viernes, 30 de noviembre de 2018

La Enseñanza

«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, 
que traza bien la palabra de verdad»
(2 Timoteo 2:15).


INTRODUCCIÓN:
¿Cuál es el lugar de la enseñanza en la Iglesia? ¿Qué se requiere para enseñar? ¿Debe la enseñanza ser una prioridad en el ministerio de la iglesia? Todas estas preguntas son importantes y requieren una respuesta bíblica.
Sinclair Ferguson escribe que cuando era un estudiante se encontró con las palabras de Jean-Daniel Benoît acerca de Juan Calvino: «Él llegó a ser un teólogo para poder ser un mejor pastor» (Ferguson, Some Pastors and Teachers, p. 685). Esta declaración nos puede parecer interesante o extraña. Lo es, porque la convicción que tenían nuestros ancestros espirituales se ha perdido. Ellos creían que toda la teología bíblica es pastoral y que todo ministerio pastoral es, en última instancia, teológico. 
Si nos remontamos a la época de la Reforma y Pos-Reforma, veremos que la mayoría de los teólogos que conocemos eran predicadores, pastores u obispos en sus respectivos contextos. Lamentablemente con pasar de los años, una dicotomía extraña apareció en escena: unos son pastores, otros son teólogos. Los primeros son prácticos, aquellos que están en el frente de batalla. Ellos son los que tienen que lidiar con las personas y sus problemas, son los que gastan sus zapatos yendo de casa en casa visitando a los hermanos, son los que «huelen a oveja». Los segundos, son los que viven en el ambiente de la academia: son invitados a conferencias, a dar clases en seminarios y universidades, escriben libros, son fríos e intelectuales. 
Tal vez, esto tenga su explicación en la interpretación de las palabras de Pablo cuando se refiere a «pastores y maestros» (Ef. 4:11), como si se tratara de dos oficios diferentes. El problema con esa visión es que se presta para conclusiones como las siguientes: «menos mal que se dedica a la academia, porque si estuviera en el pastorado sería un desastre» o «sería una pérdida de tiempo que entrara en el pastorado porque tiene una mente teológica que podría traer mucho beneficio para la academia». Ese tipo de comentarios implica una triste valoración: la teología es para la academia y el pastorado es para la iglesia. Pero aún más extraño sería oír este otro tipo de comentario: «sería un desastre para la iglesia que entre en el pastorado porque no tiene conocimiento alguno de la teología». Pero, ¿no esperamos que los médicos, abogados, profesores, eléctricos, mecánicos, zapateros tengan un buen conocimiento de sus respectivas áreas? ¿No será que el desprecio que tienen algunas personas por el ministerio pastoral se deba en gran parte al hecho de que los pastores raramente son especialistas en el campo de la teología?  
Los pastores deben entender que el todo del ministerio esta directamente relacionado con la teología. El problema es que nunca se ha insistido en eso y tristemente algunos seminarios e instituciones de teología tampoco han enfatizado eso. Es por ello que ser teólogo muchas veces no ha sido bien visto. 
Lo impactante de esta realidad es que la dicotomía entre lo que significa ser pastor de una congregación y lo que es ser teólogo no está presente en las Escrituras. Tomemos al apóstol Pablo por ejemplo. Él podía manejar correctamente el Evangelio y ministrar en la vida de las personas (como todo pastor debería poder hacerlo), pero también fue un gran teólogo (como sus cartas a los Romanos y Efesios claramente lo demuestran). 
De cierta manera, todos nosotros no podemos ser Cristianos si no somos teólogos, pero esto se aplica con mayor rigor al caso de un pastor, ya que el crecer como un expositor de las Escrituras involucra necesariamente dos cosas: un sistema de doctrina que emerge de las Escrituras (un trasfondo doctrinal) y una luz fresca que Dios está derramando sobre ese sistema de doctrina (Ferguson, op.cit).  
Mi objetivo es tratar el tema en dos partes: En la primera abordaré el papel del estudio y en la segunda el papel de la enseñanza. Creo que en la reunión de ambas está el secreto de en ministerio de enseñanza efectivo. 

