"Por eso yo, prisionero en el Señor, les exhorto a que anden como es digno del llamamiento con que fueron llamados" (Efesios 4:1)
Nuestra vida cristiana está caracterizada por un subir y bajar. A veces nos remontamos a las más altas cumbres de la santidad y otras tantas veces descendemos a las más bajas profundidades del pecado. Cuando estamos arriba, nos sentimos libres, agradecidos, alegres, plenos. Cuando estamos abajo, nos sentimos frustrados, culpables, esclavos, amargados. Esto refleja una realidad insoslayable: los cristianos fuimos rescatados para vivir en santidad, no en la inmundicia del pecado.
La santificación es una obra del Espíritu Santo, no es algo que nosotros realizamos. Es una de las bellas Doctrinas de la Gracia. Pero, a diferencia de la regeneración, de la conversión, de la justificación y de la glorificación, la santificación implica una actividad humana. No se trata de una cooperación, pues eso nos llevaría a creer en una especie de sinergismo que la Escritura no aprueba, más bien, se trata de una respuesta humana que da evidencia de que hubo un cambio, cambio que fue obrado por el Señor por medio de Su Espíritu.
James I. Packer en su libro Rediscovering Holiness dice:
Hubo un tiempo en que todos los cristianos enfatizaban la realidad del llamado divino para una vida de santidad y hablaban, con un profundo entendimiento, acerca de los recursos que Dios nos ha dado para capacitarnos a vivir ese tipo de vida... ¡Cómo es diferente hoy! Al oír nuestros sermones, al leer los libros que escribimos y, entonces, al contemplar las formas mundanas, torpes y conflictivas de nuestro comportamiento como pueblo cristiano, no podemos siquiera imaginar que hubo un tiempo en que el camino de la santidad estaba claramente delineado para aquellos que creían en la Biblia.
¿Qué fue lo que nos pasó? ¿Por qué nos alejamos del patrón bíblico? ¿Fue aburrimiento, falta de comprensión, falta de interés?
Tal vez el problema radica en una limitada comprensión de la doctrina de la Salvación. Quiero decir, la mayoría de los cristianos entienden que han sido salvados por gracia, que nada de lo que hagan podrá jamás hacerles merecedores del amor de Dios, sin embargo, ese es un aspecto de lo que significa haber sido salvo por la gracia. El otro aspecto, que muchas veces es olvidado, es que hemos sido salvos para vivir en novedad de vida (Ro. 6:4). Y lo que caracteriza esta nueva vida es la santidad. El apóstol Juan es claro cuando escribe: "Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios" (1 Jn. 3:9). Lo que Juan dice es impactante: un cristiano, aquel que ha reconocido que Jesús como el Señor y Salvador de su vida, "no practica el pecado" y "no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios". ¿Qué es lo que quiere decir Juan? ¿Si peco, no soy cristiano? ¿Es eso? Sinclair Ferguson comentando este pasaje dice lo siguiente:
Es ésta una afirmación muy alarmante. No obstante, cuando comenzamos a sentir la fuerza de la enseñanza de Juan nos damos cuenta de que lo que está subrayando poderosamente es el hecho de que en el nuevo nacimiento tiene lugar un cambio radical en la vida del cristiano, en cuanto a su relación con el pecado. El cristiano, simplemente, ya no peca. De hecho, en cierto sentido, ¡ya no puede continuar en su pecado! Las palabras de Juan son difíciles de entender, y los comentaristas de nuestro tiempo nos ofrecen diversas listas de las muchas interpretaciones posibles. Pero la idea general en todas ellas es esta: por medio del nuevo nacimiento, tiene lugar una ruptura radical con el pecado.
Aquí está la esencia de la vida de santidad: ha habido un cambio en mí. Ya no soy el mismo, ya no soy un esclavo del pecado, por lo tanto, no vivo en la práctica permanente del pecado. De hecho la palabra que Juan usa, “practica” (ποιεῖ), implica hacer algo continuamente. Por lo tanto, lo que Juan está acentuando es que el pecado en la vida del cristiano no puede ser algo constante. ¿Cómo? –dirá alguno-, ¿quiere decir que si constantemente peco, eso revela que no soy cristiano? Pero, ¿no se supone que vamos a pecar hasta que seamos transformados en la gloria? Si Juan está diciendo que el cristiano no peca, entonces, no existe ningún cristiano verdadero porque todos los cristianos pecamos. ¿Cómo solucionamos esto?
La verdad es que se trata de un tema interesante. Pero vamos por parte. Juan no está diciendo que los cristianos no pecan, pues ya en el primer capítulo de su carta el escribe: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn. 1:8). Por lo tanto, debemos descartar la idea de que Juan afirma aquí que el verdadero cristiano no peca. Además, en el verso siguiente Juan escribe: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). ¿Para qué confesar pecados si se supone que el cristiano no peca?
Tomados estos versículos en conjunto podemos llegar a una clara comprensión de lo que Juan está diciendo: Un cristiano verdadero es un pecador, él seguirá cometiendo pecados, sin embargo, el pecado en la vida del cristiano no puede ser una práctica permanente, sino más bien se trata de un accidente. Este último término es esclarecedor, pues un accidente es una eventualidad que altera el orden regular de las cosas. Lo normal en la vida de un cristiano es la santidad (y la búsqueda de la misma), lo anormal, lo eventual, debe ser el pecado. Por lo tanto, el pecado en la vida del cristiano es una contingencia, no es la regla. Existe la posibilidad de que peque, como también que no lo haga. ¿Por qué? Porque ya no es más un esclavo del pecado, por la gracia de Dios ha sido liberado para ya no más servir al pecado.
¿Esto te parece radical? Bueno, así es la gracia de Dios, radical.
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