las otras. Porque, cuando se quiere elevar
sobre las cosas de este mundo, entonces sobre todo aparece su flaqueza. Por
ello, a fin de comprender mejor hasta dónde puede llegar en cada cosa, será
necesario hacer una distinción, a saber: que la inteligencia de las cosas
terrenas es distinta de la inteligencia de las cosas celestiales.
Llamo cosas terrenas a las
que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y
bienaventuranza de la vida eterna, sino que están ligadas a la vida presente y
en cierto modo quedan dentro de sus límites. Por cosas celestiales entiendo el
puro conocimiento de Dios, la regla de la verdadera justicia y los misterios
del reino celestial.
Bajo la primera clase se
comprenden el gobierno del Estado, la dirección de la propia familia, las artes
mecánicas y liberales. A la segunda hay que referir el conocimiento de Dios y
de su divina voluntad, y la regla de conformar nuestra vida con ella”[10].
Vemos que en Calvino, la
razón es una propiedad esencial del ser humano y la caída no borró totalmente
la humanidad natural del hombre. El hombre aún mantiene su capacidad de pensar,
pero esta capacidad fue afectada severamente por el pecado. Esto se ve
claramente en lo que concierne a las cosas celestiales. Según Calvino, en lo
que se relaciona con la compresión de las cosas celestiales, el hombre es
ciego, pues el entendimiento de ellas depende de la gracia iluminadora de Dios.
El entendimiento que una persona necesita para entrar en el reino de los cielos
es resultado de la operación poderosa del Espíritu Santo[11].
Para Calvino, el hombre
natural está impedido (ciego) de conocer a Dios, de conocer su favor paternal y
de conocer la forma cierta de cumplir su ley. Calvino dice:
“Queda ahora por aclarar
qué es lo que puede la razón humana por lo que respecta al reino de Dios, y la
capacidad que posee para comprender la sabiduría celestial, que consiste en
tres cosas: (1) en conocer a Dios; (2) su voluntad paternal, y su favor por
nosotros, en el cual se apoya nuestra salvación; (3) cómo debemos regular
nuestra vida conforme a las disposiciones de su ley.
Respecto a los dos primeros
puntos y especialmente al segundo, los hombres más inteligentes son tan ciegos
como topos”[12].
Calvino argumenta que la
mejor forma de comprobar sus palabras es el propio testimonio de las
Escrituras. Él dice:
“Pero como, embriagados por una falsa presunción, se
nos hace muy difícil creer que nuestra razón sea tan ciega e ignorante para
entender las cosas divinas, me parece mejor probar esto con el testimonio de la
Escritura, que con argumentos.
Admirablemente lo expone san Juan cuando dice que
desde el principio la vida estuvo en Dios, y aquella vida era la luz de los
hombres, y que la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la
comprendieron (Jn. 1:4-5). Con estas palabras nos da a entender que el alma del
hombre tiene en cierta manera algo de luz divina, de suerte que jamás está sin
algún destello de ella; pero que con eso no puede comprender a Dios. ¿Por qué esto? Porque toda su penetración del conocimiento de
Dios no es más que pura oscuridad. Pues al llamar el Espíritu Santo a los
hombres ‘tinieblas’, los despoja por completo de la facultad del conocimiento
espiritual. Por esto afirma que los fieles que reciben a Cristo ‘no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, no de voluntad de varón, sino
de Dios’ (Jn. 1:13). Como si dijese que la carne no es capaz de tan alta
sabiduría como es comprender a Dios y lo que a Dios pertenece, sin ser
iluminada por el Espíritu de Dios. Como el mismo Jesucristo atestiguó a san
Pedro que se debía a una revelación especial del Padre, que él le hubiese
conocido (Mt. 16:17)”[13].