1. El Papel del estudio
El pastor Ligon Duncan escribe: 
Con mucha franqueza, la mayoría de los pastores evangélicos no leen ni estudian mucho en nuestros días, y la mayoría de las iglesias no les animan a hacerlo. Los miembros de las iglesia e incluso los ministros algunas veces tienen dificultades para apreciar cuanto tiempo tarda en desarrollarse un buen mensaje de la Palabra de Dios, y además no ven la importancia de que el pastor estudie nada más que para la predicación y los devocionales. Hay una fuerte dosis de anti-intelectualismo en nuestros círculos y eso no anima a un hombre a realizar el duro trabajo de desarrollar la mente y expandir su conocimiento.
Pero precisamente porque nuestra gente está bañada en información trivial en el momento actual, necesitan un pastor con un conocimiento real, mucho discernimiento y un olfato para la verdad. Este conocimiento se debe adquirir y esas cualidades se deben cultivar, y ambos requieren que [el pastor se convierta] en un estudiante permanente. Este llamado a estudiar es, por supuesto, enteramente bíblico (Querido Timoteo: Cartas sobre el ministerio pastoral, p. 128).

Creo que Duncan dio en el clavo. Vivimos una triste realidad en nuestras iglesias, hay un desprecio por el estudio diligente de la teología. La Biblia, en cambio, nos muestra una perspectiva bastante diferente. Veamos algunos pasajes a modo de ilustración:

Esdras 7:10«Porque Esdras había preparado su corazón para escudriñar la ley del SEÑOR y para cumplirla, a fin de enseñar a Israel los estatutos y los decretos».
Oseas 4:6«Mi pueblo es destruido porque carece de conocimiento. Porque tú has rechazado el conocimiento yo te echaré del sacerdocio; y porque te has olvidado de la ley de tu Dios yo también me olvidaré de tus hijos».
Malaquías 2:7«Porque los labios del sacerdote han de guardar el conocimiento y de su boca ha de buscar la instrucción, pues él es un mensajero del SEÑOR de los Ejércitos».
2 Timoteo 2:15«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad». 

Estos textos bíblicos resaltan la necesitad del estudio diligente y de la enseñanza persistente como parte del ministerio de la iglesia del Señor. Los pastores son un don de Dios para su iglesia, a fin de que ellos puedan enseñar a la iglesia, para que el pueblo de Dios busque de su boca la instrucción.  
En 2 Ti. 2:15 Pablo dice que el ministro cristiano no debe ser un perezoso, sino alguien diligente que busca edificar la iglesia del Cristo. Debe ocuparse de la obra del Señor hasta que vea frutos. Juan Calvino comenta: 

En suma, él manda a Timoteo que labore diligentemente, para que no se avergüence delante de Dios; ya que los hombres ambiciosos temen solo esta clase de vergüenza: no perder nada de su reputación en cuando a exactitud y profundo conocimiento (Calvino, Comentario a las Epístolas Pastorales, p. 256).  

El ministro debe, «trazar bien la palabra de verdad», esto es, no debe quedarse en lo superficial, sino que debe cavar bien profundo y llegar al corazón mismo de la doctrina. 
La Escritura identifica un conjunto de deberes que forman parte de la labor pastoral. Pero hay un punto de partida que lo encontramos en el Evangelio de Juan (21:15-17). El amor que Pedro tenía por Jesús debía ser demostrado sobre todo en el cuidado de las ovejas y corderos. La triple instrucción que Jesús le da: «apacienta mis corderos», «pastorea mis ovejas» y «apacienta mis ovejas» destaca tres áreas del cuidado pastoral. A los jóvenes –corderos- (en la fe y en edad) se les debe alimentar cuidadosamente (v. 15); a los cristianos en general, se les debe pastorear (v. 16), y a todos los cristianos se les debe llevar a la madurez (v. 17). Pedro no olvidó estas palabras, porque más adelante, exhortando a los ancianos de las iglesias de Asia escribió: «Apacienten el rebaño de Dios que está a su cargo» (1 P. 5:2). 
La prioridad de un pastor es guiar al rebaño a pastos delicados y esa es la principal tarea en el «trazar bien» las Escrituras. El ministro debe ampliar el entendimiento del rebaño acerca de la Fe para que ellos se rindan en obediencia a Cristo. Si los pastores se están alimentando ellos mismos de manera apropiada, estarán fuertes para alimentar también a los otros (Ef. 6:10; 2 Ti. 2:1). 
Cada vez que un pastor enseña a la iglesia debe preguntarse: ¿estoy llevando a las ovejas a los pastos delicados? ¿Esta comida que les estoy dando va a nutrir su fe de tal manera que respondan en obediencia a Cristo? Una señal de una buena alimentación es que llevará a las personas a crecer espiritualmente. El ministerio de la palabra siempre debe hacer bien a las personas. Si no lo está haciendo, algo anda mal.
Pero para hacer todo esto, debe ser un hombre que se dedique, que se esfuerce, que se esmere en el estudio. Es necesario que invierta tiempo en la preparación de sus sermones, estudios y devocionales, pero no debe quedarse allí. Debe ampliar su conocimiento teológico, debe crecer en su comprensión de la doctrina. No puede contentarse con conocer la superficialidad. Al contrario, debe cavar cada vez más hondo en la Palabra de Dios. Debe conocer la doctrina, la historia de la iglesia, las lenguas originales, etc. En definitiva, el pastor no puede perder oportunidad que tenga para aumentar su conocimiento de la Palabra de Dios. 
¿Qué se debe estudiar? 
Los pastores deben entender que ellos no serán efectivos en sus ministerios a menos de que sean buenos estudiantes de la Palabra. El predicador de la Palabra debe ser un estudioso de la Palabra. Fue Spurgeon quien dijo «aquel que deja de aprender, deja de enseñar. Aquel que no siembra en los estudios, no cosecha en el púlpito». 
Un pastor siempre enfrentará el peligro de la pereza dentro de las cuatro paredes de su oficina pastoral.   
El pastor debe leer no solo la Palabra de Dios, sino también debe estar bien informado del mundo que lo rodea. John Stott dijo: «nosotros debemos estudiar tanto el texto antiguo como el escenario moderno, tanto la Escritura como la cultura, tanto la Palabra como el mundo». Y D. Martyn Lloyd-Jones señaló:

