lunes, 31 de julio de 2017

LA TEOLOGÍA DE LA REFORMA Y SU INFLUENCIA EN LA IGLESIA DE LA ACTUALIDAD

INTRODUCCIÓN
Este año se cumplen los 500 años de la Reforma Protestante. El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero (1483-1546) clavó sus célebres 95 Tesis en la puerta de la Capilla de la ciudad de Wittenberg. Lutero no pretendía más que discutir una práctica que le perturbaba, la tan conocida venta, por parte del papado, de las famosas indulgencias. Delante de tal comercio y considerando la decadencia de la iglesia de aquellos días, Lutero se levantó para discutir dichos asuntos y plantear un debate académico (Lutero en ese entonces era profesor en la pequeña Universidad de Wittenberg). Nos dice la historia popular que rápidamente las 95 tesis fueron leídas, impresas y distribuidas por muchos lugares, comenzando así un movimiento que no se detendría y que remecería por completo a la civilización occidental y, por qué no decirlo, al mundo entero.
La Reforma Protestante puede ser vista como un movimiento religioso, político, social, económico, de amplias repercusiones. Sin embargo, a pesar de que la Reforma alcanzó diferentes esferas de la vida, tenemos que afirmar con todas sus letras que en su base estaba la Teología, y no aquella elaborada a partir del ser humano, sino aquella que es fruto del estudio e interpretación de la revelación divina tal como se encuentra registrada en las Sagradas Escrituras.
Escribir sucintamente sobre la Teología de la Reforma y Su Influencia en la Iglesia de la Actualidad es un gran desafío, ya que se trata de un tema muy amplio que no puede ser abordado en su totalidad en estas breves líneas. La Teología de la Reforma tuvo sus matices y diferencias desde el principio. Basta con dar una rápida mirada al pensamiento de Lutero (1483-1546), al de Zwinglio (1484-1531), al de Calvino (1509-1564) y al de sus respectivos sucesores para darnos cuenta que más que ser un movimiento monolítico, la Reforma se caracterizó por presentar ciertas diferencias, ciertos matices y variaciones que, para ser estudiadas, se requeriría de bastante tiempo.
Ahora, si bien es cierto que sería más acertado hablar de “Reformas” por las diferencias y variaciones que podemos ver en la historia del movimiento, también viene al caso recordar de que existen elementos comunes. Estos elementos comunes han sido resumidos en las tan conocidas Solas de la Reforma Protestante: Sola Scriptura, Sola Fide, Solus Christus, Sola Gratia, Soli Deo Gloria. Estas verdades son compartidas por todos aquellos que declaran ser herederos de la Reforma.
Pero tampoco lo que pretendo hacer aquí es una exposición de las Solas de la Reforma, porque creo que limitaría un poco del tema propuesto.
Por tanto, mi idea es exponer la Teología de la Reforma en tres áreas específicas, a saber: en la doctrina, en el culto y en la vida. Esta propuesta triple nos permitirá entender la influencia que la Reforma ejerció y ejerce en la Iglesia de la actualidad.

I. LA REFORMA EN DOCTRINA
Para nadie es sorpresa oír que vivimos en tiempos de confusión doctrinal. Los herederos de la Reforma (los evangélicos) parecen estar cada vez más centrados en el ser humano y sus necesidades que en Dios y su gloria. Vemos que proliferan las enseñanzas que difunden prosperidad material, auto ayuda, sectarismo, legalismo, libertinaje, relevancia cultural, acción social, etc., pero parece ser cada vez más escaso ver un énfasis por el estudio serio y dedicado de la Biblia. Esto trae como consecuencia un profundo y triste desconocimiento doctrinal, pues la indiferencia doctrinal es el resultado de una débil enseñanza de la Biblia.
David F. Wells en su libro God in the Wasteland: The Reality of Truth in a World of Fading Dreams (Dios en el Desierto: La realidad de la verdad en un mundo de sueños evaporados) escribió:

El problema fundamental en el mundo evangélico de hoy no es la técnica inadecuada, la organización insuficiente o la música anticuada...El problema fundamental en el mundo evangélico de hoy es que Dios pesa muy poco sobre la Iglesia, su verdad está muy lejos, su gracia es demasiado común, su juicio es muy leve, su evangelio es muy fácil y su Cristo es muy simple[1].