Calvino termina diciendo
que sólo se puede conocer a Dios y a las cosas de Dios por la iluminación del
Espíritu Santo:
“Si estuviésemos
persuadidos sin lugar a dudas de que todo lo que el Padre celestial concede a
sus elegidos por el Espíritu de regeneración le falta a nuestra naturaleza, no
tendríamos respecto a esta materia motivo alguno de vacilación. Pues así habla
el pueblo fiel por boca del Profeta ‘Porque contigo está el manantial de la
vida; en tu luz veremos la luz’ (Sal. 36,9). Lo mismo atestigua el Apóstol
cuando dice que ‘nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo’
(1 Cor. 12:3). Y san Juan Bautista, viendo la rudeza de sus discípulos, exclama
que nadie puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo (Jn. 3:27). Y que
él por ‘don’ entiende una revelación especial, y no una inteligencia común de
naturaleza, se ve claramente cuando se queja de que sus discípulos no hablan
sacado provecho alguno de tanto como les había hablado de Cristo. Bien veo,
dice, que mis palabras no sirven de nada para instruir a los hombres en las
cosas celestiales, si Dios no lo hace con su Espíritu. Igualmente Moisés,
echando en cara al pueblo su negligencia, advierte al mismo tiempo que no
pueden entender nada de los misterios divinos si el mismo Dios no les concede
esa gracia”[14].
Para Calvino el problema no está en nuestra capacidad de entender las
cosas espirituales, pues el hombre está ciego en relación a ellas. Ahora, para
el reformador, la mente del hombre continúa igual y tanto es así que aún posee
la capacidad de entender claramente las cosas terrenas. De lo cual podemos
concluir que el problema, según Calvino, es enteramente de naturaleza
espiritual.
La cuestión ahora es definir si Calvino defendía que la mente de hombre
no puede entender la revelación general o si el hombre la entiende, pero no
quiere obedecer.
Una cosa importante que debemos destacar en este punto es el concepto que
Calvino tenía de la forma como el hombre puede conocer a Dios. Él dice que toda
persona tiene un sentido natural de la divinidad. Eso se comprueba con el
propio fenómeno de la idolatría. Calvino escribe:
“Nosotros, sin discusión alguna, afirmamos que
los hombres tienen un cierto sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto,
por un instinto natural. Porque, a fin de que nadie se excusase so pretexto de
ignorancia, el mismo Dios imprimió en todos un cierto conocimiento de su
divinidad, cuyo recuerdo renueva, cual si lo destilara gota a gota, para que
cuando todos, desde el más pequeño hasta el mayor, entiendan que hay Dios y que
es su Creador, con su propio testimonio sean condenados por no haberle honrado
y por no haber consagrado ni dedicado su vida a su obediencia. Ciertamente, si
se busca ignorancia de Dios en alguna parte, seguramente jamás se podrá hallar
ejemplo más propio que entre los salvajes, que casi no saben ni lo que es
humanidad. Pero - como dice Cicerón, el cual fue pagano - no hay pueblo tan
bárbaro, no hay gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en sí la
convicción de que hay Dios. Y aun los que en lo demás parecen no diferenciarse
casi de los animales; conservan siempre, sin embargo, como cierta semilla de
religión. En lo cual se ve cuán adentro este conocimiento ha penetrado en el
corazón de los hombres y cuán hondamente ha arraigado en sus entrañas. Y puesto
que desde el principio del mundo no ha habido región, ni ciudad ni familia que
haya podido pasar sin religión, en esto se ve que todo el género humano
confiesa tácitamente que hay un sentimiento de Dios esculpido en el corazón de
los hombres. Y lo que es más, la misma idolatría da suficiente testimonio de
ello. Porque bien sabemos qué duro le es al hombre rebajarse para ensalzar y
hacer más caso de otros que de sí mismo. Por tanto, cuando prefiere adorar un
pedazo de madera o de piedra, antes que ser considerado como hombre que no
tiene Dios alguno a quien adorar, claramente se ve que esta impresión tiene una
fuerza y vigor maravillosos, puesto que en ninguna manera puede borrarse del
entendimiento del hombre. De tal manera que es cosa más fácil destruir las
inclinaciones de su naturaleza, como de hecho se destruyen, que pasarse sin
religión, porque el hombre, que por su naturaleza es altivo y soberbio, pierde
su orgullo y se somete voluntariamente a cosas vilísimas, para de esta manera
servir a Dios”[15].
En la comprensión de Calvino sobre el conocimiento de Dios existen dos
principios gemelos, a saber, el sensus
divinitatis y el semem religiones;
el primero es interno y el segundo externo. El sensus divinitatis es aquella disposición natural e innata que da
al hombre el conocimiento de que hay un Creador. Se trata de una noción previa,
no-proposicional. Dios colocó en la conciencia del hombre Su existencia[16].
