miércoles, 16 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ IR TAN LEJOS PARA SERVIR EN UNA AVANZADA?

Hace aproximadamente un mes estoy sirviendo en la Avanzada de la 1ª Iglesia Presbiteriana de Puerto Montt. Se trata de un proyecto de plantación de iglesia iniciado y apoyado por la 1ª Iglesia Presbiteriana de Temuco Cristo el Salvador.
Puedo decir que es una experiencia nueva para mí y, de hecho, si me hubiesen preguntado hace 5 años atrás si me veía trabajando en una plantación de iglesia, mi respuesta hubiera sido un categórico no, pues no me consideraba apto para esa labor. Prefería pastorear una iglesia ya organizada. ¿Por qué, entonces, he asumido este desafío? ¿Qué cosas me motivaron a venir hasta Puerto Montt para servir como pastor? Bueno, podría pensar en muchas respuestas para esas preguntas y si quisiera ser “políticamente correcto” también escogería bien mis respuestas para no dar pié a malos entendidos.
Pero aquí presento algunas de las razones que me motivaron a tomar la decisión de venir hasta aquí:
1. Conocer la voluntad de Dios sobre la misión:
He leído varios libros, artículos, blogs, opiniones, etc., sobre la misión. Puedo decir que he pasado desde las posturas más académicas hasta las más apasionadas. Al principio, me parecía interesante ver cómo varían las visiones, incluso entre aquellos que pertenecen a una misma tradición eclesiástica (entiéndase denominación). No hay dudas, no existe una comprensión unificada de lo que es la misión. Algunos, destacan el evangelismo y discipulado, otros, sin dejar de lado lo primero, dan un énfasis a lo social, a que la iglesia tenga una presencia en la cultura. Los más eclécticos, buscan no caer en extremos, tanto en sus palabras como en su actuar y siguen una vía intermedia.
Para mí, y en la medida que puedo percibir eso de la lectura de la Escritura, la misión se resume en las conocidas palabras de Cristo: “Se me ha dado autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:18b-20). Antes de ascender al cielo, Jesús les dijo también a sus discípulos: “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch. 1:8). Lo primero que viene a mi mente al leer estos textos es, ¿qué entendieron los discípulos? Ellos fueron los primeros en oír estas palabras y nunca nos llevará a una interpretación saludable saltarnos este importante paso. Con respecto al primer versículo citado, creo que ellos entendieron que habían recibido una orden del Señor Jesús, para ir y hacer discípulos; es decir, fueron enviados a cumplir una tarea específica: hacer discípulos. ¿De qué forma los harían? ¿Cómo alguien llegaría a ser un discípulo de Jesús por medio de ellos? Creo que el texto mismo nos da la respuesta: Predicando el evangelio. Esa es la única manera que Dios tiene para traer a sus escogidos a los pies de Cristo. El evangelio es el poder de Dios para dar salvación a todo aquel que cree (cfr. Ro. 1:16). Sólo conociendo el Evangelio, es decir, a Cristo, pues él es el evangelio, las personas pueden ser regeneradas por el Espíritu de Dios y, una vez que esto suceda, ellas pueden recibir el bautismo como el signo y sello del pacto de Dios con su pueblo. Luego comenzaría todo el proceso de enseñarles todo el consejo de Dios (Hch. 20:27). Con respecto al segundo texto, los discípulos entendieron que Jesús, nuevamente, les estaba dando una orden: Serán mis testigos. Ellos serían los encargados de dar testimonio de Cristo, de contar a otros sobre su persona y obra.
En ambos textos, resalta el carácter universal del evangelio. No debe quedarse encasillado en un determinado lugar o sector, sino que debe correr por todo el mundo. Y esa orden que recibieron los discípulos, es la misma que hoy nosotros recibimos. Dios, en su soberana voluntad, determinó que sólo en Cristo hay salvación. Y, también, determinó que por medio de la predicación, la salvación fuese ofrecida al hombre pecador.
Puedo decir, sinceramente, que ese factor fue determinante para venir hasta aquí a trabajar en una avanzada. Mi deseo profundo es ver conversiones, ver a Dios trayendo a sus escogidos a la comunión con el Cuerpo de Cristo. La orden es clara, hay que cumplirla.