La descripción dada por Wells caracteriza, tristemente, a la Iglesia de nuestros días. Dios ya no es glorioso y Majestuoso, Su Palabra ya no es estudiada con dedicación y fervor, la gracia es barata, el concepto del juicio final es minimizado, el evangelio no demanda nada del cristiano y Cristo es pequeño.
Pero no pensemos que en los tiempos que antecedieron a la Reforma las cosas eran tan diferentes. Abusos y corrupción se veían tanto en los altos dignatarios de la iglesia como en el miembro más humilde del clero. El papado era criticado por sus excesos financieros y su enfermiza preocupación por el status social y el poder político. La designación del Prelado se debía a la influencia familiar y a la fortuna que poseían. El bajo clero era objeto de duras críticas. Los monasterios muchas veces eran descritos como antros infectados de actividad homosexual. El analfabetismo predominaba entre los párrocos y, por lo mismo, su conocimiento de la Biblia era escaso, por no decir, nulo[2].
Las voces de protesta no se hicieron esperar y comenzó un movimiento que buscó reformar la doctrina y práctica de la Iglesia. Pero, ¿cómo lo hicieron? ¿qué medios ocuparon? ¿cuál fue su estrategia? La respuesta es sencilla: Por medio del estudio diligente de las Escrituras y la exposición de la misma. Por eso podemos decir que, el fondo, la Reforma fue un retorno a la Biblia.
Si la Iglesia Medieval puso la autoridad final en materia de fe y práctica en las manos del Papa, la Reforma puso la autoridad final en la Biblia como Palabra inspirada por Dios, infalible e inerrante. Para los reformadores la Biblia es el registro escrito de la revelación de Dios. Es la regla suficiente. A partir de la Biblia, los reformadores comenzaron a conocer en profundidad todo el consejo de Dios (cf. Hch. 20:27).
A partir del estudio de la Biblia, los reformadores redescubrieron la belleza y pureza del Evangelio de Jesucristo. Y al redescubrir el Evangelio, su visión de Dios, de la Iglesia y de la vida cristiana fue transformada.
En este punto siempre surge la siguiente pregunta: ¿Cuál es el centro de la Teología de la Reforma? Aquí nos deparamos con diferentes matices, tal como fue notado anteriormente. Algunos argumentan que la esencia de la Reforma descansa en la comprensión bíblica de la doctrina de la justificación por medio de la fe. Para Lutero, la doctrina de la justificación no era simplemente una doctrina entre otras, sino “el resumen de toda la doctrina cristiana”, “el artículo por el cual la iglesia se mantiene o cae”[3].
Para Lutero el camino para llegar a esta comprensión no fue fácil. Conocida es su lucha con el concepto de justicia de Dios. Sin embargo, llegó el día en que, según sus propias palabras:

Comencé a entender que “la justicia de Dios” significaba aquella justicia por la cual el hombre justo vive mediante el don de Dios, esto es, por la fe. Eso es lo que significa: la justicia de Dios es revelada en el evangelio, una justicia pasiva con la cual el Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: “El justo por la fe vivirá”. Aquí sentí que estaba naciendo completamente de nuevo y había entrado en el mismo paraíso a través de portones abiertos[4].

Para Lutero la doctrina de la justificación era central. El Evangelio no podía ser entendido correctamente si no se captaba en plenitud el concepto de la justicia de Dios por medio de Cristo.
Si bien los demás reformadores concordaron con la importancia fundamental de la justificación por la fe, vemos que también tenían otros énfasis. En el caso de Zwinglio, lamentablemente, su contribución ha sido poco evaluada y estudiada. Algunos le han dedicado pocas páginas en sus obras alegando que “no exige más que un breve relato”[5]. Ciertamente fue ofuscado por Lutero y por Calvino y ha sido descrito como “el tercer hombre de la Reforma”. Lo más destacable, tal vez, fue el concepto memorial de la Cena del Señor, concepto que difería del de Lutero y del de Calvino. No gastaré tiempo con Zwinglio, pues pretendo dedicar más espacio al reformador Juan Calvino, quien representa lo mejor de la tradición reformada.
Acerca de Calvino, muchos afirman que este reformador de segunda generación encarnó al teólogo de la gloria de Dios par excellence. Esto llevaría a decir que la Teología Reformada Calvinista tiene como centro la Gloria de Dios. Esta comprensión es recogida, por ejemplo, tanto en el Catecismo de Ginebra (1541) como en el Catecismo Menor de Westminster (1648).
Si bien no podemos desconocer el énfasis en la gloria de Dios en los escritos de Calvino, tampoco podemos desconocer que en estudios más recientes se ha propuesto que el corazón de la doctrina cristiana, en la comprensión de Calvino, está en la Unión con Cristo. Al respecto, Abraham Kuyper escribió:

A pesar de que Calvino pueda haber sido el más rígido entre los reformadores, ninguno de ellos presentó esta union mystica, esa unión espiritual con Cristo, tan incesantemente, tan amorosamente y con gran pasión[6].

¿Por qué la unión con Cristo sería tan importante para Calvino? ¿Será ella el centro de toda su obra teológica? No es la ocasión para presentar en detalle los debates académicos que han surgido acerca de este asunto, sin embargo, siguiendo a Paul Wells, podemos decir que la unión con Cristo, de hecho, constituye un foco central en la teología de Calvino como un todo, y lo es porque resuelve la tensión dialéctica que existe entre el Creador y la criatura y, más específicamente, la tensión dialéctica entre lo divino y lo humano[7]. François Wendel escribió:

Calvino sitúa toda su teología bajo la mirada de aquello que fue uno de los principios esenciales de la Reforma: la absoluta trascendencia de Dios y su total “otredad” con relación al hombre. Ninguna teología es Cristiana y está de acuerdo con las Escrituras, sino en la medida en que respete la infinita distancia que separa a Dios de sus criaturas y renuncie a toda confusión, toda “mezcla”, que podría tender a borrar la radical distinción entre lo Divino y lo humano. Sobre todo, Dios y el hombre, deben nuevamente ser vistos en sus debidos lugares. Esa es la idea que domina el todo de la exposición teológica de Calvino, y subyace en la mayoría de sus controversias[8].

Para Calvino, el ser humano está radicalmente subordinado a Dios y la teología nunca puede olvidar la realidad de esa situación. La creación, el pacto, la redención y la escatología junto a sus características particulares expresan la diferencia entre Dios y todo lo demás, y establece la supremacía de Dios[9].
Estando unidos a Cristo, los cristianos podemos conocer quién es Dios y quienes somos. Esto representa una reforma radical en la doctrina, pues Cristo y sus beneficios son de propiedad del creyente, no porque la Iglesia lo garantice o porque sea posible adquirirlos por esfuerzos humanos, sino porque el cristiano se encuentra espiritualmente unido a su Salvador. Calvino afirma:

Ante todo hay que notar que mientras Cristo está lejos de nosotros y nosotros permanecemos apartados de Él, todo cuanto padeció e hizo por la redención del humano linaje no nos sirve de nada, ni nos aprovecha lo más mínimo. Por tanto, para que pueda comunicamos los bienes que recibió del Padre, es preciso que Él se haga nuestro y habite en nosotros. Por esta razón es llamado “nuestra Cabeza” y “primogénito entre muchos hermanos”; y de nosotros se afirma que somos “injertados en Él” (Ro. 8:29; 11:17; Gl. 3:27); porque, según he dicho, ninguna de cuantas cosas posee nos pertenecen ni tenemos que ver con ellas, mientras no somos hechos una sola cosa con Él[10].

El plan de Dios para nosotros está firmemente arraigado en Cristo. Dios nos ha escogido, no en masa, sino individualmente, personalmente. Pero Dios escoge a todos sus hijos en Cristo, él es el Escogido de Dios, el Predestinado, y nosotros somos salvos al estar unidos a él. De una manera o de otra, esto es lo que Pablo le dice a los Efesios, a Timoteo y a los Tesalonicenses. Somos “predestinados...por medio de Jesucristo” (Ef. 1:5), su propósito para nosotros es “en Cristo” (Ef. 1:9), su gracia nos ha sido dada “en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo” (2 Ti. 1:9). En resumen, Dios no nos ha puesto para ira “sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:9). Y todo esto no es sólo realizado para la gloria de Dios, sino también para la nuestra, “Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:30)[11].
Esta visión gloriosa de Dios y del Evangelio, debe regresar para que nos recuperemos de aquella forma de religión tan común hoy que lleva a las personas a preocuparse únicamente consigo mismas y no con la gloria de Dios en Cristo Jesús.