No podemos olvidar que para Calvino el sensus
divinitatis es conocimiento de hecho y, por lo tanto, hace al hombre
responsable por rechazarlo[17].
El semem religiones es el deseo
de religión que existe en el corazón humano. Es gemelo del sensus divinitatis, pues surge de este
último como un efecto práctico. El semem
religiones apunta para la conciencia, en el sentido de testificar que
existe un Dios, manifestándose esto en el hecho comprobado de que todas las
culturas han desarrollado algún tipo de religión[18].
Otro principio fundamental para Calvino es que el hombre fue creado a la imagen
de Dios y, aunque el hombre cayó en pecado, continúa siendo imagen y semejanza
de Dios. El pecado tuvo un efecto terrible para el hombre (depravación total),
sin embargo, la imagen de Dios en él aún permanece[19].
Ciertamente antes de la caída Adán poseía una comprensión de Dios que hoy
el hombre no posee más. Después de la caída su conocimiento en lo que dice
relación con la salvación se hizo nulo[20].
El propio Calvino escribe:
“No hay duda de que Adán, al
caer de su dignidad, con su apostasía se apartó de Dios. Por lo cual, aun
concediendo que la imagen de Dios no quedó por completo borrada y destruida, no
obstante se corrompió de tal manera, que no quedó de ella más que una horrible
deformidad. Por eso, el principio para recobrar la salvación consiste en la
restauración que alcanzamos por Cristo, quien por esta razón es llamado segundo
Adán, porque nos devolvió la verdadera integridad”[21].
Y en otro
lugar Calvino dice:
“Como quiera que
todo el linaje humano quedó corrompido en la persona de Adán, la dignidad y
nobleza nuestra, de que hemos hablado, de nada podría servimos, y más bien se
convertiría en ignorancia, si Dios no se hubiera hecho nuestro Redentor en la
persona de su Hijo unigénito, quien no reconoce ni tiene por obra suya a los
hombres viciosos y llenos de pecados. Por tanto, después de haber caído
nosotros de la vida a la muerte, de nada nos aprovechará todo el conocimiento
de Dios en cuanto Creador, al cual nos hemos ya referido, si a él no se uniese la
fe que nos propone a Dios por Padre en Cristo”[22].
Podemos
concluir que, según Calvino, los hombres no consiguen comprender correctamente
a Dios debido a la falta de luz y a los efectos del pecado, pues éste trajo la
pérdida del aspecto ético de la imagen de Dios. El hombre, con su razón
entenebrecida y su voluntad pervertida, generó hijos conforme a ese carácter.
El pecado afectó a todos los hombres en todos los aspectos. Por lo tanto, su
voluntad es “opuesta a la voluntad
divina, pues así como hay una grande diferencia entre nosotros y Dios, también
debe haber entre depravación y rectitud”[23].
[1] LIMA, Leandro Antonio de. Calvino e Os Efeitos Noéticos do Pecado.
Material no publicado. Pág. 5.
[3] Ibid., págs. 2-4.
[4] Ibid.
[5] SPROUL,
R.C. Willing to Belive: The Controversy
Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 51.
[6] Ibid.,
pág. 56.
[8] Ibid., pág. 58.
[9] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona:
FELiRe, 1999, II.2.12.
[10] Ibid., II.2.13.
[11] SPROUL,
R.C. Willing to Belive: The Controversy
Over Free Will. Electronic ed. Grand Rapids: Baker Books, 2000, pág. 110.
[12] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona:
FELiRe, 1999, II.2.18.
[13] Ibid., II.2.19.
[14] Ibid., II.2.20.
[15] Ibid., I.3.1.
[16] JÚNIOR, Jair de Almeida. A Revelação Geral em Calvino. Material
no publicado.
[17] Ibid.
[18] Ibid.
[19] COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu
pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 211.
[20] Ibid.
[21] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona:
FELiRe, 1999, I.15.4.
[22] Ibid. II.6.1.
[23] Apud. COSTA, Hermisten M.P. João Calvino 500 anos: Introdução ao seu
pensamento e obra. São Paulo: Cultura Cristã, 2009, pág. 212.