viernes, 30 de noviembre de 2018

La Enseñanza

«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, 
que traza bien la palabra de verdad»
(2 Timoteo 2:15).


INTRODUCCIÓN:
¿Cuál es el lugar de la enseñanza en la Iglesia? ¿Qué se requiere para enseñar? ¿Debe la enseñanza ser una prioridad en el ministerio de la iglesia? Todas estas preguntas son importantes y requieren una respuesta bíblica.
Sinclair Ferguson escribe que cuando era un estudiante se encontró con las palabras de Jean-Daniel Benoît acerca de Juan Calvino: «Él llegó a ser un teólogo para poder ser un mejor pastor» (Ferguson, Some Pastors and Teachers, p. 685). Esta declaración nos puede parecer interesante o extraña. Lo es, porque la convicción que tenían nuestros ancestros espirituales se ha perdido. Ellos creían que toda la teología bíblica es pastoral y que todo ministerio pastoral es, en última instancia, teológico. 
Si nos remontamos a la época de la Reforma y Pos-Reforma, veremos que la mayoría de los teólogos que conocemos eran predicadores, pastores u obispos en sus respectivos contextos. Lamentablemente con pasar de los años, una dicotomía extraña apareció en escena: unos son pastores, otros son teólogos. Los primeros son prácticos, aquellos que están en el frente de batalla. Ellos son los que tienen que lidiar con las personas y sus problemas, son los que gastan sus zapatos yendo de casa en casa visitando a los hermanos, son los que «huelen a oveja». Los segundos, son los que viven en el ambiente de la academia: son invitados a conferencias, a dar clases en seminarios y universidades, escriben libros, son fríos e intelectuales. 
Tal vez, esto tenga su explicación en la interpretación de las palabras de Pablo cuando se refiere a «pastores y maestros» (Ef. 4:11), como si se tratara de dos oficios diferentes. El problema con esa visión es que se presta para conclusiones como las siguientes: «menos mal que se dedica a la academia, porque si estuviera en el pastorado sería un desastre» o «sería una pérdida de tiempo que entrara en el pastorado porque tiene una mente teológica que podría traer mucho beneficio para la academia». Ese tipo de comentarios implica una triste valoración: la teología es para la academia y el pastorado es para la iglesia. Pero aún más extraño sería oír este otro tipo de comentario: «sería un desastre para la iglesia que entre en el pastorado porque no tiene conocimiento alguno de la teología». Pero, ¿no esperamos que los médicos, abogados, profesores, eléctricos, mecánicos, zapateros tengan un buen conocimiento de sus respectivas áreas? ¿No será que el desprecio que tienen algunas personas por el ministerio pastoral se deba en gran parte al hecho de que los pastores raramente son especialistas en el campo de la teología?  
Los pastores deben entender que el todo del ministerio esta directamente relacionado con la teología. El problema es que nunca se ha insistido en eso y tristemente algunos seminarios e instituciones de teología tampoco han enfatizado eso. Es por ello que ser teólogo muchas veces no ha sido bien visto. 
Lo impactante de esta realidad es que la dicotomía entre lo que significa ser pastor de una congregación y lo que es ser teólogo no está presente en las Escrituras. Tomemos al apóstol Pablo por ejemplo. Él podía manejar correctamente el Evangelio y ministrar en la vida de las personas (como todo pastor debería poder hacerlo), pero también fue un gran teólogo (como sus cartas a los Romanos y Efesios claramente lo demuestran). 
De cierta manera, todos nosotros no podemos ser Cristianos si no somos teólogos, pero esto se aplica con mayor rigor al caso de un pastor, ya que el crecer como un expositor de las Escrituras involucra necesariamente dos cosas: un sistema de doctrina que emerge de las Escrituras (un trasfondo doctrinal) y una luz fresca que Dios está derramando sobre ese sistema de doctrina (Ferguson, op.cit).  
Mi objetivo es tratar el tema en dos partes: En la primera abordaré el papel del estudio y en la segunda el papel de la enseñanza. Creo que en la reunión de ambas está el secreto de en ministerio de enseñanza efectivo. 

1. El Papel del estudio
El pastor Ligon Duncan escribe: 
Con mucha franqueza, la mayoría de los pastores evangélicos no leen ni estudian mucho en nuestros días, y la mayoría de las iglesias no les animan a hacerlo. Los miembros de las iglesia e incluso los ministros algunas veces tienen dificultades para apreciar cuanto tiempo tarda en desarrollarse un buen mensaje de la Palabra de Dios, y además no ven la importancia de que el pastor estudie nada más que para la predicación y los devocionales. Hay una fuerte dosis de anti-intelectualismo en nuestros círculos y eso no anima a un hombre a realizar el duro trabajo de desarrollar la mente y expandir su conocimiento.
Pero precisamente porque nuestra gente está bañada en información trivial en el momento actual, necesitan un pastor con un conocimiento real, mucho discernimiento y un olfato para la verdad. Este conocimiento se debe adquirir y esas cualidades se deben cultivar, y ambos requieren que [el pastor se convierta] en un estudiante permanente. Este llamado a estudiar es, por supuesto, enteramente bíblico (Querido Timoteo: Cartas sobre el ministerio pastoral, p. 128).

Creo que Duncan dio en el clavo. Vivimos una triste realidad en nuestras iglesias, hay un desprecio por el estudio diligente de la teología. La Biblia, en cambio, nos muestra una perspectiva bastante diferente. Veamos algunos pasajes a modo de ilustración:

Esdras 7:10«Porque Esdras había preparado su corazón para escudriñar la ley del SEÑOR y para cumplirla, a fin de enseñar a Israel los estatutos y los decretos».
Oseas 4:6«Mi pueblo es destruido porque carece de conocimiento. Porque tú has rechazado el conocimiento yo te echaré del sacerdocio; y porque te has olvidado de la ley de tu Dios yo también me olvidaré de tus hijos».
Malaquías 2:7«Porque los labios del sacerdote han de guardar el conocimiento y de su boca ha de buscar la instrucción, pues él es un mensajero del SEÑOR de los Ejércitos».
2 Timoteo 2:15«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad». 