No lea la Biblia solo para encontrar textos para sermones, sino léala porque es el alimento que Dios proporcionó para su alma, léala porque es la Palabra de Dios, porque es el medio por el cual conoces a Dios. Léela porque es el pan de vida y el maná proporcionado para alimentar tu alma como todo tu ser (La Predicación y los predicadores, p. ).  

Además de la Biblia, todo pastor debe ser un estudiante de teología durante toda su vida. Debe estudiar la historia de la iglesia, biografías, apologética y otros tipos de literatura. ¿Por qué estudiar la historia de la Iglesia? Porque la Historia es donde Dios realiza su decreto por medio de la Providencia. ¿Por qué estudiar apologética? Porque es necesario dar razón de nuestra esperanza (2 P. 3:16). ¿Por qué estudiar biografías? Porque vemos en ellas a Dios obrando en la vida de otros y podemos sacar preciosas lecciones.
Ningún hombre puede atender a las demandas del púlpito si no estudia constantemente y seriamente. Para ello debe dedicar un tiempo específico cada día para consagrarse sistemáticamente al estudio personal. Solo así estará lleno de la verdad de Dios. No es posible tener gracia sin tener luz en la mente. No es posible tener experiencias gloriosas sin tener conocimiento de las Escrituras. El conocimiento del corazón sin el conocimiento de la mente carece de sentido. John Shaw escribió: 

Los ministros según el corazón de Dios, en varios sentidos, son aquellos que tienen la mente llena de conocimiento y el corazón lleno de gracia. Un ministro que pretenda alimentar a sus oyentes con conocimiento e inteligencia sin que él mismo sea un hombre con conocimiento e inteligencia, sería tan imposible como ver sin ojos u oír sin oídos (The Character of a Pastor According to God´s Heart Considered). 

2. El Papel de la enseñanza 
            Cuando leemos la Biblia, Dios se dirige a nosotros como a hijos (He. 12:5). Las ovejas de Jesús oyen su voz, lo reconocen y le siguen (Jn. 10:1-6). Martín Lutero le gustaba decir que vamos a la Biblia como los pastores fueron al pesebre: para encontrar a Cristo. Sea lo que sea que leamos, deberíamos anhelar poder decir: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos abría las Escrituras?» (Lc. 24:32). 
La Biblia nos muestra a Cristo y el Espíritu Santo abre nuestras mentes para que comprendamos lo que leemos y para que podamos responder a lo que leemos. Este es el camino de Dios para la transformación. 
El Cristo que encontramos en las Escrituras es el mismo ayer, hoy y por los siglos (He. 13:8). En la medida que leemos la Palabra, meditamos en su verdad, y encontramos a Cristo en sus páginas, es el mismo Cristo quien nos transforma por medio de Su Espíritu. A medida que profundizamos en la enseñanza de la Palabra de Dios, nuestras vidas experimentan una transformación porque nuestras mentes se están renovando a través del impacto que la Palabra produce en nosotros.
Esto se pone claramente de manifiesto en las mejores declaraciones del Nuevo Testamento acerca de la naturaleza y función de la Biblia en la vida del cristiano: 

Pero persiste tú en lo que has aprendido y te has persuadido, sabiendo de quiénes lo has aprendido y que desde tu niñez has conocido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente capacitado para toda buena obra (2 Ti. 3:14-17). 

