¿Cuál será la forma correcta de
evaluar una iglesia? ¿Por la atención dada a las visitas? ¿Por la calidad de
sus servicios? ¿Por la dedicación a obras sociales y de caridad? ¿Por la
profundidad con que se enseña la Palabra de Dios? No cabe duda que son muchas
las variables que pueden ser llevadas en cuenta al momento de evaluar una
iglesia y cada una de ellas obedecerá la orientación que cada iglesia sigue en
su búsqueda por ser relevante para los días de hoy.
Los reformadores hicieron una
distinción entre iglesias menos puras y más puras. La base para esta distinción
radicaba en ciertas marcas que distinguen a la iglesia de cualquier otra
asociación humana. Estas marcan son: La predicación fiel de la Palabra de Dios,
la correcta administración de los sacramentos (el bautismo y la santa cena) y
el ejercicio bíblico de la disciplina. En el modo de entender de los
reformadores, la primera marca determina a las dos restantes, ya que una verdadera
enseñanza de la Palabra de Dios lleva, necesariamente, a la administración
correcta de los sacramentos y, cuando corresponde, al ejercicio bíblico de la
disciplina. Para los reformadores, la Biblia, La Palabra de Dios, era de
suprema importancia. Por eso fue llamada de la única regla de fe y de práctica, es decir, todo aquello que creemos se
encuentra en la Biblia y nada más que en la Biblia, y lo que la Biblia ordena
es lo que determina nuestra conducta como cristianos. Los católicos romanos,
por su parte, afirmaban (y afirman) que existen tres fuentes de autoridad, a
saber: La Biblia, la tradición de la iglesia (entiéndase por tradición las
decisiones de los concilios) y lo que el Papa dice cuando habla ex cathedra (doctrina de la
infalibilidad papal). Los reformadores dijeron a una sola voz “no”, pues la
única fuente de autoridad es la Biblia y alzaron, así, el principio de la sola scriptura (solamente la escritura).
Siglos más tarde, los herederos
de la reforma han olvidado este principio fundamental. En muchas iglesias
evangélicas el conocimiento que el miembro tiene de la Biblia es escaso, por no
decir casi nulo. Vemos que hoy las personas están más interesadas en tener una
experiencia emocional con Dios, una experiencia mística, pero esta experiencia
no está pautada por lo que la Biblia dice, pues muchos no se interesan por
entender al Dios de la Biblia a quien, paradojalmente, quieren experimentar. Yo
no estoy limitando nuestra relación con Dios al ámbito intelectual, pues
afirmar eso contradice todo lo que la Escritura dice respecto a la relación del
hombre con Dios. No podemos olvidar que Dios es un ser personal. Él quiere
relacionarse con nosotros y, para participar de esa relación, necesitamos involucrar
todo nuestro ser, todo lo que somos, es decir, mente y emociones. Sin embargo,
el problema que quiero levantar es que muchos se desligan del aspecto
intelectual y se vuelcan únicamente para el emotivo. Esto no es difícil de constatar.
Por ejemplo, son muchas las personas que limitan su experiencia con Dios a lo
que sintieron en el culto. No importa el contenido del sermón, sino que importa
si las músicas fueron bien tocadas y si ellas produjeron en la persona una
emoción fuerte. Pero esto va aún más lejos. Hay muchos ministros que predican
mensajes totalmente emotivos, mensajes llenos de historias que harían llorar al
hombre de hielo. Estos predicadores usan el texto bíblico como un puente para
lo que ellos quieren comunicar, pero poco se preocupan por exponer lo que la
Biblia dice. Es por eso que vemos púlpitos llenos de psicología, autoayuda,
mensajes motivacionales, etc. Es cierto que cuando la Palabra de Dios es
expuesta con fidelidad ella toca nuestra mente y nuestro corazón. Es claro que
esto siempre sucede y siempre sucederá, pues la Biblia es palabra viva (He.
4:12). Pero vemos que el proceso es inverso a lo que muchos buscan. Lo primero
que hace la Biblia es informar nuestra mente y una vez que esto sucede, toca
nuestro corazón. Hay varios textos que confirma esto. Por ejemplo en Lucas
24:13 en adelante vemos que Jesús, después de haber resucitado, se aparece a
dos de sus discípulos en el camino a Emaús. Ellos comienzan a entablar una conversación
respecto a todo lo que había sucedido en Jerusalén por aquellos días. En un momento
de la conversación Jesús dice: “¡Oh
insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su
gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por los profetas, les declaraba
en todas las Escrituras lo que de él decían” (v.25-27). Luego que finalmente estos hombres reconocieron
que el hombre que hablaba con ellos era Jesús declararon: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el
camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (v.32). En este pasaje vemos el
método de Jesús. Él no se limitó a relacionarse solo de una forma emotiva en
estos hombres, no llegó y los abrazó y les cantó una linda música, sino que
primero conversó con ellos y les expuso las Escrituras. Hecho esto, el corazón
de estos hombres ardía, esto es, se
inflamaba de emoción.