II. LA REFORMA EN EL CULTO
El ya fallecido predicador y teólogo inglés John R. W. Stott escribió: “Los cristianos creen que la verdadera adoración es la actividad más elevada y noble que el hombre, por la gracia de Dios, puede desarrollar”[12]. Comentando acerca de la adoración, Robert W. Godfrey dice:

Entre los Protestantes contemporáneos encontramos diferencias significativas en la adoración. Algunas formas de adoración están llenas de ceremonias y rituales formales, mientras que otras son muy casuales e informales. Algunas son bulliciosas y turbulentas, otras son quietas y contemplativas. Algunas se realizan en bellas catedrales, otras en galpones y campos. En medio de tal diversidad, los cristianos, algunas veces, se preguntan si la adoración es simplemente una cuestión de gusto. ¿Todas las formas de adoración agradan de la misma forma a Dios si los adoradores son sinceros? ¿Todas las formas de adoración son aceptables?[13].

Este comentario permite que nos demos cuenta que existe una variada comprensión de lo que es el culto en el medio evangélico. Y es aquí donde, nuevamente, los reformadores nos pueden ayudar.
Para los reformadores, Dios nos salvó para que le adorásemos. Es más, el fin principal del hombre, conforme instruye el Catecismo Menor de Westminster, es glorificar a Dios (pregunta 1). La iglesia de Cristo es retratada como una comunidad de adoradores que se reúnen para dar testimonio público de los hechos poderosos de Dios en la salvación.
En el caso de Juan Calvino su comprensión más plena del culto cristiano se dio durante su estadía en Estrasburgo (1538-1541). Allí recibió la influencia de Martín Bucero. Lo aprendido en Estrasburgo, que posteriormente fue aplicado en Ginebra a su retorno, se transformó en la base para la adoración en todas las iglesias calvinistas de Suiza, Francia, Alemania, Holanda y Escocia.
Calvino nunca fue dogmático en esta área. Él entendía que ciertos detalles podía variar de congregación en congregación, pero estaba muy consciente que eso no debía dar pie para cometer abusos.
¿Qué debe caracterizar al culto cristiano? Bueno, en primer lugar, tenemos que entender lo que significa adorar. En el Antiguo Testamento encontramos el verbo שחה (shachah) que significa “postrarse”, “adorar”. En su sentido original el verbo significa postrarse en el suelo, como prueba de sumisión delante de un superior. En el Nuevo Testamento encontramos el término proskune,w (proskyneõ), que significa “adorar”, “prestar homenaje a”, “postrarse”, “hacer reverencia”. La palabra adorar, tanto en el AT como en el NT, tiene un significado muy importante para nosotros, pues es el acto de curvarse delante de Dios con toda reverencia, amor y dedicación. Russell Shedd escribió:

Para el Señor, un gesto de culto no podía estar desvinculado de la propia adoración. Él no acepta la idea de que un acto externo podría dejar de ser también un acto interno, una actitud de entrega total. Por eso, la respuesta de Jesús fue: “Al Señor tu Dios adorarás (proskyneõ), y a él sólo servirás (latreuseis)” (Mateo 4:10), y así cerró la cuestión para siempre. Adorar al enemigo de nuestras almas o a uno de sus representantes significa rendirse a él”[14].

Como vemos, adorar a Dios es atribuirle valor supremo, sólo por el hecho de que él es digno de ser adorado. Los reformadores tenían esto muy claro. El culto existe para honrar a Dios. Aquel que adora a Dios despierta su consciencia acerca de la santidad de Dios, alimenta su verdad con la Palabra de Dios, purifica su imaginación con la belleza de Dios, abre su corazón al amor de Dios y dedica su vida al servicio de Dios[15].
¿Qué peligros aquejaban al culto cristiano en los días de la Reforma? Podríamos decir que era una variedad de males, no muy diferentes de los que nos afectan a nosotros hoy. Dentro de ellos podemos destacar:

(1)  El arrepentimiento era visto como un acto único (muchas veces realizado antes de morir), en vez de entenderlo como una práctica que debe acompañar la vida toda del creyente.
(2)  La presencia divina era invocada en el servicio (misa) por un individuo con poderes sagrados (mágicos) que eran comunicados por medios físicos (sacerdote en la eucaristía).
(3)  La adoración era presentada como un espectáculo visual y sensorial en vez de ser un evento en que toda la iglesia participaba (los cristianos) en un diálogo con Dios.
(4)  El éxito se medía por el tamaño de las catedrales y la cantidad de gente que podían congregar en ellas, en vez de ser medidos por la fidelidad en la exposición de la palabra y en la santidad de vida de los miembros.

Esos son solo algunos de los temas que estaban presentes en aquel entonces. No hay duda de que muchos de ellos nos suenan familiares y parece ser que, incluso, los vemos repetidos cada día en muchas de nuestras iglesias.  
Hoy vivimos en una época donde la trivialidad es la regla. Es una época donde el entretenimiento es lo principal y esto marca profundamente la manera como se desarrolla el culto. Debe ser entretenido, las personas deben reírse mucho durante el sermón (que está lleno de chistes e historias personales en vez de estar saturado por la Palabra de Dios). Aquí también entra en cuestión la música, porque ella es el instrumento, no para adorar a Dios y declarar verdades acerca de Él, sino para hacernos sentir bien, alegres, emocionados.
 Además, es una época centrada en el ser humano. Las personas están ensimismadas. En los cultos casi siempre se habla del ser humano, es decir, el culto está para satisfacer las necesidades de las personas a expensas de Dios, quien es dejado en segundo plano. Nos olvidamos de Dios, a pesar de que reconozcamos la verdad bíblica, pues todo indica que él no tiene más influencia sobre nosotros y son otras cosas las que ocupan su lugar.
Por eso insistimos que la Reforma contribuyó enormemente para redescubrir el culto, para redescubrir la verdadera adoración a Dios. La Reforma entendió que la adoración es el acto de la Iglesia reunida, donde exaltación y honra son dirigidos a Dios por sus dones preciosos a su pueblo en Jesucristo y a través de él[16]. Adoración en la Biblia es la respuesta debida de las criaturas racionales a la auto-revelación de su Creador. Es una honra y glorificación a Dios por medio de un grato ofrecimiento retributivo a Él por todas las buenas dádivas, y todo el conocimiento de su grandeza y gracia a nosotros concedida[17]. La verdadera adoración es el objetivo y el combustible para la vida cristiana, que busca agradar a Dios.

III. LA REFORMA EN LA VIDA
La teología, en que el entendimiento de los reformadores era más que un simple discurso humano acerca de la divinidad, trata del conocimiento de Dios y de los deberes que Dios exige del hombre.
En el inicio de su obra La Institución de la Religión Cristiana, Juan Calvino (1509-1564) escribió:

Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo[18].

Calvino llama nuestra atención hacia aquel conocimiento superior al cual todo ser humano debería aspirar, a saber, el conocimiento del Dios vivo. Es para este fin que la Teología está a nuestro servicio.
El conocimiento de Dios debe provocar un cambio radical en la forma de vivir. Es decir, nadie puede aproximarse a Dios y no ser transformado. Los reformadores entendieron muy bien eso y llamaron a esa transformación por su nombre bíblico: Santificación.
La santificación es una de las doctrinas más enfatizadas, pero es una de las menos conocidas. Por lo general los cristianos hablan de ella citando textos tales como Levítico 11:44: “Porque yo soy el SEÑOR su Dios, ustedes se santificarán; y serán santos, porque yo soy santo” (cp. 1 P. 1:15-16). Muchos saben que es un imperativo bíblico y, ciertamente, muchos intentan cumplirlo. Es aquí donde, lamentablemente, varios caen en el perfeccionismo, que no es nada más que legalismo enmascarado.   
Lo primero que tenemos que saber es que la santificación es una doctrina, es decir, es una verdad bíblica, es una verdad que la Escritura enseña. Hay quienes no les gusta eso y dicen: “la santificación no es una doctrina, sino que es vida”. Por más bonito que suene, esto no es verdadero. La santificación es una de las doctrinas de la gracia, una doctrina que ocupa un lugar en el cadena de oro de la salvación. La Confesión de Fe de Westminster, refiriéndose a la santificación señala lo siguiente:

Aquellos que son llamados eficazmente y regenerados, habiendo sido creado en ellos un nuevo corazón y un nuevo espíritu, son además justificados de un modo real y personal, por virtud de la muerte y resurrección de Cristo, por su Palabra y Espíritu que mora en ellos. El dominio del pecado sobre el cuerpo entero es destruido, y las diversas concupiscencias del mismo son debilitadas y mortificadas más y más, y los llamados son cada vez más fortalecidos y vivificados en todas las gracias salvadoras, para la práctica de la verdadera santidad, sin la cual ningún hombre verá al Señor[19].

La Confesión de Fe de Westminster describe la santificación como una doctrina de la gracia. Ella sigue en orden lógico (no cronológico) a la regeneración, a la conversión y a la justificación y, antecede, a la glorificación. Es fruto de nuestra unión con Cristo, unión que, como ya dijimos anteriormente, es realizada por el Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu quien capacita al creyente para “la práctica de la verdadera santidad, sin la cual ningún hombre verá al Señor” (He. 12:14). Abraham Kuyper escribiendo sobre el asunto dice:

Por amor a la claridad del entendimiento y procedimiento más seguro, nosotros debemos volver a la enseñanza precisa de que la santificación es una doctrina, una parte integral de la confesión, un misterio, de la misma forma que la doctrina de la reconciliación y, por tanto, es un dogma. En verdad, en el tratamiento de la santificación, nosotros penetramos justamente en la esencia de la confesión, el dogma que destella en la doctrina de la santificación[20].

Entender que la santificación es una doctrina, no implica afirmar que ella no tenga aplicación en la vida del creyente. Cada doctrina bíblica nos presenta un desafío existencial, ya que no se trata de frías formulaciones intelectuales, sino de verdades transformadoras que alcanzan todo lo que somos. Sin embargo, olvidar que es una doctrina y caracterizarla únicamente con el adjetivo “vida”, es deformar lo que la Biblia enseña sobre ella.
Si la santificación es una doctrina, ¿qué debo saber acerca de ella? La respuesta a esta pregunta determinará lo que haremos en la práctica. Y los reformadores la hallaron en las páginas de la Escritura.
Primeramente debemos decir que hay dos aspectos importantes en la doctrina de la santificación que nunca deben ser olvidados: (1) Los creyentes poseen una nueva identidad en virtud de su unión con Cristo. Por esta unión el creyente ha muerto al pecado (Ro 6:4); (2) Esta nueva identidad no significa que el creyente este libre del pecado en esta vida (Ro 7:14-20). 
La unión del creyente con Cristo es fundamental. Es por medio de ella que el cristiano disfruta de todas las promesas que Dios ha concedido en Cristo. De esta unión fluyen ciertas implicaciones. Siguiendo a Sinclair Ferguson[21] podemos decir que:

(1) En Cristo, el reinado del pecado terminó y ahora los creyentes están muertos para el pecado (Ro 6:11).
(2) El pecado no puede reinar más existencialmente, ya que no tiene más autoridad sobre el creyente (Ro 6:12).
(3) El creyente no debe permitir que su cuerpo sea ofrecido en servicio al pecado, inducido por los placeres inmediatos que ofrece (Ro 6:13).
(4) El creyente se debe entregar voluntariamente al Señor como alguien que reconoce su nueva identidad, como alguien que fue “traído de la muerte para la vida” (Ro 6:13).

Vemos que la unión con Cristo coloca al creyente en una nueva condición. El pecado ya no reina en él, por tanto, no debe someterse a sus deseos y ni servirlo como antes lo hacía. El pecado no tiene autoridad sobre el cristiano, pues ya no es más un esclavo del pecado.  
Si bien es cierto que la Escritura afirma categóricamente la nueva condición del creyente, también es cierto que ella describe la existencia de un conflicto que permanentemente afecta al cristiano. Pablo lo expone de la siguiente forma:

Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Doy gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! (Ro 7:22-25a).