Este pasaje es significativo por varias razones. Contiene las últimas palabras registradas del apóstol Pablo. Es seguro asumir, por lo tanto, que expresa sus preocupaciones más profundas. Está escrito para Timoteo, el joven (ahora probablemente de treinta años) que había llegado a significar más para Pablo que cualquier otra persona. Él, sobre todos los demás que no pertenecían al colegio apostólico, debía continuar la obra de Pablo. Las dificultades y el estrés yacen en el futuro de Timoteo: externamente en el paganismo a su alrededor, internamente en problemas en la iglesia, y en sus propias luchas en la vida cristiana. Él necesita el consejo pastoral más sabio de Pablo. Timoteo representa la nueva era de ministros del evangelio; todos los demás en el futuro serán como él en este aspecto: serán ministros de la palabra de Dios, no autores de ella. Ya no recibirán enseñanza y guía autorizadas hablando o escribiendo, sino leyendo, estudiando y aplicando un Libro. Juan Calvino escribió: 

Él (Dios) ha querido que su verdad fuese publicada y conocida hasta el fin, ellas no pueden lograr entera certidumbre entre los fieles por otro título que porque ellos tienen por cierto e inconcuso que han descendido del cielo, como si oyesen en ellas a Dios mismo hablar por su propia boca (Inst. VII. 1).

Timoteo estaba convencido de que esto era así. Él tenía la evidencia en la vida de otros para confirmarlo. Pero Pablo también enfatizó el efecto que su propio estudio y obediencia a la palabra de Dios tendría sobre él. Entonces, agregó a su declaración del carácter de las Escrituras inspiradas por Dios una explicación de su propósito y efecto en la vida del cristiano.
El Propósito 
La Escritura es «la espada del Espíritu» (Ef. 6:17), un arma puesta en la mano del cristiano. El Espíritu usa la Biblia para retomar lo que ha sido territorio ocupado por el enemigo en nuestras vidas, y luego sembrar las semillas de nuevos frutos en nuestro carácter. 
En otro lugar aprendemos que: «la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. No existe cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (He. 4:12-13).
Dios es el gran cardiólogo, el supremo especialista en corazón. Él no solo hace que nuestros corazones sean el objeto de su estudio; él conoce nuestros corazones. Al igual que un cirujano cardiovascular, hace «cirugía a corazón abierto». Su palabra tiene el poder de «dividir» (o cortar) «alma y espíritu, las coyunturas y los tuétanos». Su habilidad quirúrgica hace posible la curación y crea la oportunidad de reconstruir una nueva vida desde adentro. Pablo describe más adelante este trabajo: «Con respecto a su antigua manera de vivir, despójense del viejo hombre que está viciado por los deseos engañosos; pero renuévense en el espíritu de su mente y vístanse del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad» (Ef. 4:22-24). ¿Cómo se les había enseñado esto a los efesios? ¿Cómo habían sido renovados en el espíritu de sus mentes? Mediante la doctrina apostólica. Por la misma instrucción que ahora nos es dada en el Nuevo Testamento. La verdad bíblica, al iluminar la mente, mover los afectos, avivar la voluntad, conduce a la formación del carácter cristiano.
El Efecto 
Dios nos ha dado su palabra para hacernos «normales». Esto es realmente lo que significa «enteramente capacitado»: ser «normal», normal como Jesús. El resultado es que llegamos a ser «capacitados para toda buena obra» (2 Ti. 4:17). La expresión de Pablo aquí se deriva del verbo que significa «completar una tarea», «terminar una obra». Un verbo similar aparece en Marcos 1:19. Los discípulos estaban reparando o «preparando» sus redes, limpiándolas, reparándolas para usarlas la noche siguiente. Una vez más, la misma raíz es utilizada por Pablo cuando escribe que los ministerios de la palabra que Cristo ha dado a la iglesia tienen el objetivo de preparar al pueblo de Dios para la obra del ministerio (Ef. 4:12). El plan de Dios es restaurarnos y equiparnos para una vida espiritual útil. Él nos toma, rotos como estamos, y por medio de su palabra (y los diversos ministerios de ella en la iglesia), nos limpia pacientemente, repara y reforma nuestras vidas, hasta que estemos en forma, «enteramente capacitados», listos y equipados para el servicio de su reino. El trabajo de Dios toma tiempo. Es a largo plazo. Sí, pueden haber crisis en el camino. Pero éstas simplemente despejan el terreno y eliminan los estorbos. Son los trabajos de demolición del Señor. Pero el trabajo de construcción es su objetivo final. Eso lleva más tiempo.