2. Conocer al grupo de creyentes en Puerto Montt:
 Una segunda cosa que me impactó y que me llevó a tomar la decisión de venir hasta aquí, fue conocer al grupo de hermanos que conformaban esta avanzada. Muchos de ellos jóvenes, llenos de entusiasmo y con un santo deseo de tener un pastor en la ciudad que pastoreara sus vidas. Así como el apóstol Pablo no dejaba de dar gracias a Dios al enterarse de la fe en Cristo y del amor por los santos que los efesios tenían (Ef. 1:15), mi experiencia con este grupo de hermanos provocó similar efecto. Ver lo que Dios estaba haciendo en sus vidas, cómo el Señor los había rescatado de una vida de pecado y rebeldía, ver cómo el Señor los estaba reuniendo en una misma iglesia y ver el amor que se tienen los unos a los otros, me llenó de gratitud a Dios en mi corazón. Desde que los conocí, no dejé de orar por ellos. Ese vínculo sólo lo puede generar el Señor. Muchas veces sólo gastamos tiempo queriendo obtener informaciones de otros para hablar mal de ellos. El Señor nos enseña que en vez de hacer eso, debemos alegrarnos cuando vemos Su obra maravillosa en la vida de nuestros hermanos.
3. Un proyecto serio:
Una tendencia que tenemos, tristemente, en la vida de la iglesia es la de improvisar. Incluso para algunos puede parecer muy espiritual, pero el Señor nos muestra en su Palabra que los que se comprometen a alguna obra, lo deben hacer siguiendo un proyecto elaborado bajo la voluntad de Dios. Es decir, debemos prepararnos y planificar, siempre y cuando esta preparación y planificación siga la voluntad del Señor (p. ej. Neh. 1 y 2). Desde el comienzo, cuando se iniciaron las conversaciones con la Iglesia madre, vi seriedad, deseo de servir y una planificación sólida. No soy de aquellos que adoptan “modelos” que están de moda o copian modelos del mundo, mi compromiso es seguir el criterio que establece la Palabra de Dios. Y si la Palabra nos ordena planificar bien antes de emprender una obra, debemos hacerlo. Y nuestra planificación obedece a lo que entendemos que estamos haciendo aquí: organizar una nueva Iglesia Presbiteriana.
4. Una profunda convicción:
Este elemento no puede ser dejado de lado. Aunque muchas veces Dios nos ordena hacer lo que no nos gusta (como el caso de Jonás), eso no significa que no existan ciertas convicciones en nuestro corazón que debemos tener en cuenta. Puedo decir que el Señor fue trabajando en mi corazón y el apego al trabajo aquí comenzó a crecer. Visité varias veces al grupo antes de tomar la decisión definitiva de venir a servir aquí. Y cada vez que me iba, quedaba con más deseos de volver. Dios es quien llama, es verdad. Y de hecho ya lo mencionamos, lo hace por medio de Su Palabra. Él toma su Palabra y la aplica a nuestra vida de tal modo que la convicción que se genera de obedecerle es irresistible. En esto también es necesario tener cuidado y estar atento a la dirección del Espíritu Santo. En Hechos 16:6 ss., se nos relata que los planes de Pablo y sus compañeros era predicar en Asia, pero fueron impedidos por el Espíritu Santo (no se nos dice de qué forma lo hizo, pero sí se los impidió). El texto dice que en dos ocasiones el Espíritu se los impidió. Finalmente, Pablo recibe la visión del varón macedonio. El texto dice que deciden ir a Macedonia “convencidos de que Dios los había llamado a anunciar el evangelio a los macedonios” (v. 10). A ese tipo de convicción me refiero. La que viene de parte del Señor y no de nuestros propios intereses (aunque no descarto que Dios los pueda utilizar también en cierta medida).
5. Un anhelo sincero por ver a Dios obrando:
Una última razón que puedo pensar por ahora es un verdadero anhelo del corazón, un profundo deseo, de ver a Dios cambiando vidas y trayendo a sus escogidos a la comunión con el Cuerpo de Cristo. El apóstol Juan, en su primera carta dice que: “les escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa” (1 Jn. 1:4). Juan se alegraba que sus lectores se hubiesen convertido del paganismo al cristianismo. Ciertamente una alegría como esa sólo puede provenir de la obra del Señor en nuestra propia vida. ¿Qué hijo de Dios no se alegra cuando ve que otros son traídos a Cristo? La Escritura nos dice que existe gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente (Lc. 15:7).
Estamos recién comenzando esta obra. Ciertamente hay mucho que hacer. No confiamos en nuestros recursos, sino en los del Señor. Hemos venido hasta aquí únicamente para servirle a Él.