Estos textos bíblicos resaltan la necesitad del estudio diligente y de la enseñanza persistente como parte del ministerio de la iglesia del Señor. Los pastores son un don de Dios para su iglesia, a fin de que ellos puedan enseñar a la iglesia, para que el pueblo de Dios busque de su boca la instrucción.  
En 2 Ti. 2:15 Pablo dice que el ministro cristiano no debe ser un perezoso, sino alguien diligente que busca edificar la iglesia del Cristo. Debe ocuparse de la obra del Señor hasta que vea frutos. Juan Calvino comenta: 

En suma, él manda a Timoteo que labore diligentemente, para que no se avergüence delante de Dios; ya que los hombres ambiciosos temen solo esta clase de vergüenza: no perder nada de su reputación en cuando a exactitud y profundo conocimiento (Calvino, Comentario a las Epístolas Pastorales, p. 256).  

El ministro debe, «trazar bien la palabra de verdad», esto es, no debe quedarse en lo superficial, sino que debe cavar bien profundo y llegar al corazón mismo de la doctrina. 
La Escritura identifica un conjunto de deberes que forman parte de la labor pastoral. Pero hay un punto de partida que lo encontramos en el Evangelio de Juan (21:15-17). El amor que Pedro tenía por Jesús debía ser demostrado sobre todo en el cuidado de las ovejas y corderos. La triple instrucción que Jesús le da: «apacienta mis corderos», «pastorea mis ovejas» y «apacienta mis ovejas» destaca tres áreas del cuidado pastoral. A los jóvenes –corderos- (en la fe y en edad) se les debe alimentar cuidadosamente (v. 15); a los cristianos en general, se les debe pastorear (v. 16), y a todos los cristianos se les debe llevar a la madurez (v. 17). Pedro no olvidó estas palabras, porque más adelante, exhortando a los ancianos de las iglesias de Asia escribió: «Apacienten el rebaño de Dios que está a su cargo» (1 P. 5:2). 
La prioridad de un pastor es guiar al rebaño a pastos delicados y esa es la principal tarea en el «trazar bien» las Escrituras. El ministro debe ampliar el entendimiento del rebaño acerca de la Fe para que ellos se rindan en obediencia a Cristo. Si los pastores se están alimentando ellos mismos de manera apropiada, estarán fuertes para alimentar también a los otros (Ef. 6:10; 2 Ti. 2:1). 
Cada vez que un pastor enseña a la iglesia debe preguntarse: ¿estoy llevando a las ovejas a los pastos delicados? ¿Esta comida que les estoy dando va a nutrir su fe de tal manera que respondan en obediencia a Cristo? Una señal de una buena alimentación es que llevará a las personas a crecer espiritualmente. El ministerio de la palabra siempre debe hacer bien a las personas. Si no lo está haciendo, algo anda mal.
Pero para hacer todo esto, debe ser un hombre que se dedique, que se esfuerce, que se esmere en el estudio. Es necesario que invierta tiempo en la preparación de sus sermones, estudios y devocionales, pero no debe quedarse allí. Debe ampliar su conocimiento teológico, debe crecer en su comprensión de la doctrina. No puede contentarse con conocer la superficialidad. Al contrario, debe cavar cada vez más hondo en la Palabra de Dios. Debe conocer la doctrina, la historia de la iglesia, las lenguas originales, etc. En definitiva, el pastor no puede perder oportunidad que tenga para aumentar su conocimiento de la Palabra de Dios. 
¿Qué se debe estudiar? 
Los pastores deben entender que ellos no serán efectivos en sus ministerios a menos de que sean buenos estudiantes de la Palabra. El predicador de la Palabra debe ser un estudioso de la Palabra. Fue Spurgeon quien dijo «aquel que deja de aprender, deja de enseñar. Aquel que no siembra en los estudios, no cosecha en el púlpito». 
Un pastor siempre enfrentará el peligro de la pereza dentro de las cuatro paredes de su oficina pastoral.   
El pastor debe leer no solo la Palabra de Dios, sino también debe estar bien informado del mundo que lo rodea. John Stott dijo: «nosotros debemos estudiar tanto el texto antiguo como el escenario moderno, tanto la Escritura como la cultura, tanto la Palabra como el mundo». Y D. Martyn Lloyd-Jones señaló:

No lea la Biblia solo para encontrar textos para sermones, sino léala porque es el alimento que Dios proporcionó para su alma, léala porque es la Palabra de Dios, porque es el medio por el cual conoces a Dios. Léela porque es el pan de vida y el maná proporcionado para alimentar tu alma como todo tu ser (La Predicación y los predicadores, p. ).  

Además de la Biblia, todo pastor debe ser un estudiante de teología durante toda su vida. Debe estudiar la historia de la iglesia, biografías, apologética y otros tipos de literatura. ¿Por qué estudiar la historia de la Iglesia? Porque la Historia es donde Dios realiza su decreto por medio de la Providencia. ¿Por qué estudiar apologética? Porque es necesario dar razón de nuestra esperanza (2 P. 3:16). ¿Por qué estudiar biografías? Porque vemos en ellas a Dios obrando en la vida de otros y podemos sacar preciosas lecciones.
Ningún hombre puede atender a las demandas del púlpito si no estudia constantemente y seriamente. Para ello debe dedicar un tiempo específico cada día para consagrarse sistemáticamente al estudio personal. Solo así estará lleno de la verdad de Dios. No es posible tener gracia sin tener luz en la mente. No es posible tener experiencias gloriosas sin tener conocimiento de las Escrituras. El conocimiento del corazón sin el conocimiento de la mente carece de sentido. John Shaw escribió: 

Los ministros según el corazón de Dios, en varios sentidos, son aquellos que tienen la mente llena de conocimiento y el corazón lleno de gracia. Un ministro que pretenda alimentar a sus oyentes con conocimiento e inteligencia sin que él mismo sea un hombre con conocimiento e inteligencia, sería tan imposible como ver sin ojos u oír sin oídos (The Character of a Pastor According to God´s Heart Considered). 