CONCLUSIÓN:
David Wells escribe:

Aquello que hoy divide al mundo evangélico no es lo mismo que antes lo dividía. Las antiguas divisiones eran doctrinales. Las diferencias doctrinales colocaban a los bautistas contra los paidobautistas, a los premilenaristas contra los amilenaristas, a los congregacionales contra los presbiterianos, a los arminianos contra los calvinistas, a los defensores de la ordenación femenina contra los defensores del oficio masculino y a los promotores de la glossolalia contra los cesacionistas. Estos asuntos aún están vivos y aún generan ardorosas discusiones […] Lo que es diferente hoy es que esas no parecen ser más las diferencias que se toman en cuenta. El mapa antiguo fue trazado considerando las diferencias de relevancia doctrinal. En todo lo que es dicho y hecho hoy, la mayoría de los evangélicos permanecen indiferentes a la doctrina, especialmente cuando «hacen iglesia». En privado, sin duda, creen que las doctrinas existen para ser creídas. Pero en la iglesia…bueno, la cosa es diferente porque, como muchos piensan, la doctrina es un estorbo cuando se trata de alcanzar a las nuevas generaciones.

Lo que apasionaba a nuestros ancestros espirituales no era el amor por la controversia y los debates, sino la precisión teológica. Y esto tenía una clara razón: Cuando la verdad bíblica es expuesta con fidelidad, claridad, armonía y precisión, las vidas son transformadas. 
La transformación de vidas no se dará porque somos más cariñosos y acogedores (¡claramente lo debemos ser!), sino que se produce por la aplicación de la verdad de Dios, mediante el Espíritu Santo, a la vida de los creyentes.
Es por eso que nos esmeramos en enseñar la Palabra de Dios. Es por eso que el ministerio de enseñanza es clave en la iglesia del Señor. 
Oh, cuando entendamos eso, ¡qué transformación veremos! ¡Cuántas vidas serán renovadas, cuánta gracia será evidente!
Dios quiera que le demos el lugar debido a la enseñanza, pues solo así seremos testigos del poder de Dios. 

jueves, 19 de abril de 2018

Andar según el llamamiento de Cristo

"Por eso yo, prisionero en el Señor, les exhorto a que anden como es digno del llamamiento con que fueron llamados" (Efesios 4:1)

Nuestra vida cristiana está caracterizada por un subir y bajar. A veces nos remontamos a las más altas cumbres de la santidad y otras tantas veces descendemos a las más bajas profundidades del pecado. Cuando estamos arriba, nos sentimos libres, agradecidos, alegres, plenos. Cuando estamos abajo, nos sentimos frustrados, culpables, esclavos, amargados. Esto refleja una realidad insoslayable: los cristianos fuimos rescatados para vivir en santidad, no en la inmundicia del pecado.

La santificación es una obra del Espíritu Santo, no es algo que nosotros realizamos. Es una de las bellas Doctrinas de la Gracia. Pero, a diferencia de la regeneración, de la conversión, de la justificación y de la glorificación, la santificación implica una actividad humana. No se trata de una cooperación, pues eso nos llevaría a creer en una especie de sinergismo que la Escritura no aprueba, más bien, se trata de una respuesta humana que da evidencia de que hubo un cambio, cambio que fue obrado por el Señor por medio de Su Espíritu.