La Escritura está llena de
alusiones que apuntan para este mismo proceso. Siempre parte por la mente y luego
toca nuestro corazón. Sin embargo, muchos quieren dejar esto de lado. John
MacArthur en su libro Fool´s Gold? (¿Oro
de tontos?) dice lo siguiente:
“Oseas
4:6 registra la evaluación de Dios sobre los líderes espirituales que fallan en
proclamar fielmente su mensaje: Mi
pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el
conocimiento, yo te echaré del sacerdocio. Una rápida mirada a la
predicación moderna revela que muchos púlpitos contemporáneos son dignos de
esta misma evaluación. ¿Por qué? Porque ellos cambiaron todo el consejo de Dios
por “pláticas” superficiales y amigables. Cuando un mensaje moral vago y
caluroso, aliñado con historias divertidas y dramatizaciones ocasionales,
sustituye el alimento sólido de la Palabra de Dios, las consecuencias son
devastadoras”.
No podemos decir que la culpa solo la tienen los ministros,
aunque ellos tienen una responsabilidad mayor en esta área. Ellos deben velar
por instruir a sus ovejas en la Palabra de Dios, ellos deben preocuparse de
ofrecer un currículo de estudios que lleve a los miembros de sus congregaciones
a tener un conocimiento más profundo de la Biblia. Pero la culpa no es solo de
ellos como ya dije. Lo que pasa es que hemos recibido malas influencias durante
muchos años y, también, el pecado siempre está presente, distanciando a las
personas de las Escrituras. Tal como dijo el evangelista D. Moody: “este libro de alejará del pecado o el
pecado te alejará de este libro”.
¿Qué haremos? ¿Cómo podemos volver a las Escrituras? ¿Cómo
podemos darle a la Biblia el lugar primordial que ella debe tener en nuestra
relación con Dios? A continuación colocaré unos pasos que a mi modo de ver
pueden ser utilizados en este proceso de retorno a la Biblia.
1) Tenga una visión elevada de las Escrituras:
Solamente la Biblia es el registro de la revelación de Dios
para el hombre. Sin la Biblia nada sabríamos de Dios y de sus propósitos específicos
para el ser humano. La Biblia debe ser para nosotros alimento, agua, luz,
fuente de alegría, guía y nuestra única norma de autoridad (ver Mt. 4:4; Sal.
42:1; 119:105; 1:1-2; 19:7-11).
2) Tenga una visión elevada de Dios:
Conociendo correctamente a Dios, nos conocemos a nosotros
mismos. Dios no es un ser que se amolda a nuestras concepciones, al contrario,
Él está por sobre nosotros. Saber quién es Dios y lo que quiere de mí, me llevará
a adorarlo como es debido. Él es el Dios soberano que determina todas las cosas
(Sal. 115:3). Él es incomparable (Is. 40:18). Cuando Dios habla, el hombre
enmudece (Job 40:1-5). Ese es el Dios que la Biblia revela y es ésa la visión
que debemos tener de Él y no otra. Para conocerle es necesario conocer Su
Palabra. De nada sirve querer sentir a Dios si no lo conozco, si no sé quién es
Él y lo que quiere. Solo conociéndolo mi corazón será inflamado por Su
presencia gloriosa.
3) Tenga una visión elevada del Evangelio:
¿Qué debo hacer para sentir la presencia de Dios?
Primeramente, tengo que reconocer que la única forma de llegar a Dios es por
medio de Su Hijo Jesucristo (1 Ti. 2:5, Jn. 14:6). En segundo lugar, necesito
reconocer que soy pecador y que mis rebeliones me han apartado de Dios (Ro.
3:10-18). En tercer lugar, debo reconocer que en Cristo hay perdón de pecados y
vida eterna y, por tanto, debo confiar en Él para salvación (Ro. 6:23; Jn 3:16).
Por último, debo crecer cada día en la gracia y en el conocimiento del Señor y
Salvador Jesucristo (2 P. 3:17-18). Este es el evangelio y contra él nada se
puede levantar.
Como vemos, retornar a las Escrituras es una disposición
seguida por una acción. Debo tener una visión elevada de la Biblia, de Dios y
del Evangelio como punto de partida. Ello permitirá que nuestra fe esté
enraizada sobre suelo firme. De nada sirve intentar e intentar tener una
experiencia con Dios si estos elementos faltan. De nada sirve que intentemos
experimentar a Dios en los servicios si no lo conozco personalmente.
La fe emocional es falsa y endeble. Ella siempre estará determinada por el estado de ánimo del practicante. Si el ánimo está alto, el servicio religioso será intenso. Si el ánimo está bajo, nada hará con que disfrute de un culto.
Si queremos experimentar a Dios de verdad, debemos conocerle
profundamente y para conocerle es menester oír lo que Él dice respecto a Sí mismo.
Y la única fuente para conocer a Dios se encuentra en la Biblia. ¿Quieres
conocer a Dios de verdad y experimentar Su presencia maravillosa? Estudia Su
Palabra, invierte tiempo descubriendo sus enseñanzas, explorando sus verdades,
viviendo lo que ella dice. No pienses en que puedes conocer a Dios fuera de la
Palabra, ya que Él dijo:
“Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar:
en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y
justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” (Jr.
9:24).
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