2. El Papel de la enseñanza 
            Cuando leemos la Biblia, Dios se dirige a nosotros como a hijos (He. 12:5). Las ovejas de Jesús oyen su voz, lo reconocen y le siguen (Jn. 10:1-6). Martín Lutero le gustaba decir que vamos a la Biblia como los pastores fueron al pesebre: para encontrar a Cristo. Sea lo que sea que leamos, deberíamos anhelar poder decir: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos abría las Escrituras?» (Lc. 24:32). 
La Biblia nos muestra a Cristo y el Espíritu Santo abre nuestras mentes para que comprendamos lo que leemos y para que podamos responder a lo que leemos. Este es el camino de Dios para la transformación. 
El Cristo que encontramos en las Escrituras es el mismo ayer, hoy y por los siglos (He. 13:8). En la medida que leemos la Palabra, meditamos en su verdad, y encontramos a Cristo en sus páginas, es el mismo Cristo quien nos transforma por medio de Su Espíritu. A medida que profundizamos en la enseñanza de la Palabra de Dios, nuestras vidas experimentan una transformación porque nuestras mentes se están renovando a través del impacto que la Palabra produce en nosotros.
Esto se pone claramente de manifiesto en las mejores declaraciones del Nuevo Testamento acerca de la naturaleza y función de la Biblia en la vida del cristiano: 

Pero persiste tú en lo que has aprendido y te has persuadido, sabiendo de quiénes lo has aprendido y que desde tu niñez has conocido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente capacitado para toda buena obra (2 Ti. 3:14-17). 

Este pasaje es significativo por varias razones. Contiene las últimas palabras registradas del apóstol Pablo. Es seguro asumir, por lo tanto, que expresa sus preocupaciones más profundas. Está escrito para Timoteo, el joven (ahora probablemente de treinta años) que había llegado a significar más para Pablo que cualquier otra persona. Él, sobre todos los demás que no pertenecían al colegio apostólico, debía continuar la obra de Pablo. Las dificultades y el estrés yacen en el futuro de Timoteo: externamente en el paganismo a su alrededor, internamente en problemas en la iglesia, y en sus propias luchas en la vida cristiana. Él necesita el consejo pastoral más sabio de Pablo. Timoteo representa la nueva era de ministros del evangelio; todos los demás en el futuro serán como él en este aspecto: serán ministros de la palabra de Dios, no autores de ella. Ya no recibirán enseñanza y guía autorizadas hablando o escribiendo, sino leyendo, estudiando y aplicando un Libro. Juan Calvino escribió: 

Él (Dios) ha querido que su verdad fuese publicada y conocida hasta el fin, ellas no pueden lograr entera certidumbre entre los fieles por otro título que porque ellos tienen por cierto e inconcuso que han descendido del cielo, como si oyesen en ellas a Dios mismo hablar por su propia boca (Inst. VII. 1).

Timoteo estaba convencido de que esto era así. Él tenía la evidencia en la vida de otros para confirmarlo. Pero Pablo también enfatizó el efecto que su propio estudio y obediencia a la palabra de Dios tendría sobre él. Entonces, agregó a su declaración del carácter de las Escrituras inspiradas por Dios una explicación de su propósito y efecto en la vida del cristiano.
El Propósito 
La Escritura es «la espada del Espíritu» (Ef. 6:17), un arma puesta en la mano del cristiano. El Espíritu usa la Biblia para retomar lo que ha sido territorio ocupado por el enemigo en nuestras vidas, y luego sembrar las semillas de nuevos frutos en nuestro carácter. 
En otro lugar aprendemos que: «la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. No existe cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (He. 4:12-13).
Dios es el gran cardiólogo, el supremo especialista en corazón. Él no solo hace que nuestros corazones sean el objeto de su estudio; él conoce nuestros corazones. Al igual que un cirujano cardiovascular, hace «cirugía a corazón abierto». Su palabra tiene el poder de «dividir» (o cortar) «alma y espíritu, las coyunturas y los tuétanos». Su habilidad quirúrgica hace posible la curación y crea la oportunidad de reconstruir una nueva vida desde adentro. Pablo describe más adelante este trabajo: «Con respecto a su antigua manera de vivir, despójense del viejo hombre que está viciado por los deseos engañosos; pero renuévense en el espíritu de su mente y vístanse del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad» (Ef. 4:22-24). ¿Cómo se les había enseñado esto a los efesios? ¿Cómo habían sido renovados en el espíritu de sus mentes? Mediante la doctrina apostólica. Por la misma instrucción que ahora nos es dada en el Nuevo Testamento. La verdad bíblica, al iluminar la mente, mover los afectos, avivar la voluntad, conduce a la formación del carácter cristiano.
El Efecto 
Dios nos ha dado su palabra para hacernos «normales». Esto es realmente lo que significa «enteramente capacitado»: ser «normal», normal como Jesús. El resultado es que llegamos a ser «capacitados para toda buena obra» (2 Ti. 4:17). La expresión de Pablo aquí se deriva del verbo que significa «completar una tarea», «terminar una obra». Un verbo similar aparece en Marcos 1:19. Los discípulos estaban reparando o «preparando» sus redes, limpiándolas, reparándolas para usarlas la noche siguiente. Una vez más, la misma raíz es utilizada por Pablo cuando escribe que los ministerios de la palabra que Cristo ha dado a la iglesia tienen el objetivo de preparar al pueblo de Dios para la obra del ministerio (Ef. 4:12). El plan de Dios es restaurarnos y equiparnos para una vida espiritual útil. Él nos toma, rotos como estamos, y por medio de su palabra (y los diversos ministerios de ella en la iglesia), nos limpia pacientemente, repara y reforma nuestras vidas, hasta que estemos en forma, «enteramente capacitados», listos y equipados para el servicio de su reino. El trabajo de Dios toma tiempo. Es a largo plazo. Sí, pueden haber crisis en el camino. Pero éstas simplemente despejan el terreno y eliminan los estorbos. Son los trabajos de demolición del Señor. Pero el trabajo de construcción es su objetivo final. Eso lleva más tiempo.

CONCLUSIÓN:
David Wells escribe:

Aquello que hoy divide al mundo evangélico no es lo mismo que antes lo dividía. Las antiguas divisiones eran doctrinales. Las diferencias doctrinales colocaban a los bautistas contra los paidobautistas, a los premilenaristas contra los amilenaristas, a los congregacionales contra los presbiterianos, a los arminianos contra los calvinistas, a los defensores de la ordenación femenina contra los defensores del oficio masculino y a los promotores de la glossolalia contra los cesacionistas. Estos asuntos aún están vivos y aún generan ardorosas discusiones […] Lo que es diferente hoy es que esas no parecen ser más las diferencias que se toman en cuenta. El mapa antiguo fue trazado considerando las diferencias de relevancia doctrinal. En todo lo que es dicho y hecho hoy, la mayoría de los evangélicos permanecen indiferentes a la doctrina, especialmente cuando «hacen iglesia». En privado, sin duda, creen que las doctrinas existen para ser creídas. Pero en la iglesia…bueno, la cosa es diferente porque, como muchos piensan, la doctrina es un estorbo cuando se trata de alcanzar a las nuevas generaciones.