James I. Packer en su libro Rediscovering Holiness dice: 

Hubo un tiempo en que todos los cristianos enfatizaban la realidad del llamado divino para una vida de santidad y hablaban, con un profundo entendimiento, acerca de los recursos que Dios nos ha dado para capacitarnos a vivir ese tipo de vida... ¡Cómo es diferente hoy! Al oír nuestros sermones, al leer los libros que escribimos y, entonces, al contemplar las formas mundanas, torpes y conflictivas de nuestro comportamiento como pueblo cristiano, no podemos siquiera imaginar que hubo un tiempo en que el camino de la santidad estaba claramente delineado para aquellos que creían en la Biblia.

¿Qué fue lo que nos pasó? ¿Por qué nos alejamos del patrón bíblico? ¿Fue aburrimiento, falta de comprensión, falta de interés? 

Tal vez el problema radica en una limitada comprensión de la doctrina de la Salvación. Quiero decir, la mayoría de los cristianos entienden que han sido salvados por gracia, que nada de lo que hagan podrá jamás hacerles merecedores del amor de Dios, sin embargo, ese es un aspecto de lo que significa haber sido salvo por la gracia. El otro aspecto, que muchas veces es olvidado, es que hemos sido salvos para vivir en novedad de vida (Ro. 6:4). Y lo que caracteriza esta nueva vida es la santidad. El apóstol Juan es claro cuando escribe: "Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios" (1 Jn. 3:9). Lo que Juan dice es impactante: un cristiano, aquel que ha reconocido que Jesús como el Señor y Salvador de su vida, "no practica el pecado" y "no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios". ¿Qué es lo que quiere decir Juan? ¿Si peco, no soy cristiano? ¿Es eso? Sinclair Ferguson comentando este pasaje dice lo siguiente:

Es ésta una afirmación muy alarmante. No obstante, cuando comenzamos a sentir la fuerza de la enseñanza de Juan nos damos cuenta de que lo que está subrayando poderosamente es el hecho de que en el nuevo nacimiento tiene lugar un cambio radical en la vida del cristiano, en cuanto a su relación con el pecado. El cristiano, simplemente, ya no peca. De hecho, en cierto sentido, ¡ya no puede continuar en su pecado! Las palabras de Juan son difíciles de entender, y los comentaristas de nuestro tiempo nos ofrecen diversas listas de las muchas interpretaciones posibles. Pero la idea general en todas ellas es esta: por medio del nuevo nacimiento, tiene lugar una ruptura radical con el pecado. 

Aquí está la esencia de la vida de santidad: ha habido un cambio en mí. Ya no soy el mismo, ya no soy un esclavo del pecado, por lo tanto, no vivo en la práctica permanente del pecado. De hecho la palabra que Juan usa, “practica” (ποιεῖ), implica hacer algo continuamente. Por lo tanto, lo que Juan está acentuando es que el pecado en la vida del cristiano no puede ser algo constante. ¿Cómo? –dirá  alguno-, ¿quiere decir que si constantemente peco, eso revela que no soy cristiano? Pero, ¿no se supone que vamos a pecar hasta que seamos transformados en la gloria? Si Juan está diciendo que el cristiano no peca, entonces, no existe ningún cristiano verdadero porque todos los cristianos pecamos. ¿Cómo solucionamos esto?

La verdad es que se trata de un tema interesante. Pero vamos por parte. Juan no está diciendo que los cristianos no pecan, pues ya en el primer capítulo de su carta el escribe: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn. 1:8). Por lo tanto, debemos descartar la idea de que Juan afirma aquí que el verdadero cristiano no peca. Además, en el verso siguiente Juan escribe: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). ¿Para qué confesar pecados si se supone que el cristiano no peca? 

Tomados estos versículos en conjunto podemos llegar a una clara comprensión de lo que Juan está diciendo: Un cristiano verdadero es un pecador, él seguirá cometiendo pecados, sin embargo, el pecado en la vida del cristiano no puede ser una práctica permanente, sino más bien se trata de un accidente. Este último término es esclarecedor, pues un accidente es una eventualidad que altera el orden regular de las cosas. Lo normal en la vida de un cristiano es la santidad (y la búsqueda de la misma), lo anormal, lo eventual, debe ser el pecado. Por lo tanto, el pecado en la vida del cristiano es una contingencia, no es la regla. Existe la posibilidad de que peque, como también que no lo haga. ¿Por qué? Porque ya no es más un esclavo del pecado, por la gracia de Dios ha sido liberado para ya no más servir al pecado. 

¿Esto te parece radical? Bueno, así es la gracia de Dios, radical.