Hay tres elementos importantes que debemos destacar como enseñanza de este texto de Pablo:
(1)  Un deleite interno: Pablo dice que en el hombre interior, él se deleita en la ley de Dios. El hombre interior significa lo que Pablo es en su ser más íntimo, lo que corresponde al centro de su personalidad. Es aquí donde Pablo siente la mayor alegría en servir a Dios y existe un profundo deseo por vivir guardando Su Palabra y sometiéndose a Su voluntad. La expresión “me deleito” es de profunda importancia. No se trata de un simple agrado, es más que eso, se trata de un placer máximo. Esta es también la experiencia de todo creyente verdadero. En lo íntimo de su ser quiere servir al Señor y se deleita en hacerlo. En lo íntimo de su ser el creyente quiere agradar a Dios en todos los aspectos de su vida y ama obedecer sus mandamientos.
(2)   Un dilema interno: A pesar de que Pablo se deleita en la ley de Dios en el hombre interior, obedecer a dicha ley es algo bien diferente. Pablo ve que existe “una ley diferente” en él. Esta ley está en oposición a la ley de Dios. Por “una ley diferente” debemos entender una especie de principio compulsivo que fuerza a Pablo a actuar de forma diferente de la que él desea. Es importante decir que Pablo no está afirmando que la materia en sí es mala, sino que las fuerzas del pecado actúan en el cuerpo material. La “ley diferente” está en abierta oposición a la ley de la mente. Aquí la idea de conflicto es importante. Pablo sigue luchando, no se ha rendido a los poderes de la carne. El hecho de que diga que esta ley se opone a la ley de la mente manifiesta el lado intelectual de su lucha. Pablo se refiere al centro de la voluntad, al intelecto, de donde todas las acciones y deseos surgen (lo que en la Escritura también se conoce como corazón). Es allí donde se traba un conflicto permanente. Este dilema interno afecta a todos los cristianos. Si bien los cristianos desean con todo su corazón servir a Dios y obedecer su Palabra, muchas veces se ven forzados internamente a desobedecer. Esta fuerza, no es externa, sino que interior. Ella milita violentamente contra el deseo de agradar a Dios. Es una lucha entre “querer hacer el bien” y el “no hacerlo”. Al igual que Pablo, el verdadero creyente no desiste. A pesar de ser muchas veces abatido, el cristiano sigue luchando, ya que esta realidad no es una excusa para pecar diciendo “nada puedo hacer”.
(3)  Una liberación interna: Frente al triste conflicto interno Pablo pregunta: “¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Lo que nos puede parecer una pregunta retórica cuya respuesta sería un categórico: “¡Nadie!”, obtiene una maravillosa respuesta en el verso 25: “¡Doy gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!”. La victoria la da el Señor por medio de Jesucristo. Dios en Cristo ha suplido todas las necesidades de los creyentes (Flp. 4:19). Claramente las palabras de Pablo manifiestan una gratitud por la liberación que el Señor ha realizado. Ahora, ¿la liberación a la que Pablo se refiere es presente o futura? Ciertamente la liberación que hoy experimentan los cristianos es parcial. Aún falta para aquel día glorioso en que finalmente sus cuerpos serán glorificados y transformados completamente a imagen de Cristo.

Como podemos ver, existe un conflicto permanente en esta vida. Por eso Martín Lutero hablaba del creyente como “simul iustus et peccator” (simultáneamente justo y pecador). Somos santos, pero pecadores. Hemos recibido un principio de nueva vida y el Espíritu Santo nos santifica día a día, vivificando nuestro ser y renovando el hombre interior.
La doctrina de la santificación es preciosa. Nos habla de lo que Dios ha hecho por los cristianos y de lo que aún hará por y en los cristianos. Sólo en Él hay poder para seguir adelante, en Él está el poder para vencer el pecado. Necesitamos, entonces, aferrarnos al Señor y suplicar que Él nos capacite cada día para crecer en santidad. Este es un precioso legado que nos dejó la Reforma.
Calvino, hablando sobre la santificación dijo que el poder de la Palabra de Dios para cambiar a las personas tiene un doble aspecto: Primero, cambia a los enemigos de Dios en sus hijos y, segundo, enseña a los hijos de Dios a honrar a su Padre más y más (Herman J. Selderhuis, John Calvin: A Pilgrim´s Life).

CONCLUSIÓN:
Ya son 500 años desde que el martillo golpeó en las puertas de la capilla en Wittenberg. Muchos eventos han ocurrido desde ese entonces. Ciertamente nos gustaría decir que se ha tratado de una historia gloriosa, sin embargo, también ha sido una historia marcada por conflictos. Pero la existencia de conflictos no debe desanimarnos. Al contrario, debemos mirar a estos 500 años con gratitud a Dios, porque levantó a hombres y mujeres que se dedicaron fervientemente al estudio de las Escrituras, viendo en ellas al Dios glorioso que en ellas se revela y cuya revelación máxima es Jesucristo.  
La Reforma nos enseña que el ser humano jamás podrá conseguir encontrar significado a menos que  se vuelva a Dios. Y Dios se ha dado a conocer por medio de Su Palabra y, principalmente, por medio de Jesucristo. Sólo en la Palabra de Dios encontramos la fuente para que nuestra doctrina, nuestro culto y nuestra vida glorifiquen a Dios.   
Para concluir, quiero parafrasear a Abraham Kuyper, quien muy pertinentemente señaló:

[...]La Reforma (El calvinismo) adopta su postura en un pensamiento fundamental que es igualmente profundo. No busca a Dios en la criatura, como lo hace el paganismo; no aísla a Dios de la criatura, como lo hace el islamismo; no postula ninguna comunión mediada entre Dios y la criatura, como lo hace el romanismo; sino que proclama el pensamiento augusto de que, aunque residiendo en alta majestad por encima de la criatura, Dios entra en compañerismo con la criatura, como Dios el Espíritu Santo. Este es precisamente el corazón y núcleo de la confesión reformada (calvinista)[...][22].


¡A Dios sea toda gloria!




[1] WELLS, David F. God in the Wasteland: The Reality of Truth in a World of Fading Dreams. Grand Rapids: Eerdmans & Leicester, Inglaterra: InterVarsity, 1994, p. 30.
[2] MCGRATH, Alister. La Revolución Protestante. Brasilia: Editora Palavra, 2012, p. 27-28.
[3] GEORGE, Timothy. Teología de los Reformadores. Sao Paulo: Vida Nova, 1993, p. 64.
[4] Ibid.
[5] Ibid. p. 119.
[6] KUYPER, Abraham. La Obra del Espíritu Santo. Sao Paulo: Cultura Cristiana, 2010, p. 341.
[7] WELLS, Paul: Calvin and Union with Christ. Grand Rapids: RHB, 2010, p. 66.
[8] WENDEL, François. Calvin: The Origins and Development of His Religious Thought, trad. Philip Mairet Londres: William Collins, 1965, p. 151.  
[9] WELLS, op. Cit. P. 69.
[10] Inst. III.1.1.  
[11] VAN DIXHOORN, Chad. Confessing The Faith: A reader´s guide to the Westminster Confession of Faith. Edimbrugh: Banner of Truth, 2016, p. 50-51.
[12] STOTT, John R.W. Las Controversias de Jesús. Barcelona: Andamio, 2011, p. 185.
[13] GODFREY, Robert. Agradando a Dios en nuestra adoración. Recife: Os Puritanos, 2012, p. 5.   
[14] SHEDD, R.P. Adoração Bíblica. São Paulo: Vida Nova, 1998, p. 17.
[15] Cf. TEMPLE, William. The Hope of a New World, p. 30.
[16] SHELLEY, Bruce L. A Igreja: O Povo de Deus. São Paulo: Vida Nova, 1989, p.  80.
[17] PACKER J. I. Teologia Concisa. São Paulo: Cultura Cristã, 1999, p. 92.
[18] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Barcelona: FELiRé, 1999. I.1.1.
[19] La Confesión de Fe de Westminster, XIII, I.
[20] KUYPER, Abraham. La Obra del Espíritu Santo. Sao Paulo: Cultura Crista, 2010, p. 442-443.
[21] FERGUSON, Sinclair. El Espíritu Santo. Barcelona: Andamio, 2016, p. 157.
[22] KUYPER, Abraham. Conferencias sobre el Calvinismo: una cosmovisión bíblica. Costa Rica: CLIR, 2010, p. 24-25.