Lo que apasionaba a nuestros ancestros espirituales no era el amor por la controversia y los debates, sino la precisión teológica. Y esto tenía una clara razón: Cuando la verdad bíblica es expuesta con fidelidad, claridad, armonía y precisión, las vidas son transformadas. 
La transformación de vidas no se dará porque somos más cariñosos y acogedores (¡claramente lo debemos ser!), sino que se produce por la aplicación de la verdad de Dios, mediante el Espíritu Santo, a la vida de los creyentes.
Es por eso que nos esmeramos en enseñar la Palabra de Dios. Es por eso que el ministerio de enseñanza es clave en la iglesia del Señor. 
Oh, cuando entendamos eso, ¡qué transformación veremos! ¡Cuántas vidas serán renovadas, cuánta gracia será evidente!
Dios quiera que le demos el lugar debido a la enseñanza, pues solo así seremos testigos del poder de Dios. 

jueves, 19 de abril de 2018

Andar según el llamamiento de Cristo

"Por eso yo, prisionero en el Señor, les exhorto a que anden como es digno del llamamiento con que fueron llamados" (Efesios 4:1)

Nuestra vida cristiana está caracterizada por un subir y bajar. A veces nos remontamos a las más altas cumbres de la santidad y otras tantas veces descendemos a las más bajas profundidades del pecado. Cuando estamos arriba, nos sentimos libres, agradecidos, alegres, plenos. Cuando estamos abajo, nos sentimos frustrados, culpables, esclavos, amargados. Esto refleja una realidad insoslayable: los cristianos fuimos rescatados para vivir en santidad, no en la inmundicia del pecado.

La santificación es una obra del Espíritu Santo, no es algo que nosotros realizamos. Es una de las bellas Doctrinas de la Gracia. Pero, a diferencia de la regeneración, de la conversión, de la justificación y de la glorificación, la santificación implica una actividad humana. No se trata de una cooperación, pues eso nos llevaría a creer en una especie de sinergismo que la Escritura no aprueba, más bien, se trata de una respuesta humana que da evidencia de que hubo un cambio, cambio que fue obrado por el Señor por medio de Su Espíritu.

James I. Packer en su libro Rediscovering Holiness dice: 

Hubo un tiempo en que todos los cristianos enfatizaban la realidad del llamado divino para una vida de santidad y hablaban, con un profundo entendimiento, acerca de los recursos que Dios nos ha dado para capacitarnos a vivir ese tipo de vida... ¡Cómo es diferente hoy! Al oír nuestros sermones, al leer los libros que escribimos y, entonces, al contemplar las formas mundanas, torpes y conflictivas de nuestro comportamiento como pueblo cristiano, no podemos siquiera imaginar que hubo un tiempo en que el camino de la santidad estaba claramente delineado para aquellos que creían en la Biblia.

¿Qué fue lo que nos pasó? ¿Por qué nos alejamos del patrón bíblico? ¿Fue aburrimiento, falta de comprensión, falta de interés? 

Tal vez el problema radica en una limitada comprensión de la doctrina de la Salvación. Quiero decir, la mayoría de los cristianos entienden que han sido salvados por gracia, que nada de lo que hagan podrá jamás hacerles merecedores del amor de Dios, sin embargo, ese es un aspecto de lo que significa haber sido salvo por la gracia. El otro aspecto, que muchas veces es olvidado, es que hemos sido salvos para vivir en novedad de vida (Ro. 6:4). Y lo que caracteriza esta nueva vida es la santidad. El apóstol Juan es claro cuando escribe: "Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios" (1 Jn. 3:9). Lo que Juan dice es impactante: un cristiano, aquel que ha reconocido que Jesús como el Señor y Salvador de su vida, "no practica el pecado" y "no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios". ¿Qué es lo que quiere decir Juan? ¿Si peco, no soy cristiano? ¿Es eso? Sinclair Ferguson comentando este pasaje dice lo siguiente:

Es ésta una afirmación muy alarmante. No obstante, cuando comenzamos a sentir la fuerza de la enseñanza de Juan nos damos cuenta de que lo que está subrayando poderosamente es el hecho de que en el nuevo nacimiento tiene lugar un cambio radical en la vida del cristiano, en cuanto a su relación con el pecado. El cristiano, simplemente, ya no peca. De hecho, en cierto sentido, ¡ya no puede continuar en su pecado! Las palabras de Juan son difíciles de entender, y los comentaristas de nuestro tiempo nos ofrecen diversas listas de las muchas interpretaciones posibles. Pero la idea general en todas ellas es esta: por medio del nuevo nacimiento, tiene lugar una ruptura radical con el pecado. 

Aquí está la esencia de la vida de santidad: ha habido un cambio en mí. Ya no soy el mismo, ya no soy un esclavo del pecado, por lo tanto, no vivo en la práctica permanente del pecado. De hecho la palabra que Juan usa, “practica” (ποιεῖ), implica hacer algo continuamente. Por lo tanto, lo que Juan está acentuando es que el pecado en la vida del cristiano no puede ser algo constante. ¿Cómo? –dirá  alguno-, ¿quiere decir que si constantemente peco, eso revela que no soy cristiano? Pero, ¿no se supone que vamos a pecar hasta que seamos transformados en la gloria? Si Juan está diciendo que el cristiano no peca, entonces, no existe ningún cristiano verdadero porque todos los cristianos pecamos. ¿Cómo solucionamos esto?

La verdad es que se trata de un tema interesante. Pero vamos por parte. Juan no está diciendo que los cristianos no pecan, pues ya en el primer capítulo de su carta el escribe: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn. 1:8). Por lo tanto, debemos descartar la idea de que Juan afirma aquí que el verdadero cristiano no peca. Además, en el verso siguiente Juan escribe: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). ¿Para qué confesar pecados si se supone que el cristiano no peca? 

Tomados estos versículos en conjunto podemos llegar a una clara comprensión de lo que Juan está diciendo: Un cristiano verdadero es un pecador, él seguirá cometiendo pecados, sin embargo, el pecado en la vida del cristiano no puede ser una práctica permanente, sino más bien se trata de un accidente. Este último término es esclarecedor, pues un accidente es una eventualidad que altera el orden regular de las cosas. Lo normal en la vida de un cristiano es la santidad (y la búsqueda de la misma), lo anormal, lo eventual, debe ser el pecado. Por lo tanto, el pecado en la vida del cristiano es una contingencia, no es la regla. Existe la posibilidad de que peque, como también que no lo haga. ¿Por qué? Porque ya no es más un esclavo del pecado, por la gracia de Dios ha sido liberado para ya no más servir al pecado. 

¿Esto te parece radical? Bueno, así es la gracia de Dios, radical.  


martes, 14 de noviembre de 2017

500 AÑOS... ¿DE QUÉ? LA REFORMA PROTESTANTE Y SUS ORÍGENES

Hablar de los 500 años de la Reforma Protestante es hacer un viaje al pasado. Es visitar Wittenberg, Worms, Erfurt, Ginebra, Zúrich, por mencionar algunos lugares. Es caminar a través de catedrales, es oír sermones en la plaza de la ciudad y conocer a personas que con su intelecto y su valentía remecieron al mundo. Se trata de una historia de cobardía y de valor, de traición y de fe. Mi expectativa para hoy es que al terminar este pequeño viaje al pasado podamos entender mejor el presente y estimar con todo nuestro corazón el mensaje que realmente puede cambiar al mundo.
Cuando hablamos de la Reforma, en resumen, nos estamos refiriendo al renacer espiritual que tuvo lugar en Europa durante el siglo XVI. Han pasado ya 500 años. Sucedió en un lugar bastante distante de nuestro país. Por lo tanto, es natural que nos preguntemos: ¿Qué tiene que ver conmigo la Reforma?
Mi propuesta para hoy es viajar al pasado (particularmente al siglo XVI con algunas menciones a siglos previos) y hacer un resumen de la Historia de la Reforma. No podemos olvidar que se trata de Historia, pero mi interés es que no pensemos que la Reforma ya pasó, es decir, que se trató de una discusión que no tiene relevancia para nosotros hoy. Pues, cualquier observador perspicaz se dará cuenta que todos los conflictos que suscitaron la Reforma aún permanecen hoy aunque con diferentes personajes y en un contexto diferente. Como Woody Allen dijo: “La Historia se repite. Y debe repetirse, pues nadie escucha la primera vez”.
Comenzaremos examinando el contexto en que se dio la Reforma y destacaremos sus principales personajes. Cabe señalar que estamos hablando de un movimiento bastante complejo, por lo que debemos acotar el marco de nuestra exposición. Sin más demora, comencemos nuestro viaje.
  
I. Poder, escándalos y corrupción
No nos debería sorprender la afirmación de E. Lutzer cuando escribe: “El Cristianismo puede sobrevivir sin el evangelio”. ¿Qué? ¿Cómo es eso? El mismo Lutzer aclara lo que quiere decir: “Existe una forma de Cristianismo que se desarrolló en el Medioevo que sobrevivió en su tiempo sin el evangelio”. Era un Cristianismo sin poder, un Cristianismo que no podía dar seguridad de salvación a las personas, un Cristianismo que no llevaba a la santificación personal. Aún así, se le llamaba Cristianismo.
El Evangelio siempre debe ser defendido, pero también, a veces, debe ser rescatado. Al final del siglo XV y comienzos del XVI La Iglesia Católica Romana necesitaba desesperadamente de una reforma. Sus líderes vivían de manera vergonzosa y el descaro era la tónica entre los fieles. La Reina Isabel de Castilla (1451-1504) señaló que: “la mayoría del clero vive en abierto concubinato y si nuestra justicia interviene para castigarlos, ellos se sublevan y crean un escándalo, y ellos desprecian nuestra justicia al punto de armarse en contra de ella”. Los líderes de la Iglesia vivían de manera que deshonraban el Evangelio de Jesucristo. Sumado a esto, el evangelio había sido enterrado bajo un manto de supersticiones y tradiciones. Estas tradiciones y supersticiones contribuyeron para el incremento del poder de la Iglesia, al punto que ella llegó a exagerar sus reclamaciones acerca de su autoridad espiritual. Los sacerdotes, que habían recibido la enseñanza de que tenían el poder de hacer que el pan y el vino se convirtieran en el cuerpo y sangre de Cristo, llegaron a creer que también podían retener o garantizar la salvación de las personas. Y ¿qué decir del papado? Escándalos, luchas de poder y excesos eran la regla. Entre 1305 y 1377 hubo seis papas que gobernaron la Iglesia desde Aviñón. Este período es conocido como “La Cautividad Babilónica de la Iglesia”, ya que el papado estuvo fuera de Roma y se mantuvo cautivo en Francia durante 70 años (en realidad 72).
Este período de inestabilidad papal comenzó con el papado de Bonifacio VIII (1294-1303). Un papa arrogante y ambicioso, que entró en conflicto con el rey Felipe IV de Francia acerca de los impuestos y la autoridad papal.  Luego de la muerte de Bonifacio VIII se inicia un período de desmoralización del papado. Clemente V (1305-1314), transfirió la sede papal a Aviñón (Sur de Francia). En todas partes crecieron las críticas al lujo y extravagancia de la corte papal. Juan XXII (1316-1334), fue muy eficiente en cobrar impuestos y diezmos para cubrir los lujos papales. Finalmente ocurrió el “Gran Cisma” en que hubo dos y posteriormente tres papas rivales al mismo tiempo en Roma, Aviñón y Pisa (1378-1417). Debido a esa situación surgió el clamor por “reformas en la cabeza y en los miembros”.   
Durante el “Gran Cisma”, cada papa se consideraba el legítimo y excomulgó a sus rivales. Era necesario resolver esa crisis. En el Concilio de Pisa (1409), se eligió un nuevo papa, pero los otros dos se rehusaron a ser depuestos. Juan XXII, el segundo papa Pisano, convocó el Concilio de Constanza (1414-1417), donde fueron depuestos los tres papas, se eligió a Martín V como el único papa y se decretó la supremacía de los concilios sobre el papa. En el Concilio de Basilea (1431-1449) reafirmó la autoridad de los concilios. Sin embargo, el Concilio de Ferrara-Florencia (1438-1445) que buscó la unión con la Iglesia Ortodoxa (frustrada por la caída de Constantinopla en 1453), reafirmó la superioridad papal. El intento de gobernar la iglesia por medio de concilios, fracasó.

II. La Estrella de la Mañana, el Ganso y el Cisne
Muchas personas creen que la Reforma comenzó el día 31 de octubre de 1517, cuando Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittenberg. Sin embargo, la acción de Lutero fue precedida por la de otros hombres que arriesgaron sus vidas para rescatar el Evangelio de manos de una Iglesia que estaba sumida en escándalos y corrupción.
Los llamados pre-reformadores intentaron reformar la Iglesia antes del período conocido como Reforma. Su obra, sin embargo, estuvo limitada a lugares específicos, por lo que no tuvieron el impacto y alcance de un Lutero. No obstante, ellos pavimentaron el camino para Lutero.
  
A. John Wycliffe (c. 1330-1384): La estrella de la mañana[1] de la Reforma
Wycliffe nació en Inglaterra en c.1330. Estudió en Oxford y recibió entrenamiento teológico allí. Wycliffe vivió durante el período del Cautiverio Babilónico de la Iglesia y durante el Gran Cisma. Por lo tanto, estaba muy al corriente de la corrupción de la Iglesia. Wycliffe atacó las irregularidades del clero, las supersticiones (reliquias, peregrinaciones, veneraciones a los santos), la transustanciación, el purgatorio, las indulgencias, el celibato y las pretensiones papales. Sus seguidores se conocieron como Lolardos (murmuradores, vagabundos, cizañeros). Tenían la Biblia como norma de fe que todos debían leer e interpretar (tradujo la Biblia al inglés). La principal obra de Wycliffe fue popularizar la Biblia.

B. Jan Huss (c.1372-1415): El Ganso[2] que se convirtió en Cisne
Sacerdote y profesor de la Universidad de Praga, en Bohemia (república checa) y recibió la influencia de Wycliffe. Afirmaba que la Iglesia era definida por una vida semejante a la de Cristo y no por los sacramentos. La Iglesia estaba integrada por los elegidos y su cabeza era Cristo y no el papa. Insistía en la suprema autoridad de la Escritura. Fue condenado a la hoguera en el Concilio de Constanza (1415). Antes de morir Huss dijo: “Vas a asar un ganso, pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar”.

III. La Puerta de Wittenberg
Martín Lutero (1483-1546), nació en Eisleben, Este de Alemania, hijo de Hans y Margaretha Luther. Hijo de minero (clase obrera/media), fue destinado por su padre al estudio del Derecho (era la forma como una persona de clase media/baja podría ascender socialmente). Fue este joven el que fue usado por Dios para dar el puntapié inicial a la Reforma.



A. La experiencia religiosa de Lutero.
Regresando de su casa a la Universidad de Erfurt se vio en medio de una tormenta eléctrica. Clamó a Santa Ana y le pidió que si lo libraba de la muerte, se convertiría en monje. Estando en el monasterio, Lutero se destacó. Era profundamente estricto en sus prácticas monásticas, sin embargo, vivía atormentado. El mismo dice que no amaba a Dios, pues creía que Dios era un juez severo que exigía una perfección inalcanzable y que amenazaba con el infierno[3]. Sus constantes preocupaciones espirituales inquietaron a su superior, quien, viendo los dones que Lutero poseía, lo designó para enseñar ética en la recientemente creada Universidad de Wittenberg (1512). Luego, pasó a enseñar Biblia. Fue en su estudio de la Carta a los Romanos donde Lutero entendió lo que el Evangelio quería decir por Justicia de Dios. Él escribió:

Empecé a entender que en este versículo la justicia de Dios es aquello por lo que la persona justa vive por un don de Dios, esto es por fe. Empecé a entender que este versículo significa que la justicia de Dios se revela por medio del Evangelio, pero es una justicia pasiva, esto es, aquello por medio de lo cual el Dios misericordioso nos justifica por fe, como está escrito: “El justo por la fe vivirá”. De inmediato sentí que había nacido de nuevo y entrado en el propio paraíso a través de unas puertas abiertas[4].
 
Lutero había entendido el Evangelio, su vida fue transformada. Junto a sus funciones como profesor, Lutero era pastor (fue ordenado en 1507) de la Iglesia del Castillo en Wittenberg. Esto es algo que no debe ser pasado por alto. Lutero, en su función de pastor/maestro, tuvo una percepción clara y profunda de la necesidad de reformar la Iglesia.

B. Un Papa, un Obispo y las famosas indulgencias
En 1513 había asumido el papado Giovanni di Lorenzo de Medici, más conocido como León X. Un papa ambicioso y extravagante que soñaba con terminar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Pero el problema era que los fondos escaseaban.
Por aquel entonces se abrió la elección del arzobispado de Mainz. Alberto ya poseía dos obispados, por lo que tuvo que negociar con León X. Finalmente, Alberto se quedó con el obispado por la suma de 24.000 ducados que pidió en préstamo a banqueros alemanes (Los Fugger). Para facilitarle el pago de la deuda, el papa le autorizó la venta de indulgencias en sus territorios, tarea que Alberto encomendó al fraile dominicano Juan Tetzel. La venta de indulgencias fue lo que provocó la indignación de Martín Lutero.
El 31 de octubre de 1517 Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo en Wittenberg. En ellas hacía un llamado a la comunidad académica para un debate sobre las indulgencias. El debate nunca ocurrió. Sin embargo, las indulgencias fueron leídas, copiadas, difundidas por todas partes. Lo que había comenzado como un simple ejercicio académico comenzó a tomar otras proporciones.
También en 1519, Lutero participó de un debate en Leipzig con Juan Eck. Allí defendió a Jan Huss y afirmó que papas y concilios pueden errar. En 1520 León X envía la Bula Exsurge Domine a Lutero y le da 60 días para retractarse. Lutero la quema en la plaza pública. En ese mismo año Lutero escribe tres obras que serán de gran importancia para la reforma:

          A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana (la responsabilidad por la reforma estaba en las manos de los magistrados; la Palabra y los sacramentos pertenecen a la iglesia, todo lo demás es de la autoridad de los magistrados).
       El Cautiverio Babilónico de la Iglesia (crítica a la teología sacramental del medioevo, se reducen los sacramentos de 7 a 3).
          La Libertad del Cristiano (las implicaciones éticas de la justificación por la fe).

En 1521 Lutero fue excomulgado por medio de la  Bula: Decet Pontificem Romanum (satisface al pontífice romano). Ese mismo año Lutero fue convocado por el emperador a la Dieta de Worms. Allí se defendió y fue condenado. Se refugió en el Castillo de Wartburgo, donde comenzó a traducir la Biblia (fue protegido por Federico el Sabio, Príncipe Elector de Sajonia). Las ideas de Lutero se difundieron en Alemania y Europa gracias a la imprenta.
En 1529, en la Dieta de Espira: surge el nombre “protestantes”. Ese mismo año, Felipe de Hesse convoca el Coloquio de Marburgo. En este coloquio se hacen concretas las diferencias entre luteranos y zwinglianos acerca de la presencia de Cristo en la Cena del Señor. Lutero terminó el coloquio con la frase: “ustedes son de un espíritu diferente del nuestro”. A partir de allí surge el término Reformados para diferenciarlos de los Luteranos.
Luego surgen iglesias nacionales de tradición luterana en Suecia, Dinamarca, Noruega e Islandia.
En Alemania, hay guerras entre católicos y luteranos, que cesan con la Paz de Augsburgo (1555). Allí se establece el Principio: “cuius regio, eius religio”. Hubo nuevas guerras en la primera mitad del s. XVII, hasta la Paz de Westfalia (1648).
Decíamos que Lutero dio inicio al movimiento. Si bien al comienzo no quería romper con la Iglesia, finalmente se dio cuenta que no podía haber comunión dentro de la Iglesia que se negaba a ser reformada. Sus ideas se difundieron por muchos lugares de Europa. El movimiento Protestante/Reformado ya no podía ser detenido.

IV. Post Tenebras Lux: Calvino y la Reforma de Ginebra
“Te digo en nombre del Dios Todopoderoso, a ti que pones tus estudios como una excusa, que si no nos ayudas a llevar a cabo la obra de Dios, él mismo te maldecirá, porque estás buscando tu propia gloria y no la de Cristo”[5]. Fueron las tiernas palabras de Guillermo Farel a Juan Calvino cuando se encontraron en Ginebra. Escribiendo sobre el asunto Calvino dijo: “quedé tan aterrorizado con esa imprecación que desistí del viaje que había emprendido. Sentí como si Dios estuviese lanzando sobre mí su mano poderosa para llevarme cautivo”. A partir de este momento, Calvino comenzó su ministerio como pastor y maestro en Ginebra.

A. La infancia
Jean Cauvin nació el 10 de julio de 1509 en Noyon, Francia. Era el tercer hijo de cuatro que tuvo Gérard Cauvin, un escribano de la catedral local. Gérard era un hombre complicado, pero Jeanne Lefranc, su mujer y madre de Calvino, era una devota cristiana. La madre de Juan Calvino murió cuando él tenía 6 años de edad.
Dos privilegios obtuvo Gérard de su posición en la catedral de Noyon: El primero fue su vínculo con la familia Montmor que le dio al joven Juan una educación privada privilegiada. Esto también le permitió seguir sus estudios en la Universidad de París. El segundo fue el acceso que Juan tuvo a lo que en tiempos medievales sería el equivalente a una beca de estudios.
Calvino llegó a París a principios de 1520, pasó algunos meses estudiando en el Collège de la Marche. Allí tuvo como instructor a Mathurin Cordier, uno de los mejores catedráticos de Latín de aquella época. Calvino recordaba el lado oscuro de su tiempo en el Collège de la Marche. Le cambiaron a su muy querido profesor de Latín por uno que no le simpatizaba por ser muy caprichoso en sus métodos de enseñanza. De allí Calvino fue transferido al Collège de Montaigu. En aquel tiempo el padre de Calvino quería que su hijo llegara a ser un sacerdote y Montaigu era el tipo de monasterio para adolescentes que buscaban convertirse en sacerdotes.
Calvino recuerda dos cosas en particular acerca de la vida en el Collège de Montaigu: (1) La comida era terrible (él creía que esa comida contribuyó a deteriorar su salud posteriormente); (2) La extrema disciplina del Collège (las clases comenzaban a las 4 am e iban hasta las 8 pm en invierno y hasta las 9 pm en verano). Para el tiempo de su graduación en el Collège su padre había dejado la catedral. Lo habían excomulgado en 1528. Por lo tanto, Gérard decidió que lo mejor para su hijo sería el estudio del Derecho. Calvino se trasladó primero a la Universidad de Orleans y, posteriormente, a la Universidad de Bourges. Fue en este tiempo y en estos lugares donde Calvino recibió influencia del luteranismo.

B. La Conversión
Durante su tiempo en la Universidad Calvino pasó a formar parte de un movimiento humanista cuyo lema era Ad Fontes, esto es, retornar a la belleza de la literatura de la antigüedad clásica y estudiar las lenguas clásicas. Esto lo llevó a escribir un pequeño comentario a la obra de Séneca De Clementia, que publicó en 1532. Calvino pensó que este sería su primer paso en su carrera académica. Sin embargo, quedó decepcionado. Ni el humanismo ni la carrera académica podrían responder a las inquietudes que Calvino tenía en su mente y en su corazón. Dios tenía otros planes para él.
Calvino dice que testarudamente se encontraba preso al Romanismo. Sin embargo, bajo la influencia del movimiento evangélico presente en la Universidad, esa porfía comenzó a resquebrajarse. Algunos amigos de Calvino comenzaron a hablar más abiertamente acerca de sus nuevos descubrimientos. Uno de ellos era su primo, Pierre Robert Olivétan. Olivétan tradujo la Biblia al francés y Juan Calvino escribió el prefacio (1534). Calvino también comenzó a moverse en círculos reformados de los cuales, la hermana del Rey, Margarita de Navarra, era la protectora. Otro amigo era Nicholas Cop, quien debía presentar el Discurso del Rector de la Universidad de París en noviembre de 1533. Teodoro Beza dice que el autor del discurso no fue Cop, sino Calvino. En este discurso había una combinación de lo antiguo y lo nuevo. Claramente expresaba una defensa de un Cristianismo del Nuevo Testamento. Hubo reacciones por causa del discurso y Calvino tuvo que huir de París.
¿Cómo Calvino llegó a abrazar completamente el movimiento reformado? Todo lo que sabemos es que Dios lo subyugó súbitamente. Su conversión fue inesperada. Pero todo indica que se dio entre los años de 1533 y 1534.
En 1536 Calvino publica la primera edición de su obra magna La Institución de la Religión Cristiana. La primera edición era pequeña, sólo tenía 6 capítulos y era un libro de bolsillo. Con el correr de los años, creció sustancialmente hasta su edición final de 1559. Calvino quería producir una obra que edificara a los cristianos y, en cierta medida, sirviera como una apología del movimiento reformado.

C. El Ministerio
En 1536, Calvino deseaba ir a Estrasburgo para dedicarse a los estudios; Guillermo Farel lo convence a quedarse en Ginebra. Ambos comienzan la obra de Reforma de la cuidad.
En 1538, debido a conflictos con las autoridades civiles, ambos son expulsados. Entre 1538-41, Calvino pasa tres años felices en Estrasburgo: Allí pastorea una iglesia de refugiados franceses, participa de conferencias con el reformador Martín Bucero, enseña en la academia de Juan Sturm, se casa con Idelette de Bure y escribe diversas obras.
En 1541, Calvino vuelve a Ginebra. Escribe las Ordenanzas Eclesiásticas y enfrenta una larga lucha con los magistrados. En 1559, llega a ser ciudadano de Ginebra, funda la Academia y publica la última edición de la Institución. Muere el día 27 de mayo de 1564.

D. Lecciones del Ministerio de Calvino
Durante la mayor parte de su ministerio Calvino vivió al límite. Debía soportar la tremenda presión política que ejercían sobre él. No era un ciudadano de Ginebra, era un refugiado hasta poco antes de su muerte. No tenía poder político alguno. Además, tuvo que enfrentar la hostilidad que generaba su presencia y su ministerio. ¿Cómo olvidar el famoso juicio de Servet? (1553), ¿Cómo olvidar a Jerónimo Bolsec (carmelita, médico y espía de la corte de Ferrara) quien tenía un disgusto terrible por la doctrina de la predestinación y lo difamó terriblemente?
A pesar de todos esos obstáculos Calvino realizó un precioso ministerio allí. La pregunta que surge es, ¿cómo fue posible que Ginebra se haya transformada? Existen dos cosas que dan cuenta de cómo la transformación se llevó a cabo:
(1) La oración. Una de las primeras cosas que Calvino estableció al llegar a Ginebra luego de su estadía en Estrasburgo fue instituir un día de la semana dedicado a la oración. Los miércoles desde las 8 am hasta las 10 am, los pastores y los miembros de la iglesia se reunían para orar pidiendo la bendición de Dios sobre la ciudad y sobre las iglesias que estaban siendo plantadas fuera de Ginebra.
(2) La predicación. Se predicaban sermones los domingos por la mañana y por la tarde. Durante la semana Calvino predicaba tres veces (cuando su salud era buena, predicaba todos los días de la semana). Beza dice que eran cientos las personas que se reunían en la Catedral de San Pierre para oír al frágil y asmático predicador de la Palabra de Dios.

Ciertamente en el ministerio de Calvino en Ginebra vemos el patrón bíblico establecido en Hechos 6. Calvino hizo suyo este patrón y lo plasmó en su ministerio. En tiempos en que la Iglesia parece requerir nuevas técnicas, la Reforma nos recuerda que la transformación la realiza el Espíritu de Dios por medio de la Palabra.

Conclusión
Unos 120 años después de que la Reforma comenzara, más de 100 teólogos se reunieron en la Abadía de Westminster (Inglaterra) para escribir una serie de documentos que darían forma a la iglesia reformada en Inglaterra. La primera pregunta y respuesta del Catecismo Menor de Westminster es una hermosa y valiosa flor del pensamiento de la Reforma:  

Pregunta: ¿Cuál es el fin principal del hombre?
Respuesta: El fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de él por siempre[6].

La gloria de Dios y el deleite de él: estas verdades inseparables, gemelas, eran luces guiadoras para la Reforma. Los reformadores sostenían que, por medio de todas las doctrinas por las que habían luchado y que habían sostenido, Dios era glorificado y las personas recibían consuelo y gozo.

La única manera en la que la Reforma podría no seguir importando hoy sería si la belleza, la bondad, la verdad, el gozo y la prosperidad humana ya no importaran. Dios nos ha creado para que disfrutemos de él, pero sin las grandes verdades por las que los reformadores lucharon y que lo exhiben como glorioso y disfrutable, no lo haremos. Viendo menos de él, seremos inferiores y más tristes. Viendo más de él, seremos más completos y felices. Y en este sentido deberíamos dejar las últimas palabras a Juan Calvino. Esta es la razón por la que sigue importando la Reforma:

Por tanto, aunque nuestro entendimiento no puede conocer a Dios sin que al momento lo quiera honrar con algún culto o servicio, con todo no bastará entender de una manera confusa que hay un Dios, el cual únicamente debe ser honrado y adorado, sino que también es menester que estemos resueltos y convencidos de que el Dios que adoramos es la fuente de todos los bienes, para que ninguna cosa busquemos fuera de Él... también es menester que creamos que en ningún otro fuera de Él se hallará una sola gota de sabiduría, luz, justicia, potencia, rectitud y perfecta verdad, a fin de que, como todas las cosas proceden de Él, y Él es la sola causa de todas ellas, así nosotros aprendamos a esperarlas y pedírselas a Él, y darle gracias por ellas[7].

 




[1] Es una referencia a Venus, la estrella que anuncia la venida del amanecer.
[2] Su nombre en Checo significaría Ganso.
[3] En 1510 viaja a Roma y se decepciona con lo que vio allí: la piedad medieval y la corrupción de la administración papal.
[4] Ibid.
[5] Thea B. Van Halsema, Así Fue Calvino. P. 98.
[6] Chester, Tim; Reeves, Michael. ¿Por qué la Reforma aún importa?: Conociendo el pasado, para reflexionar sobre el presente y dar forma al futuro (Spanish Edition) (Posición en Kindle3434-3439). Publicaciones Andamio. Edición de Kindle. 
[7] Calvino. Inst. 1